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Críticas 2.202
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
1 de marzo de 2020
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bryan Stevenson (Michael B. Jordan), recién licenciado en Derecho por Harvard llega a Monroeville a finales de los años ochenta con el objetivo de defender a los negros encarcelados en el corredor de la muerte. Son víctimas de sentencias racistas por parte de tribunales arbitrarios. Alabama sigue llenas de hombres entre rejas por ser negros.

Todo este estado de cosas se hacen evidentes cuando Stevenson solicita abrir el juicio de Johnny D. McMillan (un espléndido Jamie Foxx), convicto por la muerte de una chica blanca, todo ello sin pruebas irrefutables, más bien al contrario. Stevenson pretende reabrir el caso haciendo que el testigo principal (blanco), se retracte de la falsa acusación que en su momento hizo. Si la cosa no va bien, McMillan será ejecutado.

Buena la dirección Destin Cretton que sigue un guion bien escrito por él mismo junto a Andrew Lanham, adaptación del libro de memorias de Bryan Stevenson (2014): Jut Mercy: A Story of Justice and Redemption. La historia se mueve en el terreno predecible de un filme basado en hechos reales. En ocasiones el guion parece simple, con tendencia a aleccionar, con sobrados subrayados sobre el racismo y lo mala que es la policía de Alabama. A cambio, mantiene la tensión sobre el destino del encausado McMillan, incluso aunque se prevea lo que va a ocurrir.

No es un filme original, pues Hollywood ha hecho ya otras películas sobre la pena de muerte en clave de melodrama procesal y carcelario. Pero aporta la novedad de que, además de denunciar la pena capital, también cuestiona la Justicia, o sea la conjunción jurisdicción-policía en el Sur, donde los negros acusados son prácticamente prejuzgados con procesos e investigaciones irregulares. Podemos presenciar a lo largo del metraje situaciones violentas de racistas blancos contra negros indefensos, o por parte de las fuerzas del orden y de la justicia.

El reparto es un valor y sostén de la película gracias a los actores, con un brillante Michael B. Jordan que está muy convincente, al igual que Jamie Foxx, más contenido que en otras ocasiones; y hay que sumar la estupenda Brie Larson en el papel de Eva Ansley, la principal ayudante de Stevenson en la organización que funda (Equal Justice Initiative). Destaca igualmente el sutil trabajo de Rob Morgan que interpreta al reo que será ajusticiado.

Este cuarto largometraje de Cretton es una propuesta tradicional que tiene el sabor de las películas clásicas de juicios, con momentos genuinos y trascendentes en los cuales se sintoniza (empatiza) con los personajes principales. Sin embargo la película, por más que interesante, no acierta a calar sustancialmente, no tiene la fuerza ni la entidad que a priori parece querer asumir como cinta. De esta guisa, la obra de Cretton, siendo notable, no alcanza el sobresaliente.
1 de febrero de 2019
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta fue una de las entregas de los celebérrimos capítulos para TVE titulados genéricamente “Historias para no dormir”. Un capítulo magistralmente dirigido por Narciso Ibáñez Serrador, con guión del propio Ibáñez, adaptación de un relato de Carlos Buiza. Un personaje interpretado magistralmente por su padre Narciso Ibáñez Menta. Un hombre con la pierna escayolada que queda prisionero de un asfalto del que ya no podrá salir en los 34 minutos de metraje.

En el transcurso del mismo, el terror se mezcla con el surrealismo y el absurdo más absoluto. Como si el relato fuera un híbrido de Edgar Allan Poe, Luís Buñuel y Franz Kafka. Pero ante todo es un relato de terror muy al uso del genial Ibáñez Serrador. Este capítulo fue el primer corto premiado para TVE internacionalmente, concretamente en el Festival de Televisión de Montecarlo, con la Ninfa de Oro al mejor guion en 1967.

