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Críticas ordenadas por utilidad
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7,9
36.727
8
23 de abril de 2011
23 de abril de 2011
10 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como los personajes que pueblan esta maravillosa película; pero todos nos perdonamos a nosotros mismos y, de vez en cuando, a los demás, así que Redmon puede caer bien después de todo. Resulta un poco inexplicable, o cansino, que personajes de tanta enjundia, con tanto fuego y tanta pasión, sean situados como piezas estáticas en estéticas claudelorrainescas inmóviles: ocurre hasta con los extras; cualquier otro director pone movimiento en las calles, Kubrick sólo grupos de personajes estáticos que conversan. Tanta quietud sólo se ve rota, de cuando en cuando, por los cabreos de Redmon Barry; tras una buena ensalada de hostias, (con la casaca militar, con el torso al aire, en su propio castillo contra su hijastro...), vuelve la calma y la quietud, el estatismo de cuadro. Complacencia se llama eso, y es algo pedante por más culto que se quiera. Por lo demás, la película es formidable; la primera hora cae de lleno en eso que se llama "cine de género", (aventuras, en este caso, ¡¡¡y qué manera de situarnos en contexto!!!). Luego, manda el cine psicológico y el melodrama. Para qué me enrollo. Buena. Buena.
11 de marzo de 2012
11 de marzo de 2012
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si Maurice Ravel, el gran músico francés,(cuyo concierto para piano en sol, por cierto, remeda Ludovic Bource en algunos momentos de "The artist") siguiera vivo, le hubiera encantado poner él mismo la música a esta absoluta maravilla, ya que adoraba los relojes, los mecanismos sofisticados y artesanales, tanto como se sentía atraído por la mística de la infancia, (ahí están las dos obras maestras que lo atestiguan: "La hora española" y "El niño y los sortilegios"). Es una pena, porque la música de Howard Shore, siendo buena, no llega a tanto. Pero es una pega muy menor Ya desde el inenarrable plano inicial suenan tic-tacs de relojes todo el tiempo. No sólo indican el tiempo que pasa en la gran estación, en París, en nuestra vida...también son ventanas por donde miramos. Se deleita la cámara en mecanismos, en juguetes antiguos, en vapores de trenes y tuberías, en ruedas que giran, en engranajes perfectos, en autómatas que muestran sus entresijos mecanizados con todo detalle...en las viejas calles de un París más decimonónico que de entreguerras. Un París embrujado, como decía otro crítico, bajo la luna y la nieve. Por supuesto, los niños sueñan, y sus sueños son lo que vemos. Incluso sueñan con un hacedor de sueños, Mélies, que les toma el relevo soñador. Hay también bibliotecas y libros, antiguos, y varias referencias "cultas" literarias, (precisamente al siglo XIX, a Dickens, a Hugo), más las propiamente cinematográficas , que el público español formado en la Logse no pilla. El tour de force visual, entretanto, es el más grande que recuerdo. ¿Cómo se filma todo esto, esta amalgama? Sencillamente, no se puede filmar, es imposible, así que no estoy seguro de haber visto lo que he visto. Si es verdad que un señor lo ha hecho, no obstante, para su hija, sólo puedo decir que es su obra maestra absoluta. La mejor película que hizo Scorsese en su vida. Cine, además, profundamente humanista, de visión esperanzada y de aliento poético sincero al mismo tiempo que cine trampa, barroco, prestidigitador. Hecho a mano y, al mismo tiempo, con la más avanzada técnica digital. Algo único, señores y señoras.
En fin, no es que entre uno en una película en tres dimensiones, es que entra en las tres dimensiones directamente, en un museo parisino de artefactos del siglo XIX. Sobran algunos minutos, (unos cinco). Creo entender por qué no gusta demasiado en España. Somos un pueblo fuertemente realista desde, al menos, el siglo XVII.
Otra cosa: el que les ha dicho que esto es cine familiar se ha equivocado.
