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7,1
34.297
10
13 de septiembre de 2016
13 de septiembre de 2016
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hay una película que represente, encierre y profundice en el mundo de los adultos que no desean desprenderse de su infancia y que a la postre son niños grandes esa es “Peter Pan”. Sin ir más lejos Walt Disney en persona era un caso concreto. El mundo creado gracias a su inabarcable imaginación no podía encerrar más ese deseo de no crecer y gracias a los beneficios conseguidos con sus películas podía seguir dando rienda suelta a todo lo que un niño desearía disfrutar y vivir. Como bien dice una frase en la película, Peter Pan es el símbolo de la niñez. El infante que no desea crecer, que no desea convertirse en un adulto pues el mundo de los mayores es un mundo gris, rutinario, sin colores, sin vida, sin aventuras que disfrutar pero sobre todo y ante todo sin normas que cumplir [...].
Se decidieron cambiar ciertos episodios fundamentales de la obra literaria al igual que se eliminaron otros tantos como aquellos donde Campanilla revive gracias a los aplausos por creer en las hadas o donde se entraba en la confusión de un dedal por un beso. Incluso casos más oscuros donde se proponía un secuestro real por parte de Peter hacia Wendy y sus hermanos. Ante tal situación los padres de los niños llorarían desconsolados. Incluso también se tenía pensado un viaje iniciático por voluntad propia de los hijos de los Darling al País de Nunca Jamás convirtiendo la escena donde Peter Pan recupera su sombra en la habitación de los niños el origen de todo. También jugaron con un cambio completamente radical hacia ciertos personajes. Campanilla, en sus orígenes, siempre fue un punto de luz, algo casi subjetivo y sin forma definida. Aquí se recurrió a la acertada idea de darle cuerpo, de fisonomía pin-up y acentuando su belleza femenina. De esta forma acabaron por convertirla en uno de los muchos aciertos con los que contó la película. Tanto les gustaba el personaje que pasó de ser un elemento secundario a ser una rival de la propia Wendy y entrando en el tema clásico de la guerra entre féminas por conseguir la atracción del macho dominante [...].
“Peter Pan”, a día de hoy, sigue siendo un clásico por antonomasia. Ya sea dentro del listado interminable de títulos Disney como del género de aventuras y la fantasía más primigenia. Dejando a un lado la fidelidad a la obra y si los cambios pasan (o no) desapercibidos, la película comienza con el punto culminante e inexorable del paso de la infancia a la adolescencia. Una habitación cualquiera con unos niños cualquiera. Juegan creyendo a pies juntillas las historias y cuentos que su hermana Wendy les narra centrándose siempre en la figura de Peter Pan, el icono venerado. Piratas, indios, sirenas, niños perdidos, polvo de hadas, Campanilla, el país de Nunca Jamás, etc. Todo son productos de la imaginación que sirven como vía de escape y lugar soñado para poder continuar disfrutando de lo que sólo se vive una vez: la infancia en todo su esplendor y a su vez la inocencia y las aventuras que van de la mano con ella. Pero la parte adulta, en forma de padres, toma cuerpo en la escena y ante la impotencia de no comprender que cuando se es niño se vive en un mundo aparte o paralelo, el progenitor decidirá dar fin a una etapa con la inamovible decisión de que Wendy, la creadora de cuentos, la (segunda) mamá de sus hermanos, acabe durmiendo en una habitación aparte. Su infancia se desmorona y la de sus hermanos con ella [...].
Lógicamente el tema es mucho más profundo de lo que parece a simple vista pues aparte de un cambio y un estado emocional / físico del cual todos hemos sido partícipes y testigos es, por así decirlo, la erradicación de la imaginación en sí misma. Como bien se demuestra en una de las escenas, Peter Pan acude todas las noches a escuchar los cuentos de Wendy, una forma de perpetrar el antiguo arte de contar historias, de plantar la fantasía en las mentes de los más infantes, los que son más proclives en creer en cuentos y leyendas. Cuando Pan descubre que Wendy va a ir a “vivir” a otra habitación queda tocado, como el resto de infantes, al descubrir que esas historias acabarán muriendo y desapareciendo en el olvido. De ahí que el País de Nunca Jamás es la vía de escape, el lugar donde poder perpetrar y continuar con lo que representa ser un niño, el sitio donde uno no tiene que preocuparse de crecer y hacerse mayor, despreocupado y ajeno a los problemas que conlleva ese transcurso vital de cada uno al hacerse adulto. Es aquí donde Disney convierte la magia, en todo su esplendor y no como adjetivo o sinónimo de una marca registrada, en toda una declaración de intenciones [...].
“Peter Pan”, como película, es un vehículo de lucimiento con una identidad propia y particular. Disney volvió a contar con Clyde Geronimi, Wilfred Jackson y Hamilton Luske tras la dirección. Su labor tras la cámara demostraba, con creces, que sabían cómo narrar y cómo exponer todos y cada uno de los elementos que hacen de una película un éxito y un título de referencia dentro del campo de los dibujos animados. La década de los 50, en lo que a animación Disney se refiere, les pertenece por derecho propio. Se nota por una elegancia sofisticada en los decorados y en la fluidez absoluta tanto de los movimientos como del ritmo del metraje. Aunado además por la plantilla de dibujantes que iba superándose a cada nueva entrega con personajes totalmente definidos y de caracteres marcados, “Peter Pan” era la plasmación de que la madurez artística iba adquiriendo a cada nuevo título ofrecido una perfección patente, plausible y admirable. Se percibe en casos concretos como la luminosidad de Nunca Jamás en contraste con lo lúgubre del interior de la cueva con forma de calavera en uno de los momentos más interesantes e intrigantes, aunado además por una banda sonora férrea al respecto [...].
- continúa en spoiler -
Se decidieron cambiar ciertos episodios fundamentales de la obra literaria al igual que se eliminaron otros tantos como aquellos donde Campanilla revive gracias a los aplausos por creer en las hadas o donde se entraba en la confusión de un dedal por un beso. Incluso casos más oscuros donde se proponía un secuestro real por parte de Peter hacia Wendy y sus hermanos. Ante tal situación los padres de los niños llorarían desconsolados. Incluso también se tenía pensado un viaje iniciático por voluntad propia de los hijos de los Darling al País de Nunca Jamás convirtiendo la escena donde Peter Pan recupera su sombra en la habitación de los niños el origen de todo. También jugaron con un cambio completamente radical hacia ciertos personajes. Campanilla, en sus orígenes, siempre fue un punto de luz, algo casi subjetivo y sin forma definida. Aquí se recurrió a la acertada idea de darle cuerpo, de fisonomía pin-up y acentuando su belleza femenina. De esta forma acabaron por convertirla en uno de los muchos aciertos con los que contó la película. Tanto les gustaba el personaje que pasó de ser un elemento secundario a ser una rival de la propia Wendy y entrando en el tema clásico de la guerra entre féminas por conseguir la atracción del macho dominante [...].
“Peter Pan”, a día de hoy, sigue siendo un clásico por antonomasia. Ya sea dentro del listado interminable de títulos Disney como del género de aventuras y la fantasía más primigenia. Dejando a un lado la fidelidad a la obra y si los cambios pasan (o no) desapercibidos, la película comienza con el punto culminante e inexorable del paso de la infancia a la adolescencia. Una habitación cualquiera con unos niños cualquiera. Juegan creyendo a pies juntillas las historias y cuentos que su hermana Wendy les narra centrándose siempre en la figura de Peter Pan, el icono venerado. Piratas, indios, sirenas, niños perdidos, polvo de hadas, Campanilla, el país de Nunca Jamás, etc. Todo son productos de la imaginación que sirven como vía de escape y lugar soñado para poder continuar disfrutando de lo que sólo se vive una vez: la infancia en todo su esplendor y a su vez la inocencia y las aventuras que van de la mano con ella. Pero la parte adulta, en forma de padres, toma cuerpo en la escena y ante la impotencia de no comprender que cuando se es niño se vive en un mundo aparte o paralelo, el progenitor decidirá dar fin a una etapa con la inamovible decisión de que Wendy, la creadora de cuentos, la (segunda) mamá de sus hermanos, acabe durmiendo en una habitación aparte. Su infancia se desmorona y la de sus hermanos con ella [...].
