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7,3
2.360
4
9 de febrero de 2011
9 de febrero de 2011
32 de 56 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre me han atraído las películas que tienen una nota cercana al 8 y cuya duración supera de largo la normalmente establecida para que los espectadores podamos cumplir con nuestras necesidades fisiológicas (como La mamá y la puta, La mejor juventud, Shoah, etc), pues entiendo que si es tan larga y tan bien valorada dejará huella permanente en mí como espectador.
Para mí esta película es una considerable decepción, porque el recuerdo que tengo de ella es el de una película que se alarga innecesariamente 2 horas y media más de lo debido, que basa su argumento en algo diferente, pero lo que al principio resulta entretenido y divertido dentro de su rareza (con su aprendizaje ninja), a la hora y media (tras acabar la cuenta atrás), acaba siendo una ida de olla considerable.
Lo que viene después yo no lo consideraría ni "raro" ni como excentricidad asiática (porque eso implicaría que no gusta porque aquí no se entiende). Es una chorrada de película y además piensas que "con esta escena se va a acabar" y no se acaba nunca, siempre toca una nueva escena y así hasta el verdadero final. Tengo en el recuerdo (al menos) tres finales diferentes y soy incapaz de ordenarlos dentro de la peli. Esa es la huella que ha dejado en mí esta película (esa y la de los tocamientos, como no).
¿Pero entonces, por qué está tan bien valorada? Ah! Que es porque es original. Pues espero que alguien empiece a imitar este tipo de cine para que lo valoren como a una película normal.
Para mí esta película es una considerable decepción, porque el recuerdo que tengo de ella es el de una película que se alarga innecesariamente 2 horas y media más de lo debido, que basa su argumento en algo diferente, pero lo que al principio resulta entretenido y divertido dentro de su rareza (con su aprendizaje ninja), a la hora y media (tras acabar la cuenta atrás), acaba siendo una ida de olla considerable.
Lo que viene después yo no lo consideraría ni "raro" ni como excentricidad asiática (porque eso implicaría que no gusta porque aquí no se entiende). Es una chorrada de película y además piensas que "con esta escena se va a acabar" y no se acaba nunca, siempre toca una nueva escena y así hasta el verdadero final. Tengo en el recuerdo (al menos) tres finales diferentes y soy incapaz de ordenarlos dentro de la peli. Esa es la huella que ha dejado en mí esta película (esa y la de los tocamientos, como no).
¿Pero entonces, por qué está tan bien valorada? Ah! Que es porque es original. Pues espero que alguien empiece a imitar este tipo de cine para que lo valoren como a una película normal.
24 de agosto de 2015
24 de agosto de 2015
13 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
No, Meryl Streep y Kevin Kline, aunque la caracterización del segundo está muy conseguida y la primera mantiene un buen juego de piernas (y si no mirad la escena de la "cana").
La modernidad se está quedando rancia, aunque Diablo Cody no se ha dado cuenta todavía (motivo que explicaría que se crea una gamberra en sus ideas). Como Alaska o su pegamoide, el que ha sacado provecho de su incapacidad para expresarse verbalmente con un poco de orden. O como Estados Unidos y sus banderitas, los guiños a la población de cada Estado y sus ganas de agradar a golpe de supuesta frescura.
Obviando por un momento lo previsible del guion, la anticipación por parte del espectador de cada golpe en los diálogos, la sensación de producto inacabado, la condición de meras comparsas del resto de actores, el excesivo buenrollismo intencionado que aporta el travieso personaje protagonista, obviando que todas las tramas y rencores que aparecen se resuelvan de forma tan burda, o incluso el hecho de que se trate de un producto ñoño, trasnochado y con olor a alcanfor creado para vanagloria de la Streep y sus mil caras. Obviando todo esto, supongamos por un momento que la película fuese española e incluso que la dirigiese Daniel Sánchez Arévalo, un director apreciado dentro de la cinematografía nacional, pero que tampoco puede escapar de esta etiqueta genérica patria hasta al copiar a una extranjera. Suponiendo tal cosa, pero dejando este producto tal y como está, sólo como ejercicio mental, valoremos esta cinta sobre una mujer con tres hijos a los que no ve desde hace años porque prefirió seguir su sueño y el otro no le quedaba tan cerca, el de la familia.
