Haz click aquí para copiar la URL
You must be a loged user to know your affinity with billywilder73
Críticas 67
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
6
1 de agosto de 2018 Sé el primero en valorar esta crítica
¿Con cuántas películas de cine se ha pasado verdadero miedo? Se pueden contar con los dedos de la mano.
En España, en los últimos años, la cosa se pone todavía más cruda, Los sin nombre y Rec de Jaume Balagueró, Tesis y Los otros de Alejandro Amenabar, 28 semanas después de Juan Carlos Fresnadillo y El día de la bestia de Álex de la Iglesia.

Los ojos de Julia de Guillem Morales ya puede añadirse a esta pequeña lista porque es terrorífica y desnuda uno de los miedos más interiores y viscerales que padece el hombre, el miedo a la oscuridad. Pero no sólo al miedo a una oscuridad que podría llamarse física, palpable sino también – y seguramente es el mayor acierto de la película – a una oscuridad interior, el miedo a pasar desapercibido, a ser uno más entre millones de hombres, a sentir que la vida te ha derrotado y vagar como un muerto en vida.

Y todo gracias a un guión muy racional en su creación pero muy pasional en su puesta de largo que construye a uno de los mejores villanos de los últimos años. Un antagonista creíble, absolutamente humano, veraz y coherente con el que es fácil empatizar para llegar a entender que su derrota es la que vive la mayoría de la gente. Un feo, un perdedor como lo fueron el Nick Nolte de Aflicción y el Sean Penn de El asesinato de Richard Nixon, dos obras maestras del cine a reivindicar.
¿Y es que existe algo más humano que querer sentirse un hombre? En un mundo donde todo entra por los ojos y la belleza es el estandarte, comprender que jamás podrás ser es suficiente como para querer apagar la luz. El villano es un ángel cuando nadie puede verle y sólo se convierte en demonio a los ojos de los demás. Absolutamente excepcional.

Otro de los puntos de extrema brillantez de la película tiene que ver con su magnífica puesta en escena, su montaje y el tratamiento del sonido.
Los momentos de puro terror – que los hay durante toda la película y no decaen en ningún momento - mantienen al espectador agarrotado, acojonado y vencido ante los acontecimientos y son el resultado de la magnífica puesta en escena diseñada por Guillem Morales.
Hay dos momentos especialmente brillantes en la película donde el director demuestra su personalidad y estilo en la puesta en escena:
1) Cada vez que la oscuridad aparece se convierte en personaje y la película alcanza tintes de obra maestra abriendo la caja de Pandora de nuestros miedos más ancestrales; miedo visceral y agónico que entra por los sentidos, miedo conectado a nuestro ADN y que destroza el alma - Guillem Morales ya hizo algo parecido en El habitante incierto hablándonos del terror a que alguien invada tu espacio, el lugar donde uno se siente seguro pero se perdía en la segunda mitad de la película al volverse todo más trascendental y complicado -.
2) El clímax, inspirado claramente en el de El silencio de los corderos, pero siendo capaz de imprimirle un sello personal demoledor que aturde y deja con la boca abierta al espectador y lo convierte en uno de los más impactantes e hipnóticos momentos climáticos que se hayan filmado.

Se podría hablar ya de un clásico del cine español si no fuese por dos detalles que estropean la película:
1) El toque de amor meloso, falso, azucarado, pesadísimo e irritante que envuelve la película - y te echa para atrás en su plano final - y que demuestra el miedo a arriesgar de sus creadores y las dudas de ofrecer al público una obra maestra sin paliativos. Estúpida necesidad de adornar lo terrible de la condición humana con una pantomima amorosa adornada de romanticismo cutre que le roba veracidad a toda la trama. Hay que desterrar ya de una vez los miedos a contar películas puras y verdaderas sin incidir en salvavidas almibarados. No hay que creerse que el público es tan tonto, aunque lo sea.
2) La fotografía academicista. Es fascinante vivir con Julia, la protagonista, los momentos en que se va quedando ciega; pero es horrible envolver la película de una fotografía demasiado perfecta – como ocurría en El orfanato o como ocurría también en todas las películas de la Factoría Filmax. Tan perfecta que pierde parte de la credibilidad, naturalidad y crudeza que debería tener y la vuelve paradójicamente irreal, falsa e impostada.

