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Críticas ordenadas por utilidad
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4
7 de enero de 2024
7 de enero de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Confieso con cierto desánimo que este curioso personaje es uno de los contados con los dedos de una mano que conocí en película antes que en tebeo, y si bien Marvel era parte importante de mi vida cuando vi "Ghost Rider" allá en 2.007, aún no tenía constancia de sus historietas.
Descubrí tarde a Blaze, pero creo que la adolescencia y no la infancia es la mejor etapa para hacerlo, pues él está lo más alejado posible de los coloridos superhéroes que todos relacionamos con la editorial; una creación muy de su momento, principios de los '70, de esencia "pulp" violenta, con aire a cine de serie "B".
Tanto más cuanto que contenía toda esa cultura motera, ocultista y satánica, en absoluto para lectores infantiles. Y uno, ante el producto cinematográfico resultante, puede ver que se trata de uno de esos proyectos que circulan durante años y años pero nunca maduran como es debido. En mi opinión debió ver la luz en los '90, cuando a las pantallas llegaron "Blade", "Spawn", "Juez Dredd" o "El Cuervo", cuando el mundo de los héroes de cómics, en el cine, aún era sombrío, duro y sus disparates incluso resultaban simpáticos; pero en 2.007 todos estaban acostumbrados a las aventuras con muchos efectos digitales y cierta levedad para adaptarse a todas las edades.
Curioso que Mark S. Johnson, artífice de "Daredevil", aún situada en esa línea entre lo muy adulto y lo muy infantil, adaptara de esta forma un cómic mucho más controvertido y oscuro; Nicolas Cage, que pujaba por llevarse el papel desde inicios del 2.000, tenía razón: el film pedía clasificación "R", no "PG-13". En el guión se respetan más o menos los orígenes del personaje de Gary Friedrich y Roy Thomas, aunque cambie la situación original de sus padres adoptivos, los Simpson (de quienes Roxanne era hija), y se le confiera uno biológico que también tiene cáncer...
Sin embargo, aquí Blaze es víctima de los planes del demonio Mephisto, y en el tebeo él lo invocaba para pedir ayuda. Trasladado al 2.007 cambia toda la esencia, aunque pretendan darle aires épicos con esa introducción narrada por Sam Elliott (interpretándose a sí mismo) sobre la procedencia del llamado jinete fantasma. Tras el prólogo Blaze se va y cede su puesto a un Cage caracterizado (interpretándose a sí mismo también) que con más de 40 años tiene que pasar por más joven para igualarse a Eva Mendes (la sabrosa cubana a la que engañaron diciéndole que valía para ser actriz y que está a kilómetros de la Roxanne original).
El dislate empieza con la aparición de Blackheart, horrible monstruo en el tebeo convertido por culpa de Wes Bentley en una versión amariconada que presagia, junto a su panda de seguidores muerdealmohadas, a los vampiros de "Crepúsculo", estrenada al año siguiente; el remate lo da una de las transformaciones más divertidas de la Historia, y a partir de aquí Cage, que se había mostrado increíblemente comedido, deja salir al chiflado pasado de vueltas que ha sido siempre..pero rodeado de llamas digitales. El resto de película es una excusa para la fantasía y la acción más palomitera y descerebradamente deliciosa que pueda existir.
Y aquí un par de puntos, más bien hándicaps, a destacar. Por un lado la trama, con todo ese embrollo de un contrato de no se qué con un pueblo que no interesa a nadie, porque todo lo mencionado se olvida mientras se está contando; básicamente es el momento de la batalla entre el motorista infernal y los demonios mariquitas, resuelto en escenas trepidantes con el habitual y tan poco apasionante espectáculo de efectos digitales. Por otro, Cage, acostumbrado a sobresalir por encima de todos, hace suyo al personaje, y eso no es bueno, pues lo lleva a su terreno excesivo, tan poco creíble como siempre.
Muy divertido es también que de por medio se metan cosas como un par de policías súperduros tras la pista de Blaze que aparecen tres veces mal contadas y no sirven de absolutamente nada o una chica salvada por éste en su primera noche de transformación, la única situación no relacionada con la trama en sí donde usa sus poderes; como sucedía en "Los Inmortales", parece que Johnson busca añadir algún que otro momento con personajes del "mundo real" para dar un toque más dramático o más humorístico al film, no se sabe bien. Y por ello se olvida de refinar otros aspectos.
Y es lo que nos queda. La subtrama romántica con Roxanne, los clichés y las obviedades (esa relación mentor-alumno entre Blaze y Carter, cuya verdadera identidad (buen guiño al clásico Jinete Fantasma, otro héroe de Marvel) conocemos desde que asoma en pantalla), las incongruencias y elipsis argumentales, repetidas hasta la saciedad, y las esperpénticas interpretaciones (la de Cage ante el espejo, hay que verlo para creerlo). En su último acto, cuando el motorista va en busca de sus enemigos al pueblo (¿que en pleno desierto posee un pantano cual jungla amazónica?), la película sí se nutre bastante de esa fantasía de serie "B" alocada y gamberra tan propia de la era del cómic original.
Me gusta mucho menos que Mendes tenga una participación tan prolongada porque verla "actuar" es un dolor de cabeza (al menos sus curvas amenizan el mal trago) y sobre todo que amenacen con una secuela, que terminaría llegando unos años más tarde. El legendario Peter Fonda, por cierto, es un demonio genial, no cabe duda. El héroe de Cage no tanto; es más Johnny Cage que Johnny Blaze, pero en modo alguno afectaría esto a las recaudaciones en taquilla, y lo puedo asegurar: recuerdo estar con 14 años en aquella sala, el día del estreno, y ni una butaca quedaba vacía. Me sacude la nostalgia, por eso soy tan indulgente con ella.
Descubrí tarde a Blaze, pero creo que la adolescencia y no la infancia es la mejor etapa para hacerlo, pues él está lo más alejado posible de los coloridos superhéroes que todos relacionamos con la editorial; una creación muy de su momento, principios de los '70, de esencia "pulp" violenta, con aire a cine de serie "B".
