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Críticas ordenadas por utilidad
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8
9 de julio de 2016
9 de julio de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Corría el año 2002 y una serie de brutales crímenes comenzaban a suceder, principalmente en uno de los barrios más acomodados de Santiago, la capital de Chile. Tras tres horrendos homicidios, donde secuestró, torturó y mató a sangre fría, Roberto Martínez Vásquez, de 26 años, más conocido como “El Tila”, fue detenido tras su cuarto crimen, al matar a una niña de 15 años, mutilando e incinerando su cuerpo para dejarlo abandonado en un sitio eriazo.
Basado en la historia real de uno de los criminales más peligrosos en la historia de Chile, Alejandro Torres dirige su primer largometraje, ‘El Tila: Fragmentos de un Psicópata’, el que nació como su proyecto de tesis en la Escuela de Cine y cuyo trabajo de investigación se extendió por más de cinco años.
Memoria, Cárcel, Destino, El Hijo y la Muerte. Son cinco los capítulos en los que está contado el filme, que con un particular montaje y una exquisita defragmentación de su narrativa, retrata la historia de Roberto Martínez, en un recorrido por su infancia, su juventud, sus crímenes más atroces y finalmente, sus días más duros en Colina II, la cárcel en los que vivió sus últimos momentos.
La cinta consigue con una mínima presentación de sus personajes y con una acotada explicación inicial de lo que estamos por comenzar a ver, llevarnos por un espiral de hechos que recorren la vida de el Tila, su inquietante personalidad, y sin dejar de lado su increíble historia de juventud, que no deja de estar presente en ningún momento durante el filme: el proceso evolutivo que vivió durante gran parte de su vida al interior de un Hogar de Menores, en donde se destacó por su talento y particular madurez e inteligencia, lo que significó ganarse la ansiada posibilidad de una reinserción social. Y es esto el gran logro del trabajo de Torres, al ponernos delante a un criminal sanguinario sin juzgarlo ni acorralarlo, pero tampoco victimizándolo. El trabajo sucio lo hacemos nosotros, casi obligados a empatizar con él, a entender la falta de oportunidades y a navegar por una mente tan perversa como lúcida.
La crítica social es evidente y tratada de forma sutil. Roberto Martínez era un emblema de la protección social infantil en Chile durante la década de los 90. Un niño ejemplar en conducta que, a pesar de su marginal realidad, logró destacarse, sin embargo, su salida del hogar de reclusión no hizo más que devolverlo a su esencia, siendo todos de alguna forma culpables de no haber sido capaces de sostener su aparente recuperación. Luego, la ley intentaría hacer su trabajo, pero el final de el Tila llegaría antes de lo esperado. Mención para Trinidad González (‘Bonsái’), una de las víctimas, quien dota a su personaje de un dolor tan genuino como el que la cinta exigía.
Con la mirada perdida durante toda la película, como un extraño en pantalla. Así vemos a Nicolás Zárate, el actor que interpreta de manera magistral al protagonista. La misma sensación que las víctimas sentían cuando el Tila entraba a sus casas. El horror de un desconocido tras la cortina de la pieza. Zárate invade y completa la pantalla con un trabajo redondo, empoderado de esa mente imprecisa y caótica, encantador y sádico con su siguiente objetivo.
Alejandro Torres nos lleva del drama al thriller policial, utilizando al resto del reparto en la medida justa que el guión lo va requiriendo: el Fiscal, el abogado defensor, la periodista, la víctima. Y extrañamente, no necesitamos conectar con la historia de cada uno de los secundarios; aún el relato fragmentado y deconstruido nos permite asociar y no perdernos dentro del hilo argumental. Todo gira en torno al Tila y su convicción eterna por la redención, que lucha mano a mano contra ese momento en que todo lo quebró y partió su vida en dos, paulatinamente, convirtiéndolo en un monstruo que sólo sabe sobrevivir. Todo esto dibujado con la extraña experiencia de un director avezado, entre primeros planos y superposiciones de espacios, sobre un puzzle narrativo que rechaza la cronología y nos utiliza, como jueces y espectadores, para armar, comprender y concluir, en un soplo de aire fresco al nuevo cine chileno. Mientras, de fondo, y tras el dolor, la injusticia y el desamparo de las víctimas, una duda que queda sembrada:
- “¿Nadie te apoyó? ¿Nunca?”
- “Sí. Hubo gente, pero era alguien como si de una muralla bien alta nos hubiera tirado una cuerda para que subiéramos. Al final igual hubimos algunos que nos arriesgamos y subimos, pero cuando llegamos arriba, cachamos que no había nada para nosotros al otro lado”.
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www.elotrocine.cl
Basado en la historia real de uno de los criminales más peligrosos en la historia de Chile, Alejandro Torres dirige su primer largometraje, ‘El Tila: Fragmentos de un Psicópata’, el que nació como su proyecto de tesis en la Escuela de Cine y cuyo trabajo de investigación se extendió por más de cinco años.
Memoria, Cárcel, Destino, El Hijo y la Muerte. Son cinco los capítulos en los que está contado el filme, que con un particular montaje y una exquisita defragmentación de su narrativa, retrata la historia de Roberto Martínez, en un recorrido por su infancia, su juventud, sus crímenes más atroces y finalmente, sus días más duros en Colina II, la cárcel en los que vivió sus últimos momentos.
