En los albores de su cine, Hitchcock hizo películas que no eran de Hitchcock. Englobada dentro del cine mudo, el que posteriormente se consagrará como genio del suspense, nos cuenta una historia en la que dos boxeadores con una pasión en común por el deporte, terminan enfrentados por una mujer que los divide. Con estas premisas se han hecho muchas películas a lo largo de la historia, claro que alguien debía ser el pionero y alguien debería saber plasmar una historia como aquella con los recursos que había. En una época en la que el cine solía divertir más que entretener, ya se muestran algunas de las cualidades de Hitchcock como director como los primeros planos gestuales o los contrapicados. Por lo demás es una historia bien llevada con un hilo argumental in crescendo hasta llegar al punto álgido que todos estamos esperando.

Una sociedad enferma, harta, en las últimas, unas mujeres estériles, posiblemente por culpa de una vacuna, una aporofobia exacerbada y un grupo de rebeldes que tratan de cambiarlo todo desde la clandestinidad. Y en mitad de todo ese cocktail distópico que vemos tan cercano que da hasta miedo, un tipo que ya no cree en nada, una mujer que no ha perdido la esperanza y una joven que porta la salvación de la humanidad. Desde un escenario caótico en el que la humanidad está sumida en la perdición, Alfonso Cuarón nos presenta una historia en la que nos hace dejar de creer en la condición humana y en la que, por un momento, nos hace creer que aún queda una esperanza. Por ello, durante una gran parte del film, siempre aparece el color verde, ya sea en árboles frondosos, puertas, maceteros o incluso en la camisa del protagonista.

Suele ocurrir que, cuando un director alcanza fama y fortuna, los completistas recurren a toda su obra para completar su colección visual y muchas veces terminamos sorprendiéndonos encontrándonos joyas ocultas que en su día no tuvieron la suficiente publicidad porque ni el director ni el elenco tenían el suficiente caché como para considerarlos como importantes. Pero lo cierto es que Alfonso Cuarón rodó un precioso cuento infantil con el que los adultos también podemos estremecernos. Todo en Sara es bondad, ternura y generosidad. Y sí, puede que no existan personas que sentimentalmente sean tan perfectas, pero oye, esto es un cuento, con su magia, sus brujas malas y sus niñas buenas y malas en busca de una supervivencia que cada vez se va poniendo más complicada.

Acostumbrado como estamos a ver tantas historias de cine americano donde la gente, más allá de ser ganadores, perdedores, canallas o simples advenedizos, está marcada por unos estereotipos muy comunes, Payne nos da la vuelta al calcetín para enseñarnos que existe otra América llena de tipos mediocres, maleducados, feos, aburridos y malencarados, tipos que viven una vida plana y que, sin embargo, como todos nosotros, persiguen un objetivo en la vida, ya sea hacer feliz a tu padre en su último viaje, ya sea aprovecharte de tu tío demente o ya sea creer que has ganado un premio que no existe.
Payne recurre al blanco y negro para mostrar la crudeza del ser humano, para retratar la simpleza de una gente que llena el mundo y cuya ambición es llegar al día siguiente sintiendo un motivo por el que vivir. Gente que vive en casas de madera y conduce coches japoneses porque no todos se pueden permitir vivir al máximo el sueño americano.

Después de denunciar el racismo en los estados del sur en "Arde Mississippi", Alan Parker no sale de la zona y, aunque viaje en el tiempo, vuelve a plantear una denuncia sobre un tema anclado en la sociedad sureña como es la pena de muerte.
Está claro que la película, más que una denuncia, es un thriller que te conduce hacia un apasionante final, es por ello que tiene ese poder de engancharte ante la pantalla. Aunque la actuación de Kate Winslet es impecable, los mejores momentos de la película llegan cuando David Gale cuenta su historia y el pasado le gana la situación al presente.