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Críticas 164
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
6
22 de enero de 2010 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El drama de la inmigración y el eterno conflicto islámico/occidental aparece a primera vista como el aroma, no necesariamente rancio, que impregna esta cinta independiente con apariencia de telefilm de temática social que alterna el drama con toques de comedia.

Pronto se da uno cuenta que aquello sólo es el punto de partida. Porque el drama de la inmigración islámica es sólo la semilla de un árbol de conflictos tanto personales como sociológicos, que se ramifica en los propios fantasmas de la protagonista, obsesionada con su sobrepeso y figura rechoncha, la que cree causa del abandono por parte de su marido, así como por su estatus social en el nuevo mundo al que llega, donde entra por los escalones más bajos de la pirámide laboral pero se ve obligada emocionalmente a fingir que no es así.

Por otro lado, tenemos al hijo, al que le toca experimentar este cambio tan radical en el momento vital menos oportuno: la incipiente adolescencia. Desde su marginación inicial, los sambenitos derivados de su condición étnica y la energía con la que se ve abocado a arremeter, más por orgullo personal que por instinto de protección, contra los ‘nativos’ de la severa sociedad que lo ha acogido, no con excesivo gusto, y de difícil aceptación.

Luego está el conjunto de la familia de acogida, en la que se presenta una interesante dicotomía entre los padres, que siguen creyendo vivir en una burbuja palestina pese a llevar la mitad de sus vidas en Norteamérica, y la hija adolescente, nacida e inmersa profundamente en el mundo occidental, y así lo siente, pese a sus orígenes islámicos y lo enraizados que estos están en su familia.

También nos encontramos con el sempiterno pero siempre necesario catalizador externo, en este caso un profesor, de raíces judío-polacas (por lo que se le presupone y concede una americanidad más auténtica que a los de origen árabe), cómplice en los momentos difíciles de esta madre y su hijo, guiado por un sentimiento más profundo y complejo una facilota y simplista piedad.

Aunque el film recurre con frecuencia a lugares comunes y tópicos algo rancios, destaca su habilidad por huir de la lágrima fácil y el melodrama lastimoso. No parece exagerado que poco a poco vaya surgiendo una tendencia, un acercamiento de la inmigración islámica en Norteamérica a través del cine independiente, y que se constituya en su seno como todo un subgénero concreto, que en Europa ya está bastante consolidado, con cineastas como Fatih Akin en Alemania o Ferzan Ozpetek en Italia.
10 de noviembre de 2009 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por todos es sabido que, cuanto más ambicioso es un proyecto, mayores son las expectativas que levanta y, por lo tanto, mayor será la exigencia. Incluso el quedar un peldaño por debajo del listón ya puede provocar que la impresión final salga gravemente perjudicada.

Ésta ha sido la trampa en la que ha caído el señor Tarantino, y puede que el batacazo sea mayor que el que en su momento se llevó la infravalorada Jackie Brown. El cineasta se ha propuesto el más difícil todavía: ha intentado desmontar por completo el relato de la mayor guerra que ha vivido la humanidad, frivolizándolo de manera que encajase dentro de su universo sádico, banalizante y socarrón, todo ello ensayando simultáneamente una reinvención de su cine.

Se trata, en definitiva, de su empresa más ambiciosa y arriesgada (por lo delicado del tema), a lo que se ha unido una espera de cuatro años, desde que anunció el proyecto, con esa pausa que fue Grindhouse con su episodio Death Proof, una propuesta, quizá decepcionante, pero mucho menos ambiciosa.

Tarantino se ha quedado a medio camino de todo en tales pretensiones, o bien le ha como resultado un mejunje excesivo y pretencioso, carente de la elegancia que precisamente caracterizaba a sus excesos en sus anteriores películas.

El comienzo tiene bastante fuerza, con unos créditos muy característicos y la presentación del relato por capítulos que dan entrada a una escena rural en la que banda sonora nos hace presagiar que se trata de un western bélico con una estructura narrativa marca de la casa. En esta primera escena, introductora del cínico y heterodoxo comandante nazi Hans Landa (Christoph Waltz), de lo mejor del film, se desarrolla con una narración tensa inédita en el realizador.

A continuación, aparece el otro punto fuerte del film, esos Bastardos que le dan título, en los que enseguida reconocemos esos rasgos típicos del universo tarantiniano que estábamos esperando impacientes. Pues bien, el relato va alternando las andanzas de esta pandilla de violentos gañanes y su importante (y puede que noble) misión de matar y torturar nazis, con la historia de Shosanna (Mélanie Laurent), una judía propietaria de un cine de arte y ensayo que aprovecha su amistad fortuita con un héroe nazi (Daniel Brühl), para preparar una espectacular venganza.