La cinta consigue con una mínima presentación de sus personajes y con una acotada explicación inicial de lo que estamos por comenzar a ver, llevarnos por un espiral de hechos que recorren la vida de el Tila, su inquietante personalidad, y sin dejar de lado su increíble historia de juventud, que no deja de estar presente en ningún momento durante el filme: el proceso evolutivo que vivió durante gran parte de su vida al interior de un Hogar de Menores, en donde se destacó por su talento y particular madurez e inteligencia, lo que significó ganarse la ansiada posibilidad de una reinserción social. Y es esto el gran logro del trabajo de Torres, al ponernos delante a un criminal sanguinario sin juzgarlo ni acorralarlo, pero tampoco victimizándolo. El trabajo sucio lo hacemos nosotros, casi obligados a empatizar con él, a entender la falta de oportunidades y a navegar por una mente tan perversa como lúcida.
La crítica social es evidente y tratada de forma sutil. Roberto Martínez era un emblema de la protección social infantil en Chile durante la década de los 90. Un niño ejemplar en conducta que, a pesar de su marginal realidad, logró destacarse, sin embargo, su salida del hogar de reclusión no hizo más que devolverlo a su esencia, siendo todos de alguna forma culpables de no haber sido capaces de sostener su aparente recuperación. Luego, la ley intentaría hacer su trabajo, pero el final de el Tila llegaría antes de lo esperado. Mención para Trinidad González (‘Bonsái’), una de las víctimas, quien dota a su personaje de un dolor tan genuino como el que la cinta exigía.
Con la mirada perdida durante toda la película, como un extraño en pantalla. Así vemos a Nicolás Zárate, el actor que interpreta de manera magistral al protagonista. La misma sensación que las víctimas sentían cuando el Tila entraba a sus casas. El horror de un desconocido tras la cortina de la pieza. Zárate invade y completa la pantalla con un trabajo redondo, empoderado de esa mente imprecisa y caótica, encantador y sádico con su siguiente objetivo.
Alejandro Torres nos lleva del drama al thriller policial, utilizando al resto del reparto en la medida justa que el guión lo va requiriendo: el Fiscal, el abogado defensor, la periodista, la víctima. Y extrañamente, no necesitamos conectar con la historia de cada uno de los secundarios; aún el relato fragmentado y deconstruido nos permite asociar y no perdernos dentro del hilo argumental. Todo gira en torno al Tila y su convicción eterna por la redención, que lucha mano a mano contra ese momento en que todo lo quebró y partió su vida en dos, paulatinamente, convirtiéndolo en un monstruo que sólo sabe sobrevivir. Todo esto dibujado con la extraña experiencia de un director avezado, entre primeros planos y superposiciones de espacios, sobre un puzzle narrativo que rechaza la cronología y nos utiliza, como jueces y espectadores, para armar, comprender y concluir, en un soplo de aire fresco al nuevo cine chileno. Mientras, de fondo, y tras el dolor, la injusticia y el desamparo de las víctimas, una duda que queda sembrada:
- “¿Nadie te apoyó? ¿Nunca?”
- “Sí. Hubo gente, pero era alguien como si de una muralla bien alta nos hubiera tirado una cuerda para que subiéramos. Al final igual hubimos algunos que nos arriesgamos y subimos, pero cuando llegamos arriba, cachamos que no había nada para nosotros al otro lado”.
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21 de abril de 2016
21 de abril de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin grandes resultados, el 2012 fue estrenado ‘Snow White and the Huntsman’, una versión oscura del cuento de Blancanieves de los Hermanos Grimm dirigida por Rupert Sanders. Cuatro años después, llegó su secuela (que en realidad también es, en parte, precuela), ‘El Cazador y la Reina del Hielo’, esta vez dirigida por Cedric Nicolas-Troyan, el encargado de los efectos especiales en la cinta anterior, por el que fue nominado a los Premios de la Academia.
La cinta nos presenta a Freya (Emily Blunt), la Reina del Hielo y hermana de Ravenna (Charlize Theron), mucho tiempo antes que esta última fuera derrotada por el Cazador (Chris Hemsworth) y Blanca Nieves tomara su lugar. Obligada a iniciar su propio camino, Freya levantaba a un ejército desde niños, entre los que se encontraban el propio Cazador y Sara (Jessica Chastain), quienes ya grandes terminan siendo desterrados y, juntos, deciden emprender una aventura para hacer caer a Freya y evitar que su poder traspase las fronteras de su reino.
Como una especie de spin-off se nos presenta este filme que recoge elementos de una serie de películas ya conocidas para armar un cuento fantástico, el que –no es difícil darse cuenta- fue concebido sólo para exprimir la franquicia. ‘El Señor de los Anillos’, ‘Brave’, ‘Las Crónicas de Narnia’, mucho de ‘Game of Thrones’ e incluso ‘Frozen’ pueden verse reflejados en esta aventura que carece de ese espíritu del que sí gozan las cintas citadas y logra sostenerse sólo por un reparto que consigue hacer mucho más de lo que el propio guion entrega.