Tanto más cuanto que contenía toda esa cultura motera, ocultista y satánica, en absoluto para lectores infantiles. Y uno, ante el producto cinematográfico resultante, puede ver que se trata de uno de esos proyectos que circulan durante años y años pero nunca maduran como es debido. En mi opinión debió ver la luz en los '90, cuando a las pantallas llegaron "Blade", "Spawn", "Juez Dredd" o "El Cuervo", cuando el mundo de los héroes de cómics, en el cine, aún era sombrío, duro y sus disparates incluso resultaban simpáticos; pero en 2.007 todos estaban acostumbrados a las aventuras con muchos efectos digitales y cierta levedad para adaptarse a todas las edades.
Curioso que Mark S. Johnson, artífice de "Daredevil", aún situada en esa línea entre lo muy adulto y lo muy infantil, adaptara de esta forma un cómic mucho más controvertido y oscuro; Nicolas Cage, que pujaba por llevarse el papel desde inicios del 2.000, tenía razón: el film pedía clasificación "R", no "PG-13". En el guión se respetan más o menos los orígenes del personaje de Gary Friedrich y Roy Thomas, aunque cambie la situación original de sus padres adoptivos, los Simpson (de quienes Roxanne era hija), y se le confiera uno biológico que también tiene cáncer...
Sin embargo, aquí Blaze es víctima de los planes del demonio Mephisto, y en el tebeo él lo invocaba para pedir ayuda. Trasladado al 2.007 cambia toda la esencia, aunque pretendan darle aires épicos con esa introducción narrada por Sam Elliott (interpretándose a sí mismo) sobre la procedencia del llamado jinete fantasma. Tras el prólogo Blaze se va y cede su puesto a un Cage caracterizado (interpretándose a sí mismo también) que con más de 40 años tiene que pasar por más joven para igualarse a Eva Mendes (la sabrosa cubana a la que engañaron diciéndole que valía para ser actriz y que está a kilómetros de la Roxanne original).
El dislate empieza con la aparición de Blackheart, horrible monstruo en el tebeo convertido por culpa de Wes Bentley en una versión amariconada que presagia, junto a su panda de seguidores muerdealmohadas, a los vampiros de "Crepúsculo", estrenada al año siguiente; el remate lo da una de las transformaciones más divertidas de la Historia, y a partir de aquí Cage, que se había mostrado increíblemente comedido, deja salir al chiflado pasado de vueltas que ha sido siempre..pero rodeado de llamas digitales. El resto de película es una excusa para la fantasía y la acción más palomitera y descerebradamente deliciosa que pueda existir.
Y aquí un par de puntos, más bien hándicaps, a destacar. Por un lado la trama, con todo ese embrollo de un contrato de no se qué con un pueblo que no interesa a nadie, porque todo lo mencionado se olvida mientras se está contando; básicamente es el momento de la batalla entre el motorista infernal y los demonios mariquitas, resuelto en escenas trepidantes con el habitual y tan poco apasionante espectáculo de efectos digitales. Por otro, Cage, acostumbrado a sobresalir por encima de todos, hace suyo al personaje, y eso no es bueno, pues lo lleva a su terreno excesivo, tan poco creíble como siempre.
Muy divertido es también que de por medio se metan cosas como un par de policías súperduros tras la pista de Blaze que aparecen tres veces mal contadas y no sirven de absolutamente nada o una chica salvada por éste en su primera noche de transformación, la única situación no relacionada con la trama en sí donde usa sus poderes; como sucedía en "Los Inmortales", parece que Johnson busca añadir algún que otro momento con personajes del "mundo real" para dar un toque más dramático o más humorístico al film, no se sabe bien. Y por ello se olvida de refinar otros aspectos.
Y es lo que nos queda. La subtrama romántica con Roxanne, los clichés y las obviedades (esa relación mentor-alumno entre Blaze y Carter, cuya verdadera identidad (buen guiño al clásico Jinete Fantasma, otro héroe de Marvel) conocemos desde que asoma en pantalla), las incongruencias y elipsis argumentales, repetidas hasta la saciedad, y las esperpénticas interpretaciones (la de Cage ante el espejo, hay que verlo para creerlo). En su último acto, cuando el motorista va en busca de sus enemigos al pueblo (¿que en pleno desierto posee un pantano cual jungla amazónica?), la película sí se nutre bastante de esa fantasía de serie "B" alocada y gamberra tan propia de la era del cómic original.
Me gusta mucho menos que Mendes tenga una participación tan prolongada porque verla "actuar" es un dolor de cabeza (al menos sus curvas amenizan el mal trago) y sobre todo que amenacen con una secuela, que terminaría llegando unos años más tarde. El legendario Peter Fonda, por cierto, es un demonio genial, no cabe duda. El héroe de Cage no tanto; es más Johnny Cage que Johnny Blaze, pero en modo alguno afectaría esto a las recaudaciones en taquilla, y lo puedo asegurar: recuerdo estar con 14 años en aquella sala, el día del estreno, y ni una butaca quedaba vacía. Me sacude la nostalgia, por eso soy tan indulgente con ella.

2,2
24.922
1
17 de diciembre de 2023
17 de diciembre de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Escucho una voz en mi cabeza, y suena como Dilios:
"Esa era su única esperanza, que a toda alma libre que pase por ese lugar, en las innumerables sesiones que están por llegar, desde las salas milenarias, nuestras voces puedan susurrar: "Decid a los espectadores, caballeros, que aquí, por la ley cinematográfica...prohibimos esa película" ".
Por desgracia Leónidas no vio cumplido su deseo y a día de hoy se sigue revolviendo en su tumba, tal vez del mismo modo que yo me revolví en la butaca durante aquella sesión que jamás olvidaré. He de decir que, pese a sonar a locura, casi disfruté con "Vampires Suck", la parodia que la infame pareja de anti-cineastas Aaron Seltzer y Jason Friedberg hicieron del gran fenómeno "Crepúsculo", y la disfruté por la tremenda repulsión que me causa dicho fenómeno, todos sus implicados y de paso todos sus fans; pero con "Meet the Spartans", anterior a ella, la sensación fue diferente.