De esta manera quedan definidos dos estilos completamente diferentes. Las escenas de los Bastardos guardan todas las buenas características del cine tarantiniano, lo que realmente esperábamos, y más que predecible resulta delicioso. En cambio, la parte de Shosanna y los nazis se mueve dentro de un estilo de corte clásica, que el director ha querido transformar en cierta manera con inusuales movimientos de cámara (dentro de tal estilo) y una malograda ironía.
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Es precisamente aquí donde falla: a la hora de alternar estas dos formas de expresión, a la hora de medir del tiempo narrativo, lo que hasta ahora había sido su gran especialidad. Mientras la cacería de nazis es un goce para los sentidos, las escenas en que se nos va contando la conspiración contra el III Reich tramada ante sus narices, resultan excesivamente largas, densas, e incluso cansinas, con diálogos interminables y situaciones que parecen no conducir a nada importante. De esta manera, las secuencias de los Bastardos, en píldoras más digeribles, además de un goce resultan un respiro, un momento divertido entre tanta maraña. Así es que el ritmo del conjunto acaba realmente dañado. Y esto lo podemos notar perfectamente en la escena del bar (donde aparece por primera vez Bridget von Hammersmark, interpretada por Diane Kruger, un interesante pero prescindible homenaje a Mata Hari), en la que los dos estilos convergen… para lo malo: los primeros compases son excelentes, pero poco a poco la tensión latente se agota y al final sólo deseamos que la secuencia finalice.

La mayoría de las referencias y citaciones, esta vez de la época dorada del cine alemán, aparecen metidas con calzador o fuera de lugar, llegando incluso a crear una atmósfera pedante y cultureta. Tres cuartos de lo mismo respecto a la banda sonora, una serie de despropósitos del director de homenajearse a sí mismo, o de parodiar ciertos clichés cinematográficos, como en la escena del asesinato recíproco de Shosanna y el héroe nazi, que incluso sabe a ridícula.

El final es una amalgama de sensaciones. Por un lado, las resoluciones de la trama, una fortuita coincidencia a tres bandas, nos hacen pensar que estamos ante una historia de los hermanos Coen cogida con pinzas. Pero por el otro, esa punta del iceberg que es la orgiástica matanza final, aparte del clímax lógico de una tónica que debería haber imperado a la largo del metraje, es un auténtico goce visceral que colma nuestras expectativas iniciales y da ganas de perdonarle al director todos sus errores anteriores.

En definitiva, el primer encuentro de Tarantino con el imaginario europeo no ha llegado al nivel que se esperaba, en parte por haberse traicionado, parcialmente, a sí mismo y no creer al 100% en el estilo que él mismo ha creado.
Veneno (Miniserie de TV)
Miniserie
España2020
7,5
9.807
Los Javis (Creador), Javier Ambrossi (Creador) ...
8
30 de octubre de 2020
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
De vez en cuando, en las épocas más difíciles ocurren milagros. Y en esta gran crisis mundial que estamos viviendo a raíz de un virus llegado del otro lado del mundo, ese milagro tiene forma de miniserie de televisión (o lo que surja) que logró hacerse realidad en plena pandemia, después de que el coronavirus trastocase sus planes iniciales. Veneno es un antídoto de esperanza en unos tiempos de altísima incertidumbre y desesperación para las industrias culturales, de permanentes aplazamientos de estrenos e incontables cancelaciones de series, festivales y eventos. Y a la postre, la consagración de Los Javis como unos referentes en el audiovisual español y, sí, voy a decirlo: como los herederos 'millennials' de Almodóvar.

Empapados de las esencias estéticas y narrativas del manchego, el dúo artístico (y sentimental) ha sabido construir su propio estilo inconfundible para presentarnos un relato con ingredientes de drama, comedia y fantasía, todos en su perfecta medida, y que no para de mejorar y enriquecerse a medida que avanzan sus ocho episodios. La reivindicación de la cultura popular va aquí unos cuantos pasos más allá y la serie acaba no sólo dignificando a todo un icono de la telebasura de los noventa, sino que le otorga su merecido lugar en el camino por la visibilización del colectivo trans, en un momento en el que su lucha por sus derechos más básicos sigue resultado muy necesaria (pues, por si no bastase con los ataques de la caverna ultraconservadora, últimamente se han convertido en la diana de ciertas voces autoproclamadas feministas).

