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Críticas 487
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
25 de julio de 2014
77 de 86 usuarios han encontrado esta crítica útil
La violencia es simple; la alternativa a la violencia es compleja. Esta cinta de ciencia ficción es una alegoría sobre el presente, una reflexión sobre la dificultad de vivir en paz y la semilla ponzoñosa del odio y sus múltiples ramificaciones: el exceso, la venganza, la crueldad, el ensañamiento, el atropello, la tiranía. Es una desasosegante advertencia de los mesianismos resentidos que envenenan las relaciones sociales y conllevan el abuso de poder y las tropelías más sañudas e irreflexivas. Ante nuestros ojos vemos el retrato de nuestra propia historia milenaria, siempre con diferentes protagonistas pero siempre con el mismo argumento: yo tengo razón y tú no. Y como yo tengo razón, te puedo matar sin tan siquiera pestañear, porque así lo proclamo yo.

Esta fábula se reviste con la coartada de ser un mero entretenimiento, una costosa producción veraniega destinada al consumo masivo – y, sin embargo, consigue colar con acerada rotundidad un alegato contra el culto a la violencia y la adoración supersticiosa al poderío de las armas como única garantía para la supervivencia. Sin dejar en ningún momento de ser una lograda película de aventuras, dificultades y amenazas, consigue además ofrecer un subtexto tornasolado y sugerente sobre la obsesión por resolver a balazos lo que quizás deberíamos encarar con más sosiego y reposo, buscando los puntos en común y no resaltando las (supuestas) diferencias. Todo ello muy bien engarzado en una urdimbre trepidante y con la indeleble creación del simio César, virtuosa encarnación del líder juicioso y prudente.

Quizás el mensaje – porque tiene mensaje – habría logrado mejor su propósito, si los personajes humanos no fueran tan sosos y carentes de enjundia e interés, siempre a remolque de los acontecimientos y mucho menos interesantes que los simios, mejor trazados y más estimulantes en su retorcida vesania o diáfana bondad. Ni siquiera un actor tan competente y experimentado como Gary Oldman consigue elevar a su líder militarista del mero esbozo tópico y trillado, perdiendo intensidad el conjunto, al carecer de unas motivaciones más allá de lo adocenado y necio. Falta el necesario contrapunto dramático para que nos arrastre la trama más allá del puro pasatiempo.

Pero el conjunto es satisfactorio, porque nos permite disfrutar del espectáculo a la vez que nos ofrece un relato sugerente y pertinaz que va más allá de la superproducción al uso. Y nos deja un regusto amargo por lo que quizás se nos avecina…
22 de noviembre de 2014
72 de 76 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante un estudio paciente, delicado y minucioso del carácter de un – en apariencia – anodino y gris funcionario municipal. Su tarea consiste en encontrar a familiares o amigos de aquellas personas que han fallecido en soledad y abandono, con la esperanza de que alguien reclame sus cuerpos o al menos asista al sobrio sepelio, costeado por las menguantes arcas municipales. Concienzudo y metódico hasta la obsesión, calmoso y laborioso hasta la exasperación, su cometido es su razón de ser e impregna de sentido toda su callada y ascética existencia. Podría parecer que su labor es improductiva e inútil en un mundo tan tergiversado y sojuzgado por los resultados inmediatos, con una productividad reducida a ratios de eficiencia y rapidez de procedimientos. El objetivo de acompañar a los muertos, darles una despedida digna y serena se pierde de vista, no resulta rentable.

Cinta atípica, peculiar y muy original, alejada de cualquier apresuramiento narrativo, de todo efectismo visual, va calando muy hondo poco a poco, casi sin darte cuenta. La discreta presencia de su protagonista apenas oculta su inmenso corazón y su profunda ternura, basta con rascar un poquito para que salga a la luz su altruista generosidad que no se compensa con dinero ni busca otra remuneración que hacer el bien a sus semejantes, sin aspavientos, sin darle importancia, sin querer obtener nada a cambio. Qué rara y atípica se nos hace la bondad de nuestros conciudadanos, cuando todo parece tener precio y estar tasado, pero nadie sabe valorar lo importante, lo esencial, lo trascendente.

Esta singular y logradísima película corre el riesgo de pasar desapercibida para un público ahíto de mercadotecnia, embotado de banalidad, estragado de ruido, explosiones, efectos especiales, parafernalia de saldo y sagas clónicas de nulo interés y desorbitado presupuesto. Es la prueba sangrante de que tan sólo hace falta un personaje interesante, una historia bien trabada, atender a la sinceridad de los vericuetos argumentales, para dar en la diana de la turbación. Sin fórmulas trilladas, sin plantillas adocenadas, sin alardes ni alharacas, sin afectación deshumanizada. Basta con escuchar los sentimientos y reflejarlos con naturalidad y sencillez.

