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5,9
3.337
8
12 de julio de 2010
12 de julio de 2010
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es difícil hacerle una crítica a una película a la cual, para empezar, es casi imposible hacerle una sinopsis sin revelar detalles que, en mi opinión, es mejor que cada uno vaya descubriendo al verla. “The Limits of Control” es una de esas películas, en las que aparentemente nada pasa, en las que la narrativa se asume de una manera totalmente distinta a la tradicional, y de la cual no podemos esperar un resultado que nos deje totalmente satisfechos y que responda todas nuestras preguntas.
Es la historia, a grandes rasgos, de un hombre en una misión de la cual no sabemos nada por España, que se encuentra con distintos personajes (destaca el de la diosa terrenal Tilda Swinton) que lo van guiando hacia un objetivo final. Su director la describió como “una película de acción sin acción” y es precisamente eso. Tiene los elementos para mantenernos intrigados, para hacer giros de historia, para revelarnos cosas con el tiempo, pero no lo hace. Asume un camino inesperado que termina teniendo valor por sí mismo, sin necesidad de un cierre que le de significado a la película. El final sí nos aclara ciertas cosas, eso sí (o mejor, nos da pistas para saber de qué manera interpretar lo que hemos visto), pero no tanto como algunos quisieran.
Tiene un ritmo supremamente lento, muy poco diálogo, y tiende a ser repetitiva. Pero es precisamente esa repetición la que le da un sabor especial y la que atrapa al espectador, y lo que en últimas, cuando se quiebre, dará una sensación de desenlace a la cinta.
Algunos espectadores encontrarán placer en otros elementos de la película. En sí, sin tener en cuenta el guión, tiene un gran valor artístico, visual y sonoro. Filmada en distintos lugares de España, tiene tomas desde varios ángulos que son realmente bellas, y una música que no podría acompañarlas mejor.
Es sencillo calificarla de “pretenciosa”, y algunos elementos de ella parecían tratar convencerme de adjetivizarla de tal manera, pero la madurez y el estilo que emana son cosas que me cautivaron y que me aseguraron que estaba ante la presencia de algo distinto, una película como ninguna otra que hubiera visto recientemente.
Al terminar de verla tuve que quedarme un rato pensando, incluso repetí el diálogo final para exprimir lo más que pudiera de él, y luego me sumergí en los foros de internet a leer una gran cantidad de interpretaciones y significados que gente de todo el mundo le había dado. En últimas concluí que es una oda a la imaginación, a las películas, al arte, a la ciencia, a la música, al baile, a la libertad. No es realista, es verdad, pero no tiene por qué serlo, por eso mismo el cine es arte, puede tomarse las licencias artísticas que quiera.
(Sigue en "spoiler" sin spoiler)
Es la historia, a grandes rasgos, de un hombre en una misión de la cual no sabemos nada por España, que se encuentra con distintos personajes (destaca el de la diosa terrenal Tilda Swinton) que lo van guiando hacia un objetivo final. Su director la describió como “una película de acción sin acción” y es precisamente eso. Tiene los elementos para mantenernos intrigados, para hacer giros de historia, para revelarnos cosas con el tiempo, pero no lo hace. Asume un camino inesperado que termina teniendo valor por sí mismo, sin necesidad de un cierre que le de significado a la película. El final sí nos aclara ciertas cosas, eso sí (o mejor, nos da pistas para saber de qué manera interpretar lo que hemos visto), pero no tanto como algunos quisieran.
Tiene un ritmo supremamente lento, muy poco diálogo, y tiende a ser repetitiva. Pero es precisamente esa repetición la que le da un sabor especial y la que atrapa al espectador, y lo que en últimas, cuando se quiebre, dará una sensación de desenlace a la cinta.
Algunos espectadores encontrarán placer en otros elementos de la película. En sí, sin tener en cuenta el guión, tiene un gran valor artístico, visual y sonoro. Filmada en distintos lugares de España, tiene tomas desde varios ángulos que son realmente bellas, y una música que no podría acompañarlas mejor.
