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Críticas 367
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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9 de marzo de 2024 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esto lo veo más como la segunda parte de una película de seis horas que como algo independiente, porque la propuesta es idéntica, como idénticos son los aciertos y los defectos; un díptico que aspira a lo que haría un Fritz Lang del siglo XXI con un cine de género donde una puesta en escena concentrada, de espacios indeterminados, de brumas de arena y depuradas arquitecturas futuristas, estaría al servicio de unos héroes-villanos que se debaten en la eterna telaraña del destino, del rígido determinismo que rige la política y la economía, la religión y la manipulación de masas, la ecología, y en definitiva, la metafísica tan intrincada y por momentos inabarcable del universo de Herbert.

Ya más en serio (si es que algo de esto es serio), los sentimientos son contrapuestos y sigue siendo un eterno quiero y no puedo, un proyecto sumamente ambicioso que se salda con fogonazos de inspiración y con resultados fallidos en general. En términos narrativos le pasa lo que a mucho cine de ahora, parece que estuviera confeccionada a retales inconclusos, pese a la larga duración, o a modo de resumen de una serie; primero un rato muy largo con los fremen en el desierto, luego entran los malos cuando parece que llevamos media peli, y así con todo.

El segundo tramo es donde todo lo que llevamos visto estalla, alcanza su conclusión y ahí lo veo más centrado y alcanzando la intensidad que le faltaba. Vemos el surgimiento de una fe, la naturaleza corruptora del poder y cómo una persona debe de algún modo morir y dejar atrás su yo para renacer en forma de leyenda al servicio de una causa superior y de la renovación de una estirpe decadente. Un ser un tanto inhumano que tiene que hacer lo que debe por encima de intereses personales, y aquí las dos mujeres son las que personifican esas dos tensiones de su personalidad. Todo esto se intuye y supone, creo yo, lo interesante que aportar al tan manido y maniqueo viaje del héroe; este tío no es un héroe, o no está claro que lo sea (besar la bota, besar el anillo), pues es delgado el límite entre el idealismo, los sueños legítimos de un mundo mejor para los desposeídos… y el carácter despiadado de la política y sus difíciles equilibrios; la guerra, el genocidio, la destrucción total asegurada.

Yo no he visto lo que hay que ver, pero al final, miento si digo que no me quiero ir con esta gente a hacer la guerra santa y a cortar cabezas por toda la galaxia; normal, con este mesías tan guapo… yo es que quiero ser tu Zendaya, Muad’dib, yo quiero cabalgar contigo el gusano de arena o lo que haga falta, Timoteo... Y el otro menda no le anda a la zaga, desprendiendo morbazo incluso siendo un puto calvo albino. Pero me desvío de lo importante (¿Seguro?). Bardem, la gran revelación; no es que haga una gran actuación, es que es el único que parece humano y que no tiene un palo metido en el culo. Los demás son figurantes deluxe: la Seydoux, de juzgado de guardia, y la Taylor, pues un anuncio de Cacharel muy bonico.

Pocos momentos en que la película respira, aunque los hay; cierta poética del desierto, los instantes cotidianos de la vida fremen, con sus propias divergencias y tensiones internas, ese plano cenital del mesías moviéndose entre la multitud cual célula diminuta, la sacada de chorra en blanco y negro… Incluso la parejita cumple, tan serios los dos. Sobre las escenas de acción-espectáculo, sobresale la de cabalgar el gusano, el duelo final a cuchillo, el ataque del tóptero, que cuanto menos es un intento de componer buenas secuencias con desarrollo y estructura interna, que ofrezca tensión y juego con elementos escénicos. Pero predominan las típicas de plano corto, movimiento, confusión, todo oscuro y poca gama cromática, así como el uso atronador de la banda sonora para epatar; de nuevo, modos de hacer muy actuales. Villanos en el fondo muy genéricos (¿Cuántas veces se repite en ellos el cabreo que pagan con un subordinado?), si funcionan es más por presencia física que por otra cosa (lo de hacer al barón sexualmente ambiguo ni que decir tiene que sería tabú total).
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La cuestión es si esto tiene cabida en el mainstream actual, cobarde, simplón y acomodado. La película se sirve de su coartada de pretendido cine “adulto” para pasar por todos sus peajes; poco amor, poca muerte y desde luego nada de sexo ni de excentricidades. A nivel de adaptación se resume, elimina, etc. para dar quizá más sentido a cosas (ese giro familiar culebronesco), simplificar la (demencial) trama, y ya de paso, deshacerse de los aspectos que pudieran resultar más bizarros e incómodos (Alia Atreides). Pese a todo, el argumento sigue siendo incomprensible, o al menos, enrevesado ¿Y qué importa? Si tenemos a 500 youtubers haciendo sus vídeos de teorías, análisis y explicaciones; seguro que quienes han hecho la peli cuentan con ello.

