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Críticas 114
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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11 de abril de 2015 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una apuesta arriesgada: hacer una película sobre una filósofa y, sobre todo, una pensadora que lanzó una tesis tan delicada, a saber, “la banalidad del mal”, en una época aún sacudida por los horrores del nazismo.
La película cuenta el reportaje que Hannah Arendt, filósofa de origen judío, examante de Heidegger, instalada en Nueva York, hizo del juicio a uno de los mayores genocidas, Eichmann.

En el film se muestra cómo se va fraguando en su interior, y a lo largo de debates con amigos o su marido, esa tesis que la hizo célebre y que le granjeó tantas enemistades, tanto por parte de la intelligentsia como por parte de sus congéneres judíos, en un momento en que Israel estaba en plena construcción (años 60).

Se la ve por lo tanto pensando. Recostada a veces, en silencio en otros momentos o leyendo las transcripciones del juicios; mientras, fragmentos de diálogos pasan por su cabeza. Es una manera de filmar, de mostrar cuál es el proceso físico y cerebral de este acto que es la reflexión… Y la conclusión de todo este proceso mental es que el mal no tiene que vestirse de diablo para ser total, a veces se presenta con ropajes de un hombre banal, como era el caso de Eichmann.

Adolf Eichmann (1906-1962) ocupó el cargo de teniente coronel de las SS. Fue el principal encargado del transporte de deportados hacia los campos de exterminio en Polonia y contribuyó, por lo tanto, de manera directa a la Solución Final.
Según Arendt, Eichmann era un ser capaz de cometer actos monstruosos, sin motivaciones malignas específicas. Los peores crímenes no requieren grandes motivos.

El exresponsable nazi declaró en el juicio de Jerusalén:
“Me reconozco culpable de ayudar y tolerar la comisión de los delitos de los que se me acusa, pero no he realizado nunca ni un solo acto directamente encaminado a su consumación. Solo cumplía órdenes”.

El daño que causó Eichmann, y del cual Arendt le considera responsable, fue monstruoso. Pero todavía resulta más aterrador que la raíz subjetiva de sus crímenes no estuviera arraigada en firmes convicciones ideológicas ni en motivaciones especialmente malvadas. La banalidad del mal no está en qué hizo sino en por qué lo hizo. Detrás de la actuación de Eichmann no hay un elaborado pensamiento, ni odio, ni intención de crueldad. No hay nada y eso es lo más horrible. Esta peculiar forma de mal solo se explica porque el hombre se ha transformado en algo superfluo.

Para Arendt, Eichmann tenía un déficit de pensamiento. Una mera incapacidad de juicio
Esto no es una mera insensibilidad moral. En su vida cotidiana actuaba de modo normal y sabía distinguir entre lo que está bien y lo que está mal. En este punto, Eichmann se asemejaba al hombre del montón, a muchos hombres corrientes. Su única característica era su incapacidad de reflexión y de pensamiento, su incapacidad de juzgar. Y ahí surge otro de los conceptos claves de la filósofa alemana: la distinción entre “conocer” y “pensar”.

El pensamiento consiste en una suerte de diálogo con nosotros mismos, en solitud, una reflexión crítica sobre nuestras propias acciones y, a la vez, sobre la ejemplaridad de cualquier acción. Esto implica una mentalidad amplia, capacidad de ponerse en el lugar de los demás, de entender su punto de vista. Pone como ejemplo a Sócrates que mantiene diálogo constante con su daimon, su alter ego interior. Esta falta de pensamiento también puede explicar la adhesión de gran parte de la población alemana al nazismo.

En cuanto a las víctimas judías, Arendt enuncia una verdad aterradora: hubo tantas víctimas por la ausencia de un líder que se hiciera cargo, que denunciara las atrocidades. La comunidad judía (y los humanistas en general) no podían aceptar esta tesis, máxime en un contexto en que era necesario redimir a las víctimas, considerarlas como tales y no como culpables de su destino. Pero es cierto que, por lo menos en mi caso, en todo lo que leído de todo ese aciago periodo nazi, no aparece nunca el nombre de un dirigente, de un rabí iluminado o simplemente sensato, que hubiese denunciado los actos que se estaban cometiendo contra su pueblo.

La protagonista Barbara Sukowa está fantástica, trasmite la humanidad, la seguridad (otros dirán arrogancia) de la filósofa judía que huyó a tiempo de su país para escapar de la barbarie del Tercer Reich.

