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5,0
6.215
5
4 de abril de 2016
4 de abril de 2016
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una historia que aprovecha la crisis para arrancar y que parece que va a ser un paseo por nuestras desgracias económicas de los últimos años se convierte nada más coger velocidad de comedia ligera en una historia simpática muy bien interpretada por casi todos los actores. Sólo Ernesto Sevilla, que no ha nacido para actor secundario, da el cante. Su papel de banquero no se lo cree ni un marciano recién aterrizado que no tiene la menor noticia de que pueda ser trabajar de banquero o de actor. Está fingiendo, diría el marciano.
Los dos protagonistas, caras habituales de series de televisión salen muy airosos del trance y sobre todo él, en un papel que podía dar para excesos se mantiene en un equilibrio estupendo.
Uno se lamenta de que se haya desaprovechado la ocasión para meterle más acido a la historia y en vez de pasar de puntillas por el boom inmobiliario, la estafa de “Fórum Filatélico” y el latrocinio de “Las preferentes”, haber construido una película critica más centrada en las victimas, no olvidemos que ha habido suicidios y asesinatos, y los verdugos, no olvidemos que muchos se pasean tan tranquilos, como si no hubiesen roto un plato. Pero, claro, nadie está obligado a convertirse en adalid de nada y si lo que se quería hacer era una película cómica basándose en las desgracias de muchos compatriotas pues es muy libre de hacerlo. Al fin y al cabo ésta es la historia de un “pringao” que sufre por lo sucedido en esa época, que todavía no ha terminado de pasar, como si fuese un “mercancías” eterno que no tiene parada en la estación pero deja la ciudad impregnada de la peste de su cargamento, y que curiosamente pertenece al campo de los verdugos. Pobre empleado de banca.
Final feliz para un producto descafeinado que paradójicamente falla en aquello que debía ser más consistente, el guión. No porque sea mal guión, si no porque “con este pan se podían haber hecho mejores hostias”. Y si de paso se daban algunas, pues mejor.
No quería decirlo, pero lo tengo que decir. ¡Lo que hubieran hecho con el tema Rafael Azcona y Luis García Berlanga! Ya me estoy partiendo. De la risa y de la mala baba. Que no es para menos. En fin.
Los créditos del final, confesión de una derrota. Del humor fino y crítico ante al humor grueso y burdo.
Los dos protagonistas, caras habituales de series de televisión salen muy airosos del trance y sobre todo él, en un papel que podía dar para excesos se mantiene en un equilibrio estupendo.
Uno se lamenta de que se haya desaprovechado la ocasión para meterle más acido a la historia y en vez de pasar de puntillas por el boom inmobiliario, la estafa de “Fórum Filatélico” y el latrocinio de “Las preferentes”, haber construido una película critica más centrada en las victimas, no olvidemos que ha habido suicidios y asesinatos, y los verdugos, no olvidemos que muchos se pasean tan tranquilos, como si no hubiesen roto un plato. Pero, claro, nadie está obligado a convertirse en adalid de nada y si lo que se quería hacer era una película cómica basándose en las desgracias de muchos compatriotas pues es muy libre de hacerlo. Al fin y al cabo ésta es la historia de un “pringao” que sufre por lo sucedido en esa época, que todavía no ha terminado de pasar, como si fuese un “mercancías” eterno que no tiene parada en la estación pero deja la ciudad impregnada de la peste de su cargamento, y que curiosamente pertenece al campo de los verdugos. Pobre empleado de banca.
Final feliz para un producto descafeinado que paradójicamente falla en aquello que debía ser más consistente, el guión. No porque sea mal guión, si no porque “con este pan se podían haber hecho mejores hostias”. Y si de paso se daban algunas, pues mejor.
No quería decirlo, pero lo tengo que decir. ¡Lo que hubieran hecho con el tema Rafael Azcona y Luis García Berlanga! Ya me estoy partiendo. De la risa y de la mala baba. Que no es para menos. En fin.
Los créditos del final, confesión de una derrota. Del humor fino y crítico ante al humor grueso y burdo.