Es curioso el tema de un hombre aprisionado en un medio viscoso tal el asfalto y cómo nadie le hace ni caso e incluso le recriminan. Hace recordar “La cabina” de Mercero, lo cual incluye una carga importante de críitica al ser humano. Los sencillos decorados fueron obra del genial humorista gráfico Antonio Mingote y la música penetrante de Waldo de los Ríos.

Este genial corto para TV es la perfecta metáfora de un hombre, de todos los hombres, que precisando ayuda, cariño, afecto, no lo consiguen. Por ello, esta entrega es atemporal en su crítica social cáustica sobre la indiferencia humana hacia el dolor de los demás y el sufrimiento.
24 de marzo de 2019
27 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película realmente de dolor y gloria con pinceladas claramente autobiográficas de su director. Es una cinta que habrá de gustar al buen cinéfilo y que agradará a toda persona aficionada al cine bueno, al cine movido por un mecanismo narrativo perfecto y una historia intensa, con una carga emocional penetrante pero controlada, algo diferente al cine almodovariano, dado en otras cintas al exceso o la batahola.

Se cuentan en la película una serie de encuentros y reencuentros en la vida de Salvador Mallo, un director de cine entrado en años y aquejado por diversas enfermedades del cuerpo y del alma. Muchos de estos encuentros son recordados y recreados en diferentes escenas que hacen al conjunto del film. Sobre todo la etapa infantil, su primer shock sexual infantil; el reencuentro con su amor de juventud en el Madrid de “la movida”, la ruptura y la escritura como forma de exorcizar sus fracasos amorosos.

Grande la dirección de un Amodóvar de madurez con un excelente guión de él mismo que acierta a hilvanar con gran verismo y estilo propio, vicisitudes diversas, atrás y adelante en el tiempo, con evidentes signos autobiográficos, siempre desde la soledad y la angustia de saberse solo, para decirnos a todos los espectadores que eso es lo que hay tras el muro del éxito. Solamente un artista de envergadura y con la experiencia y sabiduría que dan los años podría hacer tan dura y desolada confesión. El manchego se muestra al desnudo, tal cual es, sin exhibicionismo, manierismos, ni alharacas. De manera sencilla, que es la más difícil de todas las formas de expresarse.

Sobresale en el reparto un gran trabajo de Antonio Banderas que está más que bien en su cometido de alter ego del propio Almodóvar. Acompañan en roles principales grandes actores y actrices como Asier Etxeandia, Penélope Cruz, Leonardo Sbaraglia, Julieta Serrano o Nora Navas. También aportan su buen hacer con gran nivel otros actores de reparto que saben brillar en la película.

Estamos ante una de esas películas con un guión elaborado, cromatismo inequívoco con colores y tonos fuertes y llamativos en la ambientación, ambientación que estimula los sentidos del espectador que vive una historia dentro de un carrusel de colores e incluso de Power Point.

Almodóvar, probablemente un hombre dolorido como el protagonista Salvador, busca el bálsamo a su sufrimiento recurriendo a la memoria, a la evocación de episodios, algunos pretéritos, otros más recientes, que tanto curan como escuecen. De resultas de este ardid, la conclusión es una cinta lúcida y doliente, una obra de madurez que destila cierto aire onírico donde el tiempo se desvanece de cuando en vez para aflorar de nuevo por otro meandro de nostalgia, siempre lastimando, a veces quebrando el relato para retomar al hilo de la historia sin aparente tensión ni exceso de drama; y rondando, un poliédrico juego de espejos que nos conduce al intrincado mundo de la creación como nódulo en el que confluyen el sufrimiento y la redención al límite de un artista que se inventa en cada película que hace. Este film es una obra con enjundia, propio de un artista experimentado y ya con cierta edad. Pensemos que Almodovar siente su vida actual, como él mismo ha explicado, como un encadenamiento de privaciones que intenta encontrar en su obra consuelo: “Fabular se antoja en el ideario de Almodóvar una forma bastarda, tal vez imposible, de modificar o mejorar la realidad” (Martínez).