En esta vida hay que elegir, siempre, eso lo sabe hasta el niño de Las vidas posibles de Mr. Nobody. No importa que seas mujer u hombre, más bien depende de cómo colabore en ese equilibrio la otra parte, si es que existen inyecciones de veneno transmitidas producto de su amargura o pócimas producto del amor y la comprensión. Luego, en cualquier caso, vendrá el mal rollo y las cosas que echar en cara, al menos en la realidad, no siempre en las películas. Contaba Ingmar Bergman –y así lo reflejó también en Saraband, con su alter ego Erland Josephson- que en un momento dado se acercó a su hijo –uno de tantos que tuvo- y le dijo: «Sé que he sido un mal padre», a lo que su hijo respondió: «¿Un mal padre? ¡Ni siquiera fuiste un padre». Supongo que es una cuestión de tolerancia, de los hijos, y en Ricki, a pesar de la rabia y el orgullo, prima el amor y el perdón, el perdón que da la música rock, pero el perdón al fin y al cabo. No se valora suficiente la capacidad de perdonar de los hijos.
Eso sí, si a mí mi padre o mi madre me dijeran que sólo han vivido para mí en toda su vida sentiría una gran carga por lo que les he supuesto. Es un difícil equilibrio que aquí está tratado simplemente para entretener con cuatro risas del público y diez de Meryl Streep, la sonrisa Profident. Aunque se agradece que no haya "malos", por una vez.
Meryl Streep, su personaje, da un discurso sobre el papel de la mujer en la familia con pretensiones feministas y le acaba quedando un mensaje opuesto cuando el gran golpe final consiste en obtener lo que quiere gracias al dinero de un hombre. Esto es como si Patricia Arquette diera un discurso criticando la irrelevancia de la mujer en el cine, sobre todo llegada ésta a la madurez, así como la desigualdad entre hombres y mujeres, y que Meryl Streep, aplaudiendo desde la platea, estuviese firmando para participar en todas las obras buenas de cara a ampliar su vitrina de premios y no dejara nada bueno a las demás. Pero no es así, claro, porque últimamente le ha dado con especial fuerza por los musicales y hay muchos más géneros para elegir.
En su afán por demostrar algo que ya todo el mundo le ha otorgado y se ha ganado (su calidad como actriz), y quizás influenciada por el carácter mortadelístico de Johnny Depp (tras haber coincidido juntos en Into the Woods), ha decidido replantearse su carrera como una necesidad por que veamos todo lo que es capaz de hacer y así contentar además a sus seguidores, ávidos de hablar sobre ella en las redes sociales y sobre cada una de sus maravillosas actuaciones y películas, nunca malas.
Ah, como ese camarero en la barra del bar, en Ricki, enamorado de su admirada diva, cándido y de una gran inteligencia emocional provista de todo lo necesario para comprenderla, apoyarla y presenciar todas y cada una de sus actuaciones con una sonrisa. Así es su público, el de Meryl Streep. Enamorado de la moda juvenil.
La modernidad se está quedando rancia, aunque Diablo Cody no se ha dado cuenta todavía (motivo que explicaría que se crea una gamberra en sus ideas). Como Alaska o su pegamoide, el que ha sacado provecho de su incapacidad para expresarse verbalmente con un poco de orden. O como Estados Unidos y sus banderitas, los guiños a la población de cada Estado y sus ganas de agradar a golpe de supuesta frescura.
Obviando por un momento lo previsible del guion, la anticipación por parte del espectador de cada golpe en los diálogos, la sensación de producto inacabado, la condición de meras comparsas del resto de actores, el excesivo buenrollismo intencionado que aporta el travieso personaje protagonista, obviando que todas las tramas y rencores que aparecen se resuelvan de forma tan burda, o incluso el hecho de que se trate de un producto ñoño, trasnochado y con olor a alcanfor creado para vanagloria de la Streep y sus mil caras. Obviando todo esto, supongamos por un momento que la película fuese española e incluso que la dirigiese Daniel Sánchez Arévalo, un director apreciado dentro de la cinematografía nacional, pero que tampoco puede escapar de esta etiqueta genérica patria hasta al copiar a una extranjera. Suponiendo tal cosa, pero dejando este producto tal y como está, sólo como ejercicio mental, valoremos esta cinta sobre una mujer con tres hijos a los que no ve desde hace años porque prefirió seguir su sueño y el otro no le quedaba tan cerca, el de la familia.