Convengamos. El acabado trabajo visual es innegable y el uso de los colores como elemento diferenciador resaltan en una ambientación de bosques, medioevo y grandes castillos, sin embargo, esto resulta forzado al haber una gran cantidad de escenas filmadas en locaciones que se ven aisladas del resto de la historia y artificialmente decoradas. Incluso el trabajo de vestuario luce inferior teniendo como referencia cintas sitiadas en contextos similares. A esto se le suma una historia central de amor previsible, llena de tópicos y que carece de química suficiente para convencernos, al menos, por el fuerte sentimiento que lleva a ambos protagonistas a dar su vida por el otro.
Por suerte, la cinta se logra hacer llevadera gracias al trabajo principalmente de dos de las actrices más importantes del momento en Hollywood: Charlize Theron (‘Mad Max: Fury Road’) y Emily Blunt (‘Sicario’). La primera ya había sido la responsable de darle cierto nivel a ‘Snow White and the Huntsman’ (2012) interpretando a la malvada e impertérrita Reina Ravenna. Aunque en esta ocasión su participación es mucho más acotada, es cuando ella está en pantalla cuando la película recupera su impronta y toma vuelo; mientras que Blunt muestra su multifacético talento en un rol dramático que equilibra la balanza en una cinta que se ve obligada a cada minuto a ser intervenida con gags y chistes fuera de forma y lugar. En concreto, hablamos de una fórmula vieja y usada hasta el cansancio en cuentos infantiles llevados a la pantalla grande con gran éxito, pero éste debe ser capaz de definir sus motivos, de darnos una historia en donde tanto los personajes como el mismo relato nos conduzcan con intención y hasta con emocionalidad, y de eso es lo que ‘El Cazador y la Reina del Hielo’ (‘The Huntsman: Winter’s War’) carece de principio a fin.
Uno de los pocos aciertos del filme en su trama (y que exuda cierto atisbo de originalidad respecto a otros títulos) es la idea planteada sobre este ejército formado por la Reina del Hielo, con guerreros a quienes se les enseña desde niños a no tener sentimientos y a desconocer la palabra amor, grupo del cual precisamente sus dos principales luchadores años después, Eric (Chris Hemsworth) y Sara (Jessica Chastain), logran deshacerse de esta formación. Este planteamiento es desaprovechado completamente, en el que se podría haber profundizado lo suficiente como para impregnarnos de la lucha, del enfrentamiento al poder e incluso de la venganza. De esto nada y poco importa, teniendo muchos más minutos en pantalla a la pareja declararse un amor resistido que nunca llega a convencer.
Nunca las segundas partes son mejores. Y aunque este también es el caso, al menos terminamos agradeciendo que Blancanieves sólo es citada un par de veces y no tiene minutos en pantalla, evitándole así a Kristen Stewart volver a repetir el peor personaje que haya existido jamás en un cuento de los hermanos Grimm. De lo contrario, el desastre habría sido peor.
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www.elotrocine.cl
La cinta nos presenta a Freya (Emily Blunt), la Reina del Hielo y hermana de Ravenna (Charlize Theron), mucho tiempo antes que esta última fuera derrotada por el Cazador (Chris Hemsworth) y Blanca Nieves tomara su lugar. Obligada a iniciar su propio camino, Freya levantaba a un ejército desde niños, entre los que se encontraban el propio Cazador y Sara (Jessica Chastain), quienes ya grandes terminan siendo desterrados y, juntos, deciden emprender una aventura para hacer caer a Freya y evitar que su poder traspase las fronteras de su reino.
Como una especie de spin-off se nos presenta este filme que recoge elementos de una serie de películas ya conocidas para armar un cuento fantástico, el que –no es difícil darse cuenta- fue concebido sólo para exprimir la franquicia. ‘El Señor de los Anillos’, ‘Brave’, ‘Las Crónicas de Narnia’, mucho de ‘Game of Thrones’ e incluso ‘Frozen’ pueden verse reflejados en esta aventura que carece de ese espíritu del que sí gozan las cintas citadas y logra sostenerse sólo por un reparto que consigue hacer mucho más de lo que el propio guion entrega.
Convengamos. El acabado trabajo visual es innegable y el uso de los colores como elemento diferenciador resaltan en una ambientación de bosques, medioevo y grandes castillos, sin embargo, esto resulta forzado al haber una gran cantidad de escenas filmadas en locaciones que se ven aisladas del resto de la historia y artificialmente decoradas. Incluso el trabajo de vestuario luce inferior teniendo como referencia cintas sitiadas en contextos similares. A esto se le suma una historia central de amor previsible, llena de tópicos y que carece de química suficiente para convencernos, al menos, por el fuerte sentimiento que lleva a ambos protagonistas a dar su vida por el otro.
Por suerte, la cinta se logra hacer llevadera gracias al trabajo principalmente de dos de las actrices más importantes del momento en Hollywood: Charlize Theron (‘Mad Max: Fury Road’) y Emily Blunt (‘Sicario’). La primera ya había sido la responsable de darle cierto nivel a ‘Snow White and the Huntsman’ (2012) interpretando a la malvada e impertérrita Reina Ravenna. Aunque en esta ocasión su participación es mucho más acotada, es cuando ella está en pantalla cuando la película recupera su impronta y toma vuelo; mientras que Blunt muestra su multifacético talento en un rol dramático que equilibra la balanza en una cinta que se ve obligada a cada minuto a ser intervenida con gags y chistes fuera de forma y lugar. En concreto, hablamos de una fórmula vieja y usada hasta el cansancio en cuentos infantiles llevados a la pantalla grande con gran éxito, pero éste debe ser capaz de definir sus motivos, de darnos una historia en donde tanto los personajes como el mismo relato nos conduzcan con intención y hasta con emocionalidad, y de eso es lo que ‘El Cazador y la Reina del Hielo’ (‘The Huntsman: Winter’s War’) carece de principio a fin.
