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6
18 de octubre de 2017
18 de octubre de 2017
19 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Meyerowitz Stories no es original ni tampoco espectacular. Habla del eterno quiero y no puedo, del que hubiese pasado si, y tantas y tantas posibilidades que giran en torno a los fracasos, más que triunfos, y frustraciones del personaje de Dustin Hoffman. Él es el ejemplo del arte por el arte y el placer por el placer. Un escultor fracasado, difícil y casi ególatra que ha descarrilado en muchas facetas de su vida y, en especial, en todos los matrimonios -que son varios- que ha tenido. Fruto de distintas mujeres son Adam Sandler y Ben Stiller, quienes regalan un duelo interpretativo -abrid bien los ojos porque es verdad- descomunal. Ellos dos, con el habitual tino de Hoffman, son lo mejor de una película, por lo demás, bastante simplona y nada novedosa.
Sandler y Stiller viven en distintos universos. Son hermanastros con realidades diferentes que han rivalizado por tener el cariño del padre común. Esa lucha es lo que verdaderamente les une. Un progenitor que les ha llevado al extremo. No hay mayor miedo en un hijo que defraudar al padre y eso, en The Meyerowitz Stories, es una verdad que se cumple a lo largo de la película. Y así, miedos, vergüenzas, disputas, fracasos, heridas que nunca se han cerrado y vuelven a abrirse con fuerza se reflejan en casi dos horas de duración. El conflicto, pues, está servido.
A pesar de todos esos buenos ingredientes, al guión de Baumbach le falta alma. Las interpretaciones son lo mejor de un filme donde, claramente, lo importante son las personas y su desarrollo. O, al menos, cierto tipo de personalidad. Es cierto que muchas de las taras de los protagonistas serán reconocidas porque más cotidianas no pueden ser. Pero, por el ritmo de la película, va a costar conectar con todas ellas.
Y de fondo, muy al fondo, la ciudad de Nueva York. Con una pizca de Woody Allen y otra de Wes Anderson -se nota la colaboración de Noah Baumbach en Fantástico señor Fox, sobre todo en numerosos planos- termina tejiéndose The Meyerovitz Stories. Una película donde, además, el sexo va a estar muy presente con Grace Van Patten como maestra de ceremonias en esta faceta. Buena interpretación la de la joven actriz. Hija de Adam Sandler en la ficción y clara heredera de las peculiaridades de los Meyerowitz.
Así se va consumiendo el trabajo más novelístico, incluso serio, teatral y maduro, de Noah Baumbach y que estuvo presente en el Festival de Cannes. Un paso más en su carrera, pero todavía le queda mucho por recorrer. Porque es una lástima que, por momentos, se tenga la sensación de que no ocurre nada especialmente relevante en la película. Ese sentimiento hacer que pierda parte de la esencia de todos esos demonios que llevan dentro los protagonistas y que están deseando salir hacia afuera. Con el que, finalmente, es difícil llegar al clímax que se roza en todo momento. Aún así, y solo por ver esa batalla entre Adam Sandler y Ben Stiller, merece la pena.
Más datos sobre esta y otras películas en el blog: http://argoderse.blogspot.com.es/
Y en Facebook: https://www.facebook.com/argodersecine
Sandler y Stiller viven en distintos universos. Son hermanastros con realidades diferentes que han rivalizado por tener el cariño del padre común. Esa lucha es lo que verdaderamente les une. Un progenitor que les ha llevado al extremo. No hay mayor miedo en un hijo que defraudar al padre y eso, en The Meyerowitz Stories, es una verdad que se cumple a lo largo de la película. Y así, miedos, vergüenzas, disputas, fracasos, heridas que nunca se han cerrado y vuelven a abrirse con fuerza se reflejan en casi dos horas de duración. El conflicto, pues, está servido.
A pesar de todos esos buenos ingredientes, al guión de Baumbach le falta alma. Las interpretaciones son lo mejor de un filme donde, claramente, lo importante son las personas y su desarrollo. O, al menos, cierto tipo de personalidad. Es cierto que muchas de las taras de los protagonistas serán reconocidas porque más cotidianas no pueden ser. Pero, por el ritmo de la película, va a costar conectar con todas ellas.