Una película llena de contenido, de vida, de pensamiento, de dudas. Un ritmo pausado que invita a la reflexión sin aburrir. Porque quizás conviene no olvidar que el mal (banal) puede estar entre nosotros…
P.D. Fuman todos tanto que parece que acabará saliendo humo por la pantalla.
21 de diciembre de 2013 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es curioso ver a Alain Delon en el papel de un hombre perdido. Suele interpretar a hombres fuertes, enérgicos, con nervio, el espía de Scorpio, el bróker de Eclipses, el fugitivo de Los felinos, el asesino a sueldo del Samurái, el joven enamorado de Rocco y sus hermanos, el exprisionero de Dos hombres en la ciudad, el hombre de negocios con pasado gansteril de Comme un boomerang y muchas más, vistas o no vistas (por mí).

Desde luego, queda patente el lado vulnerable del señor Klein, un negociante de arte que las autoridades confunden con un judío; acaba siendo deportado porque no se da cuenta de la situación… Pero esto es mucho más. Robert es un personaje completamente desubicado, ha viajado a Suiza para recoger sus ahorros y en el tren de vuelta es cuando conoce a Donatienne (Nathalie Baye). A partir de ahí no querrá separarse de ella, convencido de haber encontrado a la mujer de sus sueños. Se sienta en su sillón y se dedica a beber todo el día…

Es cierto que en su apatía a veces hace demasiado. Hay muchas escenas poco creíbles (la visita a casa del vecino, la pelea, la lucha en el salón). Por otro lado, Donatienne, es una mujer ligera de bajos, que se acuesta con desconocidos en el tren. Poco a poco se va viendo lo desequilibrada que está.

En realidad, la historia comienza con un hecho original (un encuentro fortuito en el tren) para deslizarse en un drama (el alcohólico, ella desequilibrada), desemboca en una farsa (situaciones completamente irreales… y tontas). Y después, retoma un ritmo más pausado, vuelve el drama, para dar varias volteretas y regresar al lugar de partida (o por lo menos así se puede interpretar)…
Finalmente, ¿de qué trata?

Es la historia (de hecho, así empiezan muchos de los diálogos entre los personajes “Es la historia de una chica que está en un tren…”) de un perdedor, de un hombre enamorado pero que no sabe cómo reconquistar a su mujer. Es la historia de soledad (de ella, de él), es la historia de gente que no sabe cómo expresar el cariño, la historia de personas que usan el sexo para tapar el aburrimiento, el olvido…

Deja un sabor amargo, con la sensación de no una historia no redonda, con aristas, loca, disparata… ¿Cómo la vida misma?

P.S. Se entiende el título en francés “Notre histoire” (nuestra historia); menos sentido tiene la traducción al español “Habitaciones separadas”, que sí, da cuenta de la distancia entre personajes, pero sería válido si fuesen personajes que previamente han compartido cama, creado una intimidad y, justamente, no es el caso aquí.
15 de noviembre de 2013 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lily (Cathryn Harrison), una joven mujer, presencia, a lo largo de un viaje por la campiña, escenas de guerra y situaciones desconcertantes hasta que un unicornio la guía hacia la casa de una anciana que, desde su cama, habla con las ratas en un extraño idioma.

Durante los 25 primeros minutos no hay diálogo, solo escenas violentas, truculentas, insólitas (un animal atropellado, un hombre ahorcado, un fusilamiento de mujeres, unos extraños insectos…). Después viene la primera frase, pero no habrá muchas más. Lo que cuenta es el cuento, los personajes y las situaciones. El tono surrealista en un entorno familiar (el campo, una casa con chimenea, coches, una carretera...) resulta desconcertante.

Louis Malle posee una filmografía abundante y variada: El soplo al corazón cuenta el amor incestuoso entre madre e hijo; Adiós muchachos habla de amistad y antisemitismo en la Francia ocupada; su primera película, Ascensor para el cadalso, es un relato negro en blanco y negro. En Black moon se recrea un mundo que mezcla realidad y ficción. Este film, o gusta y se sigue este cuento disparatado o aburre por su sinsentido aparente.

A lo largo del relato veremos flores que lloran, árboles que sangran, gallinas que comen carne humana, ratas que hablan un idioma extraño. Esto, seguramente para simbolizar la naturaleza desbocada, la locura a la que llega cuando predomina la guerra (de sexos). Por el lado de la inocencia: rebaños de ovejas, corderos y un coro de niños que juegan y se divierten desnudos. Por el lado de la maternidad/sexualidad, la mujer que amamanta a la abuela prostrada en la cama. La pureza, un elemento que cruza el film casi desde el principio, queda representada el unicornio. Este es el animal que Lily ve en el curso de su huida, al que persigue y le permite llegar a la “loca” granja. Como después desaparece de su vista, ella andará persiguiéndolo hasta que vuelva a mostrarse.

