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Críticas 51
Críticas ordenadas por utilidad
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3 de enero de 2015 Sé el primero en valorar esta crítica
La quinta película del polaco Pawel Pawlikowski, la primera en su país natal, ha asombrado con su belleza allá por donde ha pasado haciéndose un hueco entre las mejores películas de Europa del Este de los últimos tiempos. Ganadora del Premio a Mejor película en festivales como el de Londres, Varsovia o Gijón, donde además ganó otros cuatro premios, y diferentes menciones en otros festivales como el de Toronto son muestra del camino hacia el éxito de esta pequeña gran película que ha acaparado la atención de los amantes del cine refinado y artísticos, amantes de las pequeñas joyas.

El principio argumental nos recuerda a obras maestras como Viridiana de Luis Buñuel, Andrei rublev de Andrei Tarkovsky o El valle de las abejas de Frantisek Vlácil. En la Polonia de los 60, en medio de un comunismo cada vez más débil, una joven novicia va a conocer a su tía, su único familiar con vida antes de tomar los votos. De esta forma, se nos plantea un flujo dramático ejemplar en únicamente 80 minutos en los que se desvelará el cruel pasado y origen de la novicia que pondrá a prueba todo lo que creía. Así mismo, su visita supondrá para su tia, de personalidad opuesta, un duro enfrentamiento con el pasado que la destroza por dentro. A modo de road movie, las dos protagonistas van descubriendo datos, conociéndose y a su vez enseñando al público de forma totalmente natural y discreta el oscuro pasado de Polonia. Los que dicen que el tema del nazismo ya está sobreexplotado encontrarán en Ida una prueba más de que lo escasea no son los temas, sino las nuevas ideas a la hora de afrontarlos.

La crisis de Fe, el despertar a la vida, el pasado del nazismo y el papel que en él tuvieron los propios nativos polacos forman los principales temas sobre los que versa este film, pero no son lo más destacable del mismo. Como en el buen cine, lo importante de Ida no es que cuenta, sino como lo hace. Con una fotografía extraordinaria, dejando muchísimo aire por arriba, un blanco y negro exquisito, en cuatro tercios, con una composición perfecta y sin movimientos de cámara Ida es una película en la que cada plano importa y tiene por si solo una fuerza que en cadena produce ese efecto de hipnotismo extraño tan indescriptible. Mientras que esas bellas y frías imágenes van trascurriendo, Ida no nos enseña ni nos explica sino que nos oculta revolviendo nuestro interior junto con el de sus dos protagonistas, la novicia Agata Trzebuchowska, debutante, y la impresionante tía, Agata Kulesza que forman una pareja extraordinaria. De esta forma, la película fluye perfectamente haciéndose ligero y disfrutable como pocos films de esta profundidad hasta llegar a un final en el que cuesta reubicarse que te deja con ganas de volver a verla para descubrir más y más de lo que Ida parece tener y no querer mostrar.

Estas imágenes y esta forma de hacer cine con escenas que parecen congelarse a la vez que nos hacen preguntarnos por el interior del hombre, relacionándolo con la fe y la razón, nos recuerda, aunque de forma mucho más ligera, al cine de grandes como Robert bresson, Ingmar Bergman o Carl Theodor Dreyer.

Puede que su falta de énfasis sentimental impida que amemos por completo el film pero a los que les guste el cine puro, el arte y la belleza no duden en adentrarse en esta película que, con su sencillez, se ha ganado el corazón de los amantes del buen cine Europeo.

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3 de enero de 2015
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mucho se ha hablado de Magical girl, la ganadora de la Concha de oro en el reciente Festival de San Sebastián, con ella se ha elogiado a su creador, Carlos Vermut, ganador, a su vez, de la Concha de plata como Mejor director. Se ha dicho que era la mayor revelación del cine español en la que va de siglo y se ha situado a su autor como el primer cineasta con entereza, personalidad y mundo propio desde que apareciera por los ochenta otro joven extraño llamado Pedro Almodóvar. Pues bien, todas estas atrevidas comparaciones y, a priori, desmesurados elogios son ciertos.