Lógicamente el tema es mucho más profundo de lo que parece a simple vista pues aparte de un cambio y un estado emocional / físico del cual todos hemos sido partícipes y testigos es, por así decirlo, la erradicación de la imaginación en sí misma. Como bien se demuestra en una de las escenas, Peter Pan acude todas las noches a escuchar los cuentos de Wendy, una forma de perpetrar el antiguo arte de contar historias, de plantar la fantasía en las mentes de los más infantes, los que son más proclives en creer en cuentos y leyendas. Cuando Pan descubre que Wendy va a ir a “vivir” a otra habitación queda tocado, como el resto de infantes, al descubrir que esas historias acabarán muriendo y desapareciendo en el olvido. De ahí que el País de Nunca Jamás es la vía de escape, el lugar donde poder perpetrar y continuar con lo que representa ser un niño, el sitio donde uno no tiene que preocuparse de crecer y hacerse mayor, despreocupado y ajeno a los problemas que conlleva ese transcurso vital de cada uno al hacerse adulto. Es aquí donde Disney convierte la magia, en todo su esplendor y no como adjetivo o sinónimo de una marca registrada, en toda una declaración de intenciones [...].
“Peter Pan”, como película, es un vehículo de lucimiento con una identidad propia y particular. Disney volvió a contar con Clyde Geronimi, Wilfred Jackson y Hamilton Luske tras la dirección. Su labor tras la cámara demostraba, con creces, que sabían cómo narrar y cómo exponer todos y cada uno de los elementos que hacen de una película un éxito y un título de referencia dentro del campo de los dibujos animados. La década de los 50, en lo que a animación Disney se refiere, les pertenece por derecho propio. Se nota por una elegancia sofisticada en los decorados y en la fluidez absoluta tanto de los movimientos como del ritmo del metraje. Aunado además por la plantilla de dibujantes que iba superándose a cada nueva entrega con personajes totalmente definidos y de caracteres marcados, “Peter Pan” era la plasmación de que la madurez artística iba adquiriendo a cada nuevo título ofrecido una perfección patente, plausible y admirable. Se percibe en casos concretos como la luminosidad de Nunca Jamás en contraste con lo lúgubre del interior de la cueva con forma de calavera en uno de los momentos más interesantes e intrigantes, aunado además por una banda sonora férrea al respecto [...].
- continúa en spoiler -
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Claro está, hablando de personajes, Peter Pan es definido como el sinónimo de la niñez perenne, la juventud desvergonzada, la presuntuosidad que sólo la adolescencia posee y es reconvertido en el líder absoluto de los niños perdidos, símbolo de las aventuras más elementales y siempre en lucha contra personajes entroncados en los arquetipos fundamentales de las aventuras como son los indios o los piratas. Su archienemigo, quien no es representado como la parte fantástica del señor Darling sino como una entidad propia, será el mítico Capitán Garfio. Un pomposo y pérfido villano, patético en la mayoría de ocasiones para acentuar la vis cómica del personaje (los momentos compartidos entre él y el cocodrilo son auténticas piezas de arte de un slapstick sin igual) pero siempre con intenciones realmente crudas como es la intención en todo momento de matar, literalmente, al propio Pan. La forma en cómo se enfrentan ambos personajes demuestra que a fin de cuentas, en ciertos instantes, la infantilización de la propia batalla entre niños no queda muy lejana o alejada de los propios adultos. Lógicamente una película Disney no puede estar carente de secundarios y aquí contamos con un Smee en estado de gracia, auténtico roba escenas por sus amanerados andares, su bufonesca actitud y su leal servicio al capitán, ayudado en todo momento de una fisonomía entrañable y divertida a partes iguales. Lo mismo sucede con el cocodrilo antes citado cuyas apariciones son agradecidas y divertidas (el funesto sonido del tic tac del reloj que siempre lo acompaña, preludio de un ataque inminente y también símbolo de que el tiempo siempre avanza, es un leitmotiv realmente acertado).
Por un lado contamos con la parte infantil de los protagonistas donde se nos muestra a través de las aventuras y las propias experiencias vitales para dar rienda suelta a la diversión de los personajes como esa expedición en busca de los indios o la propia lucha entre piratas contra los niños perdidos y sus nuevos amigos en la última escena [...]. Pero otro de los apartados que la película expone y subraya durante todo el metraje es la batalla sexual entre las distintas partes femeninas. Desde los primeros minutos vemos como Campanilla (la cual luce y admira su fisonomía en el espejo) es una mujer posesiva, de carácter celoso y agresivo, quien no permite que ninguna fémina se acerque a él ni tan siquiera demuestre sus afectos hacia el líder del grupo. Los celos retorcidos le harán desear en todo momento la muerte inmediata de Wendy provocando su destierro, cosa que servirá más tarde para que Garfio emplee en su favor la batalla y la guerra psicológica en una de las escenas más acertadas. Pero lo mismo sucede con las sirenas quienes desean ahogar a Wendy para eliminarla de la ecuación y así seguir contando con Peter Pan única y exclusivamente para ellas. Sin olvidar los celos que siente Wendy ante el interés y admiración de Peter hacia la princesa Tigrilla, la cual baila sensualmente para él fundiéndose en un beso oculto[...].
[...] Sin ir más lejos “Peter Pan” es uno de los títulos más profundos, sesudos y más elementales para filosofar, debatir y razonar sobre si la infancia, por desgracia, cada vez se va más pronto, si cada vez se les priva a los niños de lo que son y se les transforma en pequeños adultos que no juegan con la imaginación. Incluso se da la posibilidad de si nosotros mismos matamos a nuestro propio Peter Pan por querer crecer demasiado rápido, un viaje que por desgracia no tiene camino de vuelta. “Peter Pan” ha sido, es y será, como bien dicen, la cuadratura del círculo. Barrie, a través de su imaginación, le dio forma pero Disney, a través de su arte, le dio alas. La fusión de ambos sólo sirvió para convertirlo en eterno.
Crítica completa: https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/09/13/critica-peter-pan-varios-directores-1953-la-esencia-de-la-infancia/
Por un lado contamos con la parte infantil de los protagonistas donde se nos muestra a través de las aventuras y las propias experiencias vitales para dar rienda suelta a la diversión de los personajes como esa expedición en busca de los indios o la propia lucha entre piratas contra los niños perdidos y sus nuevos amigos en la última escena [...]. Pero otro de los apartados que la película expone y subraya durante todo el metraje es la batalla sexual entre las distintas partes femeninas. Desde los primeros minutos vemos como Campanilla (la cual luce y admira su fisonomía en el espejo) es una mujer posesiva, de carácter celoso y agresivo, quien no permite que ninguna fémina se acerque a él ni tan siquiera demuestre sus afectos hacia el líder del grupo. Los celos retorcidos le harán desear en todo momento la muerte inmediata de Wendy provocando su destierro, cosa que servirá más tarde para que Garfio emplee en su favor la batalla y la guerra psicológica en una de las escenas más acertadas. Pero lo mismo sucede con las sirenas quienes desean ahogar a Wendy para eliminarla de la ecuación y así seguir contando con Peter Pan única y exclusivamente para ellas. Sin olvidar los celos que siente Wendy ante el interés y admiración de Peter hacia la princesa Tigrilla, la cual baila sensualmente para él fundiéndose en un beso oculto[...].
[...] Sin ir más lejos “Peter Pan” es uno de los títulos más profundos, sesudos y más elementales para filosofar, debatir y razonar sobre si la infancia, por desgracia, cada vez se va más pronto, si cada vez se les priva a los niños de lo que son y se les transforma en pequeños adultos que no juegan con la imaginación. Incluso se da la posibilidad de si nosotros mismos matamos a nuestro propio Peter Pan por querer crecer demasiado rápido, un viaje que por desgracia no tiene camino de vuelta. “Peter Pan” ha sido, es y será, como bien dicen, la cuadratura del círculo. Barrie, a través de su imaginación, le dio forma pero Disney, a través de su arte, le dio alas. La fusión de ambos sólo sirvió para convertirlo en eterno.
