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Críticas 127
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
9 de abril de 2014
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una época donde el cine familiar de animación parece no otorgar sintonía más allá de las creaciones de estudio tipo Disney, Pixar, DreamWorks o incluso el más divergente Ghibli -aunque no por ello menos marcado por un estilo definidísimo e inconfundible- nos llega una maravilla de este género, de técnica tradicional, procedente de la actual y consistente escuela de origen franco-belga y que sin poder atenerse con exactitud al cine de animación de autor, como sí se puede aplicar dicho epíteto al también francés Chomet o al cortometrajista ruso Petrov, mucho tiene que ver con ellos en espíritu y forma.

“Ernest & Célestine” es una hermosa fábula basada en los personajes de los libros infantiles homónimos de los años 80 creados por el ilustrador belga Gabrielle Vincent. La tarea de llevarla a la pantalla grande corrió a cargo del primerizo Benjamin Renner, realizador de cortos de animación -entre ellos el original “La Queue de la Souris”-, acompañado de los más experimentados Stéphane Aubier y Vincent Patar, creadores de la célebre serie de TV belga Stop-Motion “Pánico en la granja”, de la que ellos mismos realizaran un largo en 2009.

Lo novato de Renner no se aprecia por ningún lado. Con una bellísima y emotiva animación a base de exquisitas y sencillas acuarelas, la tríada de directores crea una historia en la que nada es superfluo usando con absoluto dominio narrativo todos los recursos posibles: montaje paralelo, escenas oníricas, inusitado control del timing... Y todo ello en un compendio magnífico de la lucha por lo que habría de ser un mundo libre, exento de prejuicios y en el que los seres puedan disfrutar de la capacidad de amar y ser amados por lo que son más que por lo que dicen/nos dicen que representan. Que no nos inventen enemigos, pues no existen si hay voluntad de cooperación y de ayuda.

La tierna y demoledora relación socialmente incorrecta entre dos seres (o grupos) condenados por la masa amorfa y la cultura del miedo a odiarse entre sí traspasa toda frontera y llega a detalles tan excelsos que tan sólo desde lo subliminal y lo global los niños podrán entender su significado: las pesadillas de ambos basadas en las concepciones del mundo inculcadas desde negativas ideas preconcebidas y que desaparecen al despertar y encontrarse de frente con el enemigo que te abraza, la ternura infinita de la escena del soplo sobre el copo de nieve, la libertad y la generosidad de preferir la muerte a ceder y que en definitiva destruyen toda representación estamentaria de la Ley... la realidad ominosa que une a los guardianes del Status Quo de dos razas antagónicas (osos y ratones) en la persecución de quien se rebela y se niega a transigir. Desde la propia elección de su futuro -tanto Ernest como Célestine se niegan a desempeñar la tarea que supuestamente fomentará un bien comunitario: notario y dentista, para dedicarse a las artes: músico callejero y pintora-, ambos personajes nos muestran que los sueños y la bondad superan con creces cualquier prejuicio, y con la naturalidad y espontaneidad del infante incapaz de razonar fuera de lo que le resulta evidente. El ejemplo lo pone Célestine en el diálogo entablado con el juez oso que la juzga por decidir ser distinta:
- Es una idea rara vivir con un oso.
- ¿Por qué, señor juez? Usted vive con una osa.

Ante la opción vital ceder es morir, y si hay que morir, que sea al menos fruto de la opción vital.
20 de septiembre de 2012
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
'The Turin Horse' no es una película, es una experiencia vital, algo que no ha sido creado para ser visto, sino para ser experimentado desde todos los sentidos. Tal vez por eso, nadie quedará indiferente ante la invitación de Béla Tarr a acompañar a la familia campesina protagonista de esta historia en su desasosegante y tortuoso camino sin retorno hacia la desesperanza. Reverenciada y odiada a partes iguales, la película del director húngaro es una experiencia única y posiblemente irrepetible; no recuerdo la última vez que he podido experimentar algo tan compensado estilística y argumentalmente. Cada fotograma es de una excelencia brutal, una fotografía repleta de sentido, encuadre y perfección visual.A través de una cada vez más tensa e impactante melodía que sirve de poderoso intermezzo a cada trama y los constantes planos secuencia, que demuestran un absoluto control del tempo, la escenificación y el lenguaje cinematográfico, Béla Tarr nos introduce en la rutinaria vida rural de un padre y una hija y su caballo y casi sin querer nos hace vivir desde la experiencia lo que ellos viven y sienten. Un adelanto tal vez del Apocalipsis, de la pérdida de la fe, del alma (¿será el caballo símbolo del interior de los personajes?) anunciado por esa inesperada visita que tan sólo parece necesitar un poco de palinka. El fin se percibe, se acerca, se vivencia en la recurrente comida, en la constante visita al pozo en busca de agua, en el metódico vestir y desvestir, en la impotente parálisis del padre, en la renuncia a la esperanza del caballo...