En fin, no es que entre uno en una película en tres dimensiones, es que entra en las tres dimensiones directamente, en un museo parisino de artefactos del siglo XIX. Sobran algunos minutos, (unos cinco). Creo entender por qué no gusta demasiado en España. Somos un pueblo fuertemente realista desde, al menos, el siglo XVII.
Otra cosa: el que les ha dicho que esto es cine familiar se ha equivocado.

7,5
2.512
8
9 de septiembre de 2014
9 de septiembre de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Arthur Scnitzler reflejó en La Ronda, con esos personajes que se van contagiando la sífilis, una despiadada visión del ser humano, cuya verdadera naturaleza irrefrenable, en especial el deseo sexual, se burla egoístamente de todas las convenciones sociales que elaboramos para disimular, todos, desde los condes hasta las prostitutas de más baja extracción social. El dramaturgo se cebaba sobre todo con la respetabilidad, la honorabilidad y su consecuente natural, la hipocresía. No recuerdo mucho la obra de Schnitzler, pero acabo de revisitar la película de Ophüls, donde la denuncia brutal, sin desaparecer, queda envuelta en una neblina melancólica y ensoñadora, en una sutil ironía y sentido del humor, en una elegancia rancia de muselinas raídas, en el recuerdo nostálgico de un mundo, (el del finisecular Imperio austro-húngaro), desaparecido para siempre: sus convenciones, sus militares, sus palcos, (aquí no salen, pero están siempre en Ophüls), sus alcobas, sus bailes... sus refinadísimas, en fin, fórmulas de encuentro y lugares donde encontrarse. Un conglomerado que forma un universo decimonónico apabullantemente asible, del que Ophüls nos trae su visión más aristocrática, (siempre hay más recreo para su cámara en la aristocracia o en clases altas que en prostitutas y arrabales). Ophüls era aristócrata, frecuentador de salones de puros y bigotes... los artificios que conocían él y Scnitzler para la aproximación sexual, fielmente observados en aquellos universos finiseculares y recreados en la película, hacen que el Pachá de Ibiza sea solo sudor y la sensación de buscada nostalgia quizá se acreciente ante la lascivia tantas veces vulgar y vulgarmente divulgada de épocas más gritonas y actuales. Aquí manda la elegancia, desde el primer momento, en que el asunto de la sífilis se obvia. La elegancia en lo que se ve y en cómo se ve. En esos personajes sumergidos literalmente en el atrezzo, en esos ropajes, reflejados con un mimo y un cuidado que, lejos de ser simplemente decorativos, nos recuerdan su importancia como artificios que delatan clases sociales, nos recuerdan que debajo de ellos somos todos esas bestezuelas sexuales que ponen en marcha la ronda; de ahí que se dedique tanto tiempo a mostrar vestuario, fascinante vestuario decimonónico; y a sugerir que los personajes se desnudan. Scorsese tuvo una intuición parecida en "La edad de la inocencia".
Los distintos episodios, (guiados por unas transiciones de suprema, inigualable elegancia y gran imaginación), son desiguales, como no podía ser menos. Me interesan sobre todo los de clases pudientes. En el episodio de la doncella repetidamente llamada por el deseoso señorito cesa la música, y se confía todo a las aves cuyo canto llega por la ventana en primavera, trasuntos del "nachtigal" ,(o ruiseñor), que desata siempre la pasión en la poesía del área germánica. Ophüls descentraliza las figuras, los encuadres hacen extraños y presentan violentas torsiones... se pide agua porque las gargantas están resecas. Más que para indicar la diferencia de clases, todas estas "violencias" indican el deseo irrefrenable. Pero el clima es de sexualidad gozosa, no brutal. Incluso el maestro de ceremonias, dominante de la ronda durante todo el film, se ve dominado por la misma planificación extraña en el ínterin sexual de este episodio, cuando habla con el profesor de francés.