Es sencillo calificarla de “pretenciosa”, y algunos elementos de ella parecían tratar convencerme de adjetivizarla de tal manera, pero la madurez y el estilo que emana son cosas que me cautivaron y que me aseguraron que estaba ante la presencia de algo distinto, una película como ninguna otra que hubiera visto recientemente.
Al terminar de verla tuve que quedarme un rato pensando, incluso repetí el diálogo final para exprimir lo más que pudiera de él, y luego me sumergí en los foros de internet a leer una gran cantidad de interpretaciones y significados que gente de todo el mundo le había dado. En últimas concluí que es una oda a la imaginación, a las películas, al arte, a la ciencia, a la música, al baile, a la libertad. No es realista, es verdad, pero no tiene por qué serlo, por eso mismo el cine es arte, puede tomarse las licencias artísticas que quiera.
(Sigue en "spoiler" sin spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Es una película que recomiendo mucho, y que propongo ver a sabiendas que será toda una experiencia, no del tipo que nos dio la grandiosa Avatar; otra clase de experiencia que se que debo ver de nuevo. Está abierta a interpretaciones, y tuve que leer en la red sobre ella para entenderla y para apreciarla mejor, pero bueno, esa es una de las virtudes de esta época de la internet.
4
5 de junio de 2010
5 de junio de 2010
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La idea suena magnífica. Juntar diez directores distintos y hacer una antología de cortometrajes sobre historias de Nueva York. Parece sacado de un sueño de Woody Allen. Pero lo que funcionó (con sus altos y bajos, pero funcionó) en “Paris, Je T’Aime” acá pierde completamente el brillo. Y no creo que sea por la maldición que condena a todas las segundas partes a ser malas, pues para empezar no es una segunda parte; ni porque Nueva York sea menos atractiva que París: ambas ciudades son encantadoras (o al menos parecen serlo en pantalla, no he pisado ninguna). La mezcla de historias que ofrece este compilado neoyorquino deriva en unos intentos de cada director por hacer un cortometraje más artístico que los otros, y al final parecemos estar presenciando una batalla de los egos que termina en desastre irreparable.
Mientras “Paris, Je T’Aime” agrupó a directores en cuyas hojas de vida combinadas relucen películas como “Y tu mamá también”, “A Nightmare on Elm Street” (la original), “Fargo” y “Elephant”, el lineup que reúne “New York, I Love You” se queda corto, y encierra una decena de directores prácticamente desconocidos en la que resaltan únicamente los nombres de Joshua Marston (Maria Full of Grace) y Brett Ratner (Dragón Rojo). Quizás hubiera sido provechoso, como se hizo en París, conseguir directores más variados, que se supiera que iban a tener acercamientos distintos al tema del amor. Un director de suspenso, uno de comedias. Pero lo que nos ofrecen casi todos en New York es un acercamiento psicológico a los personajes, envueltos en historias sobre diferencias raciales, de edad, y de desamor.
Destacan los segmenots de Shunji Iwai, con Orlando Bloom, que cuenta la historia de un compositor que debe entregar una canción de determinada forma; Brett Ratner, con la Gossip Girl Blake Lively, sobre un joven que no tiene pareja para su fiesta de prom; Shekhar Kapur, con Shia LaBeouf, más por la belleza de las tomas que por la historia en sí; y Joshua Marston, sobre dos ancianos que pelean siempre por lo mismo.
Es, después de todo, una película con sus pedacitos salvables, pero que como conjunto simplemente no conecta y parece más una confusa unión de cortometrajes que quisieran haber sido largometrajes.
Mientras “Paris, Je T’Aime” agrupó a directores en cuyas hojas de vida combinadas relucen películas como “Y tu mamá también”, “A Nightmare on Elm Street” (la original), “Fargo” y “Elephant”, el lineup que reúne “New York, I Love You” se queda corto, y encierra una decena de directores prácticamente desconocidos en la que resaltan únicamente los nombres de Joshua Marston (Maria Full of Grace) y Brett Ratner (Dragón Rojo). Quizás hubiera sido provechoso, como se hizo en París, conseguir directores más variados, que se supiera que iban a tener acercamientos distintos al tema del amor. Un director de suspenso, uno de comedias. Pero lo que nos ofrecen casi todos en New York es un acercamiento psicológico a los personajes, envueltos en historias sobre diferencias raciales, de edad, y de desamor.