Uno de los pocos aciertos del filme en su trama (y que exuda cierto atisbo de originalidad respecto a otros títulos) es la idea planteada sobre este ejército formado por la Reina del Hielo, con guerreros a quienes se les enseña desde niños a no tener sentimientos y a desconocer la palabra amor, grupo del cual precisamente sus dos principales luchadores años después, Eric (Chris Hemsworth) y Sara (Jessica Chastain), logran deshacerse de esta formación. Este planteamiento es desaprovechado completamente, en el que se podría haber profundizado lo suficiente como para impregnarnos de la lucha, del enfrentamiento al poder e incluso de la venganza. De esto nada y poco importa, teniendo muchos más minutos en pantalla a la pareja declararse un amor resistido que nunca llega a convencer.
Nunca las segundas partes son mejores. Y aunque este también es el caso, al menos terminamos agradeciendo que Blancanieves sólo es citada un par de veces y no tiene minutos en pantalla, evitándole así a Kristen Stewart volver a repetir el peor personaje que haya existido jamás en un cuento de los hermanos Grimm. De lo contrario, el desastre habría sido peor.
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7,0
21.798
8
16 de marzo de 2016
16 de marzo de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El italiano Paolo Sorrentino vuelve a tocar el tema de la vejez y los recuerdos, tal como lo hiciese con la ganadora del Oscar ‘La Grande Bellezza’ (2013). Ahora dirige ‘Youth’, un drama intimista sobre Fred Ballinger (Michael Caine), un ex director de orquesta que pasa sus días en un hotel de lujo junto a su hija (Rachel Weisz) y acompañado de Mick (Harvey Keitel), un director de cine en busca de inspiración para la última película de su carrera. Ballinger carga con el peso de una vida exitosa en lo profesional, pero completamente inestable en lo familiar.
En torno a él se desarrolla su historia y un sin número de pequeñas tramas personales sobre el resto de personas que conviven a diario en el hotel: su hija fue abandonada por su pareja; Mick está obsesionado con alcanzar el cielo con su última película a modo de testamento fílmico; Jimmy Tree (Paul Dano) es un actor narcisista y de un relativo fracaso; un famoso y talentoso ex jugador de fútbol lleva sus días de retiro con sobrepeso; y una joven masajista sueña con ser bailarina. Una torre de babel en donde converge un estado depresivo con un factor en común entre todos estos personajes: el paso de los años, los recuerdos y las decisiones que han llevado a cada uno de los personajes a tener la vida que tienen.
Ballinger le pregunta a diario a su amigo Mick si orinó o no durante el día. Saben que ahora eso es importante. Confiesa no recordar el rostro ni las voces de sus padres ni de su familia, pero recuerda la mujer que perseguía de adolescente. La rutina durante sus días en el hotel no lo ayudan, sino todo lo contrario, acrecientan su soledad, a pesar de la compañía de su hija, su mejor amigo y el resto de los acomodados huéspedes. Sólo observa al resto, ve el reloj pasar y empieza a reconocer el vacío, ese dolor contenido y arraigado en eso que llamamos vejez.
Un film minimalista en su estética y absolutamente reflexivo es lo que propone el director italiano, con una banda llena de sonidos y armonías clásicas, composiciones compañeras de vida de Ballinger, quien descubre que quizás nunca vivió realmente mientras se dedicaba de forma obstinada a la música y el paso del tiempo se lo hace ver. No apto para cualquier paladar por su aletargado –aunque entretenido- ritmo narrativo, ‘Youth’ es capaz de maravillar también gracias a su reparto. A Michael Caine, como pocas veces, lo vemos en un protagónico y se devora la pantalla. Acompañado por Harvey Keitel, Paul Dano y Rachel Weisz, componen un elenco coral envidiable, los que combinan con maestría las dosis de humor, dolor y contención en su justa medida. Hasta la breve participación de Jane Fonda suma en positivo para darle forma a esta especie de oda a la frivolidad y al individualismo, que estalla al interior de este hotel repleto de servicios, pero enterrado en el silencio.
Como un álbum de fotos, ‘Youth’ es un film de una belleza particular y soberbiamente ejecutada, que va página a página repasando historias pasadas, culpas, arrepentimientos y el dolor de un amor que se apagó y por el que siempre se pudo haber hecho algo más. Poco importa si la misma Reina de Inglaterra quiere que actúe para ella o si la Miss Universo se desnuda frente a sus ojos: el viejo Fred siente que se apaga y, con él, su música que tanto ama y que, de paso, le robó el tiempo con su mujer y la relación con su hija. Porque tal como dice Mick, “las emociones no están sobreestimadas, son lo único que tenemos”.
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En torno a él se desarrolla su historia y un sin número de pequeñas tramas personales sobre el resto de personas que conviven a diario en el hotel: su hija fue abandonada por su pareja; Mick está obsesionado con alcanzar el cielo con su última película a modo de testamento fílmico; Jimmy Tree (Paul Dano) es un actor narcisista y de un relativo fracaso; un famoso y talentoso ex jugador de fútbol lleva sus días de retiro con sobrepeso; y una joven masajista sueña con ser bailarina. Una torre de babel en donde converge un estado depresivo con un factor en común entre todos estos personajes: el paso de los años, los recuerdos y las decisiones que han llevado a cada uno de los personajes a tener la vida que tienen.