Conclusión en forma de cliffhanger descarado otra vez y a por la franquicia y la trilogía; también es lo lógico, porque es el siguiente libro de la saga el realmente conclusivo, casi más un epílogo o añadido; con muchos clones, fetos en tarros, ciegos que en realidad ven, gente muy fumada... yo es que a veces pienso en la saga Dune como una gran comedia cósmica y no nos habíamos enterado, seguro que mejoraba vista en esa clave, aunque con Villanueva al frente, desde luego nunca veremos algo así.
18 de diciembre de 2023 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo cierto es que la primera mitad es un retrato de perdedores donde queda muy bien atrapado ese microcosmos que es un gimnasio humilde, esa mezcla de patetismo, tristeza y simpatía, en una inmejorable presentación tanto de los personajes de Eastwood y Freeman, con su pasado compartido, su amistad, sus miserias particulares, como de los más secundarios, aportando cada uno su matiz. La labor de dirección es sobria, elegante, con referencia en los clásicos y un recurso a las sombras que nos deja algún que otro plano digno de un Caravaggio, pero sin que el esteticismo se coma en ningún momento el interés por lo que nos están contando (como mucho, cierto crujimiento extremo de pescuezo a cámara lenta como que sobraba un poco). Aporta lo suyo el off, con frases memorables sobre el boxeo, de las que hacen de este deporte algo más que un deporte, una metáfora de la vida, la lucha diaria y las pruebas que nos aguardan.

La cuestión es que dichas sombras no expresan, o no tienen por qué expresar para nada unos claroscuros morales, sino todo lo contrario, una lucha del bien contra el mal, pues esta es la película de un cristiano liberal. Una auténtica y genuina oda al individuo y sus valores. Maggie es una flor entre matojos, una anomalía. Un ser anónimo y nacido bajo unas condiciones que la destinan a la miseria, pero tiene una pasión y sobre todo una fe inquebrantable, que le hace salir adelante para realizar su sueño ante todos los mediocres que quieren hundirla; nunca se rinde ante nada, con su valentía y su determinación. Él, por su parte, tiene un pasado turbulento, con algo que no sabemos y que es incapaz de perdonarse. Encuentran uno en el otro, la mujer luchadora en un ambiente masculino y el machista que ve derribados sus prejuicios, lo que les falta, que es la familia. El bar de carretera perdido, la tarta de limón sin añadidos artificiales, son la idea (muy americana) del amor, la compañía, la vida sencilla y la paz con uno mismo que él busca en los poemas de Yeats; un paraíso perdido cuya imagen, y no podría ser otra, es la que cierra bellamente el film.

Los personajes son buenos y malos, nobles y miserables. Los malos son seres insensibles y egoístas, aprovechados y rastreros. Con dos rasgos especialmente atroces, la ingratitud y el victimismo (ella, en cambio, agradece lo que ha conseguido, pese a tener la peor suerte, su derrota es una victoria moral). La caricatura de los white trash (madre gorda, hermano ex-presidiario, cuñada choni con bebé en brazos) está realizada a conciencia, con saña, y diría que incluso con odio; no es sólo una cuestión de formas, de trazo más grueso o menos, Haggis sabe bien lo que quiere mostrar.

Desde el momento en que es posible y admirable levantarse de las situaciones más penosas, ellos son culpables, ellos han elegido ser como son, no tienen excusa ni redención posible. Según el guionista y su visión de las cosas, todo el mal en el mundo es simplemente la consecuencia de no echarle cojones a la vida, sin más. En su loa individualista demuestra escasa sensibilidad hacia lo social, o hacia personas o grupos sociales que, sencillamente, no encajan en sus esquemas. En lo que respecta a la boxeadora tramposa, ex-prostituta en el Berlín oriental, sin comentarios. En el otro extremo está “Peligro”; el idealismo puro hasta el extremo de la idiotez mística, portadora de esa gran verdad inadvertida en medio de la cruel lucha diaria, de aplastar al contrario sin piedad.