Y lo fue porque a mí me gustó "300", también visionada en cines en el momento de su estreno, de hecho la única obra que aprecio de Zack Snyder, en esa época en que todavía no se había golpeado en la cabeza y decidió destrozar tan cruelmente el cómic de Alan Moore ("Watchmen"); por tanto no tenía objeto ver "Spartans", fue otra de esas veces en que me dejé llevar por la opinión del grupo de amigos, tal vez que afuera llovía, teníamos que hacer tiempo y a lo mejor todas las demás salas estaban ocupadas y sólo quedaba libre la que proyectaba esta bazofia. No sé cuál fue el impulso, pero entramos.
Poco podía esperar de tal subnormalidad rodada en una semana por los considerados peores directores de la Historia del cine (¿Ed Wood?, ¡maestro imperecedero comparado con ellos!), que al año anterior ya habían perpetrado otro ataque terrorista visual con "Epic Movie"; la cosa no empezaba bien...con un vómito, nada menos, buen reflejo de la propia película. Pero extenderse en la trama es perder el tiempo...porque es la de "300", así que, como el humor paródico (y que conste que "Spartans" no es ni lo uno ni lo otro) se apoya en la cantidad de "gags" acumulados de principio a fin del metraje, basta con ir mencionando los que disfruté y los que no.
Los primeros se cuentan con los dedos de una mano: la aparición de unos Brad Pitt y Angelina Jolie de pega, el brutal entrenamiento de Leónidas a su hijo, algún chistecillo temprano sobre la mariquitería de los espartanos (lo de partir hacia la batalla danzando, por ejemplo), la imbécil parodia del videojuego "San Andreas" hacia el final y por supuesto el escultural cuerpo de la anti-actriz Carmen Electra, que la cámara se ocupa de recordarnos todo el rato que está ahí. Y creo que se acabó; si una sonrisa leve se me escapó en otro momento que no corresponda a éstos fue pura coincidencia. El resto es lo que no disfruté.
Ni los billones de parodias de anuncios o concursos televisivos que no conozco, ni a la doble de Paris Hilton haciendo de Efialtes, ni al aborrecible Ken Davitian como Xerxes, ni el puñetero pingüino asesino, ni la broma de los abdominales pintados, ni la sesión del oráculo por el personaje de Betty, ni la pelea de Electra y Diedrich Bader burlándose de "Spider-man 3", ni mucho menos los eternísimos duelos de bailes y "raps", una fea constante de los directores, o la batalla final, que se trata de la cúspide de su estilo: alargar en extremo un "gag" hasta hacerle perder la gracia del principio.
Desecho puro, peor que cualquier otra película que hayan realizado, y por algún motivo en "Spartans" se recrean más que nunca en lo escatológico; realmente los 80 infinitos minutos están cuajados de secuencias vomitivas, además mueven la cámara para que lo puedas sentir de cerca, creyendo que eso provoca alguna risa...y lo que provoca es querer meterte dentro de la pantalla y masacrar a mandoblazos a todos los actores y el equipo técnico para que cese la tortura. De verdad, son 80 minutos muy largos y no acaba, hay trescientos finales antes de unos créditos donde los personajes, no se lo pierda nadie, bailan una coreografía de "I will Survive".
Bien elegida la canción, porque es lo que piensa y se repite el espectador tras el visionado. Pero entré en el cine, ese fue mi error, y el de muchos otros; a sabiendas de la catástrofe que se iba a abalanzar sobre mis ojos, di mi dinero indirectamente a los productores y directores de esta basura. La culpa no es de ellos, como todo empresario cruel sólo querían hacer dinero; la culpa fue del público por darles la oportunidad.
Y luego hay por ahí ciertos lumbreras que se atreven a burlarse e insultar (siempre con el término "gafapasta", porque no conocen otro) a quienes les gusta el llamado cine "elevado", intelectual o simplemente de autor o no comercial; pues si así lo desean que se queden ellos con todas las porquerías de Seltzer y Friedberg, y que se les atragante, que a mí no me hacen falta...
"Esa era su única esperanza, que a toda alma libre que pase por ese lugar, en las innumerables sesiones que están por llegar, desde las salas milenarias, nuestras voces puedan susurrar: "Decid a los espectadores, caballeros, que aquí, por la ley cinematográfica...prohibimos esa película" ".
Por desgracia Leónidas no vio cumplido su deseo y a día de hoy se sigue revolviendo en su tumba, tal vez del mismo modo que yo me revolví en la butaca durante aquella sesión que jamás olvidaré. He de decir que, pese a sonar a locura, casi disfruté con "Vampires Suck", la parodia que la infame pareja de anti-cineastas Aaron Seltzer y Jason Friedberg hicieron del gran fenómeno "Crepúsculo", y la disfruté por la tremenda repulsión que me causa dicho fenómeno, todos sus implicados y de paso todos sus fans; pero con "Meet the Spartans", anterior a ella, la sensación fue diferente.
Y lo fue porque a mí me gustó "300", también visionada en cines en el momento de su estreno, de hecho la única obra que aprecio de Zack Snyder, en esa época en que todavía no se había golpeado en la cabeza y decidió destrozar tan cruelmente el cómic de Alan Moore ("Watchmen"); por tanto no tenía objeto ver "Spartans", fue otra de esas veces en que me dejé llevar por la opinión del grupo de amigos, tal vez que afuera llovía, teníamos que hacer tiempo y a lo mejor todas las demás salas estaban ocupadas y sólo quedaba libre la que proyectaba esta bazofia. No sé cuál fue el impulso, pero entramos.
Poco podía esperar de tal subnormalidad rodada en una semana por los considerados peores directores de la Historia del cine (¿Ed Wood?, ¡maestro imperecedero comparado con ellos!), que al año anterior ya habían perpetrado otro ataque terrorista visual con "Epic Movie"; la cosa no empezaba bien...con un vómito, nada menos, buen reflejo de la propia película. Pero extenderse en la trama es perder el tiempo...porque es la de "300", así que, como el humor paródico (y que conste que "Spartans" no es ni lo uno ni lo otro) se apoya en la cantidad de "gags" acumulados de principio a fin del metraje, basta con ir mencionando los que disfruté y los que no.