6,1
1.516
8
16 de agosto de 2018
16 de agosto de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las películas de Amat Escalante no aburren, son estimulantes y siempre hablan de Méjico. Por lo menos de la sociedad mejicana.
Que sean películas impactantes, violentas, que los hombres carguen con su papel de macho y las mujeres vivan una vida ajena, aunque sea la suya, ya es lo habitual en su cine.
Él lo único que hace y es mucho, es cargar las historias de fuerza arrolladoramente visual y expresiva, introducir algún ingrediente extraño, como se hace en las comidas, para potenciar el “sabor” del plato y una libertad total para hilar los sucesos. Sin ninguna barrera.
Aunque parezca mentira Amat Escalante mima al espectador, aunque lo mime para ponerle delante lo más sórdido que uno se pueda imaginar.
Esta película más simbólica que “Heli” y menos reivindicativa que “Los bastardos” y por lo tanto menos acomodada al hilo de la actualidad latente mejicana es sin embargo más reflexiva. No para en un momento determinado de la historia de Méjico, si no que la abarca, contempla su lugar en el mundo.
El estrambótico extraterrestre es una excusa que pone sobre la mesa las carencias, los tabús, que como país ha arrastrado Méjico hasta el momento actual.
Para eso sirve el arte, para que el artista traduzca lo innombrable, lo raro, lo malévolo al lenguaje de la emoción y los sentimientos.
Toda esta intensidad narrativa de Amat Escalante oculta o deja en la sombra lo que viene a ser la técnica cinematográfica: Interpretación, guión, fotografía, música, ritmo, armonía, etc., etc. Está por encima de todo la historia. Por eso ciertas inexactitudes, ciertas imágenes, las interpretaciones planas, la falta de guión, no se tienen en cuenta a pesar de estar ahí. Cine de autor con todas sus consecuencias.
Por ahora no hay que perderse ninguna película de Amat Escalante. Por ahora. Todo cansa.
Que sean películas impactantes, violentas, que los hombres carguen con su papel de macho y las mujeres vivan una vida ajena, aunque sea la suya, ya es lo habitual en su cine.
Él lo único que hace y es mucho, es cargar las historias de fuerza arrolladoramente visual y expresiva, introducir algún ingrediente extraño, como se hace en las comidas, para potenciar el “sabor” del plato y una libertad total para hilar los sucesos. Sin ninguna barrera.
Aunque parezca mentira Amat Escalante mima al espectador, aunque lo mime para ponerle delante lo más sórdido que uno se pueda imaginar.
Esta película más simbólica que “Heli” y menos reivindicativa que “Los bastardos” y por lo tanto menos acomodada al hilo de la actualidad latente mejicana es sin embargo más reflexiva. No para en un momento determinado de la historia de Méjico, si no que la abarca, contempla su lugar en el mundo.
El estrambótico extraterrestre es una excusa que pone sobre la mesa las carencias, los tabús, que como país ha arrastrado Méjico hasta el momento actual.
Para eso sirve el arte, para que el artista traduzca lo innombrable, lo raro, lo malévolo al lenguaje de la emoción y los sentimientos.
Toda esta intensidad narrativa de Amat Escalante oculta o deja en la sombra lo que viene a ser la técnica cinematográfica: Interpretación, guión, fotografía, música, ritmo, armonía, etc., etc. Está por encima de todo la historia. Por eso ciertas inexactitudes, ciertas imágenes, las interpretaciones planas, la falta de guión, no se tienen en cuenta a pesar de estar ahí. Cine de autor con todas sus consecuencias.
Por ahora no hay que perderse ninguna película de Amat Escalante. Por ahora. Todo cansa.

6,3
1.973
9
27 de agosto de 2017
27 de agosto de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
De la misma manera que había que haber leído a William Carlos Williams para degustar con más intensidad “Paterson” de Jim Jarmusch, para poder apreciar esta película de Terence Davies en todos sus matices y recovecos, sobre todo para poder valorar la complicada personalidad de su protagonista, se hace necesario haber leído la poesía de Emily Dickinson.