Y así llegamos a la cuestión medular de la película...
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...que es la eutanasia. Porque aquí es donde los dos conceptos de la película, el liberal y el cristiano, entran en conflicto. A un lado del ring, la elección de ella, tomada libre, serena y conscientemente. Al otro, la renuncia de él, que quebranta la vieja ley del “no matarás” para dar muerte a quien más quiere, nada menos que a su propia sangre, y así salvarle. En el boxeo, todo va al revés; en la vida también, y en la fe, con sus caminos absurdos, paradójicos; un salto de fe terrorífico, dar muerte para dar vida, aunque uno se arriesgue a morir un poco. La muerte es vida, y el amor, sacrificio para redimir los pecados.

Finalmente, el film se abre; el protagonista queda reducido a un fantasma “que no siente nada”, no sabemos las consecuencias de su decisión, si encontró lo que buscaba. Sí descubrimos que el hombre tuerto es el narrador, la película queda cifrada en una carta enviada a una mujer desconocida y también a nosotros, espectadores, “para que sepamos qué clase de persona” es él, para que evaluemos nosotros mismos sus acciones. Quizá sea una pregunta con trampa la que nos lanzan, pero Eastwood y Haggis tienen cuanto menos el detalle de concluir de esta manera.
8 de diciembre de 2023 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Visconti agota con Rocco y sus hermanos el neorrealismo y lo lleva a su propio terreno para crear una tragedia desaforada, excesiva, que ahonda en las misma raíces griegas del concepto, que desborda el puro análisis sociológico de un tiempo y un lugar para alcanzar una universalidad trágica en cinco capítulos como los cinco dedos de una mano.

La historia de unos hermanos y una madre que dejan atrás su Lucania natal después de morir el cabeza de familia para labrarse un porvenir en Milán es una historia de desarraigo, de las que parecen no tener fin, pero con una diferencia; son objeto de un racismo declarado que les hace extranjeros dentro de su propio país. Dejan atrás sus costumbres para sobrevivir a la miseria, llegar a algo más, al igual que tantos otros en su misma situación, y cada uno se las apañará como pueda, reaccionará a su manera ante esta nueva vida no exenta de peligros, como el de la progresiva desintegración del núcleo familiar, una degradación muy del (dudoso) gusto del principesco cineasta italiano, por la cual los puros se corrompen y un hado fatal persigue a estos desgraciados.

Rocco, el eterno “hermano del medio”, es la figura que se sitúa en el centro mismo de las tensiones, encarnada por un actor fascinante que, más allá de su belleza física, cautiva con cada uno de sus gestos, de su mirada. Anónimo, frágil, casi idiota en su torpeza y en su bondad; un pez fuera del agua en el medio urbano, pero también una especie de santo que destila una colosal fuerza interior, último depositario de una fe, de una moral, de una tierra natal que les corre a todos por las venas y que siempre le hará ponerse ciegamente de parte de sus hermanos, incluso cuando alguno se comporten de manera reprobable y no lo merezcan… cosa que le llevará al mismo infierno y arruinará, paradójica y trágicamente, la felicidad de todos, empezando por la suya propia. Y cuanto más empeño ponga en esto, mayor será esa ruina.

La película muestra actos de indignidad, de venderse y humillarse, con tal de hacerlo por alguien (“hace falta un sacrificio para que la casa se levante sólida…”). Unas relaciones de dependencia malsanas, los extremos a los que nos lleva el amor incondicional, la defensa de ese lugar remoto, de ese comunitarismo tan idealizado como represivo; el mismo que convierte una celebración privada en la fiesta de todo un vecindario, o los únicos vínculos sólidos que tienen los que no tienen nada en esta vida. Las alternativas son: formar una familia ajena (Vicenzo). El vicio, las mujeres, la debilidad de un carácter abúlico y mimado o la vida fácil (Simone: repulsivo y conmovedor… el otro gran pilar que sustenta el film). La propia fuerza de trabajo de un incipiente proletariado industrial (Ciro). Y un niño (Luca), simple observador, o la esperanza de un retorno a la patria perdida que quizá no exista. Que confiere un trazo épico a una película íntima, como épica es la estatura, de dioses, héroes o monstruos, que alcanzan estos sujetos gracias a otro elemento clave; el boxeo, gracias al que conocemos la faceta oscura, el orgullo, el odio, oculta tras la fama y el mito, en un ciclo de auge y caída que parece incluso heredarse de unos hermanos a otros, unos seres que parecen movidos, poseídos por una fuerzas superiores a su propia voluntad.