En esta vida hay que elegir, siempre, eso lo sabe hasta el niño de Las vidas posibles de Mr. Nobody. No importa que seas mujer u hombre, más bien depende de cómo colabore en ese equilibrio la otra parte, si es que existen inyecciones de veneno transmitidas producto de su amargura o pócimas producto del amor y la comprensión. Luego, en cualquier caso, vendrá el mal rollo y las cosas que echar en cara, al menos en la realidad, no siempre en las películas. Contaba Ingmar Bergman –y así lo reflejó también en Saraband, con su alter ego Erland Josephson- que en un momento dado se acercó a su hijo –uno de tantos que tuvo- y le dijo: «Sé que he sido un mal padre», a lo que su hijo respondió: «¿Un mal padre? ¡Ni siquiera fuiste un padre». Supongo que es una cuestión de tolerancia, de los hijos, y en Ricki, a pesar de la rabia y el orgullo, prima el amor y el perdón, el perdón que da la música rock, pero el perdón al fin y al cabo. No se valora suficiente la capacidad de perdonar de los hijos.
Eso sí, si a mí mi padre o mi madre me dijeran que sólo han vivido para mí en toda su vida sentiría una gran carga por lo que les he supuesto. Es un difícil equilibrio que aquí está tratado simplemente para entretener con cuatro risas del público y diez de Meryl Streep, la sonrisa Profident. Aunque se agradece que no haya "malos", por una vez.
Meryl Streep, su personaje, da un discurso sobre el papel de la mujer en la familia con pretensiones feministas y le acaba quedando un mensaje opuesto cuando el gran golpe final consiste en obtener lo que quiere gracias al dinero de un hombre. Esto es como si Patricia Arquette diera un discurso criticando la irrelevancia de la mujer en el cine, sobre todo llegada ésta a la madurez, así como la desigualdad entre hombres y mujeres, y que Meryl Streep, aplaudiendo desde la platea, estuviese firmando para participar en todas las obras buenas de cara a ampliar su vitrina de premios y no dejara nada bueno a las demás. Pero no es así, claro, porque últimamente le ha dado con especial fuerza por los musicales y hay muchos más géneros para elegir.
En su afán por demostrar algo que ya todo el mundo le ha otorgado y se ha ganado (su calidad como actriz), y quizás influenciada por el carácter mortadelístico de Johnny Depp (tras haber coincidido juntos en Into the Woods), ha decidido replantearse su carrera como una necesidad por que veamos todo lo que es capaz de hacer y así contentar además a sus seguidores, ávidos de hablar sobre ella en las redes sociales y sobre cada una de sus maravillosas actuaciones y películas, nunca malas.
Ah, como ese camarero en la barra del bar, en Ricki, enamorado de su admirada diva, cándido y de una gran inteligencia emocional provista de todo lo necesario para comprenderla, apoyarla y presenciar todas y cada una de sus actuaciones con una sonrisa. Así es su público, el de Meryl Streep. Enamorado de la moda juvenil.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Por cierto, se ha declarado en bancarrota, Ricki. Por si no hizo gracia la primera vez que lo mencionó, os lo repito. Y el camarero de antes le pagaría cierto viaje si pudiera, pero no se lo puede permitir, a pesar de aparecer al poco rato allí también, tras un viaje (digo yo). Qué majos somos todos, ¡vamos a bailar!
Documental

6,2
311
Documental
6
21 de enero de 2016
21 de enero de 2016
12 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
En estos tiempos conspiranoicos ya no se sabe cuándo algo es cierto o no, pero tras ver Chuck norris vs Communism he recordado la noticia de la muerte de Osama Bin Laden. Aquella en que se explicaba cómo este pasó los últimos días de su vida viendo series y películas de producción estadounidense, oculto en una cueva o algo así. Este detalle resultó, ante todo, algo más que contradictorio para mí. Un hombre que pretendía acabar con la cultura que más le entretenía.
