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Críticas 151
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
16 de febrero de 2014
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alabama Monroe va de frente. Desde la primera escena ya nos abre paso una historia que necesita saliva a raudales para poder ser digerida. Porque una cinta que se presenta con una niña de seis años enferma de cáncer en la habitación de un hospital ya vaticina su dificultad. Una declaración de intenciones que pende de un hilo. Ese que separa la sensiblería de manual de un ejercicio emotivo de impacto. Alabama Monroe con algún que otro malabarismo cae del lado de la verdad. La que duele a un espectador cuyo semblante cambia a las primeras de cambio. Un espectador partícipe en esta historia de amor porque ante todo la película es eso. Un cuadrilatero donde el corazón y la razón se baten a duelo. Ese espacio en el que salen a relucir las flaquezas de alguien que ha perdido lo más querido. La enfermedad sirve de marco pero no se convierte en el eje central sino que el director otorga las riendas de la historia a las distintas maneras de enfrentar la pérdida.

Didier es un músico apasionado del bluegrass que toca el banjo en una banda. Elise trabaja como tatuadora. Dos mundos no tan alejados que pronto encuentran una conexión y fruto de ella nacerá Maybelle. La pareja inicia una vida en común pero la felicidad se cuestiona con el diagnóstico de la enfermedad de la pequeña. Didier buscará culpables. Elise se refugiará en la fe. Dos frentes abiertos que arrasan los cimientos de su relación.

Con semejante guión pocos recursos más cabría esperar por parte de su director a la hora de zarandear al público. Van Groeningen no deja puntada sin hilo cuando se trata de crear conflicto. A un texto complejo le une una narración nada líneal que a base de elipsis y continuos flashback y flashforwards otorga el ritmo preciso para insuflar oxígeno a una trama que lo pide a gritos. Ahí también ayuda la exquisita banda sonora que da voz al calvario de sus protagonistas. Dos actores desconocidos para el gran público que se revelan en un torce de force de altura, Veerle Baetens y Johan Heldelbergh.

Para quienes soporten altas dosis de emotividad y nos les impida llegar a un interesante debate sobre la religión y las creencias.

Lo mejor: su riesgo a la hora de mostrar lo cruda que puede llegar a ser la vida.
Lo peor: que por su intensidad la metan en el saco del melodrama de sobremesa.
1 de julio de 2013
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tramposo, superficial, videoclipero. Danny Boyle ha tenido que ir cargando con estos calificativos y otros tantos a lo largo de su filmografía. Es evidente que su cine es excesivamente condescendiente con el público y en más de una ocasión esa concesión se le ha ido de las manos, creando obras donde el positivismo roza lo artificioso. Dónde el buen rollo imperante resulta impostado a golpe de ambientes exóticos. El paraíso de Tailandia, el colorido de la India o hasta el árido Cañón del Colorado han sido objeto de seducción por parte del realizador. Sin embargo como narrador apenas se le pueden achacar descuidos. Su habilidad para contar historias, independientemente del marco en el que se desarrollen, no es cuestionable. Con una facilidad inusual hoy en día, introduce al público en el relato y lo que es más brillante si cabe, consigue mantenerlo en la trama.

Con Trance, nueva entrega del Boyle más cromático, regresa a su tierra. Ese Londres que no fotografiaba desde aquel examen gore aprobado con nota en 28 días después. Y vuelve con una historia que a simple vista también se la puede tildar de inverosímil, pomposa y hasta irrisoria y sin embargo, tras un par de capas de todo lo dicho, hay fondo donde rascar. Si hurgamos con precisión estaremos ante un ejercicio filosófico sobre el destino. Porque Boyle, en cierta manera, plantea un interesante dilema acerca de las acciones y sus consecuencias. ¿Acaso siempre somos responsables de nuestros actos? Sugerente reflexión servida en un thriller que hace las veces de drama psicológico y cine negro columpiado en altas dosis de surrealismo.

El manido "nada es lo que parece" también tiene su protagonismo en Trance. Simon (James McAvoy) es un adicto al juego convertido en subastador de cuadros que ve en la profesión la respuesta a sus deudas. Por otro lado se nos presenta una banda de atracadores encabezada por Franck (Vincent Cassel) y una terapeuta especialista en hipnosis (Rosario Dawson) convertida de pronto en el eje central de la historia. No es díficil presagiar que el entramado de identidades que tenemos delante moverá sus hilos hasta provocar la confusión. A golpe de giro inesperado comprobamos que no todo es lo que vemos. Y cuando aún nos estamos reponiendo de este adictivo y peligroso juego por parte de su director, el guión no deja de tomar curvas. Los personajes adquieren un cariz de espejismo. ¿Quién miente? ¿Quién sueña? ¿Quién es sólo un deseo? ¿Quién una sugestión? Preguntas de respuesta inmediata que no siempre satisfacen a un espectador ávido de explicaciones.

Lo que sí complace es un reparto en estado de gracia con una Rosario Dawson a la cabeza inundando la pantalla de erotismo. Mientras que el sector masculino cumple con personajes menos atractivos.

