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Críticas 52
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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23 de septiembre de 2018 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El guion, obviamente escrito bajo el efecto de sustancias estupefacientes, es delirante y desconoce por completo la coherencia; la producción es peor que cutre, con algunos planos de vergüenza ajena; hay más fallos de raccord que figurantes; los actores se esfuerzan con éxito por merecer un pelotón de fusilamiento...Y, sin embargo, no se puede negar que es una película curiosa, quizá porque aporta un punto de vista inesperadamente raro y morboso sobre la religión en general y el catolicismo en particular, en el que se mezclan a partes iguales la fascinación y la repulsión, y que no hará las delicias de los fundamentalistas en estos tiempos en que toca cogérsela con papel de fumar para hablar de ciertos temas.... Y mola, además, porque todo está fantásticamente sazonado con genésicos encuentros en la cuarta fase, vaginas desubicadas y el producto del saqueo de una tienda de artículos religiosos. Wonderful!!
10 de febrero de 2011
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué originalidad. Qué derroche de inventiva y de creatividad. La secuencia que abre la película, mostrando la vida en el barrio de Charlestown, en Boston, recuerda el comienzo de “Ángeles con caras sucias” (“Angels with dirty faces”, Michael Curtiz, 1938). Porque la cosa, aquí también, va de determinismo social: un barrio en el que el robo es una ocupación tradicional, que pasa de padres a hijos (aunque no se ve tampoco la miseria que justificaría este amor por lo ajeno, que sí se muestra en la película de Curtiz). (Por cierto, la gente de este barrio, que se presenta al mundo en el filme como paraíso de la delincuencia organizada, ¿qué pensará del tema?)

Y no acaban aquí los paralelos con otros clásicos del cine de gánsters. La historia del atracador de buen corazón que quiere dejar de delinquir, escapando a los condicionamientos sociales, y empezar una nueva vida con su chica es calcada de la de “Los violentos años veinte” (“The Roaring Twenties”, 1939): por allí andaba Humphrey Bogart, malo malísimo, boicoteando los propósitos de enmienda del bueno-pero-descarriado James Cagney; aquí -en “The Town”- tenemos una figura parecida en el amigo/hermano del protagonista, interpretado por Jeremy Renner, aunque resulta más mentecato que auténticamente malvado. Y hombre, está muy bien cuando vemos este planteamiento simplón y maniqueo en una película de 1939 (aunque seguro que ya entonces resultaba un argumento sobado y convencional). Pero, ¿en 2010?

Claro que la comparación con los clásicos se queda en las semejanzas argumentales: no hablemos de calidad, porque hay mucho más nervio, y mucha más emoción, en cualquiera de las películas citadas que en esta “The Town” aburrida y torpemente pretenciosa en la que el nulo talento interpretativo de Affleck resta cualquier tipo de credibilidad a su personaje, en que la trama es penosamente predecible, las secuencias de acción están contadas de manera rutinaria, y al director no se le ocurre cómo cerrar esa sarta de topicazos y lugares comunes, y lo hace de un modo completamente ridículo.

Lástima, porque “Adiós, muñeca, adiós”, el debut de Affleck en la dirección, me pareció una película deslumbrante: supongo que el mérito sería más del autor de la novela, Dennis Lehane, que del director. En fin, que esta "ciudad de ladrones" me parece una película penosa que conviene olvidar cuanto antes.
2 de febrero de 2011
8 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
John Wayne y Katharine Hepburn son dos actores enormes, dos iconos del mejor Hollywood, y es normal que uno tienda a tratar con indulgencia una película en la que ambos, muy mayores ya, trabajan mano a mano. Sin embargo, todo el afecto que podamos tener por estos dos genios no debería impedirnos ver que la película hace aguas por todas partes, empezando por su guión deslavazado y muy poco creíble, copiado a ratos de la sublime "La reina de África" (ese descenso fluvial, esos sermones sobre el alcohol y las buenas costumbres), en otros explotando hasta la saciedad gastados esterotipos (la remilgada y solterona puritana de Boston; el bronco y machista, pero buena gente, sheriff ex combatiente del Sur). De vergüenza ajena es el personaje del indito bueno, Wolf, que sueña con parecerse a John Wayne cuando sea mayor, pero no le van a la zaga el malo malísimo Hawk ni el bueno-malo-bueno Breed (sólo un grave trastorno mental podría explicar sus repentinos cambios de opinión y de bando). Lo de los nombres es rarito también, varios personajes tienen nombres de animales y Katharine Hepburn se llama señorita Buenasnoches; le da a la película un cierto aire de cuento infantil que no desentona con la puerilidad del guión. De todas maneras, para ser sincero, aclaro que a mí tampoco me gustó nada la película de la que esta es la secuela, "Valor de ley", protagonizada también por el Duque, que me parece, más que un western crepuscular, un western trasnochado.