Actos y decisiones hoy (y quizá siempre) incomprensibles, amor-odio indiscernible, mujeres como elemento de discordia y a la vez resignadas a ser quienes sufren y pagan por todo... o bien quienes justifican celosamente a sus hombres, sin ver nunca el mal en ellos. Todo es explícito, falto de contención, con histeria, gritos, ese imaginario sobre Italia y los italianos posteriormente parodiado y banalizado, que aquí tienen mucho sentido en su contexto y cuya influencia es fácilmente reconocible en el cine americano posterior.

Milán, protagonista en la sombra que sólo vemos de perfil, pues esta es una película de interiores, casi siempre míseros; edificios que aprisionan y enjaulan, calles nevadas donde hace frío, arrabales periféricos, tugurios varios, noche. Sólo la catedral, espacio de confesiones y expiación, del amor frustrado.

Si me preguntan ahora mismo cuál es la mejor película de la historia del cine, lo tendría bastante claro.
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Secuencias de una crudeza enorme para la época; de una violación, de un asesinato, con un tratamiento poco menos que operístico y grandilocuente del amor y la muerte. Cuestiones de homosexualidad y prostitución masculina, morbosamente retratadas.

Una meditación “gatopardesca” final, la de la transformación inevitable del país y de sus modos de vida, relacionada a su vez con ese “fatum”; un futuro incierto en el que confiar, suena la sirena de vuelta a la fábrica ¿una nota de escepticismo o pura militancia de izquierdas? Luca mira cautivado el poster con la cara de su hermano y entonces queda claro: seguirá sus pasos, él también será boxeador, seguirá girando la rueda. Se alejan ya definitivamente unos de otros.
8 de diciembre de 2023 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sobrepasado ese umbral de la modernidad cinematográfica que sería el comienzo de los años 60, "El proceso" es pura vanguardia del cineasta menos clásico de entre los clásicos, alguien que parece sentirse como pez en el agua llevando a imágenes el texto de Kafka y a su propio imaginario de luces, sombras y trampantojos, verdades a medias y moralidad de pronto retorcida y corrupta. Si la novela es una obra enigmática y sometida a mil interpretaciones, su adaptación no podía ser menos y Welles entrega, en consecuencia, un film laberíntico desde el primer instante, desde que Josef K es despertado con brusquedad, pero no a la vigilia ni a la cordura sino a un mal sueño producto de la fiebre, un eco distorsionado y exagerado de lo real, por mucho que la realidad tantas veces esté a dos pasos de las pesadillas kafkianas.

El pobre protagonista, un Anthony Perkins que tiene algo de dibujo animado en su apariencia, vocabulario y gestualidad, es procesado por un supuesto delito del que nunca llega a ser informado, y todos sus esfuerzos por esclarecer el asunto y defenderse de la pretendida acusación no hacen sino hundirle más en los sucios engranajes de un sistema judicial al que sólo unos pocos privilegiados con influencias parecen tener acceso. O puede que sólo se trate de fantoches, farsantes tras una venerable y legal apariencia; aquí el actor-director se reserva uno de esos papeles a su medida, como es el del abogado ¿enfermo? Y para nada dispuesto a ser abandonado sin más por un cliente insatisfecho con sus servicios… Por otra parte, Josef no deja de ser otro déspota más en su pequeña parcela de dominio, o aspirante a ello, como lo demuestra la indiferencia hacia sus seres queridos.

La comedia bufa, como muy en el fondo lo es el original literario, no está reñida con el puro terror, el thriller ni la atmósfera de cuento fantástico, orquestado como un suntuoso espectáculo visual de planos perfectamente calibrados, ángulos inestables, profundidad, montaje un punto mareante… en entornos entre góticos, escherianos y expresionistas, marcados por violentos contrastes lumínicos, gags absurdos, uso de espejos, de espacios muy amplios (con el añadido del “Adagio de Albinoni” y de toques jazzísticos)… todo el catálogo de recursos marca de la casa, es decir, que se funden en la forma con el inquietante fondo de una historia que habla quizá del poder.

