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España España · ALCALÁ DE HENARES
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Críticas 156
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
14 de marzo de 2015
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Han pasado siete años desde que llegara a España «Los limoneros», la séptima película del director israelí Eran Riklis, en la que se denunciaba la difícil supervivencia de la población palestina en el país hebreo. Dos largometrajes después, se estrena ahora «Mis hijos», traducción en España del título «Dancing arabs».

La posición de Riklis es diferente a los filmes palestinos de denuncia sobre la violencia existente en su país y el carácter de víctimas de los árabes en un entorno directamente bélico. El veterano realizador atiende no tanto a la violencia explícita como a las dificultades cotidianas en tiempos de paz. Tratando a sus personajes de diferente procedencia desde una perspectiva similar, para ahondar en las dificultades de los palestinos para llevar una vida común ante la mayor potencia del estado judío, del que forman parte.

La conclusión, si bien no es tan dolorosa como al contemplar en otros casos situaciones realmente brutales, tampoco invita al optimismo.

Aquí tenemos a un joven y prometedor estudiante palestino, cuya única forma de avanzar en su formación es acudir a una escuela hebrea. Un elemento de la cultura minoritaria (alguien diría sometida) que sólo encuentra camino integrándose (o no, he aquí la cuestión) en el sistema dirigido por la otra parte. El tema que aborda, en primer lugar, la película es la dilución de la identidad cultural del protagonista a medida que crece en su nuevo entorno.

Riklis ilustra las barreras que ha de superar el joven ante una nueva lengua, otra escritura y una forma diferente de disfrutar el ocio. Los recelos hacia lo árabe que se van transmitiendo de forma casi indetectable. Las trampas que le tiende su fisonomía claramente no autóctona (atención, en su propio país). La suspicacia policial que le convierte en objetivo injustificado de cacheos y coarta su libertad. Finalmente, el lugar en la cocina que le reserva este mundo avanzado a las minorías o inmigrantes, independientemente de su valía personal.

En este sentido, es muy lograda la analogía realizada entre alguien que procede de una minoría y otra figura que sufre una enfermedad grave, ambos incurables.

También ilustra elementos positivos, como la existencia de personas libres de prejuicios o como la capacidad de superarlos por aquellas que los tuvieron. Como la oportunidad de progreso real que conferían los estudios en el mundo de 1990, algo tristemente cuestionado en la actualidad.

La obra trata el tema desde una posición muy alejada del tremendismo. Desde su contención, brilla su sinceridad. Aunque deja en la conclusión, en su recuerdo al caso de Jorge Semprún, una sensación sofocante. La certeza de no haber avanzado en este asunto durante sesenta años.
25 de febrero de 2016
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Impresiona el largo alcance que logra esta obra por la decisión formal de enfocar, paradójicamente, sobre lo pequeño. Una película acerca del clima laboral y su incidencia en nuestras vidas. Que evita las figuras señeras para centrarse en un hombre anodino, en cualquier vecino, convertido en una víctima – verdugo, cuya contemplación causa una honda preocupación. Y la certeza de que uno mismo podría ser el protagonista, la víctima, el verdugo.

Thierry es un parado, que supera los cincuenta años de edad y los veinte meses de inactividad. A través de una serie de escenas que duran exactamente lo necesario, compartimos, en primer lugar, su incertidumbre económica ante la próxima finalización de su prestación. En segundo lugar, la sensación de no ser dueño de la propia vida. De no estar donde uno ha decidido. De vivir inmerso en tiempos muertos, y acechado por el tedio.

Brizé pone el énfasis en los desplantes que el personaje sufre ante la sociedad, que no son pocos. Causas de despido colectivo poco claras, cursos de formación desvirtuados, escasez de posibilidades de contratación futura, drástico descenso de las condiciones laborales en caso de lograr el anhelado nuevo puesto (flexibilidad de horario, sueldo menor, …), trato impertinente de los entrevistadores, regateo cercano a la usura. Consiguiendo transmitir la idea de que las relaciones sociales se están viendo afectadas y contaminadas por un enfoque marcadamente mercantilista, en las antípodas del humanismo.

Hecha la presentación, el realizador expone la dicotomía nuclear del film. No se trata aquí de analizar la codicia del pagador menguante, ni las técnicas de reducción de plantilla y maniobras para aunar voluntades. El film nos señala directamente para cuestionar qué es lícito hacer por una necesaria fuente de ingresos. Y qué capacidad de elección tiene cada uno.