Sólo seis días, justos los mismos en los que se lleva a cabo la Creación del Génesis. Génesis/Apocalipsis: 'Hasta las llamas se apagan'.
13 de julio de 2015 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Si quieres un delincuente, trátale como un delincuente”. Esta máxima, esgrimida como a golpe de florete, por la dignísima maestra Carmela (una sensacional Alina Rodríguez) puede resumir a la perfección el sentido que el contestatario director y guionista cubano Ernesto Daranas quiere conceder, sin ambages ni dulzainas, a este su segundo largometraje de ficción: “Conducta”. Se nota que el tipo es licenciado en pedagogía.

Especializado en documentales, por los que ha recibido innumerables galardones internacionales, la película -que tampoco adolece de premios en numerosos festivales- no baja en absoluto de nivel y mantiene -de una manera peculiar, pero poco dada a la condescendencia- la seriedad y la denuncia social tan marcada desde siempre en buena parte del cine latinoamericano. Hay filmes que prometen y que al final acaban engañando y hasta torciendo el gesto para hacerlo lo más agradable a ojos del respetable por más chutes de realismo que digan aportar. El último ejemplo puede ser “Trash, ladrones de esperanza” (Stephen Daldry, 2014), y el paradigma la laureada y -bajo mi humilde opinión- manipuladora y sobrevalorada “Slumdog Millionaire” (Danny Boyle y Loveleen Tandan, 2008). Curiosamente ambas del Reino Unido, nada que ver con los golpes de efecto que provienen, tal vez, de quien sufre y ve desde la infancia aquello de lo que habla: “Ciudad de Dios” (Fernando Meirelles y Kátia Lund, 2002), “Tropa de élite” (José Padilha, 2007) o la más reciente “La jaula de oro” (Diego Quemada-Díez, 2013).

Quizá, la cinta de Quemada-Díez sea técnicamente más impecable que la de Daranas, al que tampoco se le pueden poner desde luego muchas faltas, pero los entrañables personajes creados por el director nacido en La Habana, tan creíbles como la propia historia en la que los hace subsistir, transmiten una indiscreta emoción de la que resulta difícil abstraerse y aun sobreponerse.

Dentro de la densa amalgama de ideas que recorren “Conducta” (prostitución, presos políticos, educación, inmigración, infancia...), el fundamento obvio que inspira cada fotograma -excelentemente representado por las palomas- es el concepto de la libertad, al que más allá de excusas/motivos a los que decidamos aferrarnos estamos unidos indisolublemente por el mero hecho de ser individuos capaces de decidir. Pueden existir condicionantes, variables, ambientes... pero a la postre es el propio ser humano, con el bagaje de toda su historia personal, quien opta por adaptarse (a la pobreza, a la exclusión, a la norma...) o por abrazar otras posibilidades, que suponen igual dosis esfuerzo como de apertura a algo mejor.

Es lo que cree Carmela, por lo que lucha contra todo fundamento legal si este es notoriamente injusto: ¿qué vale más la ley que prohíbe colocar la estampita de un santo en la clase o lo que significa a nivel vital para un alumno poner la estampita? La ley se hizo para el hombre, y no el hombre para la ley. Es lo que vive Carmela, hasta sus últimas consecuencias, que no hay que plegarse a lo mayoritario para evitar el conflicto. Y cuando hay argumentos sólidos para la resistencia, el enemigo queda retratado con los suyos propios que expone.