Podemos dar una vuelta por una ciudad que nos atrae, admirar sus monumentos, disfrutar sus calles recoletas o sus calles animadas, ver como sus gentes enfrentan la vida, pero seguramente hay unas razones, hay un motivo, hay una historia detrás, hay más.
Terence Davies hace otra de sus cuidadísimas películas, cargada de intensidad, de emoción, de sentimientos, con una fotografía que convierte cada fotograma en un cuadro, muchas veces de luz mágica. Los encuadres estudiadísimos reflejan muy bien el ambiente represor, costumbrista, tradicional de una sociedad puritana y autoritaria. Las largas tomas, los personajes envarados, rígidos, casi de madera, reflejan un momento de los Estados Unidos en que la libertad era cartón piedra.
En medio de ese ambiente, constrictor como una anaconda, sobrevivió Emily Dickinson, seguramente una de las poetisas más atormentadas e infelices de la literatura universal. Nacida inteligente y con talento, de escaso atractivo y educación religiosa su alma atravesó un calvario del que no dejó otra cosa que sus poemas. Los poemas más inexplicables, misteriosos y mágicos de la poesía de todas las épocas.
¿Cuál es la pasión de la que habla el título?
No lo sabemos, pero sí sabemos que fue el motor que puso en marcha la creatividad de Dickinson. Aquello que la vida no le daba o que le sustrajo, aquello que deseaba, que inundaba su alma de tristeza y pesadumbre, que seguramente tiene que ver con la desesperación de vivir sin saber muy bien para qué. Todo un cumulo de insatisfacciones que la actriz Cynthia Nixon interpreta maravillosamente.
El cine de Terence Davies capaz de revestir de intensidad y emoción hasta el vuelo de una mosca, en esta película tenía un tema a la altura de su talento y creo que lo ha bordado. Léanse algunos poemas de Emily Dickinson, no se preocupen si no los entienden, siéntanlos, y después vean la película, verán que Terence Davies, seguramente sin tenerlo muy claro, con el corazón del artista, ha conseguido reflejar yo creo que con mucho acierto lo que debió ser la personalidad de esta escritora enigmática e inextricable. Les dejo un fragmento de uno de sus poemas:
Me fui temprano -llevándome a mi perro-
de visita al mar.
Las sirenas del sótano
salieron a mirarme
y, en el piso alto, las fragatas
tendían manos de cáñamo,
creyéndome una rata
atrapada en la arena.
No huí, a pesar de todo. Después el flujo
me llegó a los zapatos,
al delantal, al cinturón
y luego al corpiño,
como si intentara devorarme….
¿La pasión?
El cine de Terence Davies en su plenitud. Si te gusta lo disfrutas, si no, aprendes a ver cine.
Podemos dar una vuelta por una ciudad que nos atrae, admirar sus monumentos, disfrutar sus calles recoletas o sus calles animadas, ver como sus gentes enfrentan la vida, pero seguramente hay unas razones, hay un motivo, hay una historia detrás, hay más.
Terence Davies hace otra de sus cuidadísimas películas, cargada de intensidad, de emoción, de sentimientos, con una fotografía que convierte cada fotograma en un cuadro, muchas veces de luz mágica. Los encuadres estudiadísimos reflejan muy bien el ambiente represor, costumbrista, tradicional de una sociedad puritana y autoritaria. Las largas tomas, los personajes envarados, rígidos, casi de madera, reflejan un momento de los Estados Unidos en que la libertad era cartón piedra.
En medio de ese ambiente, constrictor como una anaconda, sobrevivió Emily Dickinson, seguramente una de las poetisas más atormentadas e infelices de la literatura universal. Nacida inteligente y con talento, de escaso atractivo y educación religiosa su alma atravesó un calvario del que no dejó otra cosa que sus poemas. Los poemas más inexplicables, misteriosos y mágicos de la poesía de todas las épocas.
¿Cuál es la pasión de la que habla el título?
No lo sabemos, pero sí sabemos que fue el motor que puso en marcha la creatividad de Dickinson. Aquello que la vida no le daba o que le sustrajo, aquello que deseaba, que inundaba su alma de tristeza y pesadumbre, que seguramente tiene que ver con la desesperación de vivir sin saber muy bien para qué. Todo un cumulo de insatisfacciones que la actriz Cynthia Nixon interpreta maravillosamente.