Película de un Almodóvar en la cima crepuscular de su carrera, capaz de convertir un monólogo en diálogo con el espectador. Almodóvar tumbado en el diván dando cuenta de su legado, compartiendo vivencias, bajones de ánimo y mucha vida vivida intensamente, la misma intensidad que ahora deviene dolor a todo nivel. Pero es como si esta película casi perfecta sirviera a modo de balsa de salvación para no colapsar prisionero de los fantasmas. Además, este ir y venir en el tiempo, este flujo y reflujo de planos temporales están expuestos con una genial armonía interna.

En resolución, una obra de altura. Quien la vea observará que hay en ella el reflejo de un testimonio personal de calado, un Almodóvar abierto ante el espejo de la pantalla, tanto en el plano personal como artístico: impulsos, fracasos, logros, desengaños, penares y alegrías. Y para que esta sustancia testimonial se dé en todo su esplendor, Almodóvar hace gala de un depurado estilo y una elegancia formal de excelencia donde traza una vía regia para que lo podamos conocer mejor.
13 de septiembre de 2021
16 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde que empezó la peli hasta que acabó, en ningún momento me aburrí o me distraje; ni un solo instante perdí el interés en los 86 minutos que dura este largo, ópera prima más que correcta de un excelente Martín Cuervo en esta interesante “road movie” que nace y crece sobre sucesivos, inquietantes y sorpresivos equívocos.

Un guion sembrado del propio Cuervo con diálogos muy ocurrentes y sin media de pedantería y menos de mal gusto. Se suceden los intercambios entre los personajes en una sencilla pero psicológica trama que atrapa al espectador, todo ello adobado con un fino humor retorcido.

El filme, por entero prácticamente rodado dentro de un automóvil, cuenta sobre cuatro desconocidos, un joven y dos mujeres igualmente jóvenes, que han quedado para compartir coche hasta Cieza, en Murcia, por la aplicación BlaBlaCar.

Inicialmente, como digo, todo transcurre más o menos normalmente, pero ciertos detalles en el habitáculo desencadenan en los pasajeros la idea de que el conductor oculta algo, que tiene un comportamiento un tanto anómalo y de ahí, hasta imaginar lo peor, que es un peligro.

Música de Iván Valdés en una cinta que tiene el enorme “detalle” de recuperar la música del grupo español Los Brincos y sus emblemáticas canciones.

Buena la fotografía de Pablo Bürmann, y el enorme mérito del director de construir una comedia en toda regla dentro de las cuatro restringidas paredes de un coche. No cualquiera.

Hay ingredientes muy interesantes en esta cinta. El primero es que acierta a mantener con pulso firme los dos basamentos principales de su argumento: la intriga y el humor, y le saca el jugo escénico mayor posible a su único decorado, el habitáculo del coche.

A la falta de acción Cuervo imprime vivacidad, soltura y la composición y cálculo del plano corto, amén de ahondar en el juego psicológico que se cuece, para lo cual es imprescindible el trabajo de los cuatro actores que participan, como ahora diré.

Los actores y actrices están geniales, pero sobresale Salva Reina, el conductor, en el manejo del lado oscuro de su personaje y porque al mismo tiempo sabe llevar con gran solvencia comicidad, opacidad y misterio sobre el sujeto que encarna. Ana Polvorosa sabe inyectar estrés, a la vez que machaca y le pone mucha pasión a su personaje. En el asiento de atrás la atacada y nerviosa Andrea Duro y Pol Monen con sus increíbles caras, siembran dudas, a veces se relajan, otras sirven de vehículo para conmociones o miedos.

Película donde la mezcla de los ocurrentes diálogos, el guion y los actores y actrices, te hacen pasar un rato, no sólo de inquietud o turbación, sino de risa, una risa con sordina, no risotada, pues el humor se aproxima a lo british-spain con medidas dosis de barbaridad. Todo se precipita fruto de una confabulada interpretación de pequeños detalles que hacen pensar a los pasajeros que viajan al lado de un peligroso asesino.

