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Críticas 1.021
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
6
8 de julio de 2021 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Oliver! (1968) es un musical británico que fue ganador del Oscar a mejor película. Basado en la novela decimonónica de Charles Dickens, cuenta la historia de un huérfano que llega a Londres y es adoptado por un grupo de pequeños delincuentes. Dirigido por Carol Reed.

Por Nicolás Bianchi

La búsqueda de Reed en Oliver! transita por el carril del entretenimiento familiar, con personajes, sean héroes o villanos, delineados como caricaturas amables en un ambiente controlado bajo el aura del supuesto protagonista, un niño huérfano que lo único que busca es un hogar en el que lo traten con afecto. No es Oliver justamente quien controla su destino sino que se trata de alguien que es llevado por los hechos y las personas que lo rodean.

La película es una versión cinematográfica de un musical para teatro, que a su vez adapta la obra literaria de Dickens, que originalmente la escribió en el formato de novela por entregas para ser publicada en una revista entre 1837 y 1839. La estructura episódica sobrevive a las múltiples interpretaciones de la narración original y lo que vive Oliver tiene la forma de una aventura, con capítulos que se abren y se cierran dentro de la misma película.

Todo comienza en un orfanato en el que los niños viven como presos. El deseo que los atraviesa es el de comer algo que no sea un plato de un engrudo viscoso. Por alguna actitud que es interpretada como un problema de conducta, Oliver (Mark Lester) es entregado a una familia de sepultureros en Londres, de la cual se escapa para comenzar la verdadera aventura que narra la película.

Oliver es adoptado por un grupo de pequeños ladrones que constituyen los personajes más atractivos de la película. Fagin (Ron Moody) es una suerte de tutor de los pequeños ladronzuelos ya que los cuida, les enseña las ‘artes del oficio’ pero también los reprende. Nancy (Shani Wallis), camarera en una fonda, y The Artful Dodger (Jack Wild), un niño de la misma edad que Oliver y con gran talento para ser carterista, completan el grupo de nuevos amigos del protagonista.

El villano es Bill Sikes (Oliver Reed), un ladrón un tanto más pesado, que tiene una obsesión material más desarrollada y está dispuesto a llegar mucho más lejos que los demás para conseguir lo que busca. De alguna manera Fagin y los demás son sobrevivientes, mientras que Sikes es un criminal más profesional, no tanto por sus métodos sino por sus fines.

Oliver! integra varios diálogos de modo musical, por lo que por momentos se convierte en una película por completo coreográfica. En contadas y muy precisas ocasiones recurre al drama, aunque siempre con un propósito funcional, porque lo necesita para que la historia se desarrolle. Los principales números de la película son multitudinarios, están filmados con prolijidad y hasta con belleza. Primero los huérfanos, luego los ladrones, más tarde los trabajadores de distintos oficios de Londres en una mañana cualquiera, todos tienen su número. El personaje de Oliver es un medio para conocer un mundo, por más que su trayectoria personal defina a la película. Se trata de un niño que busca contención en un ambiente que en principio luce clausurado y compacto, donde la explotación o el delito son los únicos caminos posibles.

Está disponible en Google Play Movies y Movistar Play. Contacto: [email protected].
24 de junio de 2021 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Censor (2021) es una película británica de suspenso y terror dirigida por la galesa Prano Bailey-Bond. En los años 80 una mujer que trabaja en el ente de clasificación de películas comienza a perder la posibilidad de distinguir la ficción de la realidad. Sólido trabajo estético con espíritu de época.

Por Nicolás Bianchi

En las calles la policía reprime manifestaciones, Margaret Thatcher es una figura ascendente, los trabajadores pierden poder adquisitivo y derechos mientras en el mundo del cine el boom del vídeo se expande y coloca una videocasetera en cada hogar. Al mismo tiempo, florecen las producciones de terror de bajo presupuesto, que salpican de sangre y entrañas a sus espectadores. En ese recorte de los años 80 sucede Censor, que justamente tiene como protagonista a una mujer que decide qué se puede ver y qué no.

Enid (Niamh Algar) ve a diario cintas de terror y su trabajo es clasificarlas o recortarlas si fuera necesario. Su trabajo es gris y su vida rutinaria. Sus padres, en un día cualquiera, le comentan que ya iniciaron los trámites para que se declare muerta a su hermana desaparecida hace unos años, cuando ingresó a un bosque junto con Enid en un episodio que no puede recordar del todo bien. Al mismo tiempo las noticias hablan de un ‘asesino amnésico’ que es un consumidor avezado de películas de terror. Una en particular, que Enid no recortó, parece haberlo alterado particularmente.