Crítica completa: https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/09/13/critica-peter-pan-varios-directores-1953-la-esencia-de-la-infancia/

5,2
4.902
3
20 de julio de 2016
20 de julio de 2016
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En “AntZ (HormigaZ)” (Eric Darnell, Tim Johnson, 1998), la película de Dreamworks Animation, el protagonista, Z, una hormiga que era la viva imagen de Woody Allen (sin ir más lejos él ponía la voz al bicho), acudía una vez por semana al psiquiatra para volcar sus problemas y dramas existenciales. Aquello chocaba y descolocaba al mismo tiempo por la sencilla razón de que el mundo animado, por regla general, es un caldo de cultivo para la felicidad, las aventuras y los romances (Disney nos ha “malacostumbrado” bien). Que un personaje fuese pesimista y que tuviese que acudir a un psicólogo dejaba entrever que los dibujos animados también sufren y necesitan que los escuchen y los entiendan. En “Angry Birds, la película” sucede algo similar. El protagonista de la historia, Red, un pájaro de carácter irritante, agrio y que siempre está de mal humor (como bien demuestran la postura de sus cejas abundantes) debe ir a clases de terapia para controlar ese mal genio que lo lleva por el camino de la amargura tanto a él como a los que le rodean.
A poco que uno analice fríamente la vida de esta ave de color rojo encendido verá que toda su existencia es un mar de problemas. A través de las imágenes y flashbacks descubrimos que es huérfano, en el cole se reían de él, sufre burlas de sus compañeros de clase, es rechazado por los que podrían ser sus amigos y ya en su vida adulta nada le sale bien. Mientras todo el mundo es feliz, en un estado de incomprensible alegría, podría decirse que él es la parte amarga de la vida, la representación de que estamos en unos tiempos donde no todo es risas y encantos. A poco que uno analice la situación descubrirá que los problemas si uno no los busca le encuentran. Y así se demuestra en la película. Red es una desgracia andante. Se siente solo, no quiere estar con nadie, vive una vida alejada de los que le rodean al igual que su casa (y su hogar) se encuentra apartada del pueblo, en la orilla del mar. Es el clásico soltero que se a auto excluido de la sociedad a conciencia porque el mundo no le tolera ni le comprende. Eso hace que su carácter irritable e irritante sea, por así decirlo, el resultado de una sociedad que lo ha discriminado desde que era un polluelo. Si encima la gente lo trata mal, sus vecinos se ríen de él por tener un carácter triste y amargado acaba por estallar a la mínima que puede (como por ejemplo patear, literalmente, a un crío porque lo ha despertado de su sueño o destrozar un muñeco porque le provoca su risa enlatada).
Tristemente, una película que podría enfocar perfectamente un problema habitual en la sociedad y que cada día se acrecienta más al sucumbir al aislamiento alejándonos del contacto humano y físico, el guionista decide dejar un tema apasionante en pequeñas y muy dispersas perlas de realidad que acaban ahogadas ante cuchufletas, cabriolas y cucamonas con fecha de caducidad con el intento desesperado de conseguir el beneplácito de la taquilla fácil que suele dar el cine de animación en general. Podría decirse que “Angry Birds, la película” incluso rasca temas que son bastante interesantes como mínimo en su concepción. Por ejemplo toca a modo de pincelada suave el tema de venerar viejas glorias como si siguiesen siendo héroes aunque estos hayan pasado a mejor gloria, anclados en un ostracismo de dejadez y auto complacencia como es el caso de “Águila poderosa”. Incluso el tema de la marginación social de los tres protagonistas es muy interesante ya que por su forma de ser y su carácter, al no encajar en el barómetro de la sociedad, quedan recluidos a formar parte de un club selecto de personajes que deben ser tratados y reacondicionados para ser aceptables a ojos de los demás. Hasta el tema de la ira como único modo de solucionar los problemas puede llegar a tener su atractivo, resuelto todo a través del espectáculo y la esencia del propio videojuego en sí.
Toda esta colección de temas están ahí, uno puede llegar a encontrarlos pues Jon Vitti, el guionista cuyas manos se encuentran detrás de varios capítulos trascendentales de Los Simpson, ha sabido dejarlos expuestos para quien intente ver más allá de la brocha gorda del humor de sal gorda. Pero tristemente “Angry Birds, la película” nunca despega del suelo y no por la sencilla razón de que los pájaros no puedan volar (de ahí que el águila sea un personaje reverenciado). No, las razones son mucho más simples y sencillas que todo eso. Lo que nos encontramos durante todo el metraje es una complacencia absoluta en el propio producto en sí. Estamos hablando de los pájaros enfadados por antonomasia al cual todo el mundo ha jugado una vez en su vida [...].
Pero así como la paleta de colores, las texturas, los fondos, la fisonomía, la interacción de los personajes con el lugar y la consecución de gags y chascarrillos es un logro bastante atractivo (sumémosle las referencias cinéfilas y de cultura pop bastante reconocibles), en sí es un filme que no deja reposar las pocas virtudes y prefiere darle énfasis y acento a lo burdo, a los chistes tontos y a un humor bobo tirando a soso que no aporta gran cosa una vez llevas contemplado una colección de sandeces poco acertada. Por desgracia padece el mismo mal que “Hotel Transylvania” (Genndy Tartakovsky, 2012). La película no respira, no se toma su tiempo, decide prender la mecha para que todo vaya de forma rápida, atropellada y sin una definición establecida. Se puede llegar a ver hasta cierta influencia de la narrativa de los míticos Looney Tunes pero así como aquellos destilaban un gamberrismo, iconografía, transgresión y modernismo adelantado a su tiempo aquí es más bien una concatenación de secuencias entre irritantes (los pájaros berreando en bucle para no entender muy bien su propósito) y poco inspirados (algunas clases de terapia que como concepto son interesantes pero como exposición no logran su objetivo) [...].
- continúa en spoiler -
A poco que uno analice fríamente la vida de esta ave de color rojo encendido verá que toda su existencia es un mar de problemas. A través de las imágenes y flashbacks descubrimos que es huérfano, en el cole se reían de él, sufre burlas de sus compañeros de clase, es rechazado por los que podrían ser sus amigos y ya en su vida adulta nada le sale bien. Mientras todo el mundo es feliz, en un estado de incomprensible alegría, podría decirse que él es la parte amarga de la vida, la representación de que estamos en unos tiempos donde no todo es risas y encantos. A poco que uno analice la situación descubrirá que los problemas si uno no los busca le encuentran. Y así se demuestra en la película. Red es una desgracia andante. Se siente solo, no quiere estar con nadie, vive una vida alejada de los que le rodean al igual que su casa (y su hogar) se encuentra apartada del pueblo, en la orilla del mar. Es el clásico soltero que se a auto excluido de la sociedad a conciencia porque el mundo no le tolera ni le comprende. Eso hace que su carácter irritable e irritante sea, por así decirlo, el resultado de una sociedad que lo ha discriminado desde que era un polluelo. Si encima la gente lo trata mal, sus vecinos se ríen de él por tener un carácter triste y amargado acaba por estallar a la mínima que puede (como por ejemplo patear, literalmente, a un crío porque lo ha despertado de su sueño o destrozar un muñeco porque le provoca su risa enlatada).