Ballinger le pregunta a diario a su amigo Mick si orinó o no durante el día. Saben que ahora eso es importante. Confiesa no recordar el rostro ni las voces de sus padres ni de su familia, pero recuerda la mujer que perseguía de adolescente. La rutina durante sus días en el hotel no lo ayudan, sino todo lo contrario, acrecientan su soledad, a pesar de la compañía de su hija, su mejor amigo y el resto de los acomodados huéspedes. Sólo observa al resto, ve el reloj pasar y empieza a reconocer el vacío, ese dolor contenido y arraigado en eso que llamamos vejez.
Un film minimalista en su estética y absolutamente reflexivo es lo que propone el director italiano, con una banda llena de sonidos y armonías clásicas, composiciones compañeras de vida de Ballinger, quien descubre que quizás nunca vivió realmente mientras se dedicaba de forma obstinada a la música y el paso del tiempo se lo hace ver. No apto para cualquier paladar por su aletargado –aunque entretenido- ritmo narrativo, ‘Youth’ es capaz de maravillar también gracias a su reparto. A Michael Caine, como pocas veces, lo vemos en un protagónico y se devora la pantalla. Acompañado por Harvey Keitel, Paul Dano y Rachel Weisz, componen un elenco coral envidiable, los que combinan con maestría las dosis de humor, dolor y contención en su justa medida. Hasta la breve participación de Jane Fonda suma en positivo para darle forma a esta especie de oda a la frivolidad y al individualismo, que estalla al interior de este hotel repleto de servicios, pero enterrado en el silencio.
Como un álbum de fotos, ‘Youth’ es un film de una belleza particular y soberbiamente ejecutada, que va página a página repasando historias pasadas, culpas, arrepentimientos y el dolor de un amor que se apagó y por el que siempre se pudo haber hecho algo más. Poco importa si la misma Reina de Inglaterra quiere que actúe para ella o si la Miss Universo se desnuda frente a sus ojos: el viejo Fred siente que se apaga y, con él, su música que tanto ama y que, de paso, le robó el tiempo con su mujer y la relación con su hija. Porque tal como dice Mick, “las emociones no están sobreestimadas, son lo único que tenemos”.
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3 de febrero de 2016
3 de febrero de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Joy Mangano llevaba una ardua vida de trabajo y una constante lucha por sacar adelante a su familia. Desde niña fue muy creativa y a los 33 años, en 1992, inventó un instrumento que le cambió la vida: un trapero (mopa) lavable para pisos que escurría sin necesidad de mojarse. Apostó por él y logró ofrecerlo en un programa de televisión especializado en compras telefónicas. Su producto fue un éxito y el inicio de una exitosa carrera como vendedora, que la tienen convertida hasta el día de hoy, en un ícono del telemarket en los EEUU.
El tres veces nominado al Oscar David O.Russell (‘Silver Linings Playbook’, ‘American Hustle’) vuelve al ataque junto a su trío favorito Lawrence/Cooper/De Niro, ahora para contar la historia de Joy Mangano y cómo llegó a convertirse en una líder de las ventas telefónicas gracias a sus ingeniosos inventos. Russell vuelve a construir un relato basado en personalidades complejas al borde de la patología, personajes con historias pasadas no resueltas y dispuestos a enfrentarse a sus peores miedos, y nos asegurábamos, a priori, una puesta en escena dinámica, diálogos inteligentes y un correcto manejo del melodrama y el humor negro, tal como lo ha demostrado en sus últimas cintas.
‘Joy’, al igual que sus anteriores trabajos, nos exige una alta concentración ya que son muchos los elementos que convergen a lo largo de la historia que, por muy menores, pueden resultar relevantes para la película. Esta vez, la colección de personajes es más delirante que nunca, donde la piedra angular es Joy (Jennifer Lawrence), una mujer joven y esforzada que debe sacar adelante a toda su familia, es decir, sus hijos, su madre (Virginia Madsen), su padre (Robert De Niro), su abuela (Diane Ladd) y su ex esposo (Édgar Ramírez), ahora su mejor amigo y que aún vive en su casa. Un núcleo familiar absolutamente disfuncional que tiene en Joy a su epicentro, al igual que la película, donde una vez más, Jennifer Lawrence se luce, derrochando histrionismo y una capacidad interpretativa moldeable a cualquier estilo y a cualquier director.
La cinta deambula entre el drama y la comedia, en esa delgada línea que Russell demostró saber muy bien manejar en ‘Silver Linings Playbook’ (2012) y que sobrecargó en ‘American Hustle’ (2013). Esta vez, mantiene la tónica pero, a diferencia de sus dos anteriores títulos, ve en su guión el peldaño más débil de una escalera que no le alcanza para llegar a la cima. La historia recorre elementos que se vuelven inconexos o, muchas veces, de poca relevancia, algo que en otras cintas operaban muy bien en función de la trama y que en ‘Joy’ no funcionan, probablemente porque la vida de Joy Mangano no es precisamente una biografía que pueda llegar a ser tan interesante como para plasmarla en pantalla, más aún con tanto recurso fílmico. El placer de Russell y sus montajes, mezclando los sueños con la realidad, los flashbacks y los cambios de puntos de vista, si bien nos consiguen regalar algo de ese vértigo y la emoción que la cinta necesita, resulta a ratos un exceso para condimentar lo que no necesitaba tanto sabor.