Y de fondo, muy al fondo, la ciudad de Nueva York. Con una pizca de Woody Allen y otra de Wes Anderson -se nota la colaboración de Noah Baumbach en Fantástico señor Fox, sobre todo en numerosos planos- termina tejiéndose The Meyerovitz Stories. Una película donde, además, el sexo va a estar muy presente con Grace Van Patten como maestra de ceremonias en esta faceta. Buena interpretación la de la joven actriz. Hija de Adam Sandler en la ficción y clara heredera de las peculiaridades de los Meyerowitz.
Así se va consumiendo el trabajo más novelístico, incluso serio, teatral y maduro, de Noah Baumbach y que estuvo presente en el Festival de Cannes. Un paso más en su carrera, pero todavía le queda mucho por recorrer. Porque es una lástima que, por momentos, se tenga la sensación de que no ocurre nada especialmente relevante en la película. Ese sentimiento hacer que pierda parte de la esencia de todos esos demonios que llevan dentro los protagonistas y que están deseando salir hacia afuera. Con el que, finalmente, es difícil llegar al clímax que se roza en todo momento. Aún así, y solo por ver esa batalla entre Adam Sandler y Ben Stiller, merece la pena.
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23 de febrero de 2017
23 de febrero de 2017
19 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Veinte años después era necesario -sí, lo era- saber qué había pasado con sus personajes, que habían hecho con sus perdedoras vidas y cómo las habían y estaban viviendo. Había muchas cuentas pendientes, más allá de las 16.000 libras. Y Danny Boyle, junto al guionista John Hodge y parte del reparto original, se han atrevido a darnos una respuesta a tanta preguntas con T2: Trainspotting, tomando parte de la idea de la secuela de Irvine Welsh: Porno.
Hodge y Boyle han sido muy inteligentes a la hora de rodar T2: Trainspotting. Primero por ese constante recuerdo a la cinta de 1996 y sin caer en el exceso. Segundo porque durante la trama de esta segunda parte se responden a todas las preguntas que quedaron en el aire, con nuevas traiciones y delirios. Y tercero porque todo se mezcla con ese halo de amor a unos personajes tan nuestros como de Irvine Welsh. Nos pertenecen tanto como a sus protagonistas porque allá por los noventa nos marcaron con su violencia, adicciones, macarrería y ese speech eterno de Renton que tiene continuación.
Y así, sin contar nada nuevo, sino siguiendo una continuidad separada por veinte años, Boyle y Hodge se sacan de la manga una película muy acertada, entretenida y con muchas secuencias -el robo de las tarjetas y el reencuentro de Renton y Begbie son brutales- desternillantes. Sin olvidar, obviamente, el drama de fondo de una vida perdida en los excesos.
Que el tiempo pasa por todos es un hecho. También por Trainspotting y su secuela. La segunda parte de Boyle, eso sí, tiene menos crudeza que la primera. Quizá sea por este siglo XXI más reaccionario, anclado en lo políticamente correcto y el puritanismo de los grupos de presión. Pero T2: Trainspotting es mucho menos cruda que su predecesora.
Cualquiera que viera la primera parte recuerda escenas realmente duras por las que, veinte años después, se pasa de puntillas. Esa idiosincrasia de Trainspotting formaba parte de su encanto. Y en esta ocasión, salvo excepciones, se prescinde de ellas de forma desacertada. Tal vez este sea el debe de una segunda Trainspotting más light, fruto sin duda de una cambio de percepción social.
Dicho lo cual, mejor ir limpio de influencias y encarar como algo nuevo el trabajo de Boyle y compañía. Solo así se disfruta de una película necesaria para los fanáticos de la obra maestra de 1996. Necesitábamos un nuevo cuelgue veinte años después. Y una vez vista, merece la pena recaer en una película decente.
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Hodge y Boyle han sido muy inteligentes a la hora de rodar T2: Trainspotting. Primero por ese constante recuerdo a la cinta de 1996 y sin caer en el exceso. Segundo porque durante la trama de esta segunda parte se responden a todas las preguntas que quedaron en el aire, con nuevas traiciones y delirios. Y tercero porque todo se mezcla con ese halo de amor a unos personajes tan nuestros como de Irvine Welsh. Nos pertenecen tanto como a sus protagonistas porque allá por los noventa nos marcaron con su violencia, adicciones, macarrería y ese speech eterno de Renton que tiene continuación.