Tristemente, una película que podría enfocar perfectamente un problema habitual en la sociedad y que cada día se acrecienta más al sucumbir al aislamiento alejándonos del contacto humano y físico, el guionista decide dejar un tema apasionante en pequeñas y muy dispersas perlas de realidad que acaban ahogadas ante cuchufletas, cabriolas y cucamonas con fecha de caducidad con el intento desesperado de conseguir el beneplácito de la taquilla fácil que suele dar el cine de animación en general. Podría decirse que “Angry Birds, la película” incluso rasca temas que son bastante interesantes como mínimo en su concepción. Por ejemplo toca a modo de pincelada suave el tema de venerar viejas glorias como si siguiesen siendo héroes aunque estos hayan pasado a mejor gloria, anclados en un ostracismo de dejadez y auto complacencia como es el caso de “Águila poderosa”. Incluso el tema de la marginación social de los tres protagonistas es muy interesante ya que por su forma de ser y su carácter, al no encajar en el barómetro de la sociedad, quedan recluidos a formar parte de un club selecto de personajes que deben ser tratados y reacondicionados para ser aceptables a ojos de los demás. Hasta el tema de la ira como único modo de solucionar los problemas puede llegar a tener su atractivo, resuelto todo a través del espectáculo y la esencia del propio videojuego en sí.
Toda esta colección de temas están ahí, uno puede llegar a encontrarlos pues Jon Vitti, el guionista cuyas manos se encuentran detrás de varios capítulos trascendentales de Los Simpson, ha sabido dejarlos expuestos para quien intente ver más allá de la brocha gorda del humor de sal gorda. Pero tristemente “Angry Birds, la película” nunca despega del suelo y no por la sencilla razón de que los pájaros no puedan volar (de ahí que el águila sea un personaje reverenciado). No, las razones son mucho más simples y sencillas que todo eso. Lo que nos encontramos durante todo el metraje es una complacencia absoluta en el propio producto en sí. Estamos hablando de los pájaros enfadados por antonomasia al cual todo el mundo ha jugado una vez en su vida [...].
Pero así como la paleta de colores, las texturas, los fondos, la fisonomía, la interacción de los personajes con el lugar y la consecución de gags y chascarrillos es un logro bastante atractivo (sumémosle las referencias cinéfilas y de cultura pop bastante reconocibles), en sí es un filme que no deja reposar las pocas virtudes y prefiere darle énfasis y acento a lo burdo, a los chistes tontos y a un humor bobo tirando a soso que no aporta gran cosa una vez llevas contemplado una colección de sandeces poco acertada. Por desgracia padece el mismo mal que “Hotel Transylvania” (Genndy Tartakovsky, 2012). La película no respira, no se toma su tiempo, decide prender la mecha para que todo vaya de forma rápida, atropellada y sin una definición establecida. Se puede llegar a ver hasta cierta influencia de la narrativa de los míticos Looney Tunes pero así como aquellos destilaban un gamberrismo, iconografía, transgresión y modernismo adelantado a su tiempo aquí es más bien una concatenación de secuencias entre irritantes (los pájaros berreando en bucle para no entender muy bien su propósito) y poco inspirados (algunas clases de terapia que como concepto son interesantes pero como exposición no logran su objetivo) [...].
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Clay Kaytis y Fergal Reilly, los directores de este juguete animado reconvertido en película, intentan diferenciar la historia en tres partes bastante distintas pero que sólo funciona, lógicamente, el último tercio. La primera, donde los tres personajes protagonistas entablarán contacto unos con otros para formar el grupo de héroes, es interesante en su exposición pero contiene muy pocos aciertos más allá de lo esperado. Pequeñas píldoras como el maltrato que sufre Red durante su infancia y juventud (el momento donde se ríen de él por ser huérfano es quizás el único momento destacable como una pieza de dramatismo conseguido), la soledad que padece por ser como es o la primera escena donde vemos la falta de control del protagonista ante un problema de entendimiento con una tarta de por medio son simplemente eso, pequeñas perlas en un mar de nadería supina. El segundo tramo, el viaje iniciático en busca del héroe y solución al problema de la invasión de los cerdos, es demasiado irregular que apenas tiene constancia ni consistencia [...].
El último tercio es el que engloba toda la parte técnica más acertada al verse como un tour de force sin freno. Con un despliegue de medios adecuado el equipo ha aprendido la lección al trasladar la esencia del videojuego a la propia película para demostrar, en el fondo de la forma, que sólo la violencia desatada y la ira sin control es la solución a los problemas. El destrozo sistemático de toda la ciudad de los cerdos es muy divertida con momentos logrados como ese donde Chuck, el pájaro veloz, atraviesa las distintas habitaciones sufriendo un dolor inaguantable en cada nuevo avance sirven para ofrecer un atractivo festival de golpes, mamporros y destrozos respetando en todo momento la idiosincrasia del juego con los elementos fundamentales del mismo como el tirachinas o los poderes de cada pájaro. Tristemente, una vez más, la película se queda en la forma y el envoltorio sin importar que el fondo quede carente de matices o no tenga unos villanos que puedan representar una amenaza real aunque sean los ladrones de los huevos y los causantes de todo este viaje casi sin sentido. Incluso los momentos donde los porcinos verdes interactúan con los habitantes del lugar se asemeja más al concepto de los Minions que personajes con personalidad propia [...].
La película deja claro, una vez más, que porque un producto tenga éxito en un formato concreto, como en este caso los videojuegos, no significa que automáticamente vaya a tener el triunfo inmediato por trasladarlo a algo que siempre cuenta con el aplauso del público como es el cine en general y la animación en particular. “Angry Birds, la película” no es un buen entretenimiento en el sentido más estricto de la palabra. Simplemente son escenas y personajes en movimiento que están puestos para llegar a la parte que a todo fan del videojuego le interesa: contemplar el destrozo monumental del clímax final. Todo lo demás es superfluo e insustancial. El añadido de contar con voces de famosos como Santiago Segura, José Mota, Cristina Castaño o Alex de la Iglesia son simplemente valores añadidos que poco o nada aportan más allá de ser reconocidos y reconocibles. Por lo demás el filme cae en el tropiezo más elemental en el que se hunden la mayoría de títulos animados: pensar que la velocidad da consistencia o que la concatenación de situaciones da dinamismo. El mero hecho de ir de aquí para allá para regresar al punto de partida no significa que haya experiencias ni matices que definan la aventura ni la esencia de la misma [...]. Desde luego, si en los móviles estos pájaros vuelan alto y con acierto no sucede lo mismo con la película pues estas aves antropomorfizadas acaban estrellándose dando más pena que gloria.
Crítica completa: https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/07/20/critica-angry-birds-la-pelicula-clay-kaytis-fergal-reilly-2016-ira-mal-enfocada/
El último tercio es el que engloba toda la parte técnica más acertada al verse como un tour de force sin freno. Con un despliegue de medios adecuado el equipo ha aprendido la lección al trasladar la esencia del videojuego a la propia película para demostrar, en el fondo de la forma, que sólo la violencia desatada y la ira sin control es la solución a los problemas. El destrozo sistemático de toda la ciudad de los cerdos es muy divertida con momentos logrados como ese donde Chuck, el pájaro veloz, atraviesa las distintas habitaciones sufriendo un dolor inaguantable en cada nuevo avance sirven para ofrecer un atractivo festival de golpes, mamporros y destrozos respetando en todo momento la idiosincrasia del juego con los elementos fundamentales del mismo como el tirachinas o los poderes de cada pájaro. Tristemente, una vez más, la película se queda en la forma y el envoltorio sin importar que el fondo quede carente de matices o no tenga unos villanos que puedan representar una amenaza real aunque sean los ladrones de los huevos y los causantes de todo este viaje casi sin sentido. Incluso los momentos donde los porcinos verdes interactúan con los habitantes del lugar se asemeja más al concepto de los Minions que personajes con personalidad propia [...].