Chuck Norris vs Communism juega en otra liga, es cierto, en la contraria, pero no deja de basarse en un mismo argumento. Porque lo que Ilinca Calugareanu nos intenta contar a través de su película es cómo el cine estadounidense convenció a las gentes de la Rumanía años ochenta de que la dictadura que les sometía no les permitía ver otro mundo (y lo que había más allá de su sistema). El desarrollo que se esconde entre el inicio y el final es algo más complejo que lo expuesto aquí, pero en esencia es lo que cuenta este documental. Una cinta que demuestra que hay cierto valor en las cosas por el mero hecho de no haberlas tenido nunca o por habérsenos prohibido, igual que no se valora lo que siempre ha estado ahí o siempre se ha tenido.
Hasta qué punto existe una relación, cada cual dirá, aunque no se puede obviar la fuerza del cine para modificar culturas o personas (o hacerlas pensar un poco más allá de lo que les permiten otros), sobre todo en tiempos anteriores a Internet, con la escasa información del exterior que se podía conseguir si algún gobierno así lo requería. De todos modos, Chuck Norris vs Communism resulta interesante, sobre todo, porque muestra la burocracia de la censura y cómo algunos lograron escabullirse de ella y de otras hostilidades del Estado opresor. El problema es que lo sorprendente e interesante de su premisa dura apenas unos veinte minutos y después todo se vuelve repetitivo. Como documental acaba en ese momento. El resto del metraje, que intercala acción ficticia y recreación con entrevistas a los niños y los padres de esa época, es más bien relleno, relleno optimista. No es del todo anodino, es sólo información redundante (y cuestionable).
Supongo que para un rumano hay algo más que a los demás espectadores se nos escapa. El hecho, por ejemplo, de que todas las cintas, que llegaban ilegalmente y eran distribuidas en secreto entre vecinos (al precio de mercado), eran dobladas al rumano por la misma persona. Una única voz que llegaba a cada hogar del país y que supuso un nexo común y generacional para un montón de gente. Pero claro, a mí eso no me importa tanto, aunque lo aprecio como pensamiento (a mí también me gusta conocer el rostro de quien pone voz a mis actores favoritos; aunque sea un tema controvertido, el del doblaje). Pero es interesante, ¿no? Porque en España el doblaje se atribuye al franquismo (aunque se sabe que no es cierto) para censurar las películas extranjeras (cosa que sí es cierta), y sin embargo en Rumanía fue una parte consistente de las ansias de cambiar de Régimen (a la vez que clave para mantenerlo tal y como estaba) y tener un poco más de libertad, con balas y a lo loco.
Así es, el cine de Chuck Norris, amigos, y el de Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger o Jean-Claude Van Damme (considerado fascista por muchos y lejos de la democracia) ayudó a derrocar al dictador Nicolae Ceaușescu. Pero claro, habrá quien se pregunte si no han confundido McDonald’s con democracia, de ver tanto la tele.
[Texto publicado en www.cinemaldito.com (@CineMaldito)]
Chuck Norris vs Communism juega en otra liga, es cierto, en la contraria, pero no deja de basarse en un mismo argumento. Porque lo que Ilinca Calugareanu nos intenta contar a través de su película es cómo el cine estadounidense convenció a las gentes de la Rumanía años ochenta de que la dictadura que les sometía no les permitía ver otro mundo (y lo que había más allá de su sistema). El desarrollo que se esconde entre el inicio y el final es algo más complejo que lo expuesto aquí, pero en esencia es lo que cuenta este documental. Una cinta que demuestra que hay cierto valor en las cosas por el mero hecho de no haberlas tenido nunca o por habérsenos prohibido, igual que no se valora lo que siempre ha estado ahí o siempre se ha tenido.