Destacan los segmenots de Shunji Iwai, con Orlando Bloom, que cuenta la historia de un compositor que debe entregar una canción de determinada forma; Brett Ratner, con la Gossip Girl Blake Lively, sobre un joven que no tiene pareja para su fiesta de prom; Shekhar Kapur, con Shia LaBeouf, más por la belleza de las tomas que por la historia en sí; y Joshua Marston, sobre dos ancianos que pelean siempre por lo mismo.
Es, después de todo, una película con sus pedacitos salvables, pero que como conjunto simplemente no conecta y parece más una confusa unión de cortometrajes que quisieran haber sido largometrajes.
8
8 de marzo de 2017
8 de marzo de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
http://filmicas.com
Un recorrido adentrándose en las montañas de Boyacá da inicio a “Señorita María”, un viaje en primera persona donde, al final, se encuentra una mujer de espaldas, el final de nuestro camino y el inicio de la historia. Así fue como Rubén Mendoza encontró por primera vez a la señorita María, a un lado de la carretera en el pueblo de Boavita, Boyacá. Durante dos años, se acercó a una mujer recluida y esquiva, envuelta sobre sí misma, y la fue deshojando poco a poco con cámara en mano.
La señorita María Luisa fue identificada por otros como hombre desde su nacimiento, y a los 18 años decidió abandonar los pantalones y afrontar al mundo para decir que era y había sido siempre una mujer. La cámara de Mendoza sigue los pasos de la vida de la señorita María en su cotidianidad, mientras se pregunta sobre su pasado, un tema bajo llave alrededor del cual se ha construido toda una mitología popular en la vereda. El problema es que, al mitificar el personaje de la señorita María, sus vecinos la deshumanizan. En una escena agria, una mujer campesina que le da empleo a la señorita María y que ha desarrollado una amistad con ella, reconoce que todo lo ha hecho por caridad. María es vista como alguien inferior, merecedora de lástima y no de empatía. Pero la voz de quienes rodean a María es necesaria, y el documental las presenta tal como llegan.
¿Cae Rubén Mendoza en el mismo juego? ¿Debió haber hecho su voz más explícita, más crítica de estas posiciones? ¿Debió haber modulado, mediante la edición, el lenguaje sutilmente violento que se usa en torno a María? Creo que, para presentar un retrato honesto de la señorita María y su situación, era necesario presentar también lo doloroso. Mendoza no se aleja del dolor, pero sí de la miseria. En un momento, la cámara se aleja lentamente de un primer plano de la cara de María cuando empieza a llorar, pero aún escuchamos su voz.
El documental le da también espacio a María para que construya su propia mitología, en su caso inspirada en la Virgen María. Y una imagen de otro nacimiento milagroso, la más conmovedora del documental, nos da a entender que Mendoza ha entendido el mundo desde los ojos de María, ha logrado generar empatía en vez de lástima, y ha aceptado tener fe, tanta fe como la señorita María.
Un recorrido adentrándose en las montañas de Boyacá da inicio a “Señorita María”, un viaje en primera persona donde, al final, se encuentra una mujer de espaldas, el final de nuestro camino y el inicio de la historia. Así fue como Rubén Mendoza encontró por primera vez a la señorita María, a un lado de la carretera en el pueblo de Boavita, Boyacá. Durante dos años, se acercó a una mujer recluida y esquiva, envuelta sobre sí misma, y la fue deshojando poco a poco con cámara en mano.