Los primeros se cuentan con los dedos de una mano: la aparición de unos Brad Pitt y Angelina Jolie de pega, el brutal entrenamiento de Leónidas a su hijo, algún chistecillo temprano sobre la mariquitería de los espartanos (lo de partir hacia la batalla danzando, por ejemplo), la imbécil parodia del videojuego "San Andreas" hacia el final y por supuesto el escultural cuerpo de la anti-actriz Carmen Electra, que la cámara se ocupa de recordarnos todo el rato que está ahí. Y creo que se acabó; si una sonrisa leve se me escapó en otro momento que no corresponda a éstos fue pura coincidencia. El resto es lo que no disfruté.
Ni los billones de parodias de anuncios o concursos televisivos que no conozco, ni a la doble de Paris Hilton haciendo de Efialtes, ni al aborrecible Ken Davitian como Xerxes, ni el puñetero pingüino asesino, ni la broma de los abdominales pintados, ni la sesión del oráculo por el personaje de Betty, ni la pelea de Electra y Diedrich Bader burlándose de "Spider-man 3", ni mucho menos los eternísimos duelos de bailes y "raps", una fea constante de los directores, o la batalla final, que se trata de la cúspide de su estilo: alargar en extremo un "gag" hasta hacerle perder la gracia del principio.
Desecho puro, peor que cualquier otra película que hayan realizado, y por algún motivo en "Spartans" se recrean más que nunca en lo escatológico; realmente los 80 infinitos minutos están cuajados de secuencias vomitivas, además mueven la cámara para que lo puedas sentir de cerca, creyendo que eso provoca alguna risa...y lo que provoca es querer meterte dentro de la pantalla y masacrar a mandoblazos a todos los actores y el equipo técnico para que cese la tortura. De verdad, son 80 minutos muy largos y no acaba, hay trescientos finales antes de unos créditos donde los personajes, no se lo pierda nadie, bailan una coreografía de "I will Survive".
Bien elegida la canción, porque es lo que piensa y se repite el espectador tras el visionado. Pero entré en el cine, ese fue mi error, y el de muchos otros; a sabiendas de la catástrofe que se iba a abalanzar sobre mis ojos, di mi dinero indirectamente a los productores y directores de esta basura. La culpa no es de ellos, como todo empresario cruel sólo querían hacer dinero; la culpa fue del público por darles la oportunidad.
Y luego hay por ahí ciertos lumbreras que se atreven a burlarse e insultar (siempre con el término "gafapasta", porque no conocen otro) a quienes les gusta el llamado cine "elevado", intelectual o simplemente de autor o no comercial; pues si así lo desean que se queden ellos con todas las porquerías de Seltzer y Friedberg, y que se les atragante, que a mí no me hacen falta...
CortometrajeAnimación

6,7
62
Animación
8
28 de octubre de 2023
28 de octubre de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
A través de los corredores oscuros de un mundo situado entre la vigilia y la pesadilla, seguimos a una niña y a su gordo gato, desde la función circense que presenta pliegues retorcidos y esculturas de piedra humanas hacia universos de violencia y máquinas, de futuros inimaginables, de aventuras imposibles...
Y en sus entrañas nos vamos a adentrar de la mano de tres de las mentes más innovadoras del anime clásico: Shigeyuki "Rintaro" Hayashi, Katsuhiro Otomo y Yoshiaki Kawajiri. El gran proyecto en que se iban a embarcar a mediados de los '80 no era nada inusual en la industria (mítica es la serie de televisión "Manga sekai Mukashi Banashi", donde se adaptaban cuentos tradicionales), pero sí un esfuerzo bastante importante, tal vez algo que aún no apreciaba el sr. Haruki Kadokawa cuando propuso al primero de los tres adaptar en animación algunos de los relatos de la leyenda de la ciencia-ficción y la fantasía Takuji Murakami, uno de los autores más prolíficos de la Historia de la literatura nipona.
Con "Rintaro" a cargo de la planificación los dos restantes llegaron solos; Otomo, aunque ocupado con los dibujos de "Akira", no dudó en colaborar de nuevo con él tras la experiencia de "Genma Taisen". Kawajiri, ajeno todavía al cine, fue el reemplazo de Mamoru Oshii, y si bien el presupuesto de Kadokawa no era muy alto, las ideas y el entusiasmo del equipo hicieron que se elevara considerablemente. Así, cada uno quedó a cargo de tres historias sin ninguna relación entre sí influenciadas por el imaginario del autor pero a la vez tomaban sus propios caminos.
Tras la interesante "Hashiru Otoko", que realiza Kawajiri, saltamos a la parte más densa y complicada de "Mekyu Monogatari": "Koji chushi Mere", basada en el relato de mismo nombre de Murakami, escrito dos décadas antes, y que luego comprendería una saga; Otomo, ajeno a la animación aquel entonces, realiza un magistral trabajo siguiendo la temática del relato previo: nuestra dependencia de las máquinas, pero esta vez el elemento humano no se deja dominar por ellas.
Entre la incongruencia narrativa de las dos obras anteriores el director crea una historia con principio y final, situada en un país sudamericano donde una enorme construcción que cuesta millones a una empresa japonesa debe ser detenida. Entre la espesa jungla se levanta un mundo robótico que se derrumba debido a sus fallos mecánicos, que asfixia y destruye el entorno; asimismo, frente al menudo supervisor Tsutomu se encuentra un obstinado robot encargado de dirigir las obras sin importar las pérdidas ni los accidentes. Tanto la habitación en la que el primero es confinado como los monólogos continuos del segundo resultan irritantes y producen una enfermiza sensación de angustia.
Otomo sale victorioso con su oscuro argumento sobre la incapacidad de los humanos para manejar sus propias creaciones y sus estructuras y coloridos paisajes diseñados al milímetro, bellos en su ruindad, su suciedad y triste decadencia viscosa...
Un interesante discurso y un final épico que redondea esta genial rareza de la animación ochentera que tardó unos años en ver la luz por ser "demasiado extraña", según Kadokawa.
Y en sus entrañas nos vamos a adentrar de la mano de tres de las mentes más innovadoras del anime clásico: Shigeyuki "Rintaro" Hayashi, Katsuhiro Otomo y Yoshiaki Kawajiri. El gran proyecto en que se iban a embarcar a mediados de los '80 no era nada inusual en la industria (mítica es la serie de televisión "Manga sekai Mukashi Banashi", donde se adaptaban cuentos tradicionales), pero sí un esfuerzo bastante importante, tal vez algo que aún no apreciaba el sr. Haruki Kadokawa cuando propuso al primero de los tres adaptar en animación algunos de los relatos de la leyenda de la ciencia-ficción y la fantasía Takuji Murakami, uno de los autores más prolíficos de la Historia de la literatura nipona.
