Enorme vertedero de todas las chuminadas refritas y vueltas a freír de Hollywood: alarmismo ecologista sacado de libros de texto infantiles, sentimentalismo familiar, física cuántica barata, cuota racial, cientos de frases copiadas de otras películas juveniles y no sé cuántos topicazos más. Aburre antes de empezar y mata a mitad de metraje, si no antes. Es como "Interstellar" pero con tufillo televisivo. Este es el fruto demencial de un sistema educativo echado a perder por políticos y pedagogos.

Sin duda, la peor de la franquicia.

La idea es muy buena, y cuando mejor se pone, se desaprovechan muchas cosas: las posibilidades que brindaba la investigación policial, el proyectado retiro del acosador con la protagonista a una cabaña (nos quedamos con las ganas de ver cómo habría salido aquello), la incertidumbre respecto de la supuesta locura de Sawyer (resuelta demasiado pronto, sin sacar petróleo). Y el final es penoso.

Lo mejor: la interpretación de Claire Foy.

Lo peor: la relación de aspecto y otros detalles cuasi-televisivos.

Con lírica maestría Haifaa al-Mansour y con paciente progresión Emma Jensen logran ensamblar a la perfección todas las piezas vitales que componen el cuerpo y el alma del monstruo creado por Mary Shelley: el amor romántico, la ilusión infantil, la esperanza, la creatividad, las promesas científicas, la búsqueda de la inmortalidad, el egoísmo, la hipocresía, la decepción, la desilusión madura, la soledad, la muerte. Las ambiciones pretendidamente más luminosas y elevadas del ser humano (el Amor y las Musas) no son más que falaces tapaderas de las pasiones más tenebrosas y viles: "El amor encontrará un camino por los senderos donde los lobos deben ir de caza", observa el vampiro Byron. Y ese es el alimento del Arte: "¿Qué es la vida sin Amor?", ¿Qué es la vida sin dolor, sin sentir? El monstruo de Frankenstein no solo es real, sino necesario.

El espíritu y la ambientación de la época (la tradición puritana, los nuevos vientos traídos por la Ilustración y el Romanticismo, los paisajes de Escocia, la Poesía) están acertada y deliciosamente recreados, pero por más que intento creerme que la insípida y plana Elle Fanning puede pasar por la inteligente y madura Mary Shelley, no lo consigo. Y me temo que ella tampoco. Su belleza no logra compensar la tara.

Tras un espectacular comienzo, el histrionismo y el tono excesivamente cómico típicos de Tim Burton amenazan con hacer descender la película al nivel de un producto vulgar y aburrido, pero poco a poco va remontando el vuelo y haciendo honor al proemio, hasta convertirse en una de las mejores historias de amor-odio eterno que he visto: "¿Odio? No, una maldición implica devoción", "Yo te veneraba. -Me atormentabas. -Yo te adoraba. -Yo te despreciaba", "Si no puedo tenerte, mi amor, te destruiré". El detalle de las bragas cubriendo el rostro del rompecorazones para que durante dos siglos piense a la fuerza en la despechada es filigrana. Grandes aciertos el divertido arcaísmo lingüístico y social de Barnabas, anclado en otro siglo, la deliciosa ambientación de época y la recuperación de un tema ya tratado en "La novia cadáver" (2005), a saber, las dramáticas consecuencias de los prejuicios de sangre. Perfecta Eva Green, sosa pero encantadora Bella Heathcote, y el Johnny Depp de siempre.

Si hay algo que detesto, es tener que dar la razón a un tópico: en este caso, que los nórdicos son fríos. Y no es la primera película con la que me pasa (acabo de comentar lo mismo de la sueca "El hipnotista"). Aunque intentes empatizar con el bebé aspirante a rey y sus bobos adeptos, no logras entrar en el escenario ni implicarte en la historia, que, aunque fueras noruego, no creo que te importara. La abundante nieve parece ser un trasunto de la gélida e insípida trama. Que la única escena dotada de cierto interés sea la de la extracción de la fecha, lo dice todo de esta epopeya media, convencional, olvidable.