El unicornio es un animal mitológico. Posee un cuerpo de caballo, patas de antílope, barba de chivo, cola leonina y, sobre todo, un único cuerno en espiral. Ha representado en varias culturas la santidad, la fuerza y la virginidad. Su cuerno lo hace eternamente joven, es resistente a los hechizos y conjuros. Gracias a este cuerno mágico detecta el veneno y cura como un bálsamo con su roce. Es un ser independiente y solitario y aparece ante las doncellas puras de corazón. Quizás por ello, se ha mostrado ante los ojos de Lily. Lily, símbolo de la primera mujer.

Conclusión: mucho simbolismo que harta o encanta. En todo caso, apto para cinéfilos o incondicionales del maestro Louis Malle.
20 de agosto de 2013 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Quién el protagonista de la historia? ¿Jack? ¿Su familia? ¿El niño, que tiene visione o, quizás Tony, su amigo imaginario? El protagonista es quizás el hotel o simplemente el “resplandor”, ese fenómeno que consiste en ver cosas que los demás no ven. Pero es posible que el personaje principal, quien mueve la trama, es el pasado; ese hecho que provocó la locura del antiguo guardián y que ahora acecha de nuevo y amenaza a Jack, cada vez más agresivo. La soledad es tal vez el “personaje” principal, la soledad que exacerba los sentimientos y es capaz de sacar lo peor de nosotros. Así, Jack, en esa soledad (aunque junto con su familia) que tanto ha buscado para poder escribir se enfrenta una y otra vez a la hoja en blanco, provocando una frustración de consecuencias insospechadas.

Por eso el huis clos, ese espacio supuestamente cerrado, abarca en realidad, un gran campo (el presente, el pasado, el futuro) y un enorme espacio tanto físico como emocional.

En definitiva, esos múltiples focos de tensión son los que mantienen la atención del espectador, porque el “enemigo” puede surgir de cualquiera de estos “monstruos” que van poblando el inmenso hotel.


Al principio, Dick, el chef del hotel, que está haciendo el tour del lugar, le dice al niño cuando en un momento dado se queda a solas con él y le ofrece un helado:

-Recuerdo que cuando era niño, mi abuela y yo hablábamos sin despegar los labios. Ella lo llamaba “El resplandor”. Y creí mucho tiempo que solo ella y yo teníamos el “resplandor”. Seguro que tú te has creído ser el único, pero hay más gente, aunque la mayoría no lo saben o no se lo creen.

Los que tienen este don son capaces de ver cosas pasadas y futuras que los demás no ven.

-¿Y qué hay en la habitación 237?

El empleado le dice con severidad que nada pasó en esa habitación, pero que no entre.


Imágenes inquietantes:
- El niño corriendo con su cochecito por los pasillos.
- Madre e hijo recorriendo el laberinto.
Las dos imágenes se repiten en varios momentos. En ambos casos, presientes que algo va a ocurrir.

- Las caras de Jack (Jack Nicholson), que van desde la expresión a afable al principio y poco a poco adquiere una expresión más nerviosa y sádica hasta que…
- Cuando ella descubre las hojas escritas por él: un mismo texto repetido en páginas y páginas.
- Las escenas de suspense, terror, persecución, claro, donde la tensión va subiendo.
9 de agosto de 2013 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
RESUMEN
Diane (Jean Simmons), una chica de veinte años, vive con su padre, un famoso novelista, y su madrastra, una mujer rica y autoritaria. Las relaciones entre las dos mujeres son tensas. Una noche aparece Frank Jessup (Robert Mitchum), un conductor de ambulancia, alertado tras un accidente en casa de Diane. A partir de entonces, Diane intentará seducir a Frank para…

COMENTARIOS
El encuentro empieza con una bofetada (la del enfermero, Franck Jessup, Robert Mitchum, a la hijastra Diane, Jean Simmons, que ha tenido un ataque de llanto). A partir de ahí, hay enganche; ella le persigue y… él no tiene problema en anular la cita con su novia para ir con su nueva conquista (que, por cierto, insiste en pagar la cena, o por lo menos su parte).

Qué diálogos más fluidos y bonitos. La trama discurre con sus vericuentos de propuestas, mentiras, insinuaciones. ¿Pero qué está tramando Diane?

Y se produce una muerte. ¿Accidente? ¿Asesinato? Empiezan las escenas del jucio, como toda película americana que se precie, con los dos abogados y el jurado popular al que hay que covencer. Y, finalmente, el jurado declara… (no voy a desvelar).

El suspense crece porque ella es capaz de cualquier cosa. ¿Se dejará arrastrar Frank?
Si, arrastrar es la palabra. Y nadie sale ganando.

Una fotografía en blanco y negro elegante y llena de contrastes, como el alma de la protagonista; una música que acompaña los estados de ánimo, un guión tan sencillo y complejo como el título: ¿qué esconde la cara de ángel?
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