Sin duda, es una cinta minoritaria, pero los espectadores en busca de tesoros fortuitos se verán recompensados. Alberga uno de los finales más emotivos, honestos y jubilosos que recuerdo, donde la emoción se desborda, sin subrayados, ni falsificación. Un manjar para gourmets del buen cine.
24 de octubre de 2015
77 de 88 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bebiendo directamente de las fuentes tanto del esperpento como de cierto teatro del absurdo, Álex de la Iglesia vuelve a armar el Belén. Utilizando la brocha gorda y la caricatura deformante como herramientas corrosivas, nos presenta la grabación televisiva de una gala de Año Nuevo como catalizador de un microcosmos de deformidades morales que nos devuelve el retrato de nuestra época, devorada por la zafiedad consumista, caracterizada por la menesterosidad ética, corroída por una carencia deontológica básica, emponzoñada por la bisutería más chabacana y basta. ¿Hay quien cree que se cargan las tintas o se exageran gestos o situaciones? Señores seamos serios, ¡estamos en antena!

Su capacidad por exprimir lo inmediato, la simbología más cutre y rastrera, sacar oro de las situaciones más previsibles o reconocibles (el mundo es un espectáculo cochambroso y mezquino, donde todos buscan aprovecharse de todo y todos, donde la solidaridad sólo es una entrada velada en un diccionario arrinconado en el desván del olvido pretérito), utilizando para ello los clichés de moda o reelaborando iconografías patrias y llevándolas hasta la parodia descarada y descarnada… ¿cómo no agradecer el rescate del incombustible Raphael en el burlesco papel de Alphonso, llevándolo hasta el extremo devastador de su propia grandilocuencia? El homenaje y la burla se dan la mano y salen victoriosos por su falta de inhibiciones y remordimientos.

Pero también se ridiculizan y revelan las corruptelas políticas y mediáticas, la explotación laboral indecente por apenas un puñado de euros ganados a destajo (muecas de alegría, aplausos al aíre, descoordinación entre lo que ocurre, cuándo ocurre y para qué ocurre), se ríe de los divismos de vodevil de tarugos sin un dedo de cacumen, arrogancia de estrellas en declive o que se les ha pasado el arroz sin que se quieran dar cuenta, la ambición desaforada de mujercillas que no pasan de ser putones que no saben que lo son o que prefieren no poner un nombre indecoroso a su afán por salir del fango y del anonimato, unos representantes con más cerebro y ambición que sus borricos representados… Hay tanto material y tanto jolgorio regocijante que no sabe uno por dónde empezar ni a qué atender.

Hay veces que es mejor pecar por exceso que no por defecto. No estamos ante una propuesta redonda ni del todo satisfactoria, pero se agradece el desparpajo, el descaro, la irreverencia y la capacidad crítica de un espíritu tan iconoclasta e insolente para desentumecer una cartelera que rehúye el riesgo, propensa a lo previsible y calcado. Pasen y mírense en el espejo, seguro que no se reconocen pero reconocen a su vecino…
28 de octubre de 2018
92 de 119 usuarios han encontrado esta crítica útil
Empecemos por el final: pocas veces se ha utilizado con tanto provecho una canción tan melancólica y quejumbrosa como ‘Procuro Olvidarte’ (de Manuel Alejandro) como colofón luminoso de una cinta tan repleta de incertidumbres y ausencias como es el caso. Retratar el vacío del alma es algo tan abstracto e intangible como querer sujetar la luz del día o domesticar las olas del mar… Y sin embargo consigue lo que pareciera imposible: ilustrar el desgarro interior cuando lo único que nos queda es languidecer exangües y ya no tenemos ni fuerzas para abrazar el vacío de una existencia falaz, ya para siempre quebrada.