Con esta conclusión podría terminar la crítica, sugiriéndoles que vayan a verla sin demora a los criminalmente pocos cines en los que se exhibe, pero no haría honor a una película que no solo merece ser vista sino ser debatida y analizada ya que aún, y creo que por bastante tiempo está en mi interior. Explicar el argumento puede llevar a equívocos sobre una película con sus propias reglas. Es, temáticamente hablando, una combinación de melodrama y cine negro vertebrado por tres historias articuladas en torno a tres personajes principales. Según Vermut, la película nació de la idea de los tres enemigos del cristianismo: el Mundo, el Demonio y la Carne. A partir de esa estructura surgieron los personajes. Luis (Luis Bermejo) es un hombre en paro con una hija con leucemia que desea el carísimo traje de Magical girl, la protagonista de un anime japonés. Su enemigo es el Mundo. Bárbara (Bárbara Lennie) es una chica con problemas psicológicos, compleja y misteriosa, tomando el papel de femme fatal de este film, que algunos intentando una utopía han probado a etiquetar como neo-noir. Su enemigo íntimo es, obviamente, el Demonio. El último protagonista es Damián, un ex-profesor con un oscuro pasado en relación a su antigua alumna, Bárbara. Otra vez un inmenso José Sacristán, que siendo muy probablemente el mayor mito del cine español en activo, se dedica a realizar, a sus 77 años, arriesgadísimos personajes para jóvenes realizadores que necesiten de su experiencia para redondear sus obras. Su enemigo es la Carne. La debutante, Lucía Pollán, hija en la ficción de Luis, se revela como una niña de mirada gélida que nos regala la mejor escena del film, completando así, el más que notable reparto.

Estas tramas formaran un puzle que tendrá consecuencias francamente espeluznantes. Mediante un ritmo pausado y muy personal, formado a modo de planos fijos, con fotografía muy cuidada y dejando a los actores todo el tiempo y más, para expresarse Vermut, en su segundo largometraje, consigue ir dando forma a su mundo hasta llegar a una última media hora prodigiosa. Es cierto que su ritmo no es para todos los públicos, te atrapa pero necesita de tu paciencia la primera media hora hasta que poco a poco el tríptico se vaya completando y la película exhiba todo su poder de fascinación.

Carlos Vermut, anterior dibujante de comics, muestra un gran interés por sus personajes que se mueven con vida propia en una trama que, como dijo al recoger el premio en el festival donostiarra, le importa mucho menos que sus personajes. La película, con grandes tintes dramáticos pero sin ningún tipo de melodrama ni recargo sentimental (especialmente difícil cuando en la trama figura una niña con leucemia) contiene mucha realidad de esa tan extraña que, aunque está a nuestro alrededor, solo reconocemos cuando nos la muestra una pantalla de cine. También hay espacio para la crítica social, más bien, fiel reflejo de la situación en España, integrado en la trama como un modo de anclaje con la realidad externa de la sala, sin introducir nada capaz de ser tildado de panfletario.

Pero si hay algo por lo que destaca Magical girl es por su misterio, que no nace de la trama sino de los personajes, principalmente, el de los interpretados por Bárbara Lennie y José Sacristán, con un pasado que se nota tan apasionante que dan ganas de exigir una película sobre él mismo, pero no, mejor así. Esa sensación en el pecho que se presenta como inquietud y, a su vez, como satisfacción; que te hace quedarte mirando los créditos sin, en realidad, mirarlos y que hace que salgas de ella solo cuando el de al lado quiere salir de la sala, merece tanto la pena que mejor no hacer preguntas.

Por supuesto que tiene fallos, que durante su inicio puede resultar lenta y tediosa pero démosle tiempo porque no solo lo necesita, sino que también lo merece. No solo al film, sino a su creador, Carlos Vermut solo está empezando y creando un estilo propio que, sin duda, posee. Su eclosión ha sido fulgurante, llevando como cineasta profesional únicamente dos años. Solo cabe esperar que durante los próximos años, al menos, y eso ya sería mucho, se mantenga.

Este año se han hecho todo tipo de destacados largometrajes nacionales, comedias taquilleras como Torrente 5 u Ocho apellidos vascos, simpáticas y agradables como Vivir es fácil, perturbadores e interesantes como Stockholm y thrillers con menor (El niño) y mejor (La isla mínima) acierto. Pero, en mi crítica a esta última echaba en falta algo, el cine español demanda muchas cosas de las que está escaso, grandes películas de género puede que sea una, pero uno siempre desea encontrar otra cosa. Algo diferente, especial, único, que no se pueda definir en un esquema de thriller apasionante o divertida comedia. Algo que solo se define con esa inexplicable sensación corpórea en el pecho que le dice a la cabeza que no deje de pensar en ella. Eso es el arte, eso es el cine y eso es, al fin, Magical Girl.