Hasta qué punto existe una relación, cada cual dirá, aunque no se puede obviar la fuerza del cine para modificar culturas o personas (o hacerlas pensar un poco más allá de lo que les permiten otros), sobre todo en tiempos anteriores a Internet, con la escasa información del exterior que se podía conseguir si algún gobierno así lo requería. De todos modos, Chuck Norris vs Communism resulta interesante, sobre todo, porque muestra la burocracia de la censura y cómo algunos lograron escabullirse de ella y de otras hostilidades del Estado opresor. El problema es que lo sorprendente e interesante de su premisa dura apenas unos veinte minutos y después todo se vuelve repetitivo. Como documental acaba en ese momento. El resto del metraje, que intercala acción ficticia y recreación con entrevistas a los niños y los padres de esa época, es más bien relleno, relleno optimista. No es del todo anodino, es sólo información redundante (y cuestionable).
Supongo que para un rumano hay algo más que a los demás espectadores se nos escapa. El hecho, por ejemplo, de que todas las cintas, que llegaban ilegalmente y eran distribuidas en secreto entre vecinos (al precio de mercado), eran dobladas al rumano por la misma persona. Una única voz que llegaba a cada hogar del país y que supuso un nexo común y generacional para un montón de gente. Pero claro, a mí eso no me importa tanto, aunque lo aprecio como pensamiento (a mí también me gusta conocer el rostro de quien pone voz a mis actores favoritos; aunque sea un tema controvertido, el del doblaje). Pero es interesante, ¿no? Porque en España el doblaje se atribuye al franquismo (aunque se sabe que no es cierto) para censurar las películas extranjeras (cosa que sí es cierta), y sin embargo en Rumanía fue una parte consistente de las ansias de cambiar de Régimen (a la vez que clave para mantenerlo tal y como estaba) y tener un poco más de libertad, con balas y a lo loco.
Así es, el cine de Chuck Norris, amigos, y el de Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger o Jean-Claude Van Damme (considerado fascista por muchos y lejos de la democracia) ayudó a derrocar al dictador Nicolae Ceaușescu. Pero claro, habrá quien se pregunte si no han confundido McDonald’s con democracia, de ver tanto la tele.
[Texto publicado en www.cinemaldito.com (@CineMaldito)]
6
21 de octubre de 2016
21 de octubre de 2016
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces uno ya no sabe cómo debe ver películas, o abordarlas, si con el chip de lo políticamente correcto o en modo aceptación, y no ver en los actos un mensaje encubierto de las cosas (o verlo como algo especial y por tanto excluyente, que también puede ser). A un chico le gusta otro y por ese motivo le empieza a hostiar en clase; el otro entiende bien de qué va su compañero y también decide liarse a palos con él. Y así es como surge el amor, rompiendo tópicos y alguna que otra crisma. Serán cosas que se hacen cuando tienes 17 años, peleas que no son palizas, juegos de niños y otras soluciones verbales de menos de un minuto para problemas algo más reales (ajenos a esta cinta francesa).
El cine francés tiene un gran mérito: puede estar una hora y media sin contarte nada relevante y alargando lo que tú ya sabes que debe acabar pasando, para que en la última media hora se salve todo el metraje de algún modo extraño e impreciso —casi se diría que injustificado y caprichoso— y te haga levantarte de tu asiento con una sensación de haber visto una película más o menos aceptable y hasta haber sentido todo lo que te pedía que sintieras. Sensaciones, lamentablemente, que no duran demasiado tras el abandono de la sala, y cuya lección de vida es inexistente.
El otro día escuché, o leí, a un experto en Internet (¿?) diciendo que a los usuarios de Internet no les gusta que divagues con tus contenidos, que lo que ellos quieren es leer algo muy concreto sobre un tema y después volver a su WhatsApp a divagar con sus amigos con las fotos de unos penes negros. Me pregunto si todo eso se podría trasladar al cine (y en general al resto de la vida), y de repente descubrir que todas las conversaciones que uno tiene no te las escucha nadie, porque en realidad están pesando que eres un pesado que no dice lo que tiene que decir en un minuto y ya, a callar después… en el fondo porque a pocas personas les gusta el silencio al estar con los demás, y acaban por sacar temas muy obvios y también muy cortos (que de tal simpleza no dan para divagar con nadie).