El cine de Terence Davies capaz de revestir de intensidad y emoción hasta el vuelo de una mosca, en esta película tenía un tema a la altura de su talento y creo que lo ha bordado. Léanse algunos poemas de Emily Dickinson, no se preocupen si no los entienden, siéntanlos, y después vean la película, verán que Terence Davies, seguramente sin tenerlo muy claro, con el corazón del artista, ha conseguido reflejar yo creo que con mucho acierto lo que debió ser la personalidad de esta escritora enigmática e inextricable. Les dejo un fragmento de uno de sus poemas:
Me fui temprano -llevándome a mi perro-
de visita al mar.
Las sirenas del sótano
salieron a mirarme
y, en el piso alto, las fragatas
tendían manos de cáñamo,
creyéndome una rata
atrapada en la arena.
No huí, a pesar de todo. Después el flujo
me llegó a los zapatos,
al delantal, al cinturón
y luego al corpiño,
como si intentara devorarme….
¿La pasión?
El cine de Terence Davies en su plenitud. Si te gusta lo disfrutas, si no, aprendes a ver cine.
10
16 de febrero de 2017
16 de febrero de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta historia que dirige Kenneth Lonergan, también está escrita por él y me imagino que guionizada, y ambas cosas las hace muy bien pero no habían pasado ni quince minutos de proyección cuando el nombre de John Cheever me vino a la mente. Toda la historia respira el aliento del maestro y no es algo negativo para el cineasta. Sobre todo porque la historia rodada no tiene que envidiar nada a los cuentos de Cheever. Al revés. Creo que al escritor estadounidense no le hubiera importado firmarla.
El ambiente de nevisca, marcadamente invernal en unos momentos, tímidamente primaveral en otros es el ambiente de muchas historias de Cheever. La vida de una comunidad al borde del mar. Los personajes, afligidos, desesperadamente humanos, pasmados por los aconteceres. El enfrentamiento entre la muerte, siempre inesperada, aniquiladora, y la vida que a pesar de todo sigue floreciendo, todo me recuerda a Cheever. Hasta aparece el alcoholismo, ingrediente no ajeno a las historias de Cheever. Claro que éste es un ingrediente de la literatura americana como los ajos en la restauración española. Un fijo. De todas formas más de un libro suyo debe haber leído Kenneth Lonergan.
Lo que hace este director con acierto tremendo y que nunca hizo Cheever ha sido poner esta historia en imágenes.
La historia de cómo un paraíso se puede volver para alguien un infierno. Un infierno del que puedes alejarte pero no huir. Porque casi siempre los lugares, las personas son ecos que nos devuelven el infierno que llevamos dentro y alejándolos sólo conseguimos paliar las voces que parecen perderse en otros paisajes, en otras personas pero que indefectiblemente sólo hibernan, esperando para volver a la superficie.
Que es lo que le pasa a un impresionante Casey Affleck cuando tiene que volver a su pueblo natal a raíz de la muerte súbita de su hermano mayor y hacerse cargo de su sobrino adolescente. Primero le vemos muerto en vida, haciendo cualquier cosa y buscando aniquilarse a cada momento y después le vemos arrastrado por la circunstancias, de vuelta a su tortura, intentando escapar a cada momento, ineficaz toda ayuda posible, hasta por fin rendirse y encontrar no una salida, porque no la hay, pero al menos un lenitivo.
Me puso la piel de gallina la escena entre él y su exmujer, literalmente.
Los golpes de humor muy bien encajados y sólo un pero. Y es un pero para casi toda la cinematografía norteamericana, ¿Es que no hay personas feas en Estados Unidos? Todos los actores son guapos y no digamos las actrices.
Pero es tan intensa y tan tremenda la historia que habrá que perdonarle este pequeño pero habitual fallo del cine americano.
Una película imprescindible sobre el sentimiento de culpa.
Desde ya los oscares a mejores actores para Casey Affleck y Michelle Williams y el de mejor película. Toda otra cosa será una injusticia o que ha aparecido otra película magnífica. Lo cual no estaría mal.