El ambiente de desasosiego del desempleado traspasa la pantalla y el temor al despido invade la platea, siguiendo un tratamiento propio del género del terror psicológico. Símbolo bastante acertado de los tiempos que vivimos. Dicho lo cual, esta película dirigida a todos, porque las convicciones de todos pone en cuestión, es de obligada revisión por aquellos cuyo puesto de trabajo no peligra. Y, por encima de ellos, por los responsables de la gestión laboral. Porque la política de rotación de plantillas tiene incidencia directa sobre la deconstrucción de la sociedad.

No quisiera dejarme de lado un par de escenas paralelas en las que se observa al mismo personaje bailar en dos momentos de su vida. En el primero, no tiene trabajo. En el segundo, sí. La transmisión de inseguridad, debilidad, … o ilusión, esperanza, ánimo… que ambas realizan demuestran la sensibilidad del director y la capacidad interpretativa de Vincent Lindon.

«La ley del mercado» es una gran película, que transciende lo laboral y apunta directamente a cada espectador.
28 de septiembre de 2015
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Duro e inquietante este relato de alta carga emocional, que sitúa en el centro de la acción a dos niños. Conmovedora hasta el extremo su forma de arrancar al espectador de su silla para que interiorice el más puro desvalimiento y abandono.

En la superficie de la trama, un infante de unos diez años obligado a tomar prematuras riendas de adulto y otro de unos cinco a merced del anterior. A su alrededor, una sociedad de adultos infantilizados y perdidos en cuitas vergonzantes. Quienes, lejos de dar protección, los agreden. Como punto de esperanza, el esmero en el cuidado del mayor hacia el pequeño, sus notas de aprecio y su forma de darle calor, a pesar de todo.

Niños de acogida que, inteligencia del guión, no son sirios ni haitianos sino alemanes. Hijos desafortunados que, en el subtexto, nos inquieren sobre nuestra atención a la infancia, nuestra hospitalidad hacia el débil y hacia los diferentes …

La estructura del argumento recuerda a aquel “De los Apeninos a los Andes” en la que un niño llamado Marco cruzaba océanos en busca de su progenitora. Emparentada con aquella crítica a los insensibles servicios sociales, «Ladybird, ladybird» que construyó Ken Loach, y con la crónica familiar la también británica «Fish tank». Pero situada ahora en Alemania, en un entorno urbano, en el que abunda la tecnología y se aprecia un epidérmico desarrollo.

«Jack» es una obra dolorosa y, en cierta medida, desesperanzadora. Dirigida con un excelente pulso que anuncia la inminencia de una nueva caída. Recreando un ambiente opresivo que anticipa que la alegría será siempre efímera. Que nos sumerge en la médula de la vulnerabilidad infantil y provoca en el espectador un dolor más allá del de los protagonistas, unos niños que no pueden añorar lo que no han conocido. Valioso hallazgo este del realizador, que hacer sentir a los espectadores lo que los protagonistas no pueden experimentar.

Todo rodado sin ningún tipo de efectismo, con un estilo recio, documental. A la vez que dinámico y con muy buen ritmo. Para conformar una obra de la que uno no puede despegarse, de la que no quiere conocer el final porque lo teme y no será posible cambiarlo. Una historia desestabilizadora e inquisitiva, que provoca pavor sin golpes musicales. Que transmite una intensa sensación de incertidumbre y la única certeza de algún indeterminado peligro inminente.

En la que destaca la actuación del niño protagonista, Ivo Pietzcker, cuya mirada hacia el final del metraje, asimilando e interpretando lo sucedido, se queda marcada en la memoria.

«Jack» atrapa la atención mientras apela a la toma de responsabilidad frente a la desprotección. Culminando su relato local en todo un llamamiento a la acogida universal.
18 de diciembre de 2013
11 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una cautivadora reflexión sobre la segunda generación de emigrantes ya integrados en el país de recepción, su descubrimiento del origen familiar y la diferencia de oportunidades a cada lado del Mediterráneo.

Una inmersión en la realidad de los más desfavorecidos que debería ser materia obligatoria para todo dirigente.

Emotiva, intensa y muy atractiva. Verla es sentirse argelino.
23 de septiembre de 2010
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
«Submarino» es un contundente drama, que goza de un guión excelente y una interpretación excelsa del actor principal, Jakob Cedergren. La sexta película del reconocido director danés Thomas Vinterberg narra con aplomo y solvencia los orígenes familiares de dos marginados sociales, casualmente hermanos.

La creación del personaje principal es un acierto magistral, un ser real cuya personalidad queda descrita con la nitidez con que se conoce al mejor amigo. Sucede en contadas ocasiones que cuando el telón cae o el lector cierra la última página de un libro, un personaje no abandonará jamás la memoria del espectador. Nos encontramos ante uno de tales casos.

La puesta en escena, la tonalidad y el ritmo de la trama configuran una obra en la que se reconoce la personalidad de un realizador magnífico.
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