Muy superior a cualquier otra película del momento, cuando Guillem Morales y su equipo pierdan el miedo a fracasar, Cannes se rendirá a sus pies.
La silla de Fernando
Documental
España2006
7,3
2.638
Documental, Intervenciones de: Fernando Fernán Gómez
10
1 de agosto de 2018 Sé el primero en valorar esta crítica
La silla de Fernando de David Trueba hace justicia sentando al rey – los reyes de verdad jamás reinan por cuestiones de sangre sino por sabiduría - en su trono.
Fernando Fernán Gómez es el mejor actor español de todos los tiempos pero a la vez un desconocido del gran público; queda su vejez, su voz profunda y su mala leche, y ése es el estigma de los españoles – como denuncia el propio actor en el documental – el desprecio, el quedarnos con lo indigno y olvidarnos de la virtud. Aquí no hay genios que valgan, que ni Picasso por vicioso, ni Dalí por estrafalario, ni Fernán Gómez por colérico y obsceno.
Pues este señor que se ha ido ha participado como actor, guionista o director en la mayoría de películas clave de la historia del cine español. Se dio a conocer en pequeños clásicos desconocidos como Domingo de carnaval, Vida en sombras o Embrujo. Aportó su dosis de revolución juvenil cinematográfica junto a Berlanga y Bardem en Esa pareja feliz y ya no paró de crecer con El inquilino, La vida por delante o La vida alrededor. Mención aparte para El extraño viaje, escrita y dirigida por él y que se encuentra entre las cinco mejores películas españolas de siempre con su crítica feroz a esa España profunda que a día de hoy no termina de morirse; y la obra maestra de nuestro cine - junto a El verdugo de Berlanga - El espíritu de la colmena de Víctor Erice, la poesía fotografiada, la mirada ingenua de una niña bajo el peso monstruoso de la postguerra. Y en todas ellas, Fernando Fernán Gómez, sibarita y hedonista, que siempre quiso estar donde algo bueno se cocía.
Se tiende a hablar de documentales como el de La silla de Fernando de manera despectiva llamándoles documentales de cabezas parlantes – El desencanto de Jaime Chavarri, cumbre del documental español, lo es -, pero cuando alguien tiene algo que contar lo mejor es escucharle; y Fernando Fernán Gómez es culto, mágico, fascinante, honesto, existencialista y picante.
El documental es desmitificador y cuenta, por encima del mito, la verdad de un hombre viejo que no se esconde de nada ni de nadie porque ya no tiene dónde esconderse. La lección vale para cualquiera de nosotros, ¿de qué sirve tanta bagatela, tanta hipocresía y adorno? Lo que la vida separa y capitaliza, la muerte acaba socializando. Fernán Gómez listo como el diablo lo comprende y ofrece su verdad absoluta dejando el disfraz sólo para cuando gritan ¡acción!
Como diría el genio, para qué callarse… la censura, el cara al sol, Jorge Sanz, el cine cutre español, Aznar y su troupe, la prensa rosa, George Lucas y George Bush, Van Damme, el Papa y los toreros, ¡váyanse a la mierda!
1 de agosto de 2018 Sé el primero en valorar esta crítica
El inicio de La banda nos visita es magistral y supone una declaración de intenciones de los protagonistas, una banda de música de la policía egipcia: somos pequeños, somos los que quedan en segundo plano, los invisibles… ¿quién no se siente así en la vida?
Pequeños sí, desapercibidos, antihéroes de un cuento de Sherezade cuya incursión modesta en la vida de los personajes que se cruzan en su camino resulta determinante. Así los paganos reyes magos ofrecen a los habitantes de un arrabal judío todas sus riquezas: una melodía inacabada, una verdad que le consume por dentro o un libertinaje de mil y una noches.
La banda nos visita está repleta de momentos mágicos de vacíos cotidianos que claman necesidades sin saber cómo expresarlas – porque la vida no es un brillante diálogo shakesperiano sino una acumulación de silencios -. Ésa es la belleza de la película: la sencillez combinada con el sentimiento de derrota de personajes que conocemos bien, y sus agónicos silencios que piden a grito pelado un poco de amor, de cariño o de compañía – como la ronda nocturna en el parque de dos desenamorados sintiendo de nuevo a los cuarenta y tantos la necesidad de la primera cita o la tontura empática y secuestro emocional de los jóvenes patinadores que quieren y no saben qué.
Ante la imposibilidad de entenderse o el miedo a entenderse quizás – por eso juega un papel fundamental los tres idiomas que maneja la película -, callan y dejan que la vida pase, rastrera, soñando que sólo fue un sueño, bonito sueño eso sí.
Es la brutal metáfora de este mundo y sus miserables habitantes que en lo más profundo del alma desean – y necesitan - entenderse pero no se atreven y continúan callados como bestias - de la guerra de odios – en celo.
La invitación que recibe la banda de música de la policía árabe para tocar en un festival israelí - dejando de lado el conflicto bélico latente y el aborrecimiento xenófobo - es la precisa y preciosa excusa – mcguffin que diría Hitchcock – para contar lo verdadero, lo humano de las relaciones; y en ésas, en el cara a cara, no entra la mentira mediática ni el politiqueo sólo los cuentos que cuentan cosas de verdad.
1 de agosto de 2018 Sé el primero en valorar esta crítica