La señorita María Luisa fue identificada por otros como hombre desde su nacimiento, y a los 18 años decidió abandonar los pantalones y afrontar al mundo para decir que era y había sido siempre una mujer. La cámara de Mendoza sigue los pasos de la vida de la señorita María en su cotidianidad, mientras se pregunta sobre su pasado, un tema bajo llave alrededor del cual se ha construido toda una mitología popular en la vereda. El problema es que, al mitificar el personaje de la señorita María, sus vecinos la deshumanizan. En una escena agria, una mujer campesina que le da empleo a la señorita María y que ha desarrollado una amistad con ella, reconoce que todo lo ha hecho por caridad. María es vista como alguien inferior, merecedora de lástima y no de empatía. Pero la voz de quienes rodean a María es necesaria, y el documental las presenta tal como llegan.
¿Cae Rubén Mendoza en el mismo juego? ¿Debió haber hecho su voz más explícita, más crítica de estas posiciones? ¿Debió haber modulado, mediante la edición, el lenguaje sutilmente violento que se usa en torno a María? Creo que, para presentar un retrato honesto de la señorita María y su situación, era necesario presentar también lo doloroso. Mendoza no se aleja del dolor, pero sí de la miseria. En un momento, la cámara se aleja lentamente de un primer plano de la cara de María cuando empieza a llorar, pero aún escuchamos su voz.
El documental le da también espacio a María para que construya su propia mitología, en su caso inspirada en la Virgen María. Y una imagen de otro nacimiento milagroso, la más conmovedora del documental, nos da a entender que Mendoza ha entendido el mundo desde los ojos de María, ha logrado generar empatía en vez de lástima, y ha aceptado tener fe, tanta fe como la señorita María.
Documental

6,3
66
6
11 de abril de 2016
11 de abril de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
http://filmicas.com
Está apenas empezando “Eldorado XXI”. Las imágenes amplias del Puno se confunden con un Ártico inhabitable antes de revelar cientos de casas escondidas entre las montañas. De repente, la cámara se queda quieta. Estática. Durante casi una hora vemos el lento anochecer sobre la entrada de una mina por donde entran y salen, en un eterno retorno, cientos y cientos de personas. En 1895, una de las primeras grabaciones en la historia del cine mostraba, durante 46 segundos, a un grupo de obreros saliendo de la fábrica de los hermanos Lumière, los inventores del cinematógrafo, en Francia. 121 años después, la portuguesa Salomé Lamas regresa a esta imagen primordial para subvertirla.
En “Eldorado XXI”, la documentalista sube a La Rinconada, el poblado permanente más alto del mundo, en Perú, y realiza una etnografía visual de la población de mineros que ha crecido desmesuradamente en los últimos años, guiados por la promesa del oro, ese mismo oro que esquivó por siglos a un puñado de expediciones europeas que llegaron al territorio americano, destruyendo tras sus pasos.
Esta etnografía visual está fundada sobre una tensión entre lo individual y lo comunal. Lamas parece entender que el debate entre estas fuerzas, ambas halando de dos extremos de una misma cuerda, es una parte elemental de la condición humana. En la primera hora de largometraje, en la toma estática de casi una hora, lo individual hala más fuerte.
Si en el breve documental de los hermanos Lumière el cineasta Harun Farocki veía la imagen de una “fuerza de trabajo” en virtud de la sincronía de las actividades obreras y el agrupamiento en un espacio limitado (la fábrica), en “Eldorado XXI” la “fuerza de trabajo” es tan difusa que hasta su existencia es cuestionable. Los obreros entran y salen de la mina sin ningún orden aparente; está anocheciendo pero eso no quiere decir que la jornada laboral haya acabado. No hay jornada laboral establecida, no hay sueldos fijos, no hay jefes. El orden del que se jacta el mundo industrial ha desaparecido.
En este sentido, la imagen de Lamas recuerda a las fotografías de Sebastiao Salgado en la mina de oro de Serra Pelada. Miles y miles de personas buscando en las entrañas de la tierra la manera de vivir. ¿Puede la tierra proveer para todos? Durante la larga toma de “Eldorado XXI”, los testimonios que escuchamos refuerzan la idea de lo individual. Personas que lo han perdido todo, desarraigados de la tierra, una prostituta que con total seguridad dice “hasta el más santo peca aquí”, historias de asesinatos y cadáveres sin corazón. Un mundo imaginado por las más crudas distopías.
