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Críticas 61
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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30 de septiembre de 2017 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los planes de dominación mundial de Lego van viento en popa. No tenían suficiente con los muñecos, los videojuegos y las series de televisión, ahora también pretenden saturar a muerte el mercado cinematográfico. La Lego Película fue una sorpresa fresquísima y un excelente film, Batman: La Lego Película ya flojeó bastante más por culpa de un exceso de ñoñería que compensó con una estupenda batería de chistes en su primera media hora. Lo malo es que apenas unos meses después nos topemos con el estreno de La Lego Ninjago Película, que no sólo ostenta el honor de tener el título en español más feo de la franquicia, sino también el de ser la cinta más floja de las tres.

Hay dos preguntas que no logro quitarme de la cabeza. La primera, ¿qué necesidad había de estrenar este impío sacacuartos tan pronto? Con la secuela de La Lego Película en camino, ¿por qué arriesgarse a quemar al espectador agotando la fórmula antes de tiempo? La segunda, ¿qué leches se supone que es un Ninjago? Después de ver la película, me temo que no he conseguido responder ninguna de las dos. Es más, incluso me ha dejado con más dudas de las que tenía previamente. Por ejemplo: ¿qué hace a estas alturas ese pobre Jackie Chan ya mayor, en su cama nido, metiéndose en estos fregados?

Da rabia, porque todos los ingredientes que hicieron las dos entregas anteriores tan disfrutables siguen estando ahí: ritmo endiablado, animación estupenda, chistes cada cinco segundos, rupturas inteligentes de la cuarta pared y un reparto de lujo. El problema es que su ritmazo no consigue enmascarar que los chistes son, sin duda alguna, los más flojos, rancios y menos trabajados que se le podrían haber ocurrido a los SEIS guionistas que escribieron La Lego Ninjago Película. Tampoco su colorida animación hace que pasemos por alto la ausencia de Christopher Miller y Phillip Lord en la dirección, relegando el trabajo a otros tres directores que ofrecen un trabajo impersonal y descafeinado. Por si fuera poco, en España ni siquiera podremos catar el reparto original, ya que la distribuidora ha tenido la terrible idea de ofrecer la película única y exclusivamente en su versión doblada.

Permitidme que aborde el tema del doblaje. Me parece fatal cuando, por motivos puramente comerciales y sin preocuparse por la integridad o la calidad del producto, deciden prescindir de actores de doblaje y en su lugar contratan a algún youtuber famosete de turno para ponerle la voz a los personajes de una película. Esto ya sería una salvajada en cualquier país, pero hacerlo en España tiene doble delito. ¿Por qué llamar a JPelirrojo para doblar a alguien teniendo aquí a auténticos profesionales como, por ejemplo, el reparto de La que se avecina? Menos mal que en esta película optan por la segunda opción, contratando a Jordi Sánchez para doblar a Jackie Chan y a Povedilla de Los Hombres de Paco para Justin Theroux. Así sí, joder, con integridad. Con principios. Marca España.

En cualquier caso, estoy casi seguro de que los pequeñuelos de la casa se lo pasarán de miedo con este subproducto que en un mundo mejor habría sido estrenado directamente en DVD. Por desgracia, todo el consuelo que nos quedará a los adultos de la sala será poder reírnos con el ÚNICO gag especialmente brillante —aunque destripado ya en los pósters— que tiene en todo el metraje. Mientras tanto, nos lamentaremos de que ese chiste no forme parte de otra película que no parezca haber sido escrita con el piloto automático.

Muy a mi pesar, nada es fabuloso en La Lego Ninjago Película.

Crítica original: http://www.cineenserio.com/la-lego-ningajo-pelicula-nada-es-fabuloso/
21 de junio de 2017 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los chistes de pollas y huevos no son ninguna broma. Son un arte milenario transmitido de generación en generación y que, tristemente, se ha desvirtuado con el paso del tiempo. A día de hoy, este tipo de humor se considera pueril y chabacano. Y la culpa no es de los chistes de pollas y huevos per se, la culpa es de los guionistas que no saben emplearlos adecuadamente ni con gracejo.

Damian Shannon y Mark Swift, responsables del libreto de Baywatch: Los vigilantes de la playa, creen que hacer estos chistes es algo fácil. Que no requiere ningún esfuerzo. Que salen solos. Pero es mentira. Dominar bien el arte del humor genital es algo que sólo se consigue mediante trabajo, dedicación y no viene mal un poco de ingenio y talento natural. Gente como Trey Parker, Matt Stone, Sacha Baron Cohen, Seth Rogen o Evan Goldberg lo entienden. Ellos saben sacarle partido a los testículos y a la escatología. Puede que no acierten en la diana en todos sus intentos, pero cuando lo consiguen siempre es a lo grande.

Películas como Baywatch: Los vigilantes de la playa, en cambio, son las que le dan mala fama a este tipo de humor. Las que no saben hacer bien su trabajo. Si consideramos que el 90% de gags de la cinta son de este tipo y que sólo funcionan una ínfima parte de estos, estamos hablando aquí de un absoluto fracaso. Dwayne Johnson y Zac Efron intentan levantar —carisma mediante— el flojo material con el que parten de base, pero los milagros no existen. Mención especial para el doblaje español, plagado de voces nuevas debido a una huelga en el sector, cuyo traductor claramente se lo habrá pasado en grande con tanta referencia fálica.

Al abandonar la sala, me crucé con una madre y sus dos hijas. Una de ellas, que rondaría los diez años, con una mezcla entre indignación y entusiasmo les recriminó a su madre y hermana: «Pues ha sido buenísima, ¡y decíais que iba a ser mala!». Me dio muchísima envidia. Ojalá volver a ser un tierno infante y rebajar mi exigencia con los chistes de pollas y huevos. Pero esa etapa pasó. Se fue para no volver. Y, a estas alturas de mi vida, encontrarme con algo así me parece inadmisible.

Y el caso es que Baywatch: Los vigilantes de la playa podría haberse enfocado de diversas maneras. Podría haber sido un blockbuster de acción palomitero, una improbable reivindicación nostálgica de la serie en la que se basa o una parodia autoconsciente y petarda de ésta al estilo de Infiltrados en clase o Starsky & Hutch (me la sopla lo que digáis, es un clásico os pongáis como os pongáis). El problema es que quiere ser las tres cosas a la vez, y no le sale bien ninguna.

Como blockbuster de acción Baywatch: Los vigilantes de la playa no da el pego, porque se queda cortísima de presupuesto: las explosiones son muy falsas y los cromas cantan la traviata. Como reivindicación nostálgica tampoco sirve, puesto que la serie original ya era bastante chunga para empezar. Y no puede ser una parodia autoconsciente cuando, contra todo pronóstigo, sus guionistas deciden tomarse completamente en serio la trama criminal en vez de centrarse en el petardeo puro y duro que el público demanda en una producción de estas características.

Parte positiva: Baywatch: Los vigilantes de la playa es mil veces más inocua e inofensiva de lo que cabría esperar. No es el festival machirulo que podría haber sido y hay casi más planos del torso aceitoso de Dwayne Johnson que de mujeres corriendo a cámara lenta. Sí que es verdad que no hay ni una sola hembra en todo el film que no sea digna de aparecer en portada de la Vogue, pero por lo menos no hay ningún Michael Bay detrás de las cámaras follándoselas con el plano constantemente. Se podría decir que las imágenes más atractivas que veréis en pantalla serán los ojos de Alexandra Daddario y las tetas de David Hasselhoff. No son moco de pavo, aunque no sé si justifican la entrada al cine. Al menos no aburre.

Crítica original en: http://www.cineenserio.com/baywatch-pollas-huevos/
21 de febrero de 2017 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta desolador plantarse frente a estrenos como La Leyenda de Tarzán.

Cuando una película es buena, siempre hay palabras que decir sobre ella. Cuando una película es mala, aún más. En ambos casos, la crítica se escribe sola. El problema viene cuando una película resulta tan insulsa que no se te ocurre nada particularmente positivo que decir sobre ella, aunque tampoco te provoque ganas de arrancarte los ojos y taparte los oídos con ellos. Al final, éstas son las obras menos agradecidas de todas porque no provocan emoción alguna más allá de un ligero entretenimiento rápido y olvidable. Incluso de las cintas realmente abominables se puede sacar algo positivo, canalizando todo ese odio visceral que despiertan en una reseña que resulte al menos divertida para el lector. Pero este no va a ser el caso.

Lo mejor de esta película es la sensación que transmite cada fotograma de que absolutamente ninguno de los implicados querían estar ahí: los actores estaban ansiosos por recibir el cheque y volver a sus casas lo antes posible, los productores ni siquiera se atrevían a estrenar la película oliéndose un posible fracaso estrepitoso en taquilla, incluso el director David Yates parecería bastante desganado si no fuera porque suele ser su tónica habitual (ese hombre ha conseguido lo imposible: convertir la impersonalidad en su sello distintivo).

Lo gracioso es que toda esta desidia termina trasladándose tal cual a la gran pantalla. Ninguno de los personajes está realmente por la labor, todo parece absurdamente impostado: ni Tarzán quiere ser Tarzán, ni Jane quiere ser una damisela en apuros, la historia avanza porque tiene que avanzar y ni siquiera el villano tiene tiempo para hacer muchas villaneces.

Sus intérpretes no hacen nada por salvar la función, a decir verdad. A Alexander Skarsgård, señor con el que reconozco no estar demasiado familiarizado, le queda muy grande un papel protagonista de estas características, Margot Robbie va con el piloto automático y queda demostrado por enésima vez que Christoph Waltz sólo es buen actor cuando hay un director competente detrás. Es más, su villano no sólo compite en anticarisma con el propio Tarzán, sino que además parece directamente monguer en según qué escenas. El único que parece divertirse un poco con todo esto es Samuel L. Jackson, interpretando a un alivio cómico que (exceptuando la escena de la oreja, por jodida) suele funcionar.

También es de agradecer que los responsables de La leyenda de Tarzán hayan decidido dotar al film de un ritmo vertiginoso que no pierde el tiempo en tonterías. Después de una rápida presentación de personajes y sin entretenerse contándonos una historia de orígenes (que se desarrolla en flashbacks, al estilo Deadpool pero sin molar tanto), el festival de CGI regulero (una vez más, nada hórrido pero tampoco destacable, menos aún después de propuestas como El Amanecer del Planeta de los Simios o El Libro de la Selva) no tarda en hacer acto de presencia.

Habría estado bien que el guión de La leyenda de Tarzán tuviera algún tipo de sentido, o que la historia no avanzase simplemente «porque sí», pero aquí sospecho que la culpa es del largo proceso de montajes varios que ha tenido la cinta (se percibe un aura de caótica post-producción aunque al producto final se le notan las costuras menos que a Guerra Mundial Z, por decir algo positivo). En cualquier caso, entretiene y dura menos de dos horas (que parece últimamente que todo blockbuster que se precie tiene que superar, sí o sí, los 120 minutos).

Al final sospecho que la Warner se tiró de los pelos viendo que el resultado final de La leyenda de Tarzán en taquilla no fue tan terrible como se imaginaban (después de todo, en Estados Unidos recaudó más que otros descalabros del año pasado como Warcraft o la secuela de Independence Day). Quizá tendrían que haberla estrenado antes, quizá tendrían que haberla promocionado más, quizá podríamos haber tenido una nueva franquicia potente entre manos. Pero no nos vamos a engañar, nada de eso habría conseguido que el público recordase esta película más allá de diez minutos después de haberla visto.

Una pena.

Crítica original: http://www.cineenserio.com/la-leyenda-de-tarzan/
11 de febrero de 2016 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es prácticamente imposible hablar con objetividad de esta película. En general, porque hablar de cine intentando ser objetivo ya es difícil de por sí. Y si se trata de comedias, resulta todavía más complicado ya que no hay nada más subjetivo que el humor. Pero aun teniendo en cuenta todo esto, Zoolander es un espécimen único y tremendamente polarizador. Es una de esas cintas que te encanta o la odias. Y no hay término medio posible.

Y lo mío con ella fue un flechazo.

No me malinterpretéis, ya sé lo mala que es. De verdad, no hace falta que me lo recordéis. Ya sé que, en el fondo, Zoolander no deja de ser una batería de chistes jodidos lanzados uno detrás de otro con mayor o menor fortuna durante hora y media, que la trama no tiene ningún tipo de sentido, que la sátira que plantea se queda a medio gas y la sutileza brilla por su ausencia. Resulta dolorosamente evidente que toda la premisa no es más que una excusa para que Ben Stiller, Owen Wilson, Will Ferrell, Christine Taylor y un desfile interminable de cameos se lo pasen en grande durante el rodaje.

Y aun así...

Por algún extraño motivo, soy absolutamente incapaz de no gozar de cada maldito segundo de este montón de basura. Algo bueno tendrá.

Quizá sea por lo absurdamente bien que dirige Ben Stiller, por la enorme colección de temazos ochenteros repartidos en su banda sonora, todas las frases estúpidamente divertidas escritas en ese guión, esa estética de cómic en acción real en el que todo puede pasar, esos chascarrillos cargados de mala baba sobre la superficialidad del mundo de la moda y el daño que suele provocar, todas esas escenas que provocan carcajadas de pura incredulidad —el momento musical en la gasolinera, Zoolander parando un shuriken, el duelo de moda clandestino con David Bowie de juez— o, en general, todo lo que rodee al personaje de Mugatu.

O quizá sea sólo cosa mía.

Pero resulta curioso como, independientemente de que le haya gustado o no, casi cualquier persona que haya visto esta película la recuerda como si lo hubiera hecho ayer. La consideren una joya infravalorada o la peor bazofia parida por el cine norteamericano, todo el mundo recuerda, como mínimo, alguna frase, algún personaje, alguna escena...

Algo tendrá. O no.

Al igual que ocurrió con otras películas como Anchorman o Wet Hot American Summer —casualmente, estrenadas más o menos durante el mismo periodo de tiempo—, pese a haberse labrado cierto estatus de película de culto y conseguir una secuela tardía, en su momento Zoolander fue absolutamente defenestrada por público y crítica.

No es la primera vez que le pasa algo así a Ben Stiller, que años atrás ya estuvo a punto de cargarse la carrera de Jim Carrey en —la, por otro lado, también interesante e infravalorada— The Cable Guy. Será su manía por arriesgar, será que su marcado estilo personal como director no termina de ser tan accesible para el gran público como cuando se somete bajo las órdenes de directores mucho más convencionales, será su absurda tendencia de rodar las comedias más caras de la historia.

En cualquier caso, lo único que puedo hacer desde aquí es recomendaros que le deis una oportunidad a este pequeño clásico de la mierda. En el peor de los casos se os pasará rápido: es corta, es rápida y va al grano. Pero si conectáis con su sentido del humor marciano, lo más posible es que se convierta en una de vuestras películas favoritas.

Aunque luego no sepáis explicar por qué.

Aunque luego no os atreváis a decirlo en voz alta.

Crítica original: http://www.criticronico.com/2016/02/zoolander.html
11 de enero de 2016 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace ya, a lo tonto, casi tres décadas, el señor Kevin Williamson (antes de atentar violentamente contra el buen gusto al crear The Vampire Diaries) tenía escrito un guión (y el borrador de dos hipotéticas secuelas) de una parodia de todas las películas de terror chuscas de la época ochentera del Viernes 13 más rancio. Scary Movie era su título provisional (os lo juro por Snoopy), y cuando consiguió vendérselo a Miramax contactaron con directores de la talla de Robert Rodriguez y Sam Raimi para llevarla a cabo.

No obstante, quien terminó llevándose el gato al agua fue el maestro Wes Craven, ya que fue el único que al leer el guión no lo interpretó como una comedia. Los hermanos Weinstein cambiaron el título provisional por el que hoy en día conocemos todos, Scream, inspirados por la canción de Michael Jackson (os lo vuelvo a jurar por Snoopy, por Charlie Brown y por su puta madre buscando piso en Alcobendas).

¿El resultado? Gustó tanto a los críticos como a los espectadores. Fue un bombazo en taquilla y revitalizó el género slasher (al que, irónicamente, trataba de ridiculizar) que ya llevaba muerto y enterrado unos cuantos años. Y es que pocas películas he visto yo que rebosen tanto cariño por el cine y que funcionen a tantos niveles como Scream.

Por una parte, está claro, funciona como película de terror. Tiene uno de los openings más tensos que he visto en una película, una escena que se quedará grabada en la retina de más de uno. Pero también funciona como comedia y parodia de los clichés más sobados del terror ochentero. Y conseguir dar miedo siendo, a la vez, tan friki está al alcance de muy pocos, pero el tándem Williamson/Craven es imbatible en ese aspecto.

El arte con la sátira del primero y el respeto y conocimiento hacia el género del segundo consiguen un equilibrio muy difícil de lograr. Puntualizar todos los errores que comete una película de terror para justo después caer exactamente en todos y cada uno de ellos y que aun así surjan efecto, tiene muchísimo mérito. El guión acierta planteando escenas de lo más divertidas e ingeniosas (todo el juego de la cámara con retraso y el juego de matrioskas que se forma en cierta escena que no desvelaré) y la dirección apuesta por darle un empaque y una seriedad enorme al conjunto. Eso y la magnífica banda sonora de Marco Beltrami hacen el resto.

Eso sí, estoy seguro de que esta película no sería nada sin su reparto. Quizá la Sidney Prescott de Neve Campbell no sea la scream queen definitiva, ni tenga el mismo carisma que pueda tener una Jamie Lee Curtis (Halloween) o una Heather Langenkamp (Pesadilla en Elm Street). Pero son los secundarios los suben, con creces, el listón.

Personajazos como la reportera carroñera Gale Weathers (una Courteney Cox desatada), el adorable policía inepto Dewey (David Arquette), o el paradigma de lo friki, el grandioso Randy Meeks (Jamie Kennedy) y sus normas para sobrevivir a una película de terror. Es imposible no sonreír ante la presencia de estos tres.

Pero esto es un slasher, ¿no? Aquí hemos venido a ver muertes. Y haberlas, las hay. Pese a no ser una película excesivamente truculenta y ni siquiera acercarse a lo que sería una película gore al uso, tampoco se puede decir que escatime en violencia y hemoglobina cuando toca, más bien al contrario. El clímax final es una colección de excesos tan divertida y pasada de vueltas como sangrienta y visceral.

Y no me atrevería a calificarlo como un punto flaco, pero la revelación del asesino, aunque en su día dejó picuetísimo a más de uno, es bastante posible que vista ahora resulte mucho más previsible. Pero al fin y al cabo no importa, porque Ghostface se convirtió por méritos propios en un icono del cine de terror a la altura de Freddy Krueger (curiosamente, también de la mano de Wes Craven) o Jason Voorhees y es eso lo que termina contando.

En resumen: Sustos, chistes, cameos, tensión, un asesino totalmente icónico, guiños por doquier, set-pieces de lo más ingeniosas, muertes sanguinolentas y todo esto salpicado de momentos ridículos más o menos intencionales. Vamos, una película que si eres amante (o detractor) del género no puedes perderte por nada del mundo. Funciona como un tiro y ha envejecido de puta madre. Puro amor noventero. Esto es así.

Crítica completa en: http://www.criticronico.com/2016/01/scream.html
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