Nuestro director y guionista hibrida “thriller” y comedia, acompañada de una desconcertante tensión y risotada absurda, en lo que Cuervo ha llamado: “thrilledia”, palabra mezcla de ambos géneros: «En esta mezclita hay algo divertido», afirma Cuervo.

Es, por supuesto, una obra de escaso presupuesto y enorme voluntad y acierto por parte de todo el equipo. Lo cual viene a demostrar una vez más que no hace falta mucho dinero para hacer buen cine, basta con inventiva, entrega, talento y una historia que contar.

El final es tan sorpresivo como “redondo”. Con él nos damos cuenta de que todo lo acontecido a lo largo del filme, está escrito en un libreto sin fisuras.
12 de octubre de 2019
14 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Wang Xiaoshuai consigue una obra conmovedora, que además muestra con notable excelencia, una visión fidedigna y de enorme interés, sobre los cambios que se han ido produciendo en China durante tres décadas. Lo hace a través de la ficción, del seguimiento de varias familias durante treinta años, personajes forjados en los tiempos de la Revolución Cultural, hasta nuestros días. Cuenta, además de la historia, el sufrimiento humano y las heridas morales de los personajes, fruto de las restrictivas políticas de planificación centralizada. La medida del hijo único decretada por el gobierno chino en 1978, vigente hasta 2015. Prohibiciones de tipo moral como el baile o la música ligera considerados libertinaje. Despidos masivos de empresas estatales que soportado el pueblo chino desde la época Mao hasta el confuso sistema actual en el cual los emprendimientos privados, el enriquecimiento y el desmedido consumo son ya una realidad palmaria.

Tanto la dirección como el guión de Wang Xiaoshuai constituyen un alarde de buen cine que apuesta por una forma de melodrama familiar moderno. Familias heridas que sobreviven a pesar del dolor que arrastran. Mucho penar, la omnipresente y alegórica agua inundándolo todo como símbolo de vida, pero también de destrucción; y a veces, la lenitiva música de Dong Yingda, capaz de remover las entrañas.

Xiaoshuai se decanta por la estética frugal de gestos mínimos, momentos humildes de calado dibujados con la fotografía realista de Kim Hyun-seok en tonos marrones, en ocasiones opresiva; movimientos de cámara ondulantes y suaves; el factor humano omnipresente en planos fijos. Un montaje no lineal preciso y de gran mérito. Pero lo importante de esta cinta son los hombres, mujeres, ancianos, niños y jóvenes en una excelsa y clásica narración íntima. Un puzle de insólita exactitud en las formas, un trabajo ortodoxo, calculado y preciso.

La película tiene un reparto vibrante y de enorme calidad. La sobriedad, el aguante de aquellos chinos de los años ochenta son llevados a la pantalla por artistas como Wang Jingchun y Mei Yong, inconmensurables, impresionantes como protagonistas principales; interpretaciones contenidas donde juegan las miradas, los silencios, los gestos, los abrazos; ambos recibieron sendos Osos de Plata al mejor actor y a la mejor actriz en el Festival de Cine de Berlín. Destaco igual a Liya Ai y Du Jiang, con trabajos que son un alarde de repertorio y fuerza.

En fin, una película de las buenas. Sobria pero emocionante. Contenida pero vertiginosa en la que vemos pasar la Historia reciente de China. Templada pero a la vez muy sentida. Aparentemente lenta, pero no quieres perderte ni un minuto del metraje, pues todo tiene su interés. Incluidas las miradas, los silencios, las posturas corporales de los protagonistas o los parcos pero sustanciosos diálogos.

Al final todo cierra de manera perfecta. Estamos viendo el mejor cine del siglo XXI. Hay vida después de occidente, está el cine asiático y dentro de él, la potencia que viene de China, que tiene mucho que decir y aportar al Séptimo Arte.
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