A pesar de la –últimamente- incontrolable necesidad de Russell de filmar pensando en el gran premio, que lo lleva en este caso a un film forzado y a ratos equívoco, ‘Joy’ se hace absolutamente degustable gracias a Jennifer Lawrence (físicamente más parecida que nunca a la “original” Renée Zellweger) en lo que es uno de sus mejores papeles de su carrera, y sin duda el mejor junto a Russell, capaz de llenar la pantalla, paseándose por una paleta de emociones con las que dibuja un personaje entrañable, potente y creíble. Ni el reparto secundario logra darle equilibrio a esta mesa que termina cojeando, con un Robert De Niro que desde ‘Cape Fear’ (1991) que no lo vemos brillar como antes, y un Bradley Cooper que aporta con lo justo y mucho menos protagonismo que en otros filmes con Russell. Vale sí destacar al venezolano Édgar Ramírez (‘Libertador’) que continúa su ascendente carrera en Hollywood, y a Isabella Rossellini (‘Blue Velvet’), un monstruo de la actuación que se devora la pantalla con muy pocos minutos en ella.
Ni el ‘Miracle Mop’ es capaz de elevar a una cinta que no es lo suficientemente dramática como para conmover ni lo cómica que podría haber sido, que nos cuenta una historia que, si bien es impresionante en los hecho reales, no resulta tanto esta vez. Que con tan impresionante reparto, no logra aprovecharlos bien. Una vez más, esa gran actriz llamada Jennifer Lawrence le saca a flote una cinta a Russell, donde el director vuelve a tropezar, y más fuerte que nunca, en sus ganas por conquistar el mundo y uno que otro premio.
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www.elotrocine.cl
El tres veces nominado al Oscar David O.Russell (‘Silver Linings Playbook’, ‘American Hustle’) vuelve al ataque junto a su trío favorito Lawrence/Cooper/De Niro, ahora para contar la historia de Joy Mangano y cómo llegó a convertirse en una líder de las ventas telefónicas gracias a sus ingeniosos inventos. Russell vuelve a construir un relato basado en personalidades complejas al borde de la patología, personajes con historias pasadas no resueltas y dispuestos a enfrentarse a sus peores miedos, y nos asegurábamos, a priori, una puesta en escena dinámica, diálogos inteligentes y un correcto manejo del melodrama y el humor negro, tal como lo ha demostrado en sus últimas cintas.
‘Joy’, al igual que sus anteriores trabajos, nos exige una alta concentración ya que son muchos los elementos que convergen a lo largo de la historia que, por muy menores, pueden resultar relevantes para la película. Esta vez, la colección de personajes es más delirante que nunca, donde la piedra angular es Joy (Jennifer Lawrence), una mujer joven y esforzada que debe sacar adelante a toda su familia, es decir, sus hijos, su madre (Virginia Madsen), su padre (Robert De Niro), su abuela (Diane Ladd) y su ex esposo (Édgar Ramírez), ahora su mejor amigo y que aún vive en su casa. Un núcleo familiar absolutamente disfuncional que tiene en Joy a su epicentro, al igual que la película, donde una vez más, Jennifer Lawrence se luce, derrochando histrionismo y una capacidad interpretativa moldeable a cualquier estilo y a cualquier director.
La cinta deambula entre el drama y la comedia, en esa delgada línea que Russell demostró saber muy bien manejar en ‘Silver Linings Playbook’ (2012) y que sobrecargó en ‘American Hustle’ (2013). Esta vez, mantiene la tónica pero, a diferencia de sus dos anteriores títulos, ve en su guión el peldaño más débil de una escalera que no le alcanza para llegar a la cima. La historia recorre elementos que se vuelven inconexos o, muchas veces, de poca relevancia, algo que en otras cintas operaban muy bien en función de la trama y que en ‘Joy’ no funcionan, probablemente porque la vida de Joy Mangano no es precisamente una biografía que pueda llegar a ser tan interesante como para plasmarla en pantalla, más aún con tanto recurso fílmico. El placer de Russell y sus montajes, mezclando los sueños con la realidad, los flashbacks y los cambios de puntos de vista, si bien nos consiguen regalar algo de ese vértigo y la emoción que la cinta necesita, resulta a ratos un exceso para condimentar lo que no necesitaba tanto sabor.
A pesar de la –últimamente- incontrolable necesidad de Russell de filmar pensando en el gran premio, que lo lleva en este caso a un film forzado y a ratos equívoco, ‘Joy’ se hace absolutamente degustable gracias a Jennifer Lawrence (físicamente más parecida que nunca a la “original” Renée Zellweger) en lo que es uno de sus mejores papeles de su carrera, y sin duda el mejor junto a Russell, capaz de llenar la pantalla, paseándose por una paleta de emociones con las que dibuja un personaje entrañable, potente y creíble. Ni el reparto secundario logra darle equilibrio a esta mesa que termina cojeando, con un Robert De Niro que desde ‘Cape Fear’ (1991) que no lo vemos brillar como antes, y un Bradley Cooper que aporta con lo justo y mucho menos protagonismo que en otros filmes con Russell. Vale sí destacar al venezolano Édgar Ramírez (‘Libertador’) que continúa su ascendente carrera en Hollywood, y a Isabella Rossellini (‘Blue Velvet’), un monstruo de la actuación que se devora la pantalla con muy pocos minutos en ella.