Con "Rintaro" a cargo de la planificación los dos restantes llegaron solos; Otomo, aunque ocupado con los dibujos de "Akira", no dudó en colaborar de nuevo con él tras la experiencia de "Genma Taisen". Kawajiri, ajeno todavía al cine, fue el reemplazo de Mamoru Oshii, y si bien el presupuesto de Kadokawa no era muy alto, las ideas y el entusiasmo del equipo hicieron que se elevara considerablemente. Así, cada uno quedó a cargo de tres historias sin ninguna relación entre sí influenciadas por el imaginario del autor pero a la vez tomaban sus propios caminos.
Tras la interesante "Hashiru Otoko", que realiza Kawajiri, saltamos a la parte más densa y complicada de "Mekyu Monogatari": "Koji chushi Mere", basada en el relato de mismo nombre de Murakami, escrito dos décadas antes, y que luego comprendería una saga; Otomo, ajeno a la animación aquel entonces, realiza un magistral trabajo siguiendo la temática del relato previo: nuestra dependencia de las máquinas, pero esta vez el elemento humano no se deja dominar por ellas.
Entre la incongruencia narrativa de las dos obras anteriores el director crea una historia con principio y final, situada en un país sudamericano donde una enorme construcción que cuesta millones a una empresa japonesa debe ser detenida. Entre la espesa jungla se levanta un mundo robótico que se derrumba debido a sus fallos mecánicos, que asfixia y destruye el entorno; asimismo, frente al menudo supervisor Tsutomu se encuentra un obstinado robot encargado de dirigir las obras sin importar las pérdidas ni los accidentes. Tanto la habitación en la que el primero es confinado como los monólogos continuos del segundo resultan irritantes y producen una enfermiza sensación de angustia.
Otomo sale victorioso con su oscuro argumento sobre la incapacidad de los humanos para manejar sus propias creaciones y sus estructuras y coloridos paisajes diseñados al milímetro, bellos en su ruindad, su suciedad y triste decadencia viscosa...
Un interesante discurso y un final épico que redondea esta genial rareza de la animación ochentera que tardó unos años en ver la luz por ser "demasiado extraña", según Kadokawa.
28 de octubre de 2023
28 de octubre de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
A través de los corredores oscuros de un mundo situado entre la vigilia y la pesadilla, seguimos a una niña y a su gordo gato, desde la función circense que presenta pliegues retorcidos y esculturas de piedra humanas hacia universos de violencia y máquinas, de futuros inimaginables, de aventuras imposibles...
Y en sus entrañas nos vamos a adentrar de la mano de tres de las mentes más innovadoras del anime clásico: Shigeyuki "Rintaro" Hayashi, Katsuhiro Otomo y Yoshiaki Kawajiri. El gran proyecto en que se iban a embarcar a mediados de los '80 no era nada inusual en la industria (mítica es la serie de televisión "Manga sekai Mukashi Banashi", donde se adaptaban cuentos tradicionales), pero sí un esfuerzo bastante importante, tal vez algo que aún no apreciaba el sr. Haruki Kadokawa cuando propuso al primero de los tres adaptar en animación algunos de los relatos de la leyenda de la ciencia-ficción y la fantasía Takuji Murakami, uno de los autores más prolíficos de la Historia de la literatura nipona.
Con "Rintaro" a cargo de la planificación los dos restantes llegaron solos; Otomo, aunque ocupado con los dibujos de "Akira", no dudó en colaborar de nuevo con él tras la experiencia de "Genma Taisen". Kawajiri, ajeno todavía al cine, fue el reemplazo de Mamoru Oshii, y si bien el presupuesto de Kadokawa no era muy alto, las ideas y el entusiasmo del equipo hicieron que se elevara considerablemente. Así, cada uno quedó a cargo de tres historias sin ninguna relación entre sí influenciadas por el imaginario del autor pero a la vez tomaban sus propios caminos.
La boca de una espeluznante escultura en mitad de un espeso bosque nos introduce en la aventura, "Manie-manie". Gracias a la magistral dirección artística de Yamako Ishikawa, "Labyrinth, Labyrinthos" posee una visión gótica distintiva, al igual que los personajes de cuerpos amorfos y rostros alargados de "Rintaro"; en los rincones de un hogar japonés sumido en la oscuridad la niña, Sachi, prefiere perderse en los que abre su mente junto al simpático gato Chichiro. Como presagiando las claves de las obras de Miyazaki, esto no se atiene a estructuras narrativas y deja que el poder de la imaginación rompa el espacio-tiempo de la realidad.
Tomando parte del libro de Murakami "Mekyu Monogatari" (donde la niña era un personaje con quien se cruzaba el protagonista en su deambular por un laberinto subterráneo mágico), el director hace guiños a "Tenshi no Tamago" y recuerda sobre todo "Alicia en el País de las Maravillas", dejando que un oscuro trasunto de su heroína y el gato de Cheshire crucen por un espejo para atravesar esferas de fantasmas, monstruos, sombras que se retuercen, una pesadilla tan fascinante como triste, dominada por los tonos lúgubres y las figuras grotescas, hasta acabar en esa función de circo que sirve de trampolín a las próximas dos historias...
Un televisor se enciende y empieza realmente la película...
Y en sus entrañas nos vamos a adentrar de la mano de tres de las mentes más innovadoras del anime clásico: Shigeyuki "Rintaro" Hayashi, Katsuhiro Otomo y Yoshiaki Kawajiri. El gran proyecto en que se iban a embarcar a mediados de los '80 no era nada inusual en la industria (mítica es la serie de televisión "Manga sekai Mukashi Banashi", donde se adaptaban cuentos tradicionales), pero sí un esfuerzo bastante importante, tal vez algo que aún no apreciaba el sr. Haruki Kadokawa cuando propuso al primero de los tres adaptar en animación algunos de los relatos de la leyenda de la ciencia-ficción y la fantasía Takuji Murakami, uno de los autores más prolíficos de la Historia de la literatura nipona.