Y así, sin contar nada nuevo, sino siguiendo una continuidad separada por veinte años, Boyle y Hodge se sacan de la manga una película muy acertada, entretenida y con muchas secuencias -el robo de las tarjetas y el reencuentro de Renton y Begbie son brutales- desternillantes. Sin olvidar, obviamente, el drama de fondo de una vida perdida en los excesos.
Que el tiempo pasa por todos es un hecho. También por Trainspotting y su secuela. La segunda parte de Boyle, eso sí, tiene menos crudeza que la primera. Quizá sea por este siglo XXI más reaccionario, anclado en lo políticamente correcto y el puritanismo de los grupos de presión. Pero T2: Trainspotting es mucho menos cruda que su predecesora.
Cualquiera que viera la primera parte recuerda escenas realmente duras por las que, veinte años después, se pasa de puntillas. Esa idiosincrasia de Trainspotting formaba parte de su encanto. Y en esta ocasión, salvo excepciones, se prescinde de ellas de forma desacertada. Tal vez este sea el debe de una segunda Trainspotting más light, fruto sin duda de una cambio de percepción social.
Dicho lo cual, mejor ir limpio de influencias y encarar como algo nuevo el trabajo de Boyle y compañía. Solo así se disfruta de una película necesaria para los fanáticos de la obra maestra de 1996. Necesitábamos un nuevo cuelgue veinte años después. Y una vez vista, merece la pena recaer en una película decente.
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5,9
3.442
4
15 de abril de 2016
15 de abril de 2016
18 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Lady in the van, dirigida por Nicholas Hytner -director de La locura del rey Jorge y El crisol- es una película intrascendente, sin chispa. Los minutos van cayendo con aplomo sin que apenas sintamos nada. Aunque Maggie Smith lo intenta -es lo único salvable de la cinta y ya interpretó en los teatros este papel-, no consigue sacarnos del hastío y el aburrimiento de una historia que no cuenta nada salvo un par de variopintas anécdotas.
La relación creada entre la señorita Shepard y el señor Bennett no tiene ninguna credibilidad y eso a pesar de estar basada en hechos reales. No hay química entre ambos actores y en todo momento la historia no deja de ser algo puntual más de la vida cotidiana. No hay nada extraordinario en este relato. Ni siquiera convence la refinada ironía que caracteriza la obra de Bennett, que encarna a la perfección el british way of life del que se mofa y que queda retratado en unos insustanciales vecinos -como el papel de Jim Broadbent, otra vez desaprovechado-
Así pues se va consumiendo el trabajo de Hytner, entre la apatía y el aburrimiento. Una película, si acaso, para hacer más digerible la sobremesa y, por qué no, pegar una cabezadita en el sofá mientras dudamos de si era realmente necesario adaptar el texto de Bennett a la gran pantalla. Yo creo que no.
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La relación creada entre la señorita Shepard y el señor Bennett no tiene ninguna credibilidad y eso a pesar de estar basada en hechos reales. No hay química entre ambos actores y en todo momento la historia no deja de ser algo puntual más de la vida cotidiana. No hay nada extraordinario en este relato. Ni siquiera convence la refinada ironía que caracteriza la obra de Bennett, que encarna a la perfección el british way of life del que se mofa y que queda retratado en unos insustanciales vecinos -como el papel de Jim Broadbent, otra vez desaprovechado-
Así pues se va consumiendo el trabajo de Hytner, entre la apatía y el aburrimiento. Una película, si acaso, para hacer más digerible la sobremesa y, por qué no, pegar una cabezadita en el sofá mientras dudamos de si era realmente necesario adaptar el texto de Bennett a la gran pantalla. Yo creo que no.
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7
14 de mayo de 2014
14 de mayo de 2014
16 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por tercera vez, el actor, director y guionista francés, Cédric Klapisch, rescata a su personaje más emblemático para ¿cerrar? su particular trilogía que arrancó con la fascinante Una casa de locos y Las muñecas rusas. En tres actos, el galo ha logrado narrar la evolución personal de los personajes y, en especial, el tránsito de la juventud a la madurez de un escritor como otro cualquiera, sencillo y que, eso sí, no para de correr y correr por la vida, saltando todos los obstáculos que se le presentan y que, por otro lado, consiguen sacar más de una sonrisa.