La película deja claro, una vez más, que porque un producto tenga éxito en un formato concreto, como en este caso los videojuegos, no significa que automáticamente vaya a tener el triunfo inmediato por trasladarlo a algo que siempre cuenta con el aplauso del público como es el cine en general y la animación en particular. “Angry Birds, la película” no es un buen entretenimiento en el sentido más estricto de la palabra. Simplemente son escenas y personajes en movimiento que están puestos para llegar a la parte que a todo fan del videojuego le interesa: contemplar el destrozo monumental del clímax final. Todo lo demás es superfluo e insustancial. El añadido de contar con voces de famosos como Santiago Segura, José Mota, Cristina Castaño o Alex de la Iglesia son simplemente valores añadidos que poco o nada aportan más allá de ser reconocidos y reconocibles. Por lo demás el filme cae en el tropiezo más elemental en el que se hunden la mayoría de títulos animados: pensar que la velocidad da consistencia o que la concatenación de situaciones da dinamismo. El mero hecho de ir de aquí para allá para regresar al punto de partida no significa que haya experiencias ni matices que definan la aventura ni la esencia de la misma [...]. Desde luego, si en los móviles estos pájaros vuelan alto y con acierto no sucede lo mismo con la película pues estas aves antropomorfizadas acaban estrellándose dando más pena que gloria.
Crítica completa: https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/07/20/critica-angry-birds-la-pelicula-clay-kaytis-fergal-reilly-2016-ira-mal-enfocada/

6,4
7.041
7
31 de octubre de 2016
31 de octubre de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El nazismo es algo que no es extraño a Bryan Singer. Tan sólo hay que mirar su filmografía para darse cuenta que es un tema que de una forma u otra acaba dominando sus guiones (X-Men, Valkyria y ahora ésta, con McKellen de nuevo en la disyuntiva sólo que al otro lado de la alambrada de espino). En la obra que aquí nos concierne nos encontramos con este pequeño gran título dentro de la filmografía del director basada en la novela “Apt pupil” del maestro del terror Stephen King. Un filme más que intrigante que parte de una premisa excelente y sobre todo morbosa como es la de descubrir que tu vecino, ese señor afable y encantador, que parece no haber roto nunca un plato fue, en sus tiempos de vigor juvenil un sargento nazi huido de los Aliados implicado en el asesinato sistemático de judíos. Singer le da a esta especie de cuento perverso un toque serio, adulto, sin ahondar en la exposición de las monstruosidades acometidas en los campos de concentración más allá de cuatro pinceladas (lo que sucedía en las cámaras de gas y cómo actuaban los nazis ante tal situación) pues lo que aquí prima por encima de todo es la parte moralmente cuestionable como es la simbiosis paulatina y macabra que acontece entre los dos protagonistas y como ambos irán fusionándose en una especie de mentor y pupilo.
Es cierto que al menos en la película la premisa es mucho más fuerte que el resultado pero aún así uno no puede dejar de quedar fascinado ante el devenir de los acontecimientos y como Dussander (Ian McKellen en uno de sus papeles más logrados hasta la fecha) acaba dominando la necesidad de Todd (Brad Renfro tan acertado en algunos momentos como irritante en otros tantos) de querer saciar su morbosa fascinación por el Holocausto Nazi y como de esta forma el adulto, cual manipulador de las nuevas juventudes contemporáneas, logra transmitirle la necesidad de querer saber, de en cierta medida sembrar la semilla de una posible perpetuidad en el futuro. Con varias secuencias dignas de encomio como por ejemplo Todd obligando a Dussander a desfilar a paso marcial en medio de la cocina para acabar abrumado (y en parte asustado) ante el éxtasis que ofrece Dussander al volver a recordar / revivir tiempos pasados apostillado con el saludo firme nazi, el intento de matar al gato en el horno demostrando que el mal nunca muere, el enfermo judío descubriendo que está al lado de su verdugo o ver como poco a poco Todd acaba sucumbiendo a una maldad sin vuelta atrás (las esvásticas en la libreta, la matanza de la paloma, etc.), el filme es un ejemplo de dominación, perversa y fascinante, en su paulatino descenso a la maldad humana.
Es innegable el carisma de McKellen quien, cuál persona anónima en medio de un vecindario apacible, oculto en las sombras sin hacer ruido, logra transformarse, poco a poco, en un auténtico monstruo real envuelto en el disfraz de un anciano afable, quien a pesar de su edad sigue manteniendo intacto su instinto de acabar con cualquiera como bien demuestra la escena (extraña) donde intenta matar al vagabundo, una forma de demostrarse que aún podría ser el sádico asesino que fue en el pasado. Se hace extraño ver a David Schwimmer (con un bigote extraño que le da una personalidad confusa) en un papel serio precisamente por estar encasillado en un papel mucho más bonachón como el de la serie Friends (quizás sus escenas sean las menos interesantes aunque sea el final referente a él el más acertado de todas en las que participa). Pero está claro que son momentos muy puntuales y en sí tampoco entorpecen el conjunto del metraje. También es cierto que quizás en manos de otro director el filme y el material contarían con mucha más garra y una realización mucho más remarcable pero dentro de lo que cabe “Verano de corrupción” contiene elementos férreos como para salir victoriosa y demostrar que esta película merece una segunda oportunidad para todo aquel que no logró conectar con ella o no la encontró tan retorcida como pudiera parecer.
Tan sólo por la sórdida interpretación de Mckellen donde su presencia inquietante y su plasmación del mal en estado puro a su vez de cómo domina la situación en todo momento, demostrando ser una auténtica máquina amoral, sin remordimiento por sus actos cometidos, expone el don de la interpretación convincente a partir de un personaje atractivo y amoral, perverso y pérfido. Quizás uno de los errores de los que fue víctima la película fue ser presentada como un producto de terror (debido también al estar basada en una novela de Stephen King) y aunque es cierto que contiene momentos de suspense macabro como lo acontecido en el sótano, elemento y lugar clave del género, no es más que una gota en el océano. Aquí lo que nos encontramos es un filme menor, intimista, sórdido y centrado en las relaciones humanas, como cualquier persona, si se presta, puede llegar a ser manipulada por alguien que tenga el poder hacerlo. Lo que aquí prima y funciona, por encima de todo, es ver como el mal, en estado puro, acaba transmitiéndose / germinando de generación en generación como bien demuestran las dos últimas escenas. Sin lugar a dudas estamos ante un título que desgraciadamente acabó desubicada ante la magnificencia probada de “Sospechosos habituales” (la ópera prima del director) y al ser más adulto de lo que pudiera parecer, sin contar con actores de gran repercusión, no tuvo el éxito que merecía. Pero desde luego estamos ante un gran ejemplo de concreción, concesión y madurez cinematográfica sobre el mal que habita en el lugar más insospechado: el vecino de al lado.
https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/11/01/opinion-verano-de-corrupcion-bryan-singer-1998-el-mal-toma-muchas-formas/
Es cierto que al menos en la película la premisa es mucho más fuerte que el resultado pero aún así uno no puede dejar de quedar fascinado ante el devenir de los acontecimientos y como Dussander (Ian McKellen en uno de sus papeles más logrados hasta la fecha) acaba dominando la necesidad de Todd (Brad Renfro tan acertado en algunos momentos como irritante en otros tantos) de querer saciar su morbosa fascinación por el Holocausto Nazi y como de esta forma el adulto, cual manipulador de las nuevas juventudes contemporáneas, logra transmitirle la necesidad de querer saber, de en cierta medida sembrar la semilla de una posible perpetuidad en el futuro. Con varias secuencias dignas de encomio como por ejemplo Todd obligando a Dussander a desfilar a paso marcial en medio de la cocina para acabar abrumado (y en parte asustado) ante el éxtasis que ofrece Dussander al volver a recordar / revivir tiempos pasados apostillado con el saludo firme nazi, el intento de matar al gato en el horno demostrando que el mal nunca muere, el enfermo judío descubriendo que está al lado de su verdugo o ver como poco a poco Todd acaba sucumbiendo a una maldad sin vuelta atrás (las esvásticas en la libreta, la matanza de la paloma, etc.), el filme es un ejemplo de dominación, perversa y fascinante, en su paulatino descenso a la maldad humana.