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3 de enero de 2015 0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta nueva adaptación del conocido cuento de hadas llega a nuestros cines de la mano del francés Christophe Gans. La película está protagonizada por estrellas como Vincent Cassel y Lea Seydoux.

La adaptación del cuento es bastante fiel, por lo tanto, poco tiene que ver con la de Disney. De esta forma, la película se parece más a la otra gran adaptación del cuento al cine, la versión de Jean Cocteau en 1946.

Su director prometió adaptar el cuento fielmente pero con unas imágenes de una calidad sin precedentes. Por lo tanto, la película se basa por completo en esa intención de su director. La historia de una joven que ofrece la vida a cambio de la de su padre a una bestia maldita del bosque es, como ya se ha dicho, la tradicional. Sin embargo, las imágenes son el punto fuerte de la película. Abusando de las herramientas digitales y con unos medios extraños en el cine europeo, la película se erige como una sucesión de imágenes grandiosas. El color, la dirección artística, la barroca decoración y todos los escenarios están completamente recargados destinados a ser impresionantemente bellos.

Sin embargo, la película es, sin duda, un producto fallido y mal enfocado. A pesar de gozar de unas imágenes bastante preciosistas y de mucho color y belleza el resultado es muy irregular. La historia está contada de forma almibarada y cursi, quedando la película como un producto pensado para un público adulto pero que solo funcionará totalmente en el público infantil.
Sus intérpretes están, simplemente, regulares, llenos de trajes y belleza pero, con unas interpretaciones muy corrientes, sin ningún matiz ni ninguna intención expresiva.

En definitiva, una película que contentará a los que busquen imágenes bellas y se deleiten con los colores y escenarios propuestos, pero, que dejará a medio camino a aquellos que busquen cierta pasión en la historia.

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3 de enero de 2015
3 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Probablemente la mayor obra de arte cinematográfica del ya finalizado 2014. Jauja, del argentino Lisandro Alonso, supone una obra de belleza única y dimensiones desconocidas. De nuevo, gracias a películas como Jauja queda de manifiesto que, en el cine, aún hay mucho por descubrir.

La película, protagonizada por un descomunal Viggo Mortesen, nos sitúa en la Patagonia, en los tiempos de la colonización donde los militares exterminaron a las tribus aborígenes de la zona. Mortesen encarna al Capitán Dinesen, un militar Danés, que viaje con su hija a estos apartados lugares del globo como única compañía. Su bella hija Ingeborg se fuga una noche con un joven militar. A la mañana siguiente, El capitán emprenderá, en solitario, la búsqueda de su hija por el inmenso desierto de la patagonia que parece haberse tragado a su hija igual que al desaparecido Coronel Zuluaga, un militar, ya legendario, cuya historia se mezcla con la leyenda.

Lisandro Alonso propone una película única (co-escrita con el poeta Fabián Casas), puramente sensorial, llena de misterio y grandeza universal que nos hacen sentir como su protagonista. De esta forma Jauja viaja, como la legendaria tierra que le da nombre, entre distintas épocas y lugares, entre la realidad y el sueño, entre la metáfora histórica y la pura poesía, entre el western de John Ford y el cine más vanguardista.

Otro de los pilares de la película es su director de fotografía, el gran Timo Salminen, uno de esos profesionales que demuestran que los diferentes departamentos cinematográficos merecen una autoría semejante a la de director. Especialmente conocido por su extraordinario trabajo con Aki Kaurismäki, Salminen dota a la película de su personal paleta de colores, regalándonos un cielo asombroso, una reminiscencia al technicolor, al cine de Ford y sumando todo ello, un concepto fotográfico único en belleza a medio camino entre realista y onírico.

Otro concepto fundamental en lo que Jauja acierta por completo es en su formato, el académico del cine clásico, 1'37, pero con la novedad de tener las esquinas redondeadas, que pese a esencial para el film, no respeta ni su propio trailer. Un concepto de iris que, además de situarnos bellamente en el imaginario de los daguerrotipos procedentes de la época, refleja da la constante sensación de estar mirando a través de una bella ventana durante toda la película. Uno pequeño experimento de formato que también recuerda a los cierres de iris en el cine mudo.