André Téchiné tiene más de 70 años y puede que todas estas preocupaciones le importaran un carajo, tanto ahora como antes. Es probable, pero al dirigir Cuando tienes 17 años ha hecho justo eso, una película de adolescentes (quién sabe si también para ellos) que divaga haciéndonos creer que está desarrollando una atmósfera perfecta para el desenlace, pero lo único que hace es empequeñecer su obra en todos los retazos en los que no vemos a Sandrine Kiberlain, cuyo personaje carece de importancia respecto a la trama, pero cuya actriz la hace más grande (la trama), y por eso el hecho de que al final ella cobre importancia (e intensidad) salva lo que hasta entonces era una sucesión de ruptura de tópicos —en muchos casos ya rotos— sobre la adolescencia y la homosexualidad, sujetos a un romance que nunca acaba de arrancar, tan sólo a divagar por la pantalla hasta que un golpe de (mala) suerte nos lo soluciona todo (excepto a Kiberlain).
El cine francés tiene un gran mérito: puede estar una hora y media sin contarte nada relevante y alargando lo que tú ya sabes que debe acabar pasando, para que en la última media hora se salve todo el metraje de algún modo extraño e impreciso —casi se diría que injustificado y caprichoso— y te haga levantarte de tu asiento con una sensación de haber visto una película más o menos aceptable y hasta haber sentido todo lo que te pedía que sintieras. Sensaciones, lamentablemente, que no duran demasiado tras el abandono de la sala, y cuya lección de vida es inexistente.
El otro día escuché, o leí, a un experto en Internet (¿?) diciendo que a los usuarios de Internet no les gusta que divagues con tus contenidos, que lo que ellos quieren es leer algo muy concreto sobre un tema y después volver a su WhatsApp a divagar con sus amigos con las fotos de unos penes negros. Me pregunto si todo eso se podría trasladar al cine (y en general al resto de la vida), y de repente descubrir que todas las conversaciones que uno tiene no te las escucha nadie, porque en realidad están pesando que eres un pesado que no dice lo que tiene que decir en un minuto y ya, a callar después… en el fondo porque a pocas personas les gusta el silencio al estar con los demás, y acaban por sacar temas muy obvios y también muy cortos (que de tal simpleza no dan para divagar con nadie).
André Téchiné tiene más de 70 años y puede que todas estas preocupaciones le importaran un carajo, tanto ahora como antes. Es probable, pero al dirigir Cuando tienes 17 años ha hecho justo eso, una película de adolescentes (quién sabe si también para ellos) que divaga haciéndonos creer que está desarrollando una atmósfera perfecta para el desenlace, pero lo único que hace es empequeñecer su obra en todos los retazos en los que no vemos a Sandrine Kiberlain, cuyo personaje carece de importancia respecto a la trama, pero cuya actriz la hace más grande (la trama), y por eso el hecho de que al final ella cobre importancia (e intensidad) salva lo que hasta entonces era una sucesión de ruptura de tópicos —en muchos casos ya rotos— sobre la adolescencia y la homosexualidad, sujetos a un romance que nunca acaba de arrancar, tan sólo a divagar por la pantalla hasta que un golpe de (mala) suerte nos lo soluciona todo (excepto a Kiberlain).

6,6
2.773
7
20 de noviembre de 2015
20 de noviembre de 2015
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La forma en que se ruedan las películas referidas una década anterior a esta sobre mafias, sobre organizaciones criminales o que hacen alusión al auge de un grupo de personas encargadas de llevar a cabo unos negocios delictivos de una forma más o menos rigurosa, se está desarrollando, o se está dirigiendo, hacia un lugar común. Uno ve una cinta como Conexión Marsella y lo único que cambia es el contexto, la trama, pero no las formas de mostrar los hechos, a pesar de ser distintos. Algo que no es en sí algo negativo, pero a mí me resta, porque produce el efecto contrario al que pretende recrear: el elemento más estimulante del ritmo de la misma es ya tan repetitivo que uno piensa que está desgastado. Lo siente así.
En Conexión Marsella uno ve una cinta de más de dos horas de duración que, basada en hechos reales, tiene su mayor interés en la propia historia real y en los papeles de los dos personajes protagonistas, el bueno y el malo, con el feo mediante. Uno siente la presión que sienten ambos, y que ellos mismos se generan en el otro, de una forma u otra, mientras todos los demás elementos de la misma resultan más corrientes. Uno se cuestiona entre la ética del juez acusador y la franqueza del criminal inculpado. No porque no vea lo qué es justo y lo que moralmente es el bien, sino porque ambos personajes muestran una peculiar relación que va creciendo en los minutos. En gran parte es debido al carisma que tienen los actores Jean Dujardin y Gilles Lellouche, cuyas miradas se sostienen en el tiempo cuanto sea necesario. Pero eso es (casi) todo.