El juego de espejos, calcos, simulaciones y reencarnaciones que nos propone Carlos Vermut es tan complejo como diáfano. Pudiera parecer laberíntico en cuanto a su indagación sobre el extravío y búsqueda de nuestra propia personalidad, pero en realidad nos ofrece una cristalina y lacerante radiografía de lo que significa vivir sin compasión, sin amor y sin misericordia. Cuando vivimos de espaldas a los demás – o ignorando sus necesidades, anhelos y congojas – nos volvemos en unos crueles trituradores de egos y aprovechamos cualquier oportunidad para explotar a los otros en nuestro íntimo y egoísta beneficio, sin darnos cuenta que en realidad estamos cavando nuestra propia tumba sobre la que se cierne una losa inexpugnable que nos lapidará para siempre y que nos impedirá alcanzar, saborear y disfrutar las satisfacciones y alegrías que creíamos reservadas sólo para nosotros y nuestros méritos.

Nos ofrece una exploración sobre las cárceles del corazón que arrasan con todo y acaban convirtiendo en un erial el utópico mundo que nos rodea. Habitamos una existencia que ya nos es ajena, tratamos de permanecer inasequibles al desaliento cuando hace tiempo que se nos ha escapado, sin darnos cuenta, el último hálito de vida. Creemos que nos encontramos llenos de fuerza y energía cuando ya solo somos una flor marchita, sin raíces, sin vigor y sin futuro. Pálidas orquídeas de invernadero que quizás florecen orgullosas e imperturbables pero que en realidad no son sino la falacia de una exuberancia congelada, ajadas por falta de oxígeno, de tierra y de nutrientes. Nada más triste que el éxito en soledad o la gloria en la cumbre si eres incapaz de agradecer y compartir cada uno de tus dones y virtudes con quien de verdad te importa o a quien todo lo debes.

Esta impresionante cinta sobre la desdicha de la fama – o el vacío del fracaso – no sería tan perfecta y perturbadora si no contase con unas actrices sublimes. Quizás sea Eva Llorach quien robe la función, pero todas ellas (Najwa Nimri, Carme Elías y Natalia de Molina), desde registros muy diferentes, se complementan y engrandecen con astucia.
1 de febrero de 2014
74 de 83 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Qué misterio el de la imaginación, el de la creación literaria, el de la creatividad de todo tipo! ¿De dónde nace, a qué se debe, por qué a veces parece más una pasión cuyo objetivo fundamental es enderezar algo que sentimos que estuvo mal? Misterios insondables de la vida, de la mente humana, de la naturaleza de las personas, abocadas a veces a reparar o reordenar los añicos de algo que se rompió ante nuestros atónitos y atormentados ojos o a expiar alguna culpa ajena aunque como niños nada pudimos hacer – y ahora como adultos repetimos aquello, desde la fábula, como queriendo cerrar una herida aún en carne viva y que nos devasta hasta el fin…

Esta cinta contiene varias películas a la vez. Por una parte está la batalla de egos entre Walt Disney (1901-1966) y la escritora australiana P.L. Travers (1899-1996) cuando el magnate norteamericano trató – por enésima vez – hacerse con los derechos para llevar a la gran pantalla el personaje más famoso salido de la pluma de la escritora, la memorable e inefable Mary Poppins. Pero también es el pormenorizado recuento de la infancia atormentada de la escritora en su Australia natal, donde presencia el declive y muerte de su adorado padre, con una agonía entre etílica y tuberculosa. Pero así mismo es el recuento e inventario implícito de todo aquello que nos aboca a fabular, a crear mundos fantásticos o ficciones de toda índole, como una forma de expiar alguna falta o de superar algún cataclismo del destino. O también es una amable y amena descripción de lo ingrato y arduo que puede ser el acto de escribir un guión y ensamblar todos los pormenores de una película hasta verla convertirse en realidad.

Y todo funciona bien y se funde en un hermoso relato entre la nostalgia, el amor, la gratitud, el reproche, el dolor, las huidas hacia delante, los mundos fabulosos de alborozo de mercadotecnia, los pequeños sinsabores trufados de amor paterno filial… En definitiva, se nos muestra un amplio abanico de tramas y sub-tramas, todas ellas bien urdidas y que tras una suntuosa y estomagante amabilidad de colorines no ocultan el poso indeleble de amargura o las lesiones calladas del alma que hemos ido recogiendo a lo largo del camino.

Mención expresa merece el espléndido reparto, todos ellos en estado de gracia. Especialmente memorable y adorable en su estirada vulnerabilidad brilla una felizmente recuperada Emma Thompson, absolutamente impresionante en su gama de matices y gestos. Casi a igual altura le dan la réplica tanto Tom Hanks, como Colin Farrell, Paul Giamatti y Jason Schwartzman. Ellos saben conferir las dosis de verdad que se esconde tras tanto oropel indigesto y celofán estomagante. Una muy bella película con sus dosis de profundidad y calado. Muy recomendable.
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