Hay un punto culminante en cualquier obra que distingue de manera radical aquellas llevadas por la buena intención (lo comercial) de aquellas otras que se sienten incapaces de renunciar a la crítica: en una película ese momento de inflexión suele acontecer en los últimos cinco o diez minutos y la convierten -aparte de otros aspectos, claro- en “Slumdog Millionaire” o en “Ciudad de Dios”. Daranas lo sabe y prefiere no dar palmaditas en la espalda a pesar de dar más o menos pábulo a la esperanza.
9 de octubre de 2012 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
‘Cuando pasan las cigüeñas’ puede no ser perfecta en el plano argumental, especialmente por el exceso de agilidad en la primera media hora de película que impide que empaticemos de forma clara con la situación que ha de vivir nuestra protagonista, la hermosa e impresionante interpretativamente Tatiana Samoilova, y que la hace aferrarse a lo poco que le quedó, olvidando precipitadamente toda esperanza y toda promesa sin aferrarse desde el amor a que pasen de nuevo las grullas (que curiosamente son estas aves migratorias, nunca cigüeñas). Pero en el plano técnico es tan espectacular, que todo, absolutamente todo es perdonable y fácil de obviar.

Kalatozov comenzó a dirigir en la década de los años 30, más de diez años antes de que Orson Welles asombrara al mundo con su estilo narrativo y ruptura con todo lo convencional tras el estreno de ‘Citizen Kane’, pero su trabajo llega a cotas de experimentación, montaje, desarrollo y estructura secuencial de un nivel exquisito y rompedor. Algunos travellings (despedida de los soldados, su posterior regreso del frente), la planificación (excelentes picados y contrapicados, primeros planos muy en la línea de distorsión de Welles, y algunos planos secuencia como la llegada de los tanques o la correspondencia, y de cámara fija girada desde el suelo como la magistral escena del pasillo cuando es perseguida por Mark) o el exquisito montaje, que transmite de una manera excepcional los sentimientos y paranoias de los protagonistas, hacen de este filme una obra con mayúsculas y de inmediato goce para los amantes del séptimo arte.

Destacar la vibrante fotografía en blanco y negro, el sorprendente realismo de las escenas de batalla y un argumento sorprendente e inusual para la Rusia comunista (Kalatozov filma por vez primera una derrota caótica y desesperada de las tropas soviética) y cuyo enfoque del sinsentido de la guerra influiría poco después en la también magnífica y más centrada en el frente y se decadencia ‘El destino de un hombre’ (Bondarchuk, 1959). Lo que supuso una terrible verdad en los democráticos EE.UU. con la despiadada ‘Los mejores años de nuestra vida’ (W. Wyler, 1946) ha de considerarse de mayor mérito en esta obra realizada en un país acuciado por la censura a todos los niveles (encima el director es georgiano).

Termino comentando la evidente influencia a nivel narrativo que este filme tiene sobre ‘El cazador’, de Cimino (e incluso su injustamente masacrada ‘La puerta del cielo’). Ambas comienzan con celebraciones, compromisos y excelsas alegrías destrozadas tras la llamada a filas. En la película de Kalatozov esa felicidad mística se hace realidad a través de una omnipresente banda sonora quizá en exceso almibarada, pero que encuentra plena concordancia con los acontecimientos que se van a ir desarrollando y que encuentran su punto álgido con la desgarradora interpretación a piano de Mark.

En fin, una obra necesaria, compleja y radical a pesar de sus defectos y que merece ser conocida.
10 de enero de 2012 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ruido de ciudad; un plano secuencia inicial descubre esa soledad no buscada aun rodeada de personas. Una mascota se acerca y tras un hermoso plano picado, necesario, (el único de todo el film) aparece Natalia/Nastenka. Parecería que hablo del inicio de Noches Blancas, en realidad, me refiero a mí.

Mi 8, denota mi capacidad para descubrir lo objetivo, pues la película de Visconti es bella, de un lirismo excelso, que en realidad absorbe y transmite la esencia del relato corto de Dostoievski... Pero destroza sin piedad la perfecta construcción de sentimientos que presentan los personajes del maestro ruso y casi invierte los papeles. Tal vez Visconti, al contrario que el escritor, no crea en el amor ágape, ese que se entrega sin esperar nada a cambio, ni piense que la conciencia pueda pesar más que la soledad... O tal vez, simplemente, le resultara insoportable que la bondad no consiga frutos y ha de hacer que en parte "odiemos" a Mastroianni y "amemos" sin límites a Schell, pero yo me quedo con la incomprensible soledad que transmite Dostoievski, que no exenta de deseo, ni de sufrimientos no piensa en sí misma, excepto cuando están casi perdidas las esperanzas.

Prefiero la "putada" de Dostoievski a la tristeza de Visconti. Y a mi particular Nastenka, a la que espero cada noche sobre el puente, para compartir unos minutos, sin esperar nada a cambio.
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