Y no sólo del poder burocrático, judicial, con mayúsculas, ni de la fuerza con que aplasta al tipo insignificante de a pie, sino del económico y laboral que diluye al empleado gris en su pupitre, entre la masa. Del sexo, que define relaciones, sean de pura posesión o de manipulación insidiosa, entre hombres y mujeres, todas ellas libidinosas, objeto de sospecha o incluso deformes. Los vínculos familiares, con un tío que sustituye al padre autoritario y ausente. La religión, y en definitiva, las relaciones humanas, siempre malsanas, interesadas y poco menos que masoquistas, de dependencia, pero son el mal menor en comparación con el terrible destino de querer “ir por libre”, de una ejecución cruel por un sistema que lo es hasta con sus propios subordinados (siempre una jerarquía y un chantaje). Todo forma parte del tribunal, el proceso es y se extiende a la vida misma en todas sus facetas.

El sentimiento de culpa de Josef, que acaba hasta dudando de sí (esas miradas acusadoras de las niñas), sería el combustible que requiere la máquina infernal para continuar su funcionamiento. “Ante la ley”, la fábula que concentra el significado de la película (recreada mediante sencillas ilustraciones y la potente voz de nuestro hombre, por cierto) parece insinuar que estamos condenados de antemano, hagamos lo que hagamos ante esa autoridad incognoscible. O quizá que las consecuencias de no rebelarnos contra ello, contra ese absurdo, son terribles y por lo tanto ahí sí que tendríamos la culpa, lo cual convertiría el aparente dislate de Welles en una obra maestra del cine político y en una cruda metáfora, bastante en consonancia con su época, que en imágenes aisladas puede recordar a Antonioni, sus figuras incomunicadas, empequeñecidas en la distancia.
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(Atención a la chaqueta, codiciado trofeo de los policías, cómo se ve desprovisto de ella con violencia; después, le es entregada una que no reconoce como suya, y finalmente esta prenda acaba convirtiéndose en una especie de mortaja).
20 de junio de 2021 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un aislado país africano, una planta química ultramoderna sufre un escape de gas accidental. Los afectados no tardan en volver a la vida en forma de muertos vivientes que siembran el caos mientras los países occidentales ignoran el asunto.

También conocida como "Virus" o "Hell of the living dead", detritus fílmico en estado puro y subproducto muy característico del cine exploitation italiano. En este caso, una co-producción hispano-italiana en busca de sacar tajada de la moda instaurada por George A. Romero, pero también del género mondo en torno a las horripilantes costumbres y rituales de las tribus perdidas. Y ya de paso, metemos un poco de acción costrosa con comandos militares enfrentándose a malvados terroristas de la época. Decir que esto es muy malo es como decir que el agua moja, aunque siempre es curioso asistir a tales cotas de cutrismo sin la menor pretensión.

Muy mal hecho todo, con el aderezo del musicote electrónico de Goblin (creo que no compuesto expresamente sino sacado de otro lado), con imágenes documentales de fauna salvaje insertadas zarrapastrosamente y desentonando con el puto parque de Badalona donde rodaron este pestiño, fingiendo estar en África. Los zombies no sabemos si tienen movimientos espasmódicos de zombie o es que se están descojonando vivos (maquillaje y efectos digamos que no son muy convincentes).

Casquería de vez en cuando, un poco más de metraje robado, esta vez de un enterramiento indígena… y caramba, no tenemos guion (es todo inconexo de la hostia) ¡pero tenemos algo parecido a una película! Y eso que los personajes no llegan ni al nivel de tópico más simplón, ni nos importan un comino, salvo quizá el que hace de soldado loco y gracioso, una especie de José Mota completamente entregado a la causa, cual Klaus Kinski de tercera regional.
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Los implicados (el infame Mattei junto con el gañán de Troll 2, que rodó media peli sin acreditar) no se olvidan de saquear ni la denuncia social romeriana, un pesimismo apocalíptico sobre la destrucción de la tierra y la muerte del hombre a manos del hombre, por culpa de unos países ricos que buscan el exterminio los más desfavorecidos con la excusa del progreso (ese plano de unas decadentes Naciones Unidas, lo único medio inspirado y que les debió de salir por causalidad).

No me olvidaré de uno de los desnudos femeninos más gratuitos de la historia (con inesperado planazo tetil), con la excusa más chorra posible.
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