Este panorama desolador se ve halado en la segunda mitad por otra fuerza, la fuerza de lo comunal. Si en la primera parte sólo vemos cuerpos, entrando y saliendo de la mina, en la segunda vemos, por fin, sus caras. Y vemos que está en la naturaleza humana buscar maneras de darle sentido a cualquier situación que se presente. En este caso, los mineros buscan dar sentido a su situación con una de las estrategias más antiguas de la humanidad: el mito.
Los mitos tradicionales se entremezclan con la nueva realidad, tradición y “progreso” no se oponen, se enredan de maneras imprevisibles. Y así, la roca de donde sale el oro se vuelve sagrada, es imbuida de espíritu y es quien da y castiga. En la religión encuentran los pallaqueros (quienes escogen el mineral entre las piedras) una forma de entender ese nuevo mundo.
Como etnografía visual, “Eldorado XXI” es un documento rico en contenido. Somos testigos de cómo se construye, a partir de muchas voces, una cosmovisión alrededor de una realidad material: la mina. Y el hecho de que el documental transcurra en época electoral le da un sentido de urgencia política y social.
El documental, sin embargo, no es para todo el público. Está contado de una manera poco convencional, más como un texto académico que como una narrativa. Su ritmo es glacial, frío y hostil, como el paisaje. Pero es difícil no sentir que Lamas tiene una profunda sensibilidad hacia lo que nos hace humanos. Para quienes sean pacientes, entenderlo será suficiente recompensa.
Está apenas empezando “Eldorado XXI”. Las imágenes amplias del Puno se confunden con un Ártico inhabitable antes de revelar cientos de casas escondidas entre las montañas. De repente, la cámara se queda quieta. Estática. Durante casi una hora vemos el lento anochecer sobre la entrada de una mina por donde entran y salen, en un eterno retorno, cientos y cientos de personas. En 1895, una de las primeras grabaciones en la historia del cine mostraba, durante 46 segundos, a un grupo de obreros saliendo de la fábrica de los hermanos Lumière, los inventores del cinematógrafo, en Francia. 121 años después, la portuguesa Salomé Lamas regresa a esta imagen primordial para subvertirla.
En “Eldorado XXI”, la documentalista sube a La Rinconada, el poblado permanente más alto del mundo, en Perú, y realiza una etnografía visual de la población de mineros que ha crecido desmesuradamente en los últimos años, guiados por la promesa del oro, ese mismo oro que esquivó por siglos a un puñado de expediciones europeas que llegaron al territorio americano, destruyendo tras sus pasos.
Esta etnografía visual está fundada sobre una tensión entre lo individual y lo comunal. Lamas parece entender que el debate entre estas fuerzas, ambas halando de dos extremos de una misma cuerda, es una parte elemental de la condición humana. En la primera hora de largometraje, en la toma estática de casi una hora, lo individual hala más fuerte.
Si en el breve documental de los hermanos Lumière el cineasta Harun Farocki veía la imagen de una “fuerza de trabajo” en virtud de la sincronía de las actividades obreras y el agrupamiento en un espacio limitado (la fábrica), en “Eldorado XXI” la “fuerza de trabajo” es tan difusa que hasta su existencia es cuestionable. Los obreros entran y salen de la mina sin ningún orden aparente; está anocheciendo pero eso no quiere decir que la jornada laboral haya acabado. No hay jornada laboral establecida, no hay sueldos fijos, no hay jefes. El orden del que se jacta el mundo industrial ha desaparecido.
En este sentido, la imagen de Lamas recuerda a las fotografías de Sebastiao Salgado en la mina de oro de Serra Pelada. Miles y miles de personas buscando en las entrañas de la tierra la manera de vivir. ¿Puede la tierra proveer para todos? Durante la larga toma de “Eldorado XXI”, los testimonios que escuchamos refuerzan la idea de lo individual. Personas que lo han perdido todo, desarraigados de la tierra, una prostituta que con total seguridad dice “hasta el más santo peca aquí”, historias de asesinatos y cadáveres sin corazón. Un mundo imaginado por las más crudas distopías.