Basada en las memorias de Cristina Ortiz 'La Veneno' escritas por Valeria Vegas, el trasunto de la autora (también mujer transexual) comparte protagonismo en pantalla con el personaje del título casi a la par, narrándonos su propio proceso de autodescubrimiento y, sobre todo, estableciendo un interesantísimo juego metanarrativo, que no se queda ahí. A través de un hábil salto de tiempos y unas muy acertadas rupturas de la cuarta pared, la serie funciona también como una crónica de un tiempo, de la industria de la televisión y el espectáculo y sus propias cloacas. Es en ese escenario en el que se produce el ascenso y caída del personaje, pero detrás del personaje hay siempre una persona. Es la historia de La Veneno, pero sobre todo de Cristina, de una vida que fue de todo menos un camino de rosas, ya desde su difícil infancia y adolescencia en Adra, cuando aún lo llamaban Joselito.

El tercer gran pilar de Veneno, junto a su poderío visual y narrativo, radica sin duda en su reparto. Los Javis jugaron la arriesgada carta de contar con actrices de escasa experiencia, pero la jugada les ha salido de lujo. Daniela Santiago e Isabel Torres se convierten en vivas réplicas de la Cristina que conocimos en la televisión, en distintas épocas. Jedet le da vida en los inicios de su transición, incluyendo sus últimos años como Joselito, probablemente la fase más desafiante a nivel interpretativo, que supera con mucha solvencia. Y atención a Lola Rodríguez, otrora candidata a reina del Carnaval de Las Palmas, en la piel de Valeria Vegas: puede ser el inicio de una prometedora carrera interpretativa. Pero si hablamos de revelación, esa no es otra que Paca la Piraña, el gran descubrimiento del año, hilarante y entrañable a partes iguales, a la que ni siquiera hace falta crearle un personaje de ficción, pues en sí misma ella ya es toda una mina. El éxito de la serie y los posibles premios que les pueden caer a cualquiera de ellas (o a todas, en bloque, que bien lo merecen) puede suponer un antes y un después para los actores y actrices transexuales.

Poco después de la emisión del final, Los Javis anunciaron su intención de trabajar en una segunda temporada. Sea como sea el resultado de una continuación que no termino de ver necesaria, estamos sin duda ante una de las series del año, de un gran año para la ficción seriada española (Antidisturbios, Patria, La Línea Invisible…). Es la vida de una mujer que cruzó el Mississippi y acabó pagando el precio, pero todo lo que ella anduvo sirvió para que otras puedan hoy correr.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Ese precioso final, esa ensoñación de un entierro de fantasía en el Parque del Oeste, no le hace sino justicia, al personaje y también a la persona.
26 de noviembre de 2010
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jorge Coira, uno de los cineastas gallegos más consagrados, nos ofrece un mosaico de risas, y también algunas lágrimas, estructuradas a lo largo de un solo día, con Santiago de Compostela como escenario simbólico, particular a la vez que universal. Un guión en la mejor tradición de Robert Altman o Paul Thomas Anderson, que nos entrega a modo de caramelo, con humor, ironía, desenfado, pasión y sentimiento, una versión rica y poliédrica del choque de culturas (se hablan hasta cuatro lenguas diferentes en la película) y de vivencias en una urbe pequeña y respirable pero por la que circula a diario todo tipo de gente de todos los rincones del mundo.

La gastronomía y el placer culinario, en sus diferentes formas, colores y funciones, funciona como un idóneo leit-motiv, desde lo sensorial de su disfrute hasta lo significativo de sus momentos, desde el desayuno más matinal hasta la cena prolongada hasta altas horas de la madrugada, pasando por reveladoras sobremesas. El devenir de la cotidianidad más pura y dura y el paso del tiempo queda perfectamente reflejado en las breves y silenciosas secuencias de un matrimonio octogenario, que sirven como pegamento a tramas maestras tan dispares y un como una inesperada muerte, cuentas pendientes del pasado, la supervivencia diaria, enfrentamientos familiares, la búsqueda de una existencia más apasionante, relaciones en crisis y otras que se resisten a arrancar.

Un total de dieciocho historias, y sus pertinentes y sutiles conexiones, que nos dan parte de la mayoría de sensaciones que tienen lugar en la vida humana pero concentradas en un corto tiempo y espacio, y en las que el espectador se verá reflejado a la fuerza de algún u otro modo. Lo que precisamente hace cercanas y sinceras a estas representaciones es el determinante factor de improvisación con el que han sido engendradas, que permite a los actores crear a sus personajes sin ataduras y huyendo de los clichés, moviéndose como peces en el agua y transmitiendo esas mismas sensaciones a una audiencia que se sentirá como en casa. Las particularidades técnicas naturalmente derivadas de esta forma de hacer cine, arriesgada pero finalmente lograda, como son una cámara por momentos inquieta y un montaje algo más acelerado de lo convencional, se embuten en la historia enseguida y por tanto no chirrían en ningún momento.