El ambiente de nevisca, marcadamente invernal en unos momentos, tímidamente primaveral en otros es el ambiente de muchas historias de Cheever. La vida de una comunidad al borde del mar. Los personajes, afligidos, desesperadamente humanos, pasmados por los aconteceres. El enfrentamiento entre la muerte, siempre inesperada, aniquiladora, y la vida que a pesar de todo sigue floreciendo, todo me recuerda a Cheever. Hasta aparece el alcoholismo, ingrediente no ajeno a las historias de Cheever. Claro que éste es un ingrediente de la literatura americana como los ajos en la restauración española. Un fijo. De todas formas más de un libro suyo debe haber leído Kenneth Lonergan.
Lo que hace este director con acierto tremendo y que nunca hizo Cheever ha sido poner esta historia en imágenes.
La historia de cómo un paraíso se puede volver para alguien un infierno. Un infierno del que puedes alejarte pero no huir. Porque casi siempre los lugares, las personas son ecos que nos devuelven el infierno que llevamos dentro y alejándolos sólo conseguimos paliar las voces que parecen perderse en otros paisajes, en otras personas pero que indefectiblemente sólo hibernan, esperando para volver a la superficie.
Que es lo que le pasa a un impresionante Casey Affleck cuando tiene que volver a su pueblo natal a raíz de la muerte súbita de su hermano mayor y hacerse cargo de su sobrino adolescente. Primero le vemos muerto en vida, haciendo cualquier cosa y buscando aniquilarse a cada momento y después le vemos arrastrado por la circunstancias, de vuelta a su tortura, intentando escapar a cada momento, ineficaz toda ayuda posible, hasta por fin rendirse y encontrar no una salida, porque no la hay, pero al menos un lenitivo.
Me puso la piel de gallina la escena entre él y su exmujer, literalmente.
Los golpes de humor muy bien encajados y sólo un pero. Y es un pero para casi toda la cinematografía norteamericana, ¿Es que no hay personas feas en Estados Unidos? Todos los actores son guapos y no digamos las actrices.
Pero es tan intensa y tan tremenda la historia que habrá que perdonarle este pequeño pero habitual fallo del cine americano.
Una película imprescindible sobre el sentimiento de culpa.
Desde ya los oscares a mejores actores para Casey Affleck y Michelle Williams y el de mejor película. Toda otra cosa será una injusticia o que ha aparecido otra película magnífica. Lo cual no estaría mal.

6,4
19.255
9
21 de octubre de 2016
21 de octubre de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
De las películas de Paul Verhoeven, algunas convencionales hasta lo más habitual y hoolywoodiense que uno pueda imaginar, ésta es con mucho la más intranquilizadora y por lo tanto enriquecedora que ha dirigido hasta el momento. Además entra en el grupo de las inequívocamente amorales en las que lo único que tiene validez es la fortaleza interior para sobrevivir en un mundo en que todo, incluida justicia y compasión, es anecdótico. Todo menos sobrevivir. Mandato sagrado. Contra todo y contra todos. La vida convencional, con sus pilares, la familia, la justicia, etc., etc., saltan hechas cisco.
La protagonista, Isabelle Huppert ha entendido perfectamente lo que se esperaba de ella y lo borda, fue colocada en su niñez en una situación de desprotección, desvalimiento y abandono, que nunca queda clara en el film, que para siempre le dio una perspectiva de la vida muy poco corriente y sobre todo nada influenciable: Lo que no te mata te alimenta pero lo que no te aniquila te convierte en un ser humano blindado que no hace asco a nada que pueda satisfacerla. La moral se convierte en un grupo de normas para colegiales y todos los lazos emocionales que puedas construir carecen de futuro, esperanza y fiabilidad….pura naturaleza.
Pues esta protagonista sufre un asalto en su casa y es violada. Lejos de acogerse a las reacciones típicas de esas situaciones, contemplamos intrigados y un tanto excitados, durante dos horas y pico, la existencia de esa “victima” que nos es expuesta con todo detalle. Una existencia que no se ve alterada por el hecho en lo más mínimo por la simple razón de que el picotazo de una avispa en la piel de un elefante pues….ni cosquilleo. Aunque ella tiene deseos de saber quién puede haber sido el asaltante. ¿Para qué?
En ese paraqué Paul Verhoeven se mueve como pez en el agua. Es cruel, impredecible, irónico, cínico…vamos, muy entretenido. Teje una narración que cuelga permanentemente de la expresión de Isabelle Huppert que cual cicerone nos va guiando por la historia sin dejar en ningún momento de intrigarnos. Y de ni tan siquiera al final del film dejarlo todo meridianamente claro… ¿O sí? No lo sé, pero no tiene la menor importancia. En el escenario que ha tejido el director, dónde va la vida y si se comen perdices o no, carece de importancia. Lo imprescindible es el banquete que nos hemos dado.
Una de las constantes de estas películas inquietantes de Verhoeven: “El cuarto hombre”, “Instinto Básico” es que los hombres son todos unos pringados, unos mandilones. No sé si tomármelo a bien, un mundo de mujeres fuertes sería así de desangelado, o mal, en un mundo tan equivoco como este del film los hombres no tienen nada que hacer si no padecer, débiles y predecibles.
De todas formas hay que ir a ver la película. Hay mucha enseñanza…se tenga aptitud para ello, o no.
Y una moraleja: Si vas de fiesta y hay algún extra en el espectáculo, encárgate de que todo el mundo que asista esté enterado porque si no puede ser que algún despistado te la joda.
O eso me ha parecido que quería decirnos Paul Verhoeven.
La protagonista, Isabelle Huppert ha entendido perfectamente lo que se esperaba de ella y lo borda, fue colocada en su niñez en una situación de desprotección, desvalimiento y abandono, que nunca queda clara en el film, que para siempre le dio una perspectiva de la vida muy poco corriente y sobre todo nada influenciable: Lo que no te mata te alimenta pero lo que no te aniquila te convierte en un ser humano blindado que no hace asco a nada que pueda satisfacerla. La moral se convierte en un grupo de normas para colegiales y todos los lazos emocionales que puedas construir carecen de futuro, esperanza y fiabilidad….pura naturaleza.
Pues esta protagonista sufre un asalto en su casa y es violada. Lejos de acogerse a las reacciones típicas de esas situaciones, contemplamos intrigados y un tanto excitados, durante dos horas y pico, la existencia de esa “victima” que nos es expuesta con todo detalle. Una existencia que no se ve alterada por el hecho en lo más mínimo por la simple razón de que el picotazo de una avispa en la piel de un elefante pues….ni cosquilleo. Aunque ella tiene deseos de saber quién puede haber sido el asaltante. ¿Para qué?
En ese paraqué Paul Verhoeven se mueve como pez en el agua. Es cruel, impredecible, irónico, cínico…vamos, muy entretenido. Teje una narración que cuelga permanentemente de la expresión de Isabelle Huppert que cual cicerone nos va guiando por la historia sin dejar en ningún momento de intrigarnos. Y de ni tan siquiera al final del film dejarlo todo meridianamente claro… ¿O sí? No lo sé, pero no tiene la menor importancia. En el escenario que ha tejido el director, dónde va la vida y si se comen perdices o no, carece de importancia. Lo imprescindible es el banquete que nos hemos dado.
Una de las constantes de estas películas inquietantes de Verhoeven: “El cuarto hombre”, “Instinto Básico” es que los hombres son todos unos pringados, unos mandilones. No sé si tomármelo a bien, un mundo de mujeres fuertes sería así de desangelado, o mal, en un mundo tan equivoco como este del film los hombres no tienen nada que hacer si no padecer, débiles y predecibles.
De todas formas hay que ir a ver la película. Hay mucha enseñanza…se tenga aptitud para ello, o no.
Y una moraleja: Si vas de fiesta y hay algún extra en el espectáculo, encárgate de que todo el mundo que asista esté enterado porque si no puede ser que algún despistado te la joda.
O eso me ha parecido que quería decirnos Paul Verhoeven.
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