Boyle ha querido renovar el cine negro. Adaptarlo a los nuevos tiempos, respetando la esencia. El resultado no es más que una sucesión de loopings en una incansable montaña rusa. La adrenalina fluye y con ella el realizador guiña un ojo al cine que le sirvió como carta de presentación.

Para un público juguetón con predisposición a saber perder.

Lo mejor: su montaje. Adictivo.
Lo peor: le falta un golpe sobre la mesa para no pasar desapercibida.
14 de febrero de 2016
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta complicado el proceso de creación cuando el arte no responde a un sentimiento, cuando se corrompe la naturaleza de la autenticidad, en definitiva, cuando subyace a otros intereses. Desde su anterior y laureada obra, Birdman, Alejandro González Iñárritu ha sufrido una notable pérdida de identidad. Más preocupado por el continente que por el contenido, por una fachada deslumbrante en pro de una desgastada escalera. Lejos quedan las delicadas autopsias sobre el dolor en las que cada plano, cada frase aupaban la historia hasta rozar la belleza más incomprensible. Un cine imperfecto, menos definido, pero racial. No puede negarse que ahora no suframos de síndrome de Stendhal, más bien es inconcebible, porque para ello se han alineado los astros en perfecta comunión. Iñárritu se ha marcado un tanto importante con la colaboración de su compatriota, Emmanuel Lubezki, prodigioso director de fotografía, empedernido trilero de la luz, y verdadero protagonista de The Revenant. Y es que el último trabajo de Iñárritu vuelca toda su fuerza en la opulencia de las imágenes alimentadas de una luz natural, eficazmente seleccionada, bañando cada escena de una hermosura que asusta. Ahora inunda las pantallas con precisión, fiereza, para hacer un retrato nada intimista de la figura del hombre frente a su origen. La naturaleza como el otro.

The Revenant seduce al espectador desde una impotente primera escena a la que da pistoletazo de salida un plano secuencia que surge de las gélidas aguas de un amenazante río. La cámara se sabe elegante, sus movimientos coreografiados hasta la extenuación no dejan ningún recodo por cubrir. Todo está orquestado desde el milímetro y, aun así, no se percibe frialdad. La labor de Iñárritu como director adquiere aquí todo su significado, sin embargo, cuando el relato se aleja de esa lucha del hombre contra la fuerza de la naturaleza y se vuelve más místico homenajeando a Tarkosvki o transcribiendo a Malick, pierde fuerza narrativa, la cual no tarda en recuperar al centrarse en la venganza del héroe. Porque eso es The Revenant, un actualizado western que sigue a rajatabla los códigos del género. La advertencia de peligro siempre está latente aunque el ritmo se antoje lento para una cinta con semejante acabado. Las miradas de los personajes, desconfiadas, y sus pasos premeditados conviven con una melodía alarmante.

Estamos ante la obra más ambiciosa, excesiva y épica de Iñárritu. Tanto como la interpretación de un excelso Leonardo Dicaprio, cuyo desgarro traspasa la pantalla confiriendo a la cinta una entrega y valía respetables. Tal vez se espere más acción, puede que su exceso de metraje constituya un obstáculo o que el espectador se quede obnubilado ante su poderío visual sin poder regresar al filme pero ante todo The Revenant es puro deleite sin mayor intención de crear cátedra. Cine de aventuras, disfrute evasivo.
20 de noviembre de 2011
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aviso a navegantes: Un Dios Salvaje es una película compleja, tanto o más que la mente de Catherine Deneuve en Repulsión (1965) Partiendo de esta premisa hemos de tener en cuenta las intenciones de Polanski y aceptarlas. Situándonos en el mismo parque temático del pasado pero lejos de la casa del terror nos regala una entrada en el laberinto de espejos. Y es que no hay nada como reconocerse en unas imágenes aunque sean distorsionadas para hacer un ejercicio de autocrítica.

La obra de Polanski, basada en el texto de la dramaturga francesa Yasmina Reza, que también firma el guión, supone un bofetazo al modus operandi de la sociedad actual. La educación en tela de juicio, las fisuras de los matrimonios, el maquillaje que oculta nuestra verdadera identidad y la fuerza de la naturaleza dando a luz a nuestros más bajos instintos son las bazas con las que el cineasta juega. Si a esta bomba de relojería la agitamos entre cuatro paredes el resultado puede ser bastante indigesto o una reflexión delicatessen. Todo depende del refinamiento del espectador.

Bien son sabidas las dotes como cineasta de Polanski. Profesional en recrear ambientes claustrofóbicos y perturbadores, visionario de lo que podría denominarse plano-tensión dando lugar a composiciones brillantes y orquestando una sinfonía de personajes cuyo descenso al infierno es imborrable de nuestras mentes. Como buen titiritero, el polaco ha acertado en reunir a cuatros actores con una madurez interpretativa necesaria para encandilar al respetable, cosa nada fácil si tenemos en cuenta que toda la acción se desarrolla en el mismo espacio. Respetar el orden cronológico de la trama en el rodaje es otro gran acierto y ayuda a los actores para conseguir esa falta de oxígeno que van desprendiendo al alcanzar el clímax.