Es verdad que Wayne y Hepburn hacen lo que pueden, pero sus diálogos me parecen embotados, sin chispa, y no llega a haber realmente química entre sus dos personajes, a pesar de que repitan una y otra vez lo bien que se caen el uno al otro. Ideológicamente, por supuesto, la película puede satisfacer las mayores exigencias tanto de los fundamentalistas religiosos (cristianos, eso sí) como de los miembros de la Asociación del Rifle: impagable la vehemente defensa que la señorita Buenasnoches hace de los expeditivos métodos del sheriff aduciendo ejemplos del Antiguo Testamento. Muy útil también para los defensores de la pena de muerte, que encontrarán un nutrido arsenal (nunca mejor dicho) de argumentos, del tipo: "mataron a mi ayudante (o al padre de Hepburn, el reverendo Buenasnoches, o a los padres del indito bueno, o a quien se tercie), así que tengo derecho a matarlos". Daría risa si no diera también un poco de miedo.

En fin, se ven bonitos paisajes y se asiste a la decadencia de dos grandes estrellas. Para lo primero, mejor salir a la sierra a hacer senderismo, y, en cuanto a lo segundo, recordémoslos más bien cuando eran inmortales y todavía no se habían convertido en caricaturas de sí mismos. En mi humilde opinión, la película es claramente prescindible.
24 de mayo de 2011
4 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un procedimiento frecuente en libros y películas con una intención crítica, pero a los que se quiere dotar de un tono cómico que resulte atractivo al lector, es servirse de un protagonista tirando a cortito, que por más que resulte zarandeado por el destino tiene la fortuna de caer siempre de pie. De este tipo serían el Cándido de Voltaire o el inefable Forrest Gump; de este tipo sería también Abel, el protagonista de la pelicula «El ogro» de Volker Schlondorff. Abel es un francés rarito que nos cuenta su vida desde un episodio de su infancia (recuerdos del internado: imágenes en sepia) hasta su madurez, en la que vive un periplo que le lleva hasta el corazón de la Alemania nazi. Los dos centros de gravedad de la película son, por un lado, la personalidad del protagonista; por otro, el extraño y siniestro País de las Maravillas que visita.

Del protagonista, interpretado por John Malkovich, es difícil decir si sufre propiamente un retraso mental, o si simplemente, absorto en sus propias obsesiones, prefiere mantenerse al margen del drama que se desarrolla a su alrededor. Sus principales rarezas son su afición por los niños (preferentemente varones, aunque no de forma exclusiva), su amor por los animales y el hecho de que posee, o cree poseer, un extraño don de naturaleza sobrenatural. En mi opinión, el personaje no está del todo bien perfilado, y tampoco tiene el tirón suficiente como para convertirse en motor de toda la película.

(sigue abajo, sin reventar la película)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En cuanto a la imagen que da de la Alemania nazi, resulta bastante tópica, a pesar de la actuación estelar de Hermann Goering en su faceta de experto degustador de excrementos de venado. El jerarca nazi es presentado como un loco grotesco, con frecuentes ataques de ansiedad que solo logra calmar introduciendo sus manos en un recipiente lleno de joyas, y con una pasión compulsiva por la caza. En cierto momento de la película, él y su cortejo dan muerte a centenares de animales, que se amontonan en lo que parece una metáfora de los campos de exterminio. Como en otras películas sobre el nazismo, hay también un barón de rancio abolengo que encarna a la vieja aristocracia germana y termina comprometiéndose en la Operación Walkiria; y un sosias del doctor Mengele, obsesionado por la pureza racial. En fin, una visión tópica del Tercer Reich que no aporta nada nuevo.

Se ve que la intención del autor es crear una cierta atmósfera irreal, de cuento de hadas, mediante la alusión al ogro (el ogro es el apelativo que dan las gentes de los contornos al protagonista, encargado de capturar a niños varones para llevarlos a una escuela militar y, en última instancia, al inexorable matadero que era por entonces el frente ruso; pero también es el sobrenombre de un viejo alce solitario que confraterniza con él), Luego está la alusión a otro personaje del imaginario popular también relacionado con la infancia, San Cristóbal, protector de los niños, reverso positivo del ogro: la intención del autor está clara, mostrarnos a un personaje ambiguo, a la vez ogro y San Cristóbal, que apresa a los niños pero que finalmente los salva. Sin embargo, el lado oscuro del personaje apenas existe.