Con "Rintaro" a cargo de la planificación los dos restantes llegaron solos; Otomo, aunque ocupado con los dibujos de "Akira", no dudó en colaborar de nuevo con él tras la experiencia de "Genma Taisen". Kawajiri, ajeno todavía al cine, fue el reemplazo de Mamoru Oshii, y si bien el presupuesto de Kadokawa no era muy alto, las ideas y el entusiasmo del equipo hicieron que se elevara considerablemente. Así, cada uno quedó a cargo de tres historias sin ninguna relación entre sí influenciadas por el imaginario del autor pero a la vez tomaban sus propios caminos.
La boca de una espeluznante escultura en mitad de un espeso bosque nos introduce en la aventura, "Manie-manie". Gracias a la magistral dirección artística de Yamako Ishikawa, "Labyrinth, Labyrinthos" posee una visión gótica distintiva, al igual que los personajes de cuerpos amorfos y rostros alargados de "Rintaro"; en los rincones de un hogar japonés sumido en la oscuridad la niña, Sachi, prefiere perderse en los que abre su mente junto al simpático gato Chichiro. Como presagiando las claves de las obras de Miyazaki, esto no se atiene a estructuras narrativas y deja que el poder de la imaginación rompa el espacio-tiempo de la realidad.
Tomando parte del libro de Murakami "Mekyu Monogatari" (donde la niña era un personaje con quien se cruzaba el protagonista en su deambular por un laberinto subterráneo mágico), el director hace guiños a "Tenshi no Tamago" y recuerda sobre todo "Alicia en el País de las Maravillas", dejando que un oscuro trasunto de su heroína y el gato de Cheshire crucen por un espejo para atravesar esferas de fantasmas, monstruos, sombras que se retuercen, una pesadilla tan fascinante como triste, dominada por los tonos lúgubres y las figuras grotescas, hasta acabar en esa función de circo que sirve de trampolín a las próximas dos historias...
Un televisor se enciende y empieza realmente la película...

6,2
4.766
4
29 de agosto de 2023
29 de agosto de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
"...Viendo que era incapaz de dormir, que el insomnio se había adueñado de su irritada carne, se tendió de espaldas, abrió los ojos por completo y dejó que la cabeza se llenara de recuerdos de la joven. Se había quebrado el equilibrio, de nuevo lo agitaba la fiebre ardiente de antaño [...]; al pensar en ello la sangre se le subía al cuello...".
Resuena aún entre las nubes de las historias románticas la visceralidad vivida a gritos por Thérèse Raquin y su amante Laurent, gritos que a través de las décadas y los mares han sido capaces de llegar desde la Francia del Segundo Imperio hasta la Corea contemporánea. Se jacta de ello el sr. Chan-wook Park, que a partir de dejar atrás su Trilogía de la Venganza va a experimentar una tendencia creciente hacia el fantástico, con los innovadores cruces de géneros correspondientes, como ya demuestra en "I'm a Cyborg", tan celebrada por algunos y tan despreciada por otros...
Se dispone entonces a cumplir un proyecto que hierve en su interior y ha necesitado una maduración de nada menos que una década para llevarlo a cabo, mientras se ocupa de otros asuntos; se basa en una idea muy interesante repartida en dos instantes clave: el personaje principal es un sacerdote que se convierte en vampiro después de una misteriosa transfusión y la obsesión de éste por una mujer a la cual, del mismo modo, transmite su sangre ya "contaminada". Según él queda un enorme espacio en blanco, y pese a ser un cinéfilo empedernido que adora el subgénero, en Corea no existe como en Europa un mito del vampirismo al que aferrarse.
Esto no es óbice para evitar extraer las influencias de sus obras favoritas, desde el "Nosferatu" clásico hasta la fábula sucia, urbana y minimalista de Abel Ferrara, "The Addiction"; sin embargo, en su lugar, se acerca a lo más impensable (o tal vez no, si se aprecian los detalles): "Thérèse Raquin", una de las más brillantes creaciones del genio Émile Édouard Zola, su primer gran éxito y generadora de una controversia notable allá por 1.868. Dicho apartado pasa desapercibido durante el prólogo que el coreano nos brinda, haciendo uso de un ritmo paciente y una puesta en escena oscura pero elegante, entregándose a la melancolía a través del drama personal de un sacerdote cuya vocación se ve debilitada poco a poco...
Encarnado por un flemático Kang-ho Song, es la vocación misma el motivo de su insatisfacción; como hombre piadoso que lleva una existencia basada en corresponder a los demás, soportar sus penas, pecados y, sobre todo, sus muertes. Y entonces se da su peregrinaje hacia África para convertirse en un mártir sacrificial, o un suicida martirizado; el problema es que todo este tramo, bajo narración subjetiva, es demasiado corto y muchos sucesos se acumulan en él por medio de abruptas elipsis. No se profundiza más allá en este personaje, ni en su angustia, ni en su estancia en el apartado lugar, antes de suceder el incidente que hace virar (de nuevo) la historia.
La transfusión, primer paso a la conversión. Park la registra poco a poco, se introduce en los paulatinos cambios que experimenta Sang-hyun a partir no de un suceso fantástico relacionado con la mitología del vampiro, sino a partir de un experimento científico; es una mutación fisiológica en el marco del horror "cronenbergiano" (de hecho mucho tiene de los personajes del canadiense, los cuales se ven arrastrados por una fuerza que no pueden controlar nacida de su propio organismo). El director deja entrever sus trazos de humor malévolo al torcer las reglas existenciales de un hombre que vivía para servir a los demás y ahora necesita a los demás para sobrevivir.
Su objetivo al concebir "Bakjwi" era relatar la corrupción moral de un hombre religioso, dedicado a la fe, y vencido por una sed de sangre que desafía toda fe y toda ley moral en la sociedad humana; nos deja en el aire la pregunta de si debería sentirse culpable por ello, pues no deseó esta transformación aberrante. A sus ojos (y a los nuestros) él también es una víctima. Y en esta lucha trascendental salpicada de violento efectismo...¡de repente!...se cuela la herencia de Zola; Park juega a sustituir al pintor Laurent por el cura, al amigo de la infancia Camille por Kang-woo y a la instigadora de las pasiones Thérèse por Tae-ju.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Terrible decisión: cuando la historia se podría haber cerrado decentemente al recibir Tae-ju la mordedura de Sang-hyun y tras ese "Feliz cumpleaños", Park decide que no es suficiente y continúa, pero perdiendo la cabeza por el camino. Y uno ya no sabe si está viendo una comedia de terror, un melodrama violento, una tragedia de humor negro o un romance fantástico.