En "El joven y la mujer casada" se destila una maravillosa ironía que es la única forma de dejar seguir siendo fría, (su estado natural), a Danielle Darrieux en medio de un torrente pasional. Aun pareciéndome magnífica la crítica de Quim Casals, discrepo ligeramente de él en cuanto al carácter exclusivamente arquetípico de cada personaje, porque los retratos psicológicos femeninos de esta película y, sobre todo, el de Darrieux en este episodio, con esos silencios y esas miradas, me parecen más recordables que muchos otros de películas más largas y, a priori, más trabajados.
En fin, no puedo olvidar que en medio de la ironía puede aparecer también una indefinible ternura, como en el último episodio del conde y la fulana.
No estará mal para un cinéfilo que sepa apreciar ciertas esencias fílmicas, (como todos los que puntuamos alto), subirse a este carrusel guiados por el impresionante Anton Walbrook y aturdirnos con su sempiterno vals de perfiles rebuscadamente imperiales, (Viena y el vals, ¿de qué otra manera podía ser...?, el eterno retorno del tres por cuatro, como en la misma ronda de la película). Gozaremos de una manera de hacer cine que ya no puede verse, gozaremos de una mentalidad que ya no existe, y de mundos desaparecidos para siempre que el gran artífice de la película conoció. Sufriremos acaso, unos más ligeramente que otros, el tributo que el aburrimiento o la prisa pueden pagar a una estructura narrativa que no avanza linealmente y tal vez lancemos algún que otro bostezo a tanta deliciosa polilla oculta en viejos arcones. Pero, para las generaciones educadas en los efectos digitales, y para los que se han reído con los apellidos vascos, creo sinceramente que será imposible aprehender las esencias de un cine que se les escapará a borbotones por los cuatro costados.
Los distintos episodios, (guiados por unas transiciones de suprema, inigualable elegancia y gran imaginación), son desiguales, como no podía ser menos. Me interesan sobre todo los de clases pudientes. En el episodio de la doncella repetidamente llamada por el deseoso señorito cesa la música, y se confía todo a las aves cuyo canto llega por la ventana en primavera, trasuntos del "nachtigal" ,(o ruiseñor), que desata siempre la pasión en la poesía del área germánica. Ophüls descentraliza las figuras, los encuadres hacen extraños y presentan violentas torsiones... se pide agua porque las gargantas están resecas. Más que para indicar la diferencia de clases, todas estas "violencias" indican el deseo irrefrenable. Pero el clima es de sexualidad gozosa, no brutal. Incluso el maestro de ceremonias, dominante de la ronda durante todo el film, se ve dominado por la misma planificación extraña en el ínterin sexual de este episodio, cuando habla con el profesor de francés.
En "El joven y la mujer casada" se destila una maravillosa ironía que es la única forma de dejar seguir siendo fría, (su estado natural), a Danielle Darrieux en medio de un torrente pasional. Aun pareciéndome magnífica la crítica de Quim Casals, discrepo ligeramente de él en cuanto al carácter exclusivamente arquetípico de cada personaje, porque los retratos psicológicos femeninos de esta película y, sobre todo, el de Darrieux en este episodio, con esos silencios y esas miradas, me parecen más recordables que muchos otros de películas más largas y, a priori, más trabajados.
En fin, no puedo olvidar que en medio de la ironía puede aparecer también una indefinible ternura, como en el último episodio del conde y la fulana.
No estará mal para un cinéfilo que sepa apreciar ciertas esencias fílmicas, (como todos los que puntuamos alto), subirse a este carrusel guiados por el impresionante Anton Walbrook y aturdirnos con su sempiterno vals de perfiles rebuscadamente imperiales, (Viena y el vals, ¿de qué otra manera podía ser...?, el eterno retorno del tres por cuatro, como en la misma ronda de la película). Gozaremos de una manera de hacer cine que ya no puede verse, gozaremos de una mentalidad que ya no existe, y de mundos desaparecidos para siempre que el gran artífice de la película conoció. Sufriremos acaso, unos más ligeramente que otros, el tributo que el aburrimiento o la prisa pueden pagar a una estructura narrativa que no avanza linealmente y tal vez lancemos algún que otro bostezo a tanta deliciosa polilla oculta en viejos arcones. Pero, para las generaciones educadas en los efectos digitales, y para los que se han reído con los apellidos vascos, creo sinceramente que será imposible aprehender las esencias de un cine que se les escapará a borbotones por los cuatro costados.