La historia es sencilla. Dos matrimonios neoyorkinos de clase media y alta se reúnen en casa de los primeros para debatir y llegar a un acuerdo tras la pelea de sus hijos en el parque. Hasta aquí nadie se atrevería a confirmar que estamos ante una cinta de Polanski pero en cuanto comienza el baile de máscaras y la disección de comportamientos más cercano a lo primigenio es cuando el estudio del lado oscuro tan característico del director hace acto de presencia al igual que la complicidad de los cuatro intérpretes cuyos personajes merecen un análisis pormenorizado.

¿Quién en algún momento de su vida no se ha sentido la madre y esposa perfecta movida por un ataque de pedantería? Ve tirando la primera piedra al igual que lo hizo Penélope Longstreet (solvente Jodie Foster). ¿Un buen día leíste un artículo científico sobre el fín del mundo y trataste de emular a Lars von Trier?

(sigue en spoiler por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
¿Nunca has albergado sentimientos contradictorios a sabiendas de ser políticamente incorrectos?¿Nunca has hablado de una cosa y actuado al contrario? Lánzala bien fuerte si cierta vez han deambulado por tu mente pensamientos machistas siendo un auténtico calzonazos como Michael Longstreet (sorprendente John C Reilly)

¿En alguna ocasión has dicho eso de “me encanta tu vestido” cuando en realidad consideras que es un espanto? Puedes ir haciendo con la piedra el salto de la rana como Nancy Cowan (incombustible Kate Winslet), porque ella representa la falsedad por cortesía, que sólo una copa de whisky logra desmaquillar.

¿Verdad que en muchas conversaciones sólo estás pensando en ti mismo y consideras que los problemas de tu interlocutor son minucias? Ve arrojando entonces una cantera y súmate a la arrogancia de Alan Cowan (contundente Christoph Waltz).

Un Dios Salvaje conforma una maravillosa obra teatral, que ha visto en Polanski la luz para ser proyectada en las grandes pantallas. Irónicamente escrita, soberbiamente interpretada y excelentemente dirigida.

Lo mejor: la maestría del equipo en conseguir que un texto tan sabio como ácido no patine en un medio para el que no está dirigido. La carnicería en la que se convierte el apartamento.
Lo peor: esa teatralidad no es apta para todos los públicos.
18 de noviembre de 2010
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hablar de Coixet es como hablar de política. En nuestro país hay un cierto ánimo de desprestigiar lo diferente, aquello que se salta los baremos es poco celebrado por las masas y ahí se encuentra la directora catalana. Es difícil posicionarse en un rango intermedio con respecto a su obra y aunque la frase no puede ser más tópica es así: o se le ama o se le odia.
No se puede indicar que Mi vida sin mí constituya el trabajo más personal-pedante de la cineasta. Toda su filmografía está repleta de voces en off, planos cortos y "borracheras del cámara" pero si es éste su trabajo más brillante.

En pocos minutos, con más de diez frases lapidarias, Coixet se mete en el bolsillo al espectador convirtiéndole en protagonista al hacerle pensar "¿Qué haría él?" Y es que es jodido que en segundos tengas que despertar del sueño que ha supuesto hasta ese momento lo que llaman vida. Al igual que el personaje principal todos redactaríamos en una libreta aquello que nos queda por vivir con la intención de realizarlo antes de que todo se acabe. El tiempo se convertiría en oro y no sé hasta que punto se malgastaría soltando frases tan poco cercanas de cursis que resultan. Pero dejando a un lado la pretenciosidad de Coixet hay que reconocer que Mi vida sin mí es un espléndido ejercicio emotivo que emana lucidez por los cuatro costados. No es sencillo exponer algo que no ves y darle veracidad y es que el manido tema de la muerte anunciada es peliagudo. Tan sencillo caer en los extremos que sólo una actriz del calibre de Polley puede salvar. La valentía del personaje de Sarah Polley es abrumadora. Ni usa sola escena nos muestra el llanto más desgarrador que supondría una noticia así. Por eso Mi vida sin mí es diferente.

Coixet es excelente dirigiendo y sobre todo eligiendo el casting. Sin Polley la cinta no tendría sentido. La actriz imprime a su personaje una mirada difícil de olvidar y un carácter envidiable aunque tal vez complicado de encontrar. Otro gran acierto es la cantante de Blondie. Deborah Harry es el desespero de la amargura. Su incursión en el personaje es tal que no parece que interprete.

Mi vida sin mí supuso el acercamiento a la directora de las gafas de pasta rosa y desde entonces no hay cinta de ella que no espere con entusiasmo. También es cierto que su aventura en Tokyo resbaló demasiado y su encargo en Elegy le hizo perder carisma pero con la sugestiva historia de amor en la plataforma petrolífera alcanzó la recompensa que abrió Mi vida sin mí.

Lo mejor: la invitación de Coixet al análisis personal, la escena de la grabación de las cintas y la mirada de Polley.
Lo peor: la nacionalidad de la directora. Si fuera yanki otra cantar sería.
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