Este panorama desolador se ve halado en la segunda mitad por otra fuerza, la fuerza de lo comunal. Si en la primera parte sólo vemos cuerpos, entrando y saliendo de la mina, en la segunda vemos, por fin, sus caras. Y vemos que está en la naturaleza humana buscar maneras de darle sentido a cualquier situación que se presente. En este caso, los mineros buscan dar sentido a su situación con una de las estrategias más antiguas de la humanidad: el mito.
Los mitos tradicionales se entremezclan con la nueva realidad, tradición y “progreso” no se oponen, se enredan de maneras imprevisibles. Y así, la roca de donde sale el oro se vuelve sagrada, es imbuida de espíritu y es quien da y castiga. En la religión encuentran los pallaqueros (quienes escogen el mineral entre las piedras) una forma de entender ese nuevo mundo.
Como etnografía visual, “Eldorado XXI” es un documento rico en contenido. Somos testigos de cómo se construye, a partir de muchas voces, una cosmovisión alrededor de una realidad material: la mina. Y el hecho de que el documental transcurra en época electoral le da un sentido de urgencia política y social.
El documental, sin embargo, no es para todo el público. Está contado de una manera poco convencional, más como un texto académico que como una narrativa. Su ritmo es glacial, frío y hostil, como el paisaje. Pero es difícil no sentir que Lamas tiene una profunda sensibilidad hacia lo que nos hace humanos. Para quienes sean pacientes, entenderlo será suficiente recompensa.
5
16 de diciembre de 2012
16 de diciembre de 2012
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Han pasado doce años desde que Peter Jackson presentó por primera vez su visión de la Tierra Media, el mundo de las novelas de J.R.R. Tolkien, en el cine. La trilogía de “The Lord of the Rings” es uno de los mayores triunfos cinematográficos de la historia, menos por su éxito financiero que por su excelente calidad. Este año, Peter Jackson presentó la primera parte de una trilogía que adapta “The Hobbit”, el libro que precedió a. La épica historia de tres horas termina con el personaje principal diciendo a sus compañeros de aventura “Creo que lo peor quedó atrás”. No podría ser más cierto.
“The Hobbit: An Unexpected Journey” es la historia de Bilbo Baggins en su juventud, el tío de Frodo (el protagonista de la trilogía de “The Lord of the Rings”), cuando fue reclutado por el mago Gandalf para embarcarse en una aventura junto a un pequeño ejército de trece enanos con el objetivo de recuperar su pueblo, que fue arrebatado a ellos tras ser destruido y custodiado por un gigantesco dragón. En este nuevo viaje, un Bilbo con poca experiencia en el mundo y acostumbrado a estar en su pueblo, La Comarca, tendrá que aprender el significado de ser un héroe mientras se acerca junto con su grupo a la Montaña Solitaria, el hogar de los enanos.
Peter Jackson decidió filmar “The Hobbit” a 48 fotogramas por segundo (HFR: high frame rate) y en 3D, el primer lanzamiento cinematográfico en hacerlo, en lo que fue promocionado como un primer paso hacia un nuevo futuro en el cine. El aumento de fotogramas por segundo hace que la imagen en pantalla se vea mucho más real, pues se acerca más que 24 fps a lo que el ojo humano ve en realidad, aunque esto no es inherentemente algo positivo, menos en un medio audiovisual cuya esencia está en la estilización de la realidad. Y aunque toma un tiempo ajustarse a la nueva imagen, y se hace innecesaria durante el comienzo del largometraje, sí vale la pena después, cuando comienza la aventura, pues en las escenas de acción, el espectador se siente más inmerso en ellas, y los efectos visuales—en especial las criaturas—se sienten mucho más reales y terroríficos.