Hace nueve años ocurrió un pequeño milagro de esos que rara vez ocurren en el cine, un milagro que tenía que ver con un personaje de hierro… el milagro se llamaba El gigante de hierro y era una pequeña película de animación dirigida por Brad Bird sobre la maldad de muchos en tiempos de Guerra Fría y la amistad de dos, un niño y un robot venido del espacio exterior.
Iron man, El Hombre de Hierro también está envuelta en lo turbio de la guerra y la tensión con Oriente Medio pero es una auténtica chatarra. Porque no es de justicia que se utilice el cine – la televisión, los periódicos, internet… - como lavadora de cerebros. Lo peor del caso es que no hay esperanza, ya es demasiado tarde, la estupidez humana es la peste del siglo XXI.
Esta basura de película – como tantas otras mucho más sutiles – tiene el descaro de contarnos que la salvación del mundo está en manos del capitalista y del belicista, en fin, de Bush y de su corralito de monstruos – Putin, Zapatero, Merkel, Sarkozy o Bill Gates -.
Cuando un guión demanda constantemente actos de fe para seguir creyendo en el producto poco más se puede añadir. Iron man es un petardo para memos que se quedan con la boca abierta y la baba en suspensión, un fuego de artificio en el circo del más difícil todavía.
Para los que busquen penitencia, ayuda mucho ver cine de verdad con héroes de verdad: Old boy, Ichi the Killer, Zatoichi, Una historia de violencia, Promesas del Este o la trilogía de Indiana Jones.
Propongo que en la segunda parte - que la habrá seguro porque mil millones de moscas comen mierda - surja un Lenin embutido en armadura roja y acabe con todos ellos, los estúpidos y los poderosos. Esa película sí la espero con ganas… ése sí será el héroe soñado.
1 de agosto de 2018 Sé el primero en valorar esta crítica
El genial Groucho más visionario que Nostradamus decía que la televisión era muy educativa, cuando alguien la encendía él se iba a leer un libro. Algo así le está pasando a la gran mayoría del cine actual, al que podríamos denominar Cine Uvi.
Los cerebros están vacíos, ése es el virus verdadero que no muestra en su argumento Invasión pero que sobresale por monstruoso tras su visionado. Y por dos motivos. Uno, por ser ¡¡el cuarto remake!! basado en la misma novela, The body snatchers de Jack Finney lo que demuestra la crisis de simpleza que “invade” el cine de los últimos tiempos – sin pecar de ingenuos, remakes ha habido desde Lumière pero ahora golpeas una piedra y te sale uno -. Y dos, por “el todo vale” que no respeta la inteligencia del espectador - seguramente porque no deben creer que exista y la taquilla les da la razón – porque la historia, su hilo argumental y su tesis se contradicen ¡en una hora y media de película!; todo por contratar a un director de prestigio – Oliver Hirschlbiegel, autor de la muy interesante El experimento – darle la libertad de crear y al estimar el resultado lento y un riesgo para el bolsillo censurarle y pactar con el diablo - James McTeigue, director de la horrible V de Vendetta - para que ruede media película más pasándose por el forro la coherencia temática. Como si tras un Picasso llaman a Warhol para que lo retoque.
El resultado es sintomático, convirtiendo un ataque a los medios de comunicación y al mundo globalizado que nos vuelve autómatas inmunes al dolor – la protagonista lucha por no americanizarse - en un panfleto pro-capitalista justificador de invasiones y guerras, de aceptación sin lucha del mundo como es. Debemos sentirnos orgullosos porque haya Tercer Mundo…
Este cambio de signo de Invasión se lleva consigo todos los detalles interesantes de la película. Así el modo de infectar el virus, un vómito tremendamente ingenioso que demostraba el asco al mundo actual pierde toda sutileza al convertirse el film en un discurso rancio de derechas; o el momento en que alguien se tira de un edificio desparramándose en el suelo sin la menor reacción del público que lo contempla.
Por contra se amplifican los defectos. Es aburrida y siendo un film de suspense carece absolutamente de él y de la asfixia que pide a gritos con lo que sólo quedan bostezos
El montaje es molesto tal vez queriendo resucitar al muerto pero acabando de rematarlo al añadir voces en off y flashbacks explicativos que insisten en ese convencimiento que tienen de que el espectador es imbécil.
La profundidad de los personajes que pone en juego su credibilidad, es mínima, ridícula y no se le saca jugo a ninguno, ni siquiera a Nicole Kidman que se ha convertido también en un virus para cualquier película que toca.
Por desgracia hay gente que sale del cine pensando que ha visto una buena película. Ése es el drama. Han conseguido idiotizarnos – la tele ayuda lo suyo -, que traguemos con todo, que no pensemos, que seamos insensibles a todo. Como dice la película, ¿seremos así más felices?
Si la respuesta es que sí, paren el mundo que yo me bajo aquí, me voy con Groucho.
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow
    Bienvenido al nuevo buscador de FA: permite buscar incluso con errores ortográficos
    hacer búsquedas múltiples (Ej: De Niro Pacino) y búsquedas coloquiales (Ej: Spiderman de Tom Holland)
    Se muestran resultados para
    Sin resultados para