Ni el ‘Miracle Mop’ es capaz de elevar a una cinta que no es lo suficientemente dramática como para conmover ni lo cómica que podría haber sido, que nos cuenta una historia que, si bien es impresionante en los hecho reales, no resulta tanto esta vez. Que con tan impresionante reparto, no logra aprovecharlos bien. Una vez más, esa gran actriz llamada Jennifer Lawrence le saca a flote una cinta a Russell, donde el director vuelve a tropezar, y más fuerte que nunca, en sus ganas por conquistar el mundo y uno que otro premio.
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6,1
20.389
6
6 de enero de 2016
6 de enero de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras una decena de documentales y dos largometrajes basados en la vida y obra del fundador de Apple, como ‘Pirates of Silicon Valley’ (1999) y ‘Jobs’ (2013), llega ‘Steve Jobs’, protagonizada por Michael Fassbender (‘Shame’, ‘Prometheus’) en el rol principal, dirigida por Danny Boyle (‘Trainspotting’, ‘Slumdog Millionaire’) y basada en la biografía autorizada “Steve Jobs” (2011) de Walter Isaacson, esta vez adaptada al cine por Aaron Sorkin (‘The West Wing’, ‘The Social Network’).
Para nadie es un misterio la importancia de Steve Jobs en la evolución de la computación y la tecnología de manera transversal hasta nuestros días. A partir de su creación, la revolución llegó no sólo con la aparición de los computadores personales Mac y posteriormente los Iphone, también influenció y desarrolló su trabajo hasta la industria del entretenimiento, la música digital y el mundo de la animación. También son sabidas las dificultades con las que tuvo que lidiar y lo costoso que le resultó convencer a jefes, pares y al mundo entero, que su perfección representaba el futuro de la tecnología. Y no se equivocó. Pero su personalidad fue siempre su enemigo, y aquí es donde se detiene Boyle.
La cinta en ningún caso pretende ser un resumen de su biografía ni mostrarnos sus orígenes ni sus últimos años de historia. ‘Steve Jobs’ se centra exclusivamente en tres momentos claves dentro de su ascendente carrera: el lanzamiento del Macintosh en 1984 en California, el lanzamiento del NeXT Computer en 1988 en San Francisco, y el lanzamiento de la iMac en 1998, también en San Francisco. Y más concretamente, en la antesala de cada uno de estos multitudinarios eventos. Somos testigos de los minutos previos y, como espectador, con el objetivo puesto en dos particularidades muy especiales: su obsesión y el descontrol ante la búsqueda de la perfección, al borde de la arrogancia; y su complicada relación con su hija Lisa y la madre.
La personalidad de Steve Jobs era controlada por el sarcasmo, el narcicismo y la perfección. Esto se refleja en la cinta en su relación con Steve Wozniak (Seth Rogen), cofundador de Apple; John Sculley (Jeff Daniels), primer CEO de Apple; Joanna Hoffman (Kate Winslet), mano derecha de Jobs; y Chrissan Brennan (Katherine Waterstone), madre de Lisa, su primogénita. Wozniak se esmeró siempre por que Jobs reconociera su trabajo, Sculley siempre estuvo a su lado a pesar de haberlo despedido de Apple, Hoffman vivía en un constante amor y odio con él, y Brennan tuvo que dar una dura lucha para conseguir que Jobs reconociera a su hija y la apoyara económicamente. Todos estos elementos se enfrentan durante todo el metraje ante Steve Jobs, graficados en la película siempre minutos antes de cada presentación, ya sea mediante discusiones de pasillo, flashbacks o largas conversaciones entre los mencionados con él.
Aaron Sorkin es conocido por ser un guionista de largos parlamentos y diálogos rápidos e inteligentes, utilizados por un gran número de personajes que el director de turno despliega en pantalla. ‘The Social Network’ (2010) y la serie ‘The Newsroom’ (2012-2014) son el mejor ejemplo de ello y qué mejor personaje como Steve Jobs para ser retratado con este formato. Sin embargo, la decisión de Danny Boyle y compañía (Sorkin incluido) por acotar la cinta a tres escenarios limitados que plantean lo mismo, sin ningún grado de tensión ni ritmo narrativo, sólo provocan que la pluma de Sorkin no sólo no luzca, sino que se desvanezca por completo. La narrativa intencionada –aunque mayormente bien ejecutada- se desaprovecha en pantalla, sumando sólo monotonía y un letargo poco apropiado para una mejor comprensión de la historia, que ejecutada con disciplina y estilo por Boyle, no deja de ser interesante.
El director recurre a sus acostumbradas elipsis para situarnos en un momento intermedio en la carrera de Steve Jobs; y se hace de un gran elenco que no requiere elogios porque la calidad interpretativa de Fassbender, Winslet y Daniels está más que probada. Todo –excepto lo mencionado- funciona para poder comprender a este monstruo de la tecnología, un hombre que al nacer fue dado en adopción y siempre cuestionó de manera casi natural el concepto de familia, un anti social incapaz de respetar a subalternos, lleno de heridas y fantasmas que le recuerdan día a día cada uno de sus errores, carente de criterio cuando se trata de relaciones humanas y sabedor de su inmenso ego, pero convencido también que, en parte, gracias a su intolerante genialidad y macabra personalidad, su sitio está donde siempre quiso que estuviera: en lo más alto.