Como si de un puzzle se tratara, Klapisch lanza desde los títulos de crédito las piezas que componen la obra, llevando a cabo una laboriosa mezcla que poco a poco se va montando hasta lograr dar con la respuesta que Xavier -fantástico Romain Duris- ansía desde que apareció por primera vez en pantalla: es la vida un drama, una comedia o una mezcla de ambas. Lo bueno es que, al final, cada uno sacará sus propias conclusiones y eso es un auténtico acierto del realizador francés.
Al igual que en sus predecesoras, la presencia femenina juega un papel vital en la cinta y, por añadidura, en la vida de Xavier. Repiten Audrey Tautou (Amelie, La espuma de los días), como Martine, cuya transformación resulta de lo más hilarante, protagonizando parte de los momentos más cómicos del filme; Cécile de France (El niño de la bicicleta, Más allá de la vida), que da vida a Isabelle, inseperable amiga de Xavier, lesbiana y la que tal vez más de los cuatro protagonistas se niegue a madurar; y Kelly Reilly (Sherlock Holmes, El vuelo), metiéndose en la piel de Wendy, exmujer de Xavier, quizá la menos evolucionada de todos, lineal desde que la vimos por vez primera en Una casa de locos, histérica y que se marcha a la gran manzana con sus hijos, lo que provoca el éxodo de Xavier y destapa el tarro que se consume a lo largo de la cinta. Tres mujeres radicalmente opuestas unidas por su relación con nuestro querido escritor.
La peculiaridad de esta trilogía radica, esencialmente, en el choque entre culturas. Lo vimos en la primera y segunda entrega y aquí, como no podía ser de otra forma, vuelve a repetirse. En esta ocasión, el rocambolesco rompecabezas de historias y personajes tiene un toque asiático al situarse gran parte de la trama en el barrio chino neoyorkino, la popular Chinatown.
Con recursos como la voz en off de Duris, planos desenfrenados y giros de cámara oportunos, Klapisch despierta al espectador cuando el sopor empieza a relucir. Una película que seguirá enamorando a los que quedamos prendados de Una casa de locos y que entretendrá y despertará más de una sonrisa a aquellos que, por primera vez, se aproximan a una historia que habla del intercambio cultural, la amistad, la paternidad y el eterno paso de la juventud a la madurez. En definitiva, un delicioso rompecabezas chino a la francesa.
Más datos sobre esta y otras películas en www.argoderse.com
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Como si de un puzzle se tratara, Klapisch lanza desde los títulos de crédito las piezas que componen la obra, llevando a cabo una laboriosa mezcla que poco a poco se va montando hasta lograr dar con la respuesta que Xavier -fantástico Romain Duris- ansía desde que apareció por primera vez en pantalla: es la vida un drama, una comedia o una mezcla de ambas. Lo bueno es que, al final, cada uno sacará sus propias conclusiones y eso es un auténtico acierto del realizador francés.
Al igual que en sus predecesoras, la presencia femenina juega un papel vital en la cinta y, por añadidura, en la vida de Xavier. Repiten Audrey Tautou (Amelie, La espuma de los días), como Martine, cuya transformación resulta de lo más hilarante, protagonizando parte de los momentos más cómicos del filme; Cécile de France (El niño de la bicicleta, Más allá de la vida), que da vida a Isabelle, inseperable amiga de Xavier, lesbiana y la que tal vez más de los cuatro protagonistas se niegue a madurar; y Kelly Reilly (Sherlock Holmes, El vuelo), metiéndose en la piel de Wendy, exmujer de Xavier, quizá la menos evolucionada de todos, lineal desde que la vimos por vez primera en Una casa de locos, histérica y que se marcha a la gran manzana con sus hijos, lo que provoca el éxodo de Xavier y destapa el tarro que se consume a lo largo de la cinta. Tres mujeres radicalmente opuestas unidas por su relación con nuestro querido escritor.