Es innegable el carisma de McKellen quien, cuál persona anónima en medio de un vecindario apacible, oculto en las sombras sin hacer ruido, logra transformarse, poco a poco, en un auténtico monstruo real envuelto en el disfraz de un anciano afable, quien a pesar de su edad sigue manteniendo intacto su instinto de acabar con cualquiera como bien demuestra la escena (extraña) donde intenta matar al vagabundo, una forma de demostrarse que aún podría ser el sádico asesino que fue en el pasado. Se hace extraño ver a David Schwimmer (con un bigote extraño que le da una personalidad confusa) en un papel serio precisamente por estar encasillado en un papel mucho más bonachón como el de la serie Friends (quizás sus escenas sean las menos interesantes aunque sea el final referente a él el más acertado de todas en las que participa). Pero está claro que son momentos muy puntuales y en sí tampoco entorpecen el conjunto del metraje. También es cierto que quizás en manos de otro director el filme y el material contarían con mucha más garra y una realización mucho más remarcable pero dentro de lo que cabe “Verano de corrupción” contiene elementos férreos como para salir victoriosa y demostrar que esta película merece una segunda oportunidad para todo aquel que no logró conectar con ella o no la encontró tan retorcida como pudiera parecer.
Tan sólo por la sórdida interpretación de Mckellen donde su presencia inquietante y su plasmación del mal en estado puro a su vez de cómo domina la situación en todo momento, demostrando ser una auténtica máquina amoral, sin remordimiento por sus actos cometidos, expone el don de la interpretación convincente a partir de un personaje atractivo y amoral, perverso y pérfido. Quizás uno de los errores de los que fue víctima la película fue ser presentada como un producto de terror (debido también al estar basada en una novela de Stephen King) y aunque es cierto que contiene momentos de suspense macabro como lo acontecido en el sótano, elemento y lugar clave del género, no es más que una gota en el océano. Aquí lo que nos encontramos es un filme menor, intimista, sórdido y centrado en las relaciones humanas, como cualquier persona, si se presta, puede llegar a ser manipulada por alguien que tenga el poder hacerlo. Lo que aquí prima y funciona, por encima de todo, es ver como el mal, en estado puro, acaba transmitiéndose / germinando de generación en generación como bien demuestran las dos últimas escenas. Sin lugar a dudas estamos ante un título que desgraciadamente acabó desubicada ante la magnificencia probada de “Sospechosos habituales” (la ópera prima del director) y al ser más adulto de lo que pudiera parecer, sin contar con actores de gran repercusión, no tuvo el éxito que merecía. Pero desde luego estamos ante un gran ejemplo de concreción, concesión y madurez cinematográfica sobre el mal que habita en el lugar más insospechado: el vecino de al lado.
https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/11/01/opinion-verano-de-corrupcion-bryan-singer-1998-el-mal-toma-muchas-formas/

4,1
11.765
2
21 de octubre de 2016
21 de octubre de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sucede muchas veces, más de las que nos creemos. Una película puede ser todo lo mala que se quiera pero si ésta logra traspasar el umbral de nuestra permisividad automáticamente acaba por convertirse en algo que llegaremos a defender a capa y espada. Aunque seamos los únicos. Llega a formar parte de ese inabarcable universo llamado “Placeres culpables”. Sabes que lo que acabas de contemplar no tiene ni pies ni cabeza, que la dirección es de todo menos acertada y que todo cuanto acontece es digno de recibir una lluvia de piedras. Pero te da igual. Tú la has disfrutado, sin saber muy bien porqué (o sabiéndolo, la ecuación casi que es la misma). En inglés, que así parece más cool, se les suele llamar “Guilty pleasures”. “Dioses de Egipto”, muy a su pesar le es imposible pertenecer a ese gremio, por mucho que parezca que lo intenta y se esfuerza por ello. Alex Proyas, el padre de dos piezas de culto (para mi gusto un tanto exagerado) como son “El cuervo” y “Dark City”, ha decidido apostar por el exceso consciente de serlo. Se ha permitido un lujo mastodóntico donde el despliegue de medios intenta parecer una fiesta psicodélica digna de los años 90 pero envolviéndose en la bandera de una clase de historia alternativa sólo que utilizando los elementos básicos para darle esa patina de fantasía psicotrópica, como si quisiera a todas luces alejarse de los logros conseguidos en el cine de superhéroes actual. Como si su película intentara recuperar ese tipo de filmes basados en la aventura clásica, antigua, de la que ya por desgracia se hace menos por ser, quizás, más cara de hacer y menos rentable.
La veneración de Hollywood por el antiguo Egipto lleva existiendo desde que el cine tiene vida. Cada generación de directores intenta plasmarlo con su particular idiosincrasia. A través del terror, la Universal presentaba aquella momia decrépita en películas de papel cuché y atrezo acartonado, de sabor añejo y posible regusto por la nostalgia. A medida que los años iban avanzando se prefirió recurrir a la aventura más activa donde el lugar de las pirámides, los faraones y la cultura por los dioses grabados en piedras era el escenario propicio para carreras, efectos especiales e incluso héroes pulp. “Dioses de Egipto”, como si de una revisita se tratase a aquel universo alternativo que propuso Roland Emmerich a principios de los 90 llamado “Stargate”, aquí se nos presenta un pasado acomodado en las bondades de la imaginación rústica donde los dioses viven entre los mortales, sangran oro, se convierten en auténticos Transformers con ganas de pelea entre consanguíneos y recurren a fauna de imposible constitución (serpientes gigantes que escupen fuego, escarabajos enormes que son empleados como cabalgadura de carruaje real, etc.) para construir un cuento kitsch que en ningún momento oculta sus intenciones más primarias: dejar que Proyas maneje la cámara a su antojo para contarnos una leyenda que de haber sido un relato escrito podría haber fascinado a cualquiera en edad de sorprenderse pero para su mayor desgracia la película, en el campo visual, resulta ser un producto demodé, encorsetado y ante todo sobrecargado de incongruencias aún nadando en el mar de la fantasía más surrealista.
El reparto es de lo más variopinto que uno pueda imaginar sobre todo en un producto de este calibre pero lo que aquí se ha intentado, desde primera instancia, es captar la atención, cual trampa para ratones, con Gerard Butler como si estuviéramos ante un Leónidas de marca blanca pero que a lo mejor el espectador menos precavido pica cual ratón ante el olor del queso. Y si bien es cierto que algo de aquel personaje hay en la indumentaria, fachada y presencia del actor, todo cuanto vemos es a un actor que se auto engaña creyéndose un héroe de nuevo pero que a ojos de cualquiera es un personaje histriónico en más de una ocasión, inconsciente en sus pláticas y cargado de patetismo en sus deseos de poder y conquista. Podríamos decir que si uno analiza fríamente las intenciones de él como villano son dignas de tebeo rancio. Lástima que no haya recurrido a risa de mad doctor, hubiese redondeado la jugada. Todo lo demás es ruido y vacuidad, por mucha presencia que tenga. El resto del elenco son meras piezas de un ajedrez aburrido que ninguno resulta convincente en los arquetipos de los que dispone este producto de serie B sólo que inyectado en billetes para poder darle la clase A. Podría decirse que hasta alguien de la talla de Geoffrey Rush, que siempre ha sabido darle a sus roles el don que ofrece un actor hecho de cine, está completamente desubicado haciendo de Ra, el dios y padre de todos (aunque tengo que reconocer que su personaje es el único que se agradecen sus esporádicas apariciones). Figurantes que pasan por aquí como Pedro por su casa, aparecen y desaparecen, con el carisma a precio de saldo y sin presentar un solo personaje que pueda servir como referente o que cuente con la química suficiente como para conquistar nuestra empatía.