Esto no afectó a las buenas recaudaciones en taquilla, a la entrada en festivales internacionales ni a la crítica en general, si bien muchos quedaron tan confusos y exhaustos como un servidor con esta historia que lleva a los vampiros a otro nivel...aunque no se sabe muy bien a cual...
Resuena aún entre las nubes de las historias románticas la visceralidad vivida a gritos por Thérèse Raquin y su amante Laurent, gritos que a través de las décadas y los mares han sido capaces de llegar desde la Francia del Segundo Imperio hasta la Corea contemporánea. Se jacta de ello el sr. Chan-wook Park, que a partir de dejar atrás su Trilogía de la Venganza va a experimentar una tendencia creciente hacia el fantástico, con los innovadores cruces de géneros correspondientes, como ya demuestra en "I'm a Cyborg", tan celebrada por algunos y tan despreciada por otros...
Se dispone entonces a cumplir un proyecto que hierve en su interior y ha necesitado una maduración de nada menos que una década para llevarlo a cabo, mientras se ocupa de otros asuntos; se basa en una idea muy interesante repartida en dos instantes clave: el personaje principal es un sacerdote que se convierte en vampiro después de una misteriosa transfusión y la obsesión de éste por una mujer a la cual, del mismo modo, transmite su sangre ya "contaminada". Según él queda un enorme espacio en blanco, y pese a ser un cinéfilo empedernido que adora el subgénero, en Corea no existe como en Europa un mito del vampirismo al que aferrarse.
Esto no es óbice para evitar extraer las influencias de sus obras favoritas, desde el "Nosferatu" clásico hasta la fábula sucia, urbana y minimalista de Abel Ferrara, "The Addiction"; sin embargo, en su lugar, se acerca a lo más impensable (o tal vez no, si se aprecian los detalles): "Thérèse Raquin", una de las más brillantes creaciones del genio Émile Édouard Zola, su primer gran éxito y generadora de una controversia notable allá por 1.868. Dicho apartado pasa desapercibido durante el prólogo que el coreano nos brinda, haciendo uso de un ritmo paciente y una puesta en escena oscura pero elegante, entregándose a la melancolía a través del drama personal de un sacerdote cuya vocación se ve debilitada poco a poco...
Encarnado por un flemático Kang-ho Song, es la vocación misma el motivo de su insatisfacción; como hombre piadoso que lleva una existencia basada en corresponder a los demás, soportar sus penas, pecados y, sobre todo, sus muertes. Y entonces se da su peregrinaje hacia África para convertirse en un mártir sacrificial, o un suicida martirizado; el problema es que todo este tramo, bajo narración subjetiva, es demasiado corto y muchos sucesos se acumulan en él por medio de abruptas elipsis. No se profundiza más allá en este personaje, ni en su angustia, ni en su estancia en el apartado lugar, antes de suceder el incidente que hace virar (de nuevo) la historia.
La transfusión, primer paso a la conversión. Park la registra poco a poco, se introduce en los paulatinos cambios que experimenta Sang-hyun a partir no de un suceso fantástico relacionado con la mitología del vampiro, sino a partir de un experimento científico; es una mutación fisiológica en el marco del horror "cronenbergiano" (de hecho mucho tiene de los personajes del canadiense, los cuales se ven arrastrados por una fuerza que no pueden controlar nacida de su propio organismo). El director deja entrever sus trazos de humor malévolo al torcer las reglas existenciales de un hombre que vivía para servir a los demás y ahora necesita a los demás para sobrevivir.
Su objetivo al concebir "Bakjwi" era relatar la corrupción moral de un hombre religioso, dedicado a la fe, y vencido por una sed de sangre que desafía toda fe y toda ley moral en la sociedad humana; nos deja en el aire la pregunta de si debería sentirse culpable por ello, pues no deseó esta transformación aberrante. A sus ojos (y a los nuestros) él también es una víctima. Y en esta lucha trascendental salpicada de violento efectismo...¡de repente!...se cuela la herencia de Zola; Park juega a sustituir al pintor Laurent por el cura, al amigo de la infancia Camille por Kang-woo y a la instigadora de las pasiones Thérèse por Tae-ju.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Terrible decisión: cuando la historia se podría haber cerrado decentemente al recibir Tae-ju la mordedura de Sang-hyun y tras ese "Feliz cumpleaños", Park decide que no es suficiente y continúa, pero perdiendo la cabeza por el camino. Y uno ya no sabe si está viendo una comedia de terror, un melodrama violento, una tragedia de humor negro o un romance fantástico.
Esto no afectó a las buenas recaudaciones en taquilla, a la entrada en festivales internacionales ni a la crítica en general, si bien muchos quedaron tan confusos y exhaustos como un servidor con esta historia que lleva a los vampiros a otro nivel...aunque no se sabe muy bien a cual...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Del mismo modo que la mujer de Zola, su análoga coreana (la bellísima y entregada Ok-bin Kim, a quien los aficionados al terror oriental ya conocemos de "Arang" y la 4.ª entrega de la soporífera saga "Whispering Corridors") es también huérfana y sufre condenada a un hogar de monotonía y esclavitud, bajo el yugo de una "tía" demasiado estricta con ella y demasiado protectora con su hijo (Ha-kyun Shin logra sin ningún esfuerzo que detestes al personaje hasta hacerte sangrar los hígados cada vez que asoma esa cara de subnormal merecedora de varios pisotones).
En este caso la "vida sensual" de artista de Laurent se llena ahora con el pecado de la sangre ajena que está consumiendo a Sang-hyun...pero, y esta es la pregunta del millón para el cineasta, ¿era realmente acertada su decisión de introducir el tema vampírico en esa historia que poco a poco se abre de amor furtivo y pasión lujuriosa a conspiración y asesinato conyugal? ¿No lo podría haber aparcado y dedicarse a la adaptación de Zola ciñéndose a los códigos del "thriller" y el melodrama romántico? Con su estilo, sí, pero sin padecer su obra de ese fallo típico donde una trama invade a la otra y consigue solapar sus principios narrativos y estilísticos.