Da la sensación de que esta pelìcula no es la de verdad, sino una versión light y edulcorada de una historia con más aristas que se pudiera haber contado, si el autor no hubiera tenido tanto cuidado por hacefr una película políticamente correcta y hubiera desarrollado más el lado oscuro de la pasión de Abel por los niños. Por otro lado, me parece que va en detrimento de la verosimilitud de la película el que todos se expresen indistintamente en inglés, a pesar de sus evidentes diferencias idiomáticas (que incluso llegan a comentarse alguna vez a lo largo de la película). Y eso no se soluciona, sino todo lo contrario, con la inserción esporádica de frasecillas tópicas en francés o alemán («Bon appétit!»y tal). Qué diferente de la utilización eficacísima de las diferencias lingüísticas que hace Tarantino en «Malditos bastardos». En fin, por lo menos los textos escritos están en el idioma apropiado, no como en la ridícula «La casa de los espiritus», en la que podíamos ver a campesinos chilenos agitando pancartas escritas en un correcto inglés.
13 de junio de 2011 1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
«Bice skoro propast sveta» (verso inicial de una canción popular que puede traducirse como «pronto llegará el fin del mundo») es un drama rural, ambientado en Voivodina (como la excelente «Encontré zíngaros felices», la película anterior de Petrovic), libremente basado en «Los demonios» de Dostoiévski. A la aldea remota en que se desarrolla la acción llega una nueva maestra, pintora aficionada y comunista convencida, interpretada por Annie Girardot, que trastorna la vida de Trisa, un sencillo criador de cerdos (Iván Paluch). Este es el reactivo que pondrá en marcha la tragedia, aunque ya previamente se nos ha mostrado la crueldad reinante en la vida de esa comunidad rural, nada idealizada, de la Yugoslavia profunda (por ejemplo, cuando, durante la celebración de una boda, una deficiente mental es atormentada para diversión de los mozos del lugar) y el peso que en ella tiene el fanatismo religioso.

Petrovic asigna la función del coro en esta tragedia a una orquesta gitana de las que amenizan bodas, bautizos y funerales, que repite una y otra vez los mismos estribillos, de forma realmente cansina. La pretensión, supongo, es que las canciones populares glosen los acontecimientos que se relatan, pero en mi opinión el tono burlesco de estos temas musicales hace que la tragedia degenere en farsa, algo a lo que contribuye también el muy escaso metraje de la película (poco más de hora y cuarto), apenas suficiente para desarrollar mínimamente los personajes. No hay más que ver, por ejemplo, a qué velocidad se despacha todo el asunto del crimen y el apresamiento del «culpable». En cualquier caso, no parece que la trama en sí sea la principal preocupación del director, más interesado en mostrarnos estampas de la vida rural, con cerdos correteando por las calles y palurdos que aplauden a rabiar el espectáculo de una mujer bigotuda. De forma lateral y a mi modo de ver bastante forzada, en secuencias completamente desvinculadas de la acción principal, se abordan también temas políticos entonces de actualidad: aparece un grupo de checos que ha llegado huyendo a causa de la reciente invasión soviética de Checoslovaquia (1968), y se hacen comentarios sobre el aburguesamiento de la clase política yugoslava.
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Un elemento destacable es el uso que se hace de la pintura en la película, algo que no es nuevo en el cine de Petrovic, ya que podía encontrarse también en «Encontré zíngaros felices». En este caso, son los cuadros «naïf» de la maestra, en general escenas de la vida rural, entre los que destaca una pintura que representa un tropel de cerdos alados, que se nos muestra en el momento en que Trisa, criador de cerdos, llega, por decirlo así, al cielo de su obsesión erótica. Hay numerosas imágenes con un trasfondo religioso, empezando por la iglesia en ruinas que vemos a menudo en primer plano y preside la vida de la comunidad.

En mi opinión, «Bice skoro propast sveta» es una película muy inferior a las dos anteriormente rodadas por Petrovic («Tri», de 1965, y, sobre todo, «Encontré zíngaros felices», de 1967). La historia está apenas esbozada, algunos personajes apenas tienen entidad propia y tanto las estampas costumbristas como la música resultan demasiado repetitivas y llegan a cansar.
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