- continúa en spoiler -
La veneración de Hollywood por el antiguo Egipto lleva existiendo desde que el cine tiene vida. Cada generación de directores intenta plasmarlo con su particular idiosincrasia. A través del terror, la Universal presentaba aquella momia decrépita en películas de papel cuché y atrezo acartonado, de sabor añejo y posible regusto por la nostalgia. A medida que los años iban avanzando se prefirió recurrir a la aventura más activa donde el lugar de las pirámides, los faraones y la cultura por los dioses grabados en piedras era el escenario propicio para carreras, efectos especiales e incluso héroes pulp. “Dioses de Egipto”, como si de una revisita se tratase a aquel universo alternativo que propuso Roland Emmerich a principios de los 90 llamado “Stargate”, aquí se nos presenta un pasado acomodado en las bondades de la imaginación rústica donde los dioses viven entre los mortales, sangran oro, se convierten en auténticos Transformers con ganas de pelea entre consanguíneos y recurren a fauna de imposible constitución (serpientes gigantes que escupen fuego, escarabajos enormes que son empleados como cabalgadura de carruaje real, etc.) para construir un cuento kitsch que en ningún momento oculta sus intenciones más primarias: dejar que Proyas maneje la cámara a su antojo para contarnos una leyenda que de haber sido un relato escrito podría haber fascinado a cualquiera en edad de sorprenderse pero para su mayor desgracia la película, en el campo visual, resulta ser un producto demodé, encorsetado y ante todo sobrecargado de incongruencias aún nadando en el mar de la fantasía más surrealista.
El reparto es de lo más variopinto que uno pueda imaginar sobre todo en un producto de este calibre pero lo que aquí se ha intentado, desde primera instancia, es captar la atención, cual trampa para ratones, con Gerard Butler como si estuviéramos ante un Leónidas de marca blanca pero que a lo mejor el espectador menos precavido pica cual ratón ante el olor del queso. Y si bien es cierto que algo de aquel personaje hay en la indumentaria, fachada y presencia del actor, todo cuanto vemos es a un actor que se auto engaña creyéndose un héroe de nuevo pero que a ojos de cualquiera es un personaje histriónico en más de una ocasión, inconsciente en sus pláticas y cargado de patetismo en sus deseos de poder y conquista. Podríamos decir que si uno analiza fríamente las intenciones de él como villano son dignas de tebeo rancio. Lástima que no haya recurrido a risa de mad doctor, hubiese redondeado la jugada. Todo lo demás es ruido y vacuidad, por mucha presencia que tenga. El resto del elenco son meras piezas de un ajedrez aburrido que ninguno resulta convincente en los arquetipos de los que dispone este producto de serie B sólo que inyectado en billetes para poder darle la clase A. Podría decirse que hasta alguien de la talla de Geoffrey Rush, que siempre ha sabido darle a sus roles el don que ofrece un actor hecho de cine, está completamente desubicado haciendo de Ra, el dios y padre de todos (aunque tengo que reconocer que su personaje es el único que se agradecen sus esporádicas apariciones). Figurantes que pasan por aquí como Pedro por su casa, aparecen y desaparecen, con el carisma a precio de saldo y sin presentar un solo personaje que pueda servir como referente o que cuente con la química suficiente como para conquistar nuestra empatía.
- continúa en spoiler -
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Aún así, sabiendo discernir que estamos ante un título que por méritos propios ha recibido el castigo de la crítica que merecía, dentro de lo malo, puede llegarse a vislumbrar, en la lejanía, casi con los ojos entornados para ver si dentro del bullicio hay algo de cordura narrativa, un intento de recuperar aquellas películas de cartón piedra, de aventuras directas, del bien contra el mal, dejando en la entrada la solemnidad que suele imperar en el Hollywood actual y con la cámara puesta al servicio de ir hacia delante en todo momento sin importar las consecuencias. Puede llegar a verse como algo que intenta asumir el toque rústico de títulos como “El rey escorpión”, “Flash Gordon” o incluso series como “Hércules” o “Xena”. Hasta ciertos destellos de “Aladdin”. Claro, todo repleto de efectos digitales que huelen a pasados de moda, como si en un alarde de CGI vintage el equipo no reparara en gastos para parecer a todas luces algo procedente de los tiempos donde el croma cantaba y no nos dábamos cuenta de ello. Pero desgraciadamente, a pesar de poder llegar a discernir todo eso, la película se pierde en un metraje estirado hasta la extenuación, un guión que intenta abarcar demasiado sin saber qué contar en realidad y que cree ser el definitivo para aventuras de gran tamaño.
Muy en el fondo pueden verse ciertas intenciones para darle alas al leitmotiv de no perder la fe ante la adversidad, el manido “cree en ti mismo” y frases hechas que suelen grabarse en una taza para el café de la mañana pero que todo queda sepultado por un aburrimiento del tamaño de los palacios relucientes que abundan en este mundo de oro y arena. Y si uno se esfuerza puede llegar a encontrar algún apunte visual que puede salvarse como ese viaje al inframundo donde los muertos ofrecen sus riquezas para alcanzar una muerte más placentera o la pelea a lo Power Rangers entre Gerard Butler y Nicolas Coster-Waldau donde las transformaciones son tan excesivas que hasta pueden llegar a resultar interesantes. Incluso el momento de las trampas en el interior de la pirámide, tan sólo por recuperar la esencia del cine de aventuras clásicas, se agradece aún siendo todo un auténtico festival de croma y falso decorado o la escena donde los dos personajes intentan escapar de las serpientes gigantes sea, quizás, el momento más acertado de todos por ser rápido, funcional y espectacularmente hablando el más homogéneo de todos. Pero nada, son apenas migajas en un mar de tedio absoluto. Desde luego, si Alex Proyas había ganado en los 90 el prestigio como director visionario, con “Dioses de Egipto” ha acabado por dilapidar su carrera y puede que incluso su nombre. Algo que en Hollywood pasa factura para acabar enterrado como lo están los Faraones.
https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/10/22/critica-dioses-de-egipto-alex-proyas-2016-deidades-kitsch/
Muy en el fondo pueden verse ciertas intenciones para darle alas al leitmotiv de no perder la fe ante la adversidad, el manido “cree en ti mismo” y frases hechas que suelen grabarse en una taza para el café de la mañana pero que todo queda sepultado por un aburrimiento del tamaño de los palacios relucientes que abundan en este mundo de oro y arena. Y si uno se esfuerza puede llegar a encontrar algún apunte visual que puede salvarse como ese viaje al inframundo donde los muertos ofrecen sus riquezas para alcanzar una muerte más placentera o la pelea a lo Power Rangers entre Gerard Butler y Nicolas Coster-Waldau donde las transformaciones son tan excesivas que hasta pueden llegar a resultar interesantes. Incluso el momento de las trampas en el interior de la pirámide, tan sólo por recuperar la esencia del cine de aventuras clásicas, se agradece aún siendo todo un auténtico festival de croma y falso decorado o la escena donde los dos personajes intentan escapar de las serpientes gigantes sea, quizás, el momento más acertado de todos por ser rápido, funcional y espectacularmente hablando el más homogéneo de todos. Pero nada, son apenas migajas en un mar de tedio absoluto. Desde luego, si Alex Proyas había ganado en los 90 el prestigio como director visionario, con “Dioses de Egipto” ha acabado por dilapidar su carrera y puede que incluso su nombre. Algo que en Hollywood pasa factura para acabar enterrado como lo están los Faraones.
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8
14 de septiembre de 2016
14 de septiembre de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El ciclo de la vida, en su máximo esplendor, visto a través de la figura diminuta de un pequeño correlimos común (o un calidris alpina si preferimos en latín). En apenas unos minutos somos partícipes, como si de una clase de naturaleza se tratase, de cómo hay que abrirse camino para lograr sobrevivir porque, por desgracia, en la vida nadie regala nada. Alan Barillaro da el salto a la dirección con este pequeño cuento donde lo que más sorprende es el mimo, cariño, esfuerzo y dedicación con el que está tratado esta pequeña joya que por derecho propio se autoproclama, quizás, como el corto más tierno de toda la factoría Pixar con permiso de otros pocos ejemplares. En “Piper” nos encontramos con la esencia de la supervivencia, en todo su exponente. Abrimos plano con una playa cualquiera. El día es idílico, soleado, a la orilla del mar. La iluminación más placentera no puede ser, con tonos cálidos y muy acordes con el tono que necesita. Los pájaros van en busca de alimento y en medio de la escena nos encontramos con una madre y su polluelo, Piper. Éste es, desde luego, el claro ejemplo de alguien que vive bajo el cobijo y cuidado de la seguridad maternal. Cierto, es una cría pero, a diferencia de los humanos que cuidamos de nuestros hijos hasta bien entrados los años, en la fauna es completamente distinto. Desde bien pequeños son enseñados a valerse por sí mismos, a que nadie regala nada y que si quieren vivir tienen que aprender.