Pero así haya detractores y defensores del HFR, es sin duda una experiencia que debe ser vivida si es posible, pues no es como nada que haya llegado a la pantalla grande en mucho tiempo, y eso es algo que hay que reconocer a esta nueva y pequeña generación de buenos directores de blockbusters, como Peter Jackson y James Cameron: siempre están atreviéndose a experimentar, a empujar el cine a sus límites, así a veces deban hacerlo por ensayo y error.
Si no fuera por el excelente mérito técnico en todos los aspectos, sin embargo “The Hobbit” sería sólo un poco más que desastrosa. Una introducción que se queda por más tiempo del necesario, en la que cada uno de los trece enanos es presentado por nombre, seguido de una fiesta en la que cantan juntos dos veces y la deliberación de Bilbo sobre si ir o no en la aventura, se hace tediosa y repetitiva, lo cual es una premonición de lo que viene en el resto del filme.
La aventura consiste básicamente en el grupo de trece enanos, un hobbit y Gandalf, atravesando los paisajes de la Tierra Media (que se ven tal vez muy reales en HFR, haciéndonos recordar que fue rodada en Nueva Zelanda, pues por momentos parece publicidad turística), enfrentándose a múltiples amenazas que encuentran en su camino y huyendo de ellas, siempre de la misma manera. Esto no sería un problema si hubiera un contexto para los enemigos, pero como está hecha la película, parece que estuvieran ahí con el único propósito de obstaculizar el camino de los aventureros y alargar el filme: sin duda un solo ataque de orcos, por ejemplo hubiera bastado.
El hecho de que sean trece enanos, y que todos tengan personalidades similares, hace difícil comprender quién es quién y generar empatía con ellos. En “The Lord of the Rings”, había un enano, un elfo, unos pocos hobbits, etc., cada uno un personaje distinto, identificable y memorable. Aquí, sólo sabemos que hay una masa de enanos, Bilbo y Gandalf. Incluso Azog, el villano que busca venganza hacia el líder de los enanos, se siente poco construido, como una caricatura de una mala película de aventura, lejos de aquello a lo que Peter Jackson nos tenía acostumbrados.
Pero los problemas ya se veían venir. Después de años con problemas de producción y un cambio de director, “The Hobbit” pasó de ser un proyecto de dos películas a una trilogía, todo derivado de un solo libro, a diferencia de “The Lord of the Rings”, en la que cada película está basada en un volumen distinto. Y se nota: el nivel de detalle en “The Hobbit: An Unexpected Journey”, la primera parte de la nueva trilogía, es completamente innecesario. Muchos recortes podrían haber derivado en una película más clara, enfocada y orgánica, en vez de una plagada de referencias a otras historias y personajes que no incumben.
Es diciente que los múltiples guiños que se hacen a “The Lord of the Rings”, y la reaparición de personajes como Galadriel (Cate Blanchett) o Gollum sean los puntos más altos y memorables del largometraje (el popular Gollum reitera por qué es el preferido de muchos, en la que es sin duda la escena más memorable de la película). Es un síntoma de que estamos frente a una película pequeña, en la que sentimos siempre que se avecina algo grande, pero donde nos quedamos en el preámbulo. Y a nadie le gusta que le sirvan solo la entrada.
http://filmicas.com
“The Hobbit: An Unexpected Journey” es la historia de Bilbo Baggins en su juventud, el tío de Frodo (el protagonista de la trilogía de “The Lord of the Rings”), cuando fue reclutado por el mago Gandalf para embarcarse en una aventura junto a un pequeño ejército de trece enanos con el objetivo de recuperar su pueblo, que fue arrebatado a ellos tras ser destruido y custodiado por un gigantesco dragón. En este nuevo viaje, un Bilbo con poca experiencia en el mundo y acostumbrado a estar en su pueblo, La Comarca, tendrá que aprender el significado de ser un héroe mientras se acerca junto con su grupo a la Montaña Solitaria, el hogar de los enanos.