La censora, obsesionada por el paradero de su hermana, comienza a descender por un espiral de psicosis en el que los límites de la realidad aparecen borrosos. En una nueva película que Enid debe aprobar, descubre lo que entiende como pistas para resolver lo que sucedió hace tanto tiempo. Así es como comienza a sospechar del productor Doug Smart (Michael Smiley), un personaje estereotípico, libidinoso y excéntrico.

Censor juega con el uso de la primera persona en el relato, de manera tal que se construyen dos realidades, la que vive la protagonista y la que el espectador debe reconstruir. El mismo dispositivo se puede advertir en Saint Maud (2019), otra película de terror reciente y también una ópera prima de una directora británica. Censor contiene, a su vez, un ejercicio estético propio de alguien que quiere demostrar sus habilidades.

El film festeja, desde el inicio, los estallidos de sangre y los efectos especiales excesivos de los 80. Durante toda la película se combina, con cierto éxito, la estética de la época con otra más actual. Censor es, además de una película de terror, un relato de cine sobre cine. Bailey-Bond propone una narración dentro de otra, en un juego tanto narrativo como de estilos.

Por momentos el ejercicio le gana a la trama y no se logra un desarrollo interesante de ningún personaje que no sea la protagonista. De todos modos Censor conserva la expectativa de quien la ve porque es incierto hasta dónde puede llegar tanto la película como la protagonista. Las cintas de terror podrán corromper a las mentes pero solamente allí donde encuentren ya un terreno fértil para la locura.

La película se estrenó en el Festival de Sundance y está disponible online. Contacto: [email protected].
6 de junio de 2021 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
My fair lady (1964), dirigida por George Cukor, es un extenso drama musical ubicado en la Inglaterra de principios del siglo XX, en el que una vendedora de flores es tomada como pupila por un experto en lingüística que buscará formarla como una dama de la alta sociedad.

Por Nicolás Bianchi

El poeta romano Ovidio, nacido en el siglo I a.C., popularizó en Las Metamorfosis la historia del escultor griego Pigmalión, quien se enamoró de una estatua esculpida por el mismo a punto tal que ella cobró vida. Basado en ese relato antiguo el dramaturgo George Bernard Shaw escribió la obra Pigmalión en la primera década del siglo XX, en la que un profesor de lingüística y fonética, como aquel escultor, se obsesiona con una joven vendedora de flores que habla de forma vulgar.

De hecho My fair lady, que es una adaptación cinematográfica del escrito de Shaw, transcurre en 1912 en una Inglaterra en la que la división en clases es muy marcada. A la salida del teatro los ricos se mezclan con algunos pobres, como la vendedora de flores Eliza Doolittle (Audrey Hepburn). De manera icónica durante buena parte del siglo XX los personajes de vendedoras de flores son los que representan la mayor pobreza posible dentro del mundo de los trabajadores. Solo los mendigos están por debajo de ellas.

El profesor de lingüística Henry Higgins (Rex Harrison) toma como pupila a Eliza para moldearla como una dama de la alta sociedad. Así es como apuesta, contra su amigo el coronel Pickering (Wilfrid Hyde-White), que podrá convertir a la vendedora de flores en una mujer de modales refinados capaz de insertarse en un baile exclusivo en el que nadie advertirá su origen humilde.

Las rimas de las canciones que presenta My fair lady son ingeniosas y contribuyen a la construcción del mundo en el que se mueven los personajes. De la misma manera los cuadros musicales están interpretados con gracia en coreografías que no apuntan a la grandilocuencia sino a resaltar algunas características de los ricos y los pobres que se relacionan en la trama del film.

Sin embargo, las caracterizaciones que se pueden encontrar en la película están sumamente desfasadas con las sensibilidades actuales. Higgins es despectivo al tratar a Eliza cuando ella todavía se comporta como una trabajadora pobre, a pesar de una de las líneas centrales en el drama es la relación, de afecto pero no de amor, entre ambos personajes. A su vez, el padre de la protagonista, Alfred Doolittle (Stanley Holloway), es un obrero vago y borrachín que cuenta con un número musical en el que deja claro sus valores. Que las mujeres no te atrapen y que no tengas que trabajar, canta el personaje, mientras detrás de él desfilan las sufragistas, quienes peleaban en ese entonces por el derecho a votar. Si bien se marca la diferencia entre la holgazanería de Alfred y la rectitud de las mujeres también se podría interpretar algún componente de burla contra ellas.

El director Cukor, abiertamente homosexual, presenta una pareja gay no declarada en los personajes de Higgins y Pickering. Viven juntos, duermen en cuartos separados, y ambos se presentan orgullosos como solterones empedernidos. En otro cuadro musical, que hoy sería interpretado como misógino, Higgins abunda en las bondades de una vida fuera de la compañía, más allá de lo ocasional, de las mujeres. Dentro de los límites de la industria de Hollywood en aquel momento, Higgins y Pickering, refinados pero no amanerados, representan a una pareja homosexual.

My fair lady se extiende durante dos horas cincuenta minutos en las que lo más interesante se encuentra en los primeros dos tercios del film, antes del corte del entreacto. Eliza era pobre pero no desdichada. Cuando refina sus modales y se inserta en el mundo de la alta sociedad se convierte en una mujer bastante más triste. Su única opción parece ser el matrimonio, y por lo tanto la pérdida de cierta libertad de la que gozaba a pesar de las carencias materiales. Los viajes en taxis y los bombones de chocolate, ambas obsesiones del personaje, pueden ser cómodos y deliciosos pero apagan el brillo inocente en el rostro de la muchacha que con suma gracia encarnó Audrey Hepburn.
4 de junio de 2021 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El San Martín de Revolución: El cruce de los Andes (2010), interpretado por Rodrigo de la Serna, luce con ciertos valores propios (y deseables) para un líder del siglo XXI. La película se realizó y estrenó en el marco de los festejos por el Bicentenario de Argentina.

Por Nicolás Bianchi

Toda obra que tenga alguna pretensión histórica es también un reflejo del tiempo en que fue producida. No escapan de ellos ni los textos de divulgación, ni los académicos y mucho menos las películas, que más allá de proponer un viaje hacia el pasado lo hacen inevitablemente desde el presente. Por más que integra el panteón de próceres de la historia argentina no son muchas las versiones cinematográficas de San Martín. Las más relevantes son El Santo de la espada (1970), de Leopoldo Torre Nilsson, que rescata, incluso desde su título, el costado militar y heroico del personaje, y Revolución: El cruce de los Andes, realizada desde la óptica del gobierno presidido por Cristina Kirchner en torno a los festejos organizados por el Bicentenario.

La película, escrita y dirigida por Leandro Ipiña en lo que por ahora es su único largometraje, fue filmada íntegramente en la provincia de San Juan y contó con el apoyo de, además del gobierno de esa provincia, el INCAA, el Gobierno Nacional (a través de las unidades especialmente creadas para las celebraciones del Bicentenario), Canal Encuentro (Ministerio de Educación de la Nación) y la Universidad de San Martín (UNSAM) además de TVE (Televisión Española). Desde 2009, cuando se terminó de rodar, hasta su estreno comercial en 2011, la película fue objeto de distintos actos oficiales en los que participaron la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el titular del Sistema Nacional de Medios Tristán Bauer.

Es, por lo tanto, un intento de establecer una historia oficial. Desde ese punto de vista, el modelo de prócer que propone la película se encuentra más cerca de cómo se puede pensar en un líder político del siglo XXI que en alguien del 1800. San Martín lleva adelante una gesta heroica en la que los enemigos son presentados como más violentos y sangrientos que los patriotas. Sus principales valores no están vinculados a lo marcial sino a lo humano. La interpretación de Rodrigo de la Serna muestra a un hombre inteligente, clemente y sensible.

El film está contado desde el punto de vista del escudero Corvalán (Juan Ciancio), un adolescente quinceañero que se emplea como amanuense del general San Martín en el momento previo a comenzar la campaña del cruce de Los Andes. En un primer contrapunto entre la familia del chico y San Martín empiezan a despuntar algunas de las características del personaje. Los Corvalán son una familia pudiente de Mendoza, cuyo padre se queja de que perdió tierras y esclavos por las necesidades de la campaña independentista. Cuando el joven se presenta dice de quién es hijo pero San Martín lo interrumpe y afirma que no importa porque lo único que vale es el mérito.

El igualitarismo es uno de los valores que se resaltan del prócer, que en otra escena juega al ajedrez con un soldado del regimiento de afrodescendientes. La película es meticulosa en presentar a la campaña como una gesta “de todos”, una expresión más del presente que del siglo XIX. Antes de la escena de la batalla de Chacabuco, en lo que es el clímax de la película, mientras San Martín da la arenga final, hay tres primeros planos que no van con el protagonista. Uno es para un soldado negro, el otro enfoca a uno de rasgos aindiados y el último se queda con un criollo.

Además, en distintos momentos de la película San Martín es mostrado dentro de una tienda de campaña impartiendo órdenes a otros generales. Es un líder inteligente y cerebral. Por último, mientras los españoles, en el film, son responsables de empalamientos, violaciones y otras atrocidades, San Martín es clemente. Cuando se enfrenta a la traición de alguien que integraba su regimiento le perdona la vida. Luego, al tener que matar a un enemigo en un enfrentamiento la cámara se queda con el rostro del personaje, que transmite que esa acción es un deber inevitable. San Martín pulsa el gatillo de su pistolón con una mueca de pesar, acción que en el marco de una guerra eleva su condición humana.

Revolución sí mantiene la grandilocuencia al mostrar al personaje frente a la cordillera, tan inmensa como su obra. Se trata de una gesta heroica e histórica, pero en la que se resaltan los valores igualitarios y humanos del presente de la película. San Martín aquí no es un santo ni mucho menos alguien obsesionado por la espada, sino un líder cabal, inteligente y, sobre todo, humano. Es el padre que concibe a la patria como un espacio de igualdad.
27 de mayo de 2021 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La comedia Drunk bus (2020), dirigida por John Carlucci y Brandon LaGanke, tiene como protagonista a un joven deprimido que trabaja como chofer de autobús en el turno nocturno de un pueblo universitario. Su rutina se ve alterada a partir de que es agredido en una de sus rondas.

Por Nicolás Bianchi

Con bastante de la lógica de las películas de bucle temporal, con algo de buddy movie y bastante de comedia romántica, Drunk bus lleva adelante un relato que tiene como principal valor una galería de personajes que resultan, todos, estimables. También se presentan un puñado de gags, alguno escatológico realmente certero, y un desarrollo algo divagante que se va por las ramas por lo que complica un cierre que, de todas maneras, resulta efectivo.

El protagonista del film es Michael (Charlie Tahan, de la serie Ozark), un joven recién graduado que continúa trabajando como chofer de autobús en el turno nocturno del servicio de Kent, un pueblo universitario de Ohio. De hecho, el nombre del recorrido es ‘Campus Loop’, lo que marca tanto la reiteración como las características de los viajeros, en su mayoría jóvenes borrachos que van y vienen entre bares y fiestas.

Michael está deprimido y atrapado en una vida rutinaria después de que su novia de toda la vida lo dejó para irse a vivir a New York. En las rondas nocturnas en el autobús se repiten una serie de personajes y situaciones. Durante un buen tramo del recorrido el protagonista es acompañado por sus amigos Justin (Tonatiuh), un muchacho gay que todavía no se declaró ante su familia, y Kat (Kara Hayward), quien mira con buenos ojos a Michael a pesar de que él sigue detenido en la tristeza que supone la ruptura con su novia. También, inevitablemente, el chofer debe lidiar con algún joven pasado de alcohol, lo que una noche deriva en una agresión y un ojo morado para Michael.

Al día siguiente la compañía le asigna un guardia para que lo acompañe en los recorridos. Se trata de Pineapple (Pineapple Tangaroa), un ancho samoano con la cara tatuada y múltiples piercings cuyo aspecto impone cierto respeto. Entre ambos personajes surge una relación de amistad entre opuestos, el tímido protagonista y el desenfadado seguridad. Pineapple lo incita a Michael a que pierda sus miedos y limitaciones para que se anime, ya sea a enfrentar a otro joven que lo molesta como a tomar la decisión de comenzar a olvidar a su ex novia, quien le anuncia que va a volver a Kent por unos días.

En principio Drunk bus tiene el tono de una comedia romántica en la que un personaje deprimido, Michael, busca reconectar con su ex novia, pero luego transcurre por distintas situaciones dejando en claro que la principal situación a resolver es el encierro del protagonista en una vida insatisfactoria. En el desarrollo el film da la sensación de perder un tanto el norte, aunque luego, cuando empieza a cerrar las situaciones que se abrieron, retoma cierto orden narrativo.

Es probable que a la película le sobren un par de ideas ya que luce como si los directores hubieran querido explorar muchas variantes del género cómico en solo 100 minutos. Si bien no todos los detalles están ajustados, el corazón del film está en un puñado de buenos personajes y otro de gags, que se presentan en las recorridas nocturnas de un joven tristón que necesita que su vida dé un giro.
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