Porque eso es lo que sucede: asesinato en un bote incluido. Toda la fatalidad y perturbadora fábula de amor obsesivo de Laurent y Thérèse se extrapola a "Bakjwi" durante un largo tramo y el vampirismo queda en un segundo plano; se suceden los mismos hechos: el buen encubrimiento del crimen, la caída en shock de la madre y la aparición de la culpa que comienza a destruir mental y emocionalmente a los protagonistas. Park deslumbra aquí con esa fascinante y abrumadora puesta en escena de alardes oníricos, se mete en las cabezas y los corazones de los enamorados y los tortura, los somete a pesadillas, los acerca a la muerte y la locura.
De vez en cuando, haciéndolo todo aún más bizarro, se nos echan encima algunos instantes de corte cómico-romántico que remiten a la cursilería de la infame "Crepúsculo", estrenada un año antes, que hasta al pobre Park influyó...(¿Tae-ju y Sang-hyun volando por la ciudad?, ¡venga ya!). Esta mezcolanza de tonos, de variaciones de ritmo, de ocurrencias sin sentido y de enfoques provoca al film caer en una incoherente deriva cuya dirección no sabe bien cual es, y ello unido al carácter cambiante, luego confuso, de los personajes, en especial Tae-ju, para quien el asunto del crimen ha significado una gran liberación emocional y sexual (en el caso de Sang-hyun otra condena más, irónicamente).
La 3.ª parte, como por arte de magia, regresa por entero al tema vampírico mientras sostiene la novela de Zola. Cometido el crimen, ahogados por la culpa, con la viuda perdiendo la cabeza a cada dos por tres y la madre de observadora muda, el sacerdote por fin convierte a la anterior en otra succionadora de sangre; es la secuencia a partir de la cual empezó el director todo este proyecto...y la que termina de cargarse la película. Se nota que Ok-bin Kim disfruta de este absurdo disparate y expone a la perfección las diferentes fases de su personaje (de mujer adulta silenciosa a joven enérgica y vital y a niña inconsciente y caprichosa).
Ella sí, pero para el espectador es un suplicio de ocurrencias excesivas y surrealistas; la pareja, cuya sed de sangre no sirve para unirles, se apunta a la cacería humana y con ello a su completa degeneración física, espiritual y mental, donde todo es efectismo gratuito y escenas donde el humor pasa de retorcido a ridículo.
Pero al menos se concluirá de forma magistral al borde de ese acantilado donde preparan su final cuando le vuelven a Sang-hyun la moral y humanidad que ya había perdido completamente; y al ser el veneno original de la novela lo que aquí les alimenta, nada mejor que ese abrazo ante el sol, una versión fatal del final de "I'm a Cyborg", que tanto purifica como destruye.
En este caso la "vida sensual" de artista de Laurent se llena ahora con el pecado de la sangre ajena que está consumiendo a Sang-hyun...pero, y esta es la pregunta del millón para el cineasta, ¿era realmente acertada su decisión de introducir el tema vampírico en esa historia que poco a poco se abre de amor furtivo y pasión lujuriosa a conspiración y asesinato conyugal? ¿No lo podría haber aparcado y dedicarse a la adaptación de Zola ciñéndose a los códigos del "thriller" y el melodrama romántico? Con su estilo, sí, pero sin padecer su obra de ese fallo típico donde una trama invade a la otra y consigue solapar sus principios narrativos y estilísticos.
Porque eso es lo que sucede: asesinato en un bote incluido. Toda la fatalidad y perturbadora fábula de amor obsesivo de Laurent y Thérèse se extrapola a "Bakjwi" durante un largo tramo y el vampirismo queda en un segundo plano; se suceden los mismos hechos: el buen encubrimiento del crimen, la caída en shock de la madre y la aparición de la culpa que comienza a destruir mental y emocionalmente a los protagonistas. Park deslumbra aquí con esa fascinante y abrumadora puesta en escena de alardes oníricos, se mete en las cabezas y los corazones de los enamorados y los tortura, los somete a pesadillas, los acerca a la muerte y la locura.
De vez en cuando, haciéndolo todo aún más bizarro, se nos echan encima algunos instantes de corte cómico-romántico que remiten a la cursilería de la infame "Crepúsculo", estrenada un año antes, que hasta al pobre Park influyó...(¿Tae-ju y Sang-hyun volando por la ciudad?, ¡venga ya!). Esta mezcolanza de tonos, de variaciones de ritmo, de ocurrencias sin sentido y de enfoques provoca al film caer en una incoherente deriva cuya dirección no sabe bien cual es, y ello unido al carácter cambiante, luego confuso, de los personajes, en especial Tae-ju, para quien el asunto del crimen ha significado una gran liberación emocional y sexual (en el caso de Sang-hyun otra condena más, irónicamente).
La 3.ª parte, como por arte de magia, regresa por entero al tema vampírico mientras sostiene la novela de Zola. Cometido el crimen, ahogados por la culpa, con la viuda perdiendo la cabeza a cada dos por tres y la madre de observadora muda, el sacerdote por fin convierte a la anterior en otra succionadora de sangre; es la secuencia a partir de la cual empezó el director todo este proyecto...y la que termina de cargarse la película. Se nota que Ok-bin Kim disfruta de este absurdo disparate y expone a la perfección las diferentes fases de su personaje (de mujer adulta silenciosa a joven enérgica y vital y a niña inconsciente y caprichosa).
Ella sí, pero para el espectador es un suplicio de ocurrencias excesivas y surrealistas; la pareja, cuya sed de sangre no sirve para unirles, se apunta a la cacería humana y con ello a su completa degeneración física, espiritual y mental, donde todo es efectismo gratuito y escenas donde el humor pasa de retorcido a ridículo.
Pero al menos se concluirá de forma magistral al borde de ese acantilado donde preparan su final cuando le vuelven a Sang-hyun la moral y humanidad que ya había perdido completamente; y al ser el veneno original de la novela lo que aquí les alimenta, nada mejor que ese abrazo ante el sol, una versión fatal del final de "I'm a Cyborg", que tanto purifica como destruye.
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