Además de su belleza formal, lo que situará Jauja en la historia del cine es su tramo final, donde la película nos descoloca, nos pierda y nos hace viajar por todas las dimensiones conocidas, haciéndonos pensar y replantearnos, no solo el lugar de la película en el espacio tiempo, sino el de nuestra noción de existencia. Se podrían dar muchas pistas sobre las posibles rutas de los personajes de Jauja, el perro, la brújula o el soldadito de plomo pero, sin duda, es mejor no saberlas, adentrarse en ella y perderse en el desierto que todo lo traga, como el Capitán Dinesen, Ingeborg o Zuluaga.

Una película en forma de poema, de ensayo metafórico, que puede ser odiada igual que amada, que hay que sentir y observar, para luego, si se quiere, pensar. Un autentico Oasis en el desierto haber encontrado al fin, la tierra de Jauja.

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20 de febrero de 2015 0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El gran Clint Eastwood, a sus 84 años, está lejos de retirarse. Como todo verdadero artista, Eastwood no puede guardarse para sí mismo las cosas que necesita decir y sobre las que necesita pensar. Los directores piensan sobre la vida rodándola e Eastwood nos trae con El francotirador su segundo largometraje de 2014 y uno de los títulos ya más exitosos de su vasta carrera.

La película retrata la vida del francotirador Chris Kyle, que con cuatro viajes a Irak es el tirador con más muertes acreditadas del ejército de USA. Interpretado de forma impecable por un Bradley Cooper cambiado tanto física como gestualmente para el papel, la película vuelve a recorrer los caminos que siempre han interesado al director de Million Dollar Baby. El tratamiento de la violencia y el daño que hace en las personas; y el retrato de la fama y el reconocimiento por algo de lo que no se puede ni se debe estar orgulloso vuelven a estar presentes en este Biopic.

Posiblemente, el llamado último cineasta clásico americano, no tenga en esta otra de sus obras maestras pero si obtiene una película más que interesante. Con dos registros muy bien diferenciados, la guerra, llena de conflicto moral, deber y batallas; y la vuelta a casa, que parece transformarse en el verdadero territorio enemigo ya que el protagonista no parece pertenecer a él.

Ideológicamente patriótica, aunque objetiva, la película parece rechazar ir más allá en el conflicto de asesinato que un francotirador tiene más que ningún otro militar (Eastwood parece, a ratos, pedir retomar la historia desde el punto de vista contrario como ya hizo con Banderas de nuestros padres y su superior contrapunto Cartas desde Iwo Jima) En cuanto a su representación de la guerra, aunque no alcanza la tensión de los artificieros de En tierra hostil ni trasmite la veracidad de La noche más oscura (ambas de Kathryn Bigelow), escenas como la de la tormenta de arena y el enfrentamiento con el francotirador sirio, al más puro estilo Enemigo a las puertas de Jean-Jacques Annaud hacen del lado bélico del film un producto más que notable.

Ante todo, el mundo Clint Eastwood vuelve a estar más que presente. Si el personaje de Bradley Cooper tuviese sesenta años, posiblemente se parecería mucho al protagonista de Sin perdón, si pasásemos unos años más nos encontraríamos con el Eastwood de Gran Torino cuya medalla por matar no es sino el disparo más doloroso recibido.

Pero Eastwood no solo trata el desgaste mental de forma realista y profunda sino que lleva ese nivel de presión a cómo afecta en el entorno familiar, tal y como hacía en su, por ahora, mejor biopic, Bird.

Volviendo al film que nos ocupa, es en el apartado personal en el que, sin duda, Eastwood nos regala lo más interesante. No se nos muestra un personaje atormentado por las muertes que hay tras su mirilla sino por el deber, el deber de proteger y de cubrir transformado en una locura corriente y diaria.

Es cierto que las obras mayores de Eastwood vinieron cuando nos quería transmitir un sentimiento además de una historia como en Sin perdón, Mistyc River, Bird o su sorprendente simplicidad en Los puentes de Madison. Últimamente, Eastwood ha utilizado su carrera para pensar sobre aquellas personas que le han interesado, personajes como los de sus historias a los que quería descubrir por medio de rodarlos, personas como Mandela, J. Edgar o Chris Kyle. Pese a ser la mejor de esta última etapa del director y músico californiano no nos encontremos con otra de sus grandes obras maestras pero pocos pueden negar la sapiencia de sus imágenes y el interés de su relato.

Apoyado en una sobrada interpretación protagonista y realización anclada con pies de acero, grabada por un hombre al que nada hace ya temblar tras la cámara, El francotirador puede que no dé en el centro de la diana pero, sin duda, le sobra pulso para dar en el blanco.

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