Quiere concentrar todo y eso la merma; el aspecto familiar de unos y otros, su trabajo, sus negocios, sus idas y venidas, los cómos y porqués, y todo ello resulta muy interesante, pero al cabo de dos días ya casi está olvidado. La buena música añadida en las escenas de las detenciones múltiples, las preocupaciones, las celebraciones, los asesinatos, las venganzas, las amenazas, los miedos, los cuestionamientos y las vicisitudes de este implacable juez que lucha contra la droga y la violencia en la Marsella de los años 70 está bastante vista, y todo lo bueno que vemos en ella no parece suyo realmente. Su impecable acabado, su buen hacer y su correcto ritmo impulsan 2 horas y cuarto de cine más que entretenido, pero al fin y al cabo no notable (nunca como conjunto).
Uno no siente apenas nada las primeras 2 horas, a pesar de todos los sentimientos por los que ha transitado a lo largo del tiempo. Lo que hace que me vuelva a preguntar por el sentido de la vida… de algunas cintas. Y entonces llegamos a los últimos minutos y creo tener las respuestas. Puede que trasladar historias verdaderas (incluso aunque no seas fans de las mismas: de las interioridades del crimen organizado, de las investigaciones policiales y de los asesinatos múltiples). Quizás, al menos así lo es para mí, el sentido sea mostrar los muertos de la realidad, los motivos que hubo detrás de todo aquello, y sus consecuencias. Y Conexión Marsella tiene un colofón final que hace bastante mayor un film que parecía menor como genérico.
En Conexión Marsella uno ve una cinta de más de dos horas de duración que, basada en hechos reales, tiene su mayor interés en la propia historia real y en los papeles de los dos personajes protagonistas, el bueno y el malo, con el feo mediante. Uno siente la presión que sienten ambos, y que ellos mismos se generan en el otro, de una forma u otra, mientras todos los demás elementos de la misma resultan más corrientes. Uno se cuestiona entre la ética del juez acusador y la franqueza del criminal inculpado. No porque no vea lo qué es justo y lo que moralmente es el bien, sino porque ambos personajes muestran una peculiar relación que va creciendo en los minutos. En gran parte es debido al carisma que tienen los actores Jean Dujardin y Gilles Lellouche, cuyas miradas se sostienen en el tiempo cuanto sea necesario. Pero eso es (casi) todo.
Quiere concentrar todo y eso la merma; el aspecto familiar de unos y otros, su trabajo, sus negocios, sus idas y venidas, los cómos y porqués, y todo ello resulta muy interesante, pero al cabo de dos días ya casi está olvidado. La buena música añadida en las escenas de las detenciones múltiples, las preocupaciones, las celebraciones, los asesinatos, las venganzas, las amenazas, los miedos, los cuestionamientos y las vicisitudes de este implacable juez que lucha contra la droga y la violencia en la Marsella de los años 70 está bastante vista, y todo lo bueno que vemos en ella no parece suyo realmente. Su impecable acabado, su buen hacer y su correcto ritmo impulsan 2 horas y cuarto de cine más que entretenido, pero al fin y al cabo no notable (nunca como conjunto).
Uno no siente apenas nada las primeras 2 horas, a pesar de todos los sentimientos por los que ha transitado a lo largo del tiempo. Lo que hace que me vuelva a preguntar por el sentido de la vida… de algunas cintas. Y entonces llegamos a los últimos minutos y creo tener las respuestas. Puede que trasladar historias verdaderas (incluso aunque no seas fans de las mismas: de las interioridades del crimen organizado, de las investigaciones policiales y de los asesinatos múltiples). Quizás, al menos así lo es para mí, el sentido sea mostrar los muertos de la realidad, los motivos que hubo detrás de todo aquello, y sus consecuencias. Y Conexión Marsella tiene un colofón final que hace bastante mayor un film que parecía menor como genérico.
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