La peculiaridad de esta trilogía radica, esencialmente, en el choque entre culturas. Lo vimos en la primera y segunda entrega y aquí, como no podía ser de otra forma, vuelve a repetirse. En esta ocasión, el rocambolesco rompecabezas de historias y personajes tiene un toque asiático al situarse gran parte de la trama en el barrio chino neoyorkino, la popular Chinatown.
Con recursos como la voz en off de Duris, planos desenfrenados y giros de cámara oportunos, Klapisch despierta al espectador cuando el sopor empieza a relucir. Una película que seguirá enamorando a los que quedamos prendados de Una casa de locos y que entretendrá y despertará más de una sonrisa a aquellos que, por primera vez, se aproximan a una historia que habla del intercambio cultural, la amistad, la paternidad y el eterno paso de la juventud a la madurez. En definitiva, un delicioso rompecabezas chino a la francesa.
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5,4
1.460
6
24 de abril de 2015
24 de abril de 2015
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con una fuerza crítica, cómica y a la vez trágica arranca La sombra del actor, de Barry Levinson (Rainman, Cortina de Humo), inspirada en la novela de Philip Roth y con un Al Pacino desatado. Como un espejo en su trayectoria, 'El Padrino' se confiesa delante de las cámaras de forma decadente, recordando lo que fue, ha sido y es. Y en este punto, con esa magnífica interpretación, la cinta gana enteros. Más aún con la aparición de Pegeen -Greta Gerwig (Frances Ha). Atención al potencial interpretativo de esta chica- la hija de Dan Hedaya y Dianne West que también tienen lo suyo..
En definitiva, un puzzle caótico de personajes que regala secuencias divertidas pero que, poco a poco va esfumando el entretenimiento entre tanto enredo. A eso se suma la mezcla de realidad y ficción que vive Pacino y que no termina de quedar claramente concebida, en una especie de emulación a El invisible Harvey, de la que se hace mención en el filme.
Pero si coincide con una película, contemporánea además, es sin duda con Birdman, con la que guarda muchos paralelismos. Entre ellos el leitmotiv principal: un actor de éxito que prueba las mieles del fracaso y resurge de sus cenizas gracias al Rey Lear -en este caso- y Broadway. La diferencia principal es que en el trabajo de Iñarritu se destripa al mundo del espectáculo y en el de Levinson la mirada se centra más en las miserias humanas.
Y a pesar de tener un diamante en bruto como motor generador del argumento, La sombra de actor se queda en un reflejo vacuo de sí misma. Un producto medio enredoso, con algún que otro momento reseñable en forma de comedia y, eso sí un Al Pacino sinónimo de garantía en cualquier formato, al que siempre es un gusto verle en pantalla. Ya sea de inolvidable jefe de la 'Cosa Nostra', nervioso ladrón de bancos (Tarde de Perros) o recitando a Shakespeare (El mercader de Venecia), el actor italoamericano es un portento de la profesión. Y eso, por mucho que pasen los años, siempre será digno de alabar.
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En definitiva, un puzzle caótico de personajes que regala secuencias divertidas pero que, poco a poco va esfumando el entretenimiento entre tanto enredo. A eso se suma la mezcla de realidad y ficción que vive Pacino y que no termina de quedar claramente concebida, en una especie de emulación a El invisible Harvey, de la que se hace mención en el filme.
Pero si coincide con una película, contemporánea además, es sin duda con Birdman, con la que guarda muchos paralelismos. Entre ellos el leitmotiv principal: un actor de éxito que prueba las mieles del fracaso y resurge de sus cenizas gracias al Rey Lear -en este caso- y Broadway. La diferencia principal es que en el trabajo de Iñarritu se destripa al mundo del espectáculo y en el de Levinson la mirada se centra más en las miserias humanas.
Y a pesar de tener un diamante en bruto como motor generador del argumento, La sombra de actor se queda en un reflejo vacuo de sí misma. Un producto medio enredoso, con algún que otro momento reseñable en forma de comedia y, eso sí un Al Pacino sinónimo de garantía en cualquier formato, al que siempre es un gusto verle en pantalla. Ya sea de inolvidable jefe de la 'Cosa Nostra', nervioso ladrón de bancos (Tarde de Perros) o recitando a Shakespeare (El mercader de Venecia), el actor italoamericano es un portento de la profesión. Y eso, por mucho que pasen los años, siempre será digno de alabar.
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