5,8
165
7
25 de enero de 2014
25 de enero de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La mayoría de matrimonios se aburren si están solos. Esto no es un delito, pero es un hecho. Por eso se van el finde, con otras parejas, de casa rural, o a cenar en grupo… Por eso se miran a la cara cada vez menos. No hace falta cargar las tintas en dramones, infidelidades, grandes separaciones desgarradoras… para subrayar este hecho. Sólo pequeños soplos que avivan el fuego del hastío, y eso mismo hace Risi con sus personajes de mediana edad. Conocemos tantos casos… casi siempre por un anhelo de saberse aún deseable ella, casi siempre por la carne él, (y no ahorra carne la gozosa cámara de Risi, carne prieta embutida en bikinis o atrevidos trajes de noche, porque aquí, como nunca, el desnudo está justificado por el guión, aunque no haya desnudo al haber censura todavía)
Al final, lo que iba para pura amargura acaba difuminado por cierta piedad y cariño hacia la pandilla de puretas veraniegos. Ya le ha pasado a Risi en otros filmes, donde parece arrepentirse del inaudito vitriolo con que lo envenena todo y se pone a plantar arbolitos en el paisaje que ha arrasado. Al fin y al cabo, sus personajes son de la misma clase que el cineasta, así que ¡cómo no va a quererlos aunque los conozca bien!!
También les querremos nosotros si tenemos esa edad que nos hace reconocerlos; entonces nos serán menos patéticos. La pandilla de locos puretas del film es vomitiva y maravillosa al mismo tiempo; aunque interesa básicamente como un conjunto universal, cada miembro individual recibe una certera pincelada, no por breve menos certera. Quizá se han cargado demasiado las tintas en la capacidad de esta gente para no agotarse programando fiestas y actividades y viendo amanecer; pero bueno, ello da lugar a escenas muy divertidas, a la cabeza la magistral secuencia de la fiesta en el yate, con la señora espatarrada gritando ebria rodeada de viscosos pescados, y la posterior amanecida en la playa, como si de una nueva Dolce Vita arrabalera se tratara.
La cámara de Risi no descansa, buscando un hueco en el abigarrado y abarrotado espectáculo del turismo de masas, vulgar y sucio, sin el menor resquicio para el glamour que sí tenían los antiguos nobles que descansaban en el mar, sin rastro de belleza, de palacios romanos como los que aún, en su putridez, tenían la cinta de Fellini y la más reciente de Sorrentino, "La grande bellezza". Aquí solo hay decadencia paleta y gritona, chumba chumba como el del actual Benidorm, sudor en horribles discotecas. Y todo se engarza con un ritmo notabilísimo y bullicioso, perfecto para este Benidorm hortera italiano del que el director quiere huir pero no puede, porque allí están sus personajes. Uno de ellos, por cierto, muy bien creado por Enrico Maria Salerno, precisamente un hombre en decadencia física y sin nada especial que destacar.
Una buena película, tristísima y muy recomendable. Qué grande era la cinematografía italiana en épocas en que aquí andábamos con "Sor citroén". A falta de una mirada crítica nacional, el cine de Risi puede ser un veraz espejo para mirarnos y comprender algunas cosas sobre nosotros mismos, tan parecidos a los trasalpinos.
Al final, lo que iba para pura amargura acaba difuminado por cierta piedad y cariño hacia la pandilla de puretas veraniegos. Ