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Críticas de Juan Marey
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Críticas 629
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
15 de enero de 2024
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Era el año 1949 y ya habían transcurrido cuatro años desde el final de la contienda mundial, convencido estaba Louis B. Mayer de que el público de la época no quería más películas de guerra, pero Isadore “Dore” Schary, nuevo productor en jefe de la Metro Goldwyn Mayer, derivado de la RKO, de la que se había marchado recientemente, tenía una concepción totalmente distinta. Por lo visto Mayer, siempre tan majo, recelaba de Schary y le facilitó llevar la historia a cabo esperando precisamente que se estrellara con ella, de modo que su posición quedara debilitada, de hecho el proyecto se conocía en los estudios como “Schary`s folly”, la locura de Schary, pero el productor, que era muy listo, lo sacó adelante con éxito de público y crítica, obtuvo seis nominaciones y dos Óscars y encima dio por primera vez con un director genial, William Wellman, que le ahorró 100.000 dólares sobre el presupuesto, 20 días de rodaje sobre el plan, le dejó una taquilla que quintuplicó lo invertido y se convirtió en un amigo íntimo de cuya profesionalidad aprovecharse -no sé si en el sentido malévolo del término- por unos años.

La película intenta retratar uno de los acontecimientos más difíciles de la II Guerra Mundial, la contraofensiva de Las Ardenas, y en especial los sucesos ocurridos en Bastogne, que pasaron a la historia de los conflictos bélicos por su dureza y por el sacrificio que realizó especialmente la 101ª División Aerotransportada. La película cuenta la historia de unos don Nadie, de unas personas que jamás pasarán a la historia y de las que nadie se acordará en el futuro, personas que no tienen importancia para los historiadores, pero sí para sus familiares y allegados, es la historia de los soldados anónimos que lucharon en el frente que sólo buscaban sobrevivir y terminar lo antes posible para retornar a sus hogares; buscando la sencillez Wellman consigue la grandeza de una gran película basada más en los valores humanos que en los halagos a las ideologías del poder estadounidense. Los entendidos dicen que tanto el desarrollo de los acontecimientos históricos como la tramoya bélica es especialmente certera y respetuosa con la realidad, se nota mucho el compromiso que Wellman sentía por respetar no solo los hechos sino también las habituales quejas, incomodidades y pequeñas miserias cotidianas que tiene que vivir la soldadesca.

Wellman se acerca a una postura antibelicista, no obstante su perspectiva no pretende ni exaltar ni criticar, solo ofrecer un retrato realista de la intimidad de combatientes que se igualan en su sacrificio, en su miedo, en la desesperanza y en la imposibilidad que les genera un espacio que no pueden abandonar. A parte de las cuestiones psicológicas, la película también ahonda en las condiciones físicas que se generan como consecuencia del cansancio y de la escasez de recursos, la guerra vista por Wellman se desarrolla desde la crudeza y la intimidad, humanizando al soldado en su acercamiento al espectador, para que este observe en la pantalla el sufrimiento, el frío, las trincheras (que a veces se convierten en tumbas), el hambre, la desorientación o la muerte, que se produce en el anonimato de un entorno helado. Pero, además, “Fuego en la nieve” ofrece pequeños detalles que desvelan el padecimiento de la población: huérfanos de guerra, viviendas reducidas a escombros, un hospital donde las enfermeras nada pueden hacer por los heridos o una mujer que hurga en los contenedores de basura en busca de algún resto que llevarse a la boca, pues la hambruna, la miseria y la muerte, que nacen de las guerras, no distinguen entre civiles y soldados, condenando a todos a sufrir sus estragos

Una de las mejores películas de guerra jamás realizadas, una película en la que hay acción, es cierto, y movimientos estratégicos, interés histórico y todo eso que uno espera de un buen bélico, pero lo que hace que se nos quede dentro es sin duda lo que le ocurre a cada uno de los soldados, individualmente, nos muestra a sus personajes no como héroes sino como seres humanos reales cuya única aspiración es sobrevivir al infierno, sin grandes ideales ni discursos patrióticos pero con una dignidad que pocas películas de guerra consiguen.
Juan Marey
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9
14 de enero de 2024
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Hay muchos pioneros de la época del cine mudo que contribuyeron en gran medida a la historia del cine con su dominio del arte cinematográfico, uno de los más grandes es sin duda Griffith, un genio que sentó las bases del relato cinematográfico. Griffith prodigó obras maestras en la mayor parte de su carrera, pero sigue habiendo reticencia a ponderar cuanto el director rodó después del armisticio, es algo común hablar de declive a propósito de la última etapa de Griffith, para refutarlo está esta bella y conmovedora película, “Isn’t Life Wonderful”, que en España recibió un título afortunado: “La aurora de la dicha”, ambos títulos, el inglés y el español, encaminan al espectador hacia una conclusión esperanzadora, luego de compartir el avatar de una familia de emigrados polacos que subsisten a duras penas en el afligido Berlín de los años de la Weimar.

Después de la Gran Guerra, era inimaginable que un cineasta se atreviera a producir una historia por la que transitan hambre, pobreza, desempleo, disturbios, hiperinflación y desarraigos masivos, en los primeros años 20 muchos directores, con independencia de su prestigio, fueron empujados a rodar divertimentos, películas ligeras destinadas a un mercado global y dirigidas a un público cuyos gustos habían cambiado, lo mismo que las sociedades a las que pertenecían, Grifftih pudo haber desafiado esa inercia, apoyado en la autoridad que emanaba de su figura, pero la realidad era otra: el director arrastraba una deuda millonaria, su influencia había decrecido y las películas que le habían dado fama quedaban prematuramente atrás (solo seguía dando dinero “El nacimiento de una nación”), por añadidura, su posición dentro de la industria empezaba a tambalearse como consecuencia de varios fracasos, el último de los cuales era la superproducción “America”, en este contexto, rescatar fondos y partir hacia Alemania para rodar una historia de supervivencia protagonizada por europeos al borde de la inanición solo puede calificarse de suicida, una especie de huida hacia adelante que afortunadamente le salió bien creando una pequeña joya del séptimo arte.

Situada en la Alemania devastada tras el armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial, la película se centra en la lucha por la supervivencia de una familia de refugiados polacos que son trasladados a Berlín, una ciudad asolada por el hambre, la miseria y la falta de trabajo, y es justamente ese tono alejado del gran melodrama y centrado en los pequeños detalles que describen la dura cotidianidad de la familia protagonista, lo que confiere su mayor atractivo a la película. Griffith no está interesado en plasmar las causas de la situación de pobreza del momento histórico, sino que concentra su mirada en las consecuencias de ésta sobre la familia protagonista, únicamente dos breves referencias a los responsables de la debacle: la primera, sobre un plano general del campo de batalla en el que, tras mostrar a los soldados en el frente, se menciona a “los autócratas que gobiernan” y a “los especuladores que se enriquecen” como a los grandes beneficiarios de la guerra, la segunda, poco después, con la iconoclasta imagen de la abuela de la familia (Helen Lowell) rasgando un retrato del emperador Guillermo II.

Griffith desplazó a Alemania una unidad de rodaje de la que formaban parte tres de sus actores: Puglia, Dempster y Hamilton, por este último sabemos que el director llegó a Berlín guiado por un afán de autenticidad que se transmite a las imágenes del filme, una poderosa aleación de ficción y documental, ambos dispositivos convergen en las escenas del distrito de Köpenick, donde se larva una violencia personificada en obreros de rostros demacrados y ojos hundidos, al acecho de potenciales víctimas, casi desde el inicio, Griffith crea un suspense en los intertítulos, donde se anuncia que los lobos hambrientos van a cruzarse con el destino de nuestros protagonistas. Pero con buen criterio (y esta es otra de las muchas virtudes que atesora la película) los proletarios no son presentados como delincuentes en potencia, Griffith describe a los berlineses como desdichados que sufren en sus carnes y en las de sus esposas e hijos, las mismas privaciones que atormentan a la familia exiliada, todos son víctimas, la guerra los ha igualado, y si algunos terminan delinquiendo es por desesperación y hambre.

Una excelente película que nos habla del mundo de ayer, de emociones pasadas, de un humanismo olvidado, pero a la vez, con sutil poesía, nos devuelve al seno de tragedias recurrentes, que tarde o temprano por desgracia volveremos a enfrentar. Una pequeña gran película
Juan Marey
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8
13 de enero de 2024
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“Almas en la Hoguera” está dirigida por Henry King (1886-1982), un polifacético director estadounidense, de los pocos que logró brillar tanto en el cine mudo como en el sonoro, un artesano en el buen sentido de la palabra, un tipo que trabajaba por encargo y que aunque no siempre conseguía destacar, sí tiene un buen puñado de excelentes película, "Almas en la hoguera" es una de ellas. La acción nos sitúa en una base aérea de la 8ª Fuerza Aerea de EEUU en Inglaterra, la escuadrilla de bombarderos 918ª, una unidad que lleva varias semanas combatiendo y a la que las fuertes bajas han minado la moral de combate, para sustituir al agotado comandante de la 918ª se nombra al general Frank Savage, un espléndido Gregory Peck, quien decide aplicar una férrea disciplina para restaurar la moral de la tropa.

Por una vez, un título traducido, como es “Almas en la hoguera” resulta mas apropiado para captar la esencia de la historia que el título original. La película, en vez de describir los combates aéreos, centra su atención en la lucha interna de los pilotos sometidos a la tensión del combate y la angustia extrema que supone arriesgar la vida a cada momento, las almas de esos aviadores están siendo consumidas en la hoguera de la guerra hasta el punto de atormentar sus espíritus, en ese aspecto, el desarrollo del guion es sobresaliente, presentando a la perfección los distintos puntos de vista del mando y los combatientes. Es bastante fiel a lo que era la vida “normal” para las escuadrillas de B-17 norteamericanos que bombardearon Alemania, y enfatizo lo de “normal” porque casi no se ven escenas de combate, sólo al final y, como se indica al principio de la cinta, corresponden a escenas de combate real filmadas bien por los norteamericanos o por los alemanes. Otra cosa que sorprende de esta película es que no hay ningún romance y las únicas féminas que salen son las chicas de servicios auxiliares que reparten café a los pilotos y la enfermera del hospital, insertar romances en las películas bélicas era y es algo bastante típico, aunque dichos romances sean superfluos y no aporten nada a la trama principal, pero aquí brillan por su ausencia y eso que el actor principal es Gregory Peck y la película dura más de dos horas.

Probablemente, ésta sea una de las mejores películas de guerra aérea que se han hecho nunca, pero también, mucho más allá de los usos y costumbres del género, nos habla con enorme sabiduría de conflictos internos, de personalidades rotas, de hundimientos y depresiones en el siempre difícil interior de los seres humanos. Una película menos conocida que otras del género bélico de la Segunda GM, pero que ha envejecido la mar de bien, su factura es muy, pero que muy correcta y ahonda en el perfil psicológico del combatiente, más allá de heroísmos estériles, algo que de por sí, la hace interesante y recomendable.
Juan Marey
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8
12 de enero de 2024
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Los aficionados al cine demasiado jóvenes quizá crean que Clint Eastwood fue el primero en tratar en la gran pantalla la toma de la isla de Iwo Jima, con la célebre imagen de la izada de la bandera, pero lo cierto es que en la película que hoy nos ocupa, “Arenas sangrientas”, no sólo aparece ya la emblemática imagen, sino que participaron tres auténticos soldados protagonistas de ese hecho, añadiéndose metraje de auténticas acciones bélicas, incluida la toma de la isla entre polvo, humo y ceniza, y el fuego de los lanzallamas. La extinta “Republic” vio un pelotazo en este proyecto, fue su productor quien decidió llevarlo a cabo recordando haber visto en un diario americano a esos héroes de Iwo Jima con la ya mítica foto, se pusieron entonces manos a la obra, con un guion que concluyera con la batalla de Iwo Jima y la mítica imagen como única obligación, bueno, con otra obligación más, contar con John Wayne en el proyecto.

"Arenas sangrientas" es una película de propaganda de la II Guerra Mundial con todas las de la ley y algunos la seguirán criticando por eso, ser puro cine propagandístico de entretenimiento, pero cuando este se hace con tan buen tino, uno tiene que rendirse y aplaudirla. El film de Dwan ofrece algunas de las páginas más brillantes del género, y destila en su aparente visión triunfalista, una nada solapada mirada amarga hacia unos seres a los que la vivencia de la guerra no hace más que reflejar en algunos casos un fracaso existencial, y en otros una desesperada mirada hacia delante a la hora de intentar buscar un sentido a sus vidas. En su conjunto la película es una destacada muestra que logra ofrecer un final ambiguo e impactante en su contraposición de elementos, tomando como base el célebre desembarco y la implantación de la bandera norteamericana en Iwo Jima, la evocación de este hecho no es más que la excusa para un clásico relato de aprendizaje bélico, que cierto es que en su primera media hora acusa una cierta rutina, pero es un fragmento que servirá para la descripción inicial de los personajes que forman el comando que dirige el sargento Stryker -un espléndido John Wayne, que ya empezaba a demostrar en aquellos años su progresiva madurez como intérprete-, un hombre de gran dureza, que lleva consigo la amargura de haber sido abandonado en un pasado más o menos cercano por su mujer, acompañada por su hijo pequeño.