Claro, el tono del corto, aparte del didáctico, es la comedia costumbrista y para ello, en todo momento, se recurrirá a las triquiñuelas dignas de un niño mimado por tal de no salir del nido (símbolo sutil de abandonar el nido) y ser alimentado por los demás. Es aquí, en este preciso instante, cuando la madre decide dar una lección vital a Piper y demostrarle el dicho de “si le das un pez a un hombre lo alimentarás un día, si le das una caña de pescar comerá todos los días”. Y con este leitmotiv, el pequeño pajarillo irá pasando por todas las fases que deben pasarse para convertirse en alguien autosuficiente. Lógicamente lo primero que invade a uno es el temor a lo desconocido, el miedo a no saber cómo afrontar la situación, la inseguridad que da cualquier obstáculo que nos encontremos y que hay que pasar por todos los periplos existentes para conseguir ser dueño de nuestra propia vida. Para ello la ternura del personaje, su forma nerviosa de moverse, de actuar o de afrontar las cosas es lo que le confiere la complicidad de todos. Pero lo más interesante, más allá de las formas empleadas para conseguir sacarnos la sonrisa (y la risa), es cómo empieza siendo un animal desvalido para ir cogiendo confianza poco a poco en sí mismo hasta llegar a ser alguien que ya no necesita la ayuda de su madre sino todo lo contrario, un animal que sabrá subsistir y sobrevivir ante cualquier contratiempo.
Hay demasiados puntos positivos en esta clase de zoología en estado puro para dejarlos pasar. Para empezar contamos con una dirección milimétrica que reparte la historia a través de diversos exponentes y todos ellos de una forma calculada. En los primeros instantes el humor es el que domina el ritmo. Piper es alguien que no quiere aprender, vive feliz dentro de una comodidad segura. Todo son excusas e impedimentos para no avanzar. El momento donde se asusta por una ola sirve como gag acertado pero también encierra una clase vital: los miedos, muchas veces, nos los creamos nosotros. Dejando a un lado el costumbrismo de las aves, ya sea en el cuidado o alimentación, seguimos hacia delante para ver como la propia naturaleza está en plena simbiosis y armonía. Personajes supuestamente anodinos como son los ermitaños sirven aquí como cambio de registro no sólo para Piper sino para la propia historia. Es gracias a ellos que tanto él como nosotros nos damos cuenta de que la solución, en muchos casos, está delante de nuestras narices si nos arriesgamos a seguir adelante. En el mismo instante donde el miedo se transforma en seguridad es cuando el pequeño plumífero acaba por convertirse en un ser vivo que sabrá como buscarse la vida para poder sobrevivir.
Nadie puede negar, sin lugar a dudas, que estamos ante una de las criaturas más tiernas tanto en forma como en fondo. La manera en cómo se hace entender a través de gestos, movimientos y acciones al igual que la forma en cómo va descubriendo las cosas es de una delicadeza tan perfecta que no se puede evitar llegar a la conclusión de haber contemplado un pedazo de cinematografía pulcra, elegante y ante todo solvente, que nos muestra, sin lugar a dudas, a un director minimalista, que no se pierde en naderías ni artificios, que entiende las emociones para así poder trasladarlas a un animal que logra transmitir toda una amalgama de sensaciones para que el espectador simpatice de inmediato con todo cuanto ve. Atención a las texturas de los elementos naturales como la arena, las algas, el agua, las almejas o los propios animales. La plasmación de un equipo que cada día se supera más. Como punto culminante decir que Adrian Belew redondea con una partitura minimalista pero muy adecuada. Sin lugar a dudas “Piper”, tanto en forma de corto como de personaje, es la vida en todo su esplendor.
https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/09/15/critica-piper-c-alan-barillaro-2016-la-vida-se-abre-camino/
Claro, el tono del corto, aparte del didáctico, es la comedia costumbrista y para ello, en todo momento, se recurrirá a las triquiñuelas dignas de un niño mimado por tal de no salir del nido (símbolo sutil de abandonar el nido) y ser alimentado por los demás. Es aquí, en este preciso instante, cuando la madre decide dar una lección vital a Piper y demostrarle el dicho de “si le das un pez a un hombre lo alimentarás un día, si le das una caña de pescar comerá todos los días”. Y con este leitmotiv, el pequeño pajarillo irá pasando por todas las fases que deben pasarse para convertirse en alguien autosuficiente. Lógicamente lo primero que invade a uno es el temor a lo desconocido, el miedo a no saber cómo afrontar la situación, la inseguridad que da cualquier obstáculo que nos encontremos y que hay que pasar por todos los periplos existentes para conseguir ser dueño de nuestra propia vida. Para ello la ternura del personaje, su forma nerviosa de moverse, de actuar o de afrontar las cosas es lo que le confiere la complicidad de todos. Pero lo más interesante, más allá de las formas empleadas para conseguir sacarnos la sonrisa (y la risa), es cómo empieza siendo un animal desvalido para ir cogiendo confianza poco a poco en sí mismo hasta llegar a ser alguien que ya no necesita la ayuda de su madre sino todo lo contrario, un animal que sabrá subsistir y sobrevivir ante cualquier contratiempo.
Hay demasiados puntos positivos en esta clase de zoología en estado puro para dejarlos pasar. Para empezar contamos con una dirección milimétrica que reparte la historia a través de diversos exponentes y todos ellos de una forma calculada. En los primeros instantes el humor es el que domina el ritmo. Piper es alguien que no quiere aprender, vive feliz dentro de una comodidad segura. Todo son excusas e impedimentos para no avanzar. El momento donde se asusta por una ola sirve como gag acertado pero también encierra una clase vital: los miedos, muchas veces, nos los creamos nosotros. Dejando a un lado el costumbrismo de las aves, ya sea en el cuidado o alimentación, seguimos hacia delante para ver como la propia naturaleza está en plena simbiosis y armonía. Personajes supuestamente anodinos como son los ermitaños sirven aquí como cambio de registro no sólo para Piper sino para la propia historia. Es gracias a ellos que tanto él como nosotros nos damos cuenta de que la solución, en muchos casos, está delante de nuestras narices si nos arriesgamos a seguir adelante. En el mismo instante donde el miedo se transforma en seguridad es cuando el pequeño plumífero acaba por convertirse en un ser vivo que sabrá como buscarse la vida para poder sobrevivir.
Nadie puede negar, sin lugar a dudas, que estamos ante una de las criaturas más tiernas tanto en forma como en fondo. La manera en cómo se hace entender a través de gestos, movimientos y acciones al igual que la forma en cómo va descubriendo las cosas es de una delicadeza tan perfecta que no se puede evitar llegar a la conclusión de haber contemplado un pedazo de cinematografía pulcra, elegante y ante todo solvente, que nos muestra, sin lugar a dudas, a un director minimalista, que no se pierde en naderías ni artificios, que entiende las emociones para así poder trasladarlas a un animal que logra transmitir toda una amalgama de sensaciones para que el espectador simpatice de inmediato con todo cuanto ve. Atención a las texturas de los elementos naturales como la arena, las algas, el agua, las almejas o los propios animales. La plasmación de un equipo que cada día se supera más. Como punto culminante decir que Adrian Belew redondea con una partitura minimalista pero muy adecuada. Sin lugar a dudas “Piper”, tanto en forma de corto como de personaje, es la vida en todo su esplendor.
https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/09/15/critica-piper-c-alan-barillaro-2016-la-vida-se-abre-camino/
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