Peter Jackson decidió filmar “The Hobbit” a 48 fotogramas por segundo (HFR: high frame rate) y en 3D, el primer lanzamiento cinematográfico en hacerlo, en lo que fue promocionado como un primer paso hacia un nuevo futuro en el cine. El aumento de fotogramas por segundo hace que la imagen en pantalla se vea mucho más real, pues se acerca más que 24 fps a lo que el ojo humano ve en realidad, aunque esto no es inherentemente algo positivo, menos en un medio audiovisual cuya esencia está en la estilización de la realidad. Y aunque toma un tiempo ajustarse a la nueva imagen, y se hace innecesaria durante el comienzo del largometraje, sí vale la pena después, cuando comienza la aventura, pues en las escenas de acción, el espectador se siente más inmerso en ellas, y los efectos visuales—en especial las criaturas—se sienten mucho más reales y terroríficos.
Pero así haya detractores y defensores del HFR, es sin duda una experiencia que debe ser vivida si es posible, pues no es como nada que haya llegado a la pantalla grande en mucho tiempo, y eso es algo que hay que reconocer a esta nueva y pequeña generación de buenos directores de blockbusters, como Peter Jackson y James Cameron: siempre están atreviéndose a experimentar, a empujar el cine a sus límites, así a veces deban hacerlo por ensayo y error.
Si no fuera por el excelente mérito técnico en todos los aspectos, sin embargo “The Hobbit” sería sólo un poco más que desastrosa. Una introducción que se queda por más tiempo del necesario, en la que cada uno de los trece enanos es presentado por nombre, seguido de una fiesta en la que cantan juntos dos veces y la deliberación de Bilbo sobre si ir o no en la aventura, se hace tediosa y repetitiva, lo cual es una premonición de lo que viene en el resto del filme.
La aventura consiste básicamente en el grupo de trece enanos, un hobbit y Gandalf, atravesando los paisajes de la Tierra Media (que se ven tal vez muy reales en HFR, haciéndonos recordar que fue rodada en Nueva Zelanda, pues por momentos parece publicidad turística), enfrentándose a múltiples amenazas que encuentran en su camino y huyendo de ellas, siempre de la misma manera. Esto no sería un problema si hubiera un contexto para los enemigos, pero como está hecha la película, parece que estuvieran ahí con el único propósito de obstaculizar el camino de los aventureros y alargar el filme: sin duda un solo ataque de orcos, por ejemplo hubiera bastado.
El hecho de que sean trece enanos, y que todos tengan personalidades similares, hace difícil comprender quién es quién y generar empatía con ellos. En “The Lord of the Rings”, había un enano, un elfo, unos pocos hobbits, etc., cada uno un personaje distinto, identificable y memorable. Aquí, sólo sabemos que hay una masa de enanos, Bilbo y Gandalf. Incluso Azog, el villano que busca venganza hacia el líder de los enanos, se siente poco construido, como una caricatura de una mala película de aventura, lejos de aquello a lo que Peter Jackson nos tenía acostumbrados.
Pero los problemas ya se veían venir. Después de años con problemas de producción y un cambio de director, “The Hobbit” pasó de ser un proyecto de dos películas a una trilogía, todo derivado de un solo libro, a diferencia de “The Lord of the Rings”, en la que cada película está basada en un volumen distinto. Y se nota: el nivel de detalle en “The Hobbit: An Unexpected Journey”, la primera parte de la nueva trilogía, es completamente innecesario. Muchos recortes podrían haber derivado en una película más clara, enfocada y orgánica, en vez de una plagada de referencias a otras historias y personajes que no incumben.
Es diciente que los múltiples guiños que se hacen a “The Lord of the Rings”, y la reaparición de personajes como Galadriel (Cate Blanchett) o Gollum sean los puntos más altos y memorables del largometraje (el popular Gollum reitera por qué es el preferido de muchos, en la que es sin duda la escena más memorable de la película). Es un síntoma de que estamos frente a una película pequeña, en la que sentimos siempre que se avecina algo grande, pero donde nos quedamos en el preámbulo. Y a nadie le gusta que le sirvan solo la entrada.
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