Probablemente la dupla Boyle/Sorkin siempre fue la más indicada para llevar la historia de Steve Jobs al cine, no así la decisión de desarrollar sólo la suma de tres capítulos. Una biografía detallada y dinámica, tal cual se la mereciera Zuckerberg un par de años atrás, habría sido la obra cumbre y definitiva sobre un tipo visionario que siempre supo que para conquistar el mundo, primero había que pensar diferente.
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www.elotrocine.cl
Para nadie es un misterio la importancia de Steve Jobs en la evolución de la computación y la tecnología de manera transversal hasta nuestros días. A partir de su creación, la revolución llegó no sólo con la aparición de los computadores personales Mac y posteriormente los Iphone, también influenció y desarrolló su trabajo hasta la industria del entretenimiento, la música digital y el mundo de la animación. También son sabidas las dificultades con las que tuvo que lidiar y lo costoso que le resultó convencer a jefes, pares y al mundo entero, que su perfección representaba el futuro de la tecnología. Y no se equivocó. Pero su personalidad fue siempre su enemigo, y aquí es donde se detiene Boyle.
La cinta en ningún caso pretende ser un resumen de su biografía ni mostrarnos sus orígenes ni sus últimos años de historia. ‘Steve Jobs’ se centra exclusivamente en tres momentos claves dentro de su ascendente carrera: el lanzamiento del Macintosh en 1984 en California, el lanzamiento del NeXT Computer en 1988 en San Francisco, y el lanzamiento de la iMac en 1998, también en San Francisco. Y más concretamente, en la antesala de cada uno de estos multitudinarios eventos. Somos testigos de los minutos previos y, como espectador, con el objetivo puesto en dos particularidades muy especiales: su obsesión y el descontrol ante la búsqueda de la perfección, al borde de la arrogancia; y su complicada relación con su hija Lisa y la madre.
La personalidad de Steve Jobs era controlada por el sarcasmo, el narcicismo y la perfección. Esto se refleja en la cinta en su relación con Steve Wozniak (Seth Rogen), cofundador de Apple; John Sculley (Jeff Daniels), primer CEO de Apple; Joanna Hoffman (Kate Winslet), mano derecha de Jobs; y Chrissan Brennan (Katherine Waterstone), madre de Lisa, su primogénita. Wozniak se esmeró siempre por que Jobs reconociera su trabajo, Sculley siempre estuvo a su lado a pesar de haberlo despedido de Apple, Hoffman vivía en un constante amor y odio con él, y Brennan tuvo que dar una dura lucha para conseguir que Jobs reconociera a su hija y la apoyara económicamente. Todos estos elementos se enfrentan durante todo el metraje ante Steve Jobs, graficados en la película siempre minutos antes de cada presentación, ya sea mediante discusiones de pasillo, flashbacks o largas conversaciones entre los mencionados con él.
Aaron Sorkin es conocido por ser un guionista de largos parlamentos y diálogos rápidos e inteligentes, utilizados por un gran número de personajes que el director de turno despliega en pantalla. ‘The Social Network’ (2010) y la serie ‘The Newsroom’ (2012-2014) son el mejor ejemplo de ello y qué mejor personaje como Steve Jobs para ser retratado con este formato. Sin embargo, la decisión de Danny Boyle y compañía (Sorkin incluido) por acotar la cinta a tres escenarios limitados que plantean lo mismo, sin ningún grado de tensión ni ritmo narrativo, sólo provocan que la pluma de Sorkin no sólo no luzca, sino que se desvanezca por completo. La narrativa intencionada –aunque mayormente bien ejecutada- se desaprovecha en pantalla, sumando sólo monotonía y un letargo poco apropiado para una mejor comprensión de la historia, que ejecutada con disciplina y estilo por Boyle, no deja de ser interesante.
El director recurre a sus acostumbradas elipsis para situarnos en un momento intermedio en la carrera de Steve Jobs; y se hace de un gran elenco que no requiere elogios porque la calidad interpretativa de Fassbender, Winslet y Daniels está más que probada. Todo –excepto lo mencionado- funciona para poder comprender a este monstruo de la tecnología, un hombre que al nacer fue dado en adopción y siempre cuestionó de manera casi natural el concepto de familia, un anti social incapaz de respetar a subalternos, lleno de heridas y fantasmas que le recuerdan día a día cada uno de sus errores, carente de criterio cuando se trata de relaciones humanas y sabedor de su inmenso ego, pero convencido también que, en parte, gracias a su intolerante genialidad y macabra personalidad, su sitio está donde siempre quiso que estuviera: en lo más alto.
Probablemente la dupla Boyle/Sorkin siempre fue la más indicada para llevar la historia de Steve Jobs al cine, no así la decisión de desarrollar sólo la suma de tres capítulos. Una biografía detallada y dinámica, tal cual se la mereciera Zuckerberg un par de años atrás, habría sido la obra cumbre y definitiva sobre un tipo visionario que siempre supo que para conquistar el mundo, primero había que pensar diferente.
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