La galería de personajes no puede decirse que difiera mucho de la de tantos y tantos productos bélicos, y en la parte inicial las convenciones la verdad es que no dejan definir un conjunto lo suficientemente atractivo, pero a partir de ese fragmento inicial la película eleva exponencialmente su grado de interés, llegando a la asombrosa secuencia del desembarco y la dura resistencia al ataque japonés, logrando mostrar un auténtico infierno bélico, y alcanzando un grado de verismo y horror pocas veces igualado en el género. Es indudable que secuencias como estas, o las que proseguirán en el desarrollo de la película, supusieron una auténtica avanzadilla a la hora de mostrar otra realidad más cercana en la visión cinematográfica del relato bélico, una tendencia que muy pronto retomarían realizadores como Samuel Fuller, y que tiene en los momentos más intensos del relato un referente realmente envidiable.

Todo un clásico del cine bélico de los años cuarenta que seguro hará las delicias de los amantes del género.
Juan Marey
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7
10 de enero de 2024
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Edwin L. Marin (1.899 – 1.951) fue un director especialmente adscrito al western, lo cierto es que mi escaso acercamiento a su obra me impide una valoración certera de la misma, aunque si he de hacerlo a partir de esta película tendría que señalar que nos encontramos con un director competente y dotado con ocasionales destellos de inventiva cinematográfica, un profesional aplicado y capaz de “cocinar” una apreciable película cine negro e incluso de configurar algunas secuencias y episodios de cierta intensidad. Nos encontramos ante un relato insertado dentro del noir con matices románticos, destinado al protagonismo de un simplemente eficaz George Raft, una película de clara serie B que se contempla con sumo agrado, aunque la verdad uno se podría imaginar lo que hubiera dado de sí la adaptación de esta obra de Charles Gordon Booth, transformada en guion de la mano de Steve Fisker, no solo en manos de un maestro como Jacques Tourneur o un cineasta capaz de tensar atmósferas opresivas como fue Edward Dmytryk, sino incluso evocando los nombres de los geniales Mark Robson o Robert Wise.

Vamos al meollo de la cuestión: En medio de la intensidad de una niebla nocturna, el capitán Johnny Angel (George Raft) descubre desde su barco la presencia de otro buque, al que accederá junto con algunos componentes de su tribulación, comprobarán que se encuentra desierto y atisbará la presencia de señales de sangre y de violencia y, para más desolación por parte de Angel, la certeza de la muerte de su progenitor que. para más inri, era capitán de dicho barco. El traslado del buque al puerto de Nueva Orleans será el inicio de una alambicada peripecia iniciada con el deseo de investigar de Johnny y la presencia de una joven que fue testigo privilegiado de la misteriosa situación, ella será Paulette (Signe Hasso). A partir de dichos mimbres se desarrolla un argumento arquetípico dentro del género que en su conjunto define un producto más que apreciable, con una notable y contrastada fotografía en blanco y negro de Harry J. Wild.

Si se pusiera a Humphrey Bogart en el papel principal, seguramente sería recordada como un verdadero clásico, con George Raft como protagonista, no es ningún clásico, por supuesto, pero aún así, es una más que atrayente muestra de cine negro. Raft, aunque sin duda era un actor limitado, tenía una presencia sólida y, en ocasiones, era innegablemente eficaz a pesar de sus limitaciones obvias. Está en su mejor momento cuando le piden que sea duro e implacable, tiene sus limitaciones durante esas escenas en las que se le exige que sea intrigante o reflexivo, decir una cosa mientras se piensa otra, digamos que no le gustan mucho los matices, esto sin duda perjudica a la película, especialmente en la segunda mitad, donde nosotros como espectadores necesitaríamos sentir su creciente indignación, impaciencia y sed de venganza, pero Raft está mucho más inspirado durante la primera parte y, de hecho, registra verdadero dolor y arrepentimiento por la muerte de su padre mientras deambula por el barco supuestamente desierto, además, en su búsqueda para encontrar al asesino, se muestra a Raft con sus mejores registros.

Una más que interesante película en la que todo es realmente negro, muy negro... Todos habitan un mundo cerrado, donde incluso los idilios apestan a claustrofobia y obsesión, los hombres luchan contra las imponentes sombras de sus padres, las mujeres son peligrosamente enigmáticas, y los muelles de Nueva Orleans brillan bajo la luz difusa de una sola farola. ¿Quieres cine negro? Esto es cine negro.
Juan Marey
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