Todo ello no podría ser posible de ninguna manera sin un acertadísimo reparto coral. Luis Tosar está más natural que nunca con su personaje más bohemio, Sergio Peris-Mencheta y Víctor Clavijo se compenetran como novios incluso mejor de lo que lo habían hecho ya como hermanos en Al salir de clase, hace ya más de diez años, y el tándem Víctor Fábregas-Federico Pérez Rey como la enésima instancia de la sempiterna pareja cómica, sin que pueden evitar pasárselo bomba en cada segundo de metraje. Y todo un amplio abanico de seres humanos con el que disfrutaréis como en la mejor de las comilonas. ¡¡Buen provecho!!
10 de diciembre de 2013
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Olvídense de cualquier expectativa o idea preconcebida sobre esta película. Ni su sinopsis ni sus tráilers, ni las incontables connotaciones que pueda desprender su material gráfico, ni mucho menos el recorrido previo de un cineasta cada vez más relevante, os darán una idea sólida de lo que acabaréis viendo y sintiendo cuando el relato se termine de definir, en su tercer acto.

No esperéis realmente una historia de amor, ni un relato de guerra, ni una historia de amor en la guerra ni tampoco, ya de paso, una "guerra de amor". Ni en absoluto una fábula futurista o un inexistente alegato antibélico. Ni siquiera una huida de un pasado oscuro y turbio que nos sugiere a lo largo de buena parte del metraje una sombría y enmarañada voz en off, pues, pese a ser esta un decisivo apoyo semántico, el núcleo de la acción y de la ruta interior de su protagonista no es otro que el propio presente de la película. En este recargado, juguetón pero finalmente decidido viaje de transformación, el amor y guerra, en ese orden y de manera consecutiva y recíproca, actúan en última instancia, pese a su fuerte presencia en el primer plano diegético, como catalizadores del verdadero discurso argumental y significativo de una narración que por momentos aparenta rozar el delirio y la desorientación, dejando multitud de varios sueltos por el camino.

Y es que podemos estar simultáneamente ante un osado ejercicio de estilo, pues semejante "premisa" de contenido, si es que se puede hablar de una, fluye al unísono con un tremendo vaivén estético en el que se combinan, alternadamente y sin mayor razón de ser, desde un romanticismo adolescente bucólico hasta un horror bélico que se vuelve hasta gótico por momentos. Todo ello dentro de una dirección permanente sobrealimentada, artificiosa y rozando lo barroco, obra de un cineasta que hasta ahora ha preferido el terreno del documental (habiéndose atrevido con un proyecto de la envergadura de 'La vida en un día', compuesto íntegramente por vídeos de usuarios subidos a YouTube) pese a haberse mostrado cómodo y solvente en sus incursiones en la ficción (la más relevante, hasta ahora, 'El último rey de Escocia').

Por otra parte, ni el realizador ni sus guionistas se molestan demasiado en recrear un futuro inmediato, en el que se supone que se encuentra la acción, de manera coherente e interesante, pues hasta parece un ligero regreso al pasado, pero, ¿necesita realmente mostrar las características de un futuro que apenas sería, si fuese patente, un vehículo más? Y lo que puede chirriar aún más, ¿necesitaba esa guerra tan letal e inevitable mayor explicación al respecto, siendo esencialmente un instrumento argumental más que el núcleo que aparenta ser?

Ambas preguntas se pueden resumir en una sola: ¿hacía falta tanta vuelta, tanta parafernalia visual y argumental para lo que realmente hay detrás de ese relato? Eso dependerá de la fascinación que le produzca a uno ciertas secuencias de elevada potencia sensorial y de lo que se tolere este vehículo de lucimiento para una ya crecidita Saoirse Ronan, que busca ahora en el cine independiente el tirón que no termina de encontrar en el mainstream pese a sus prometedores inicios.

P.D.: Al ver a esos zorros post-apocalípticos no puede evitar acordarme, por un lado, del ridículamente hilarante "El caos reina" del Anticristo de Von Trier, ni, por el otro, del no menos desternillante bombazo reciente de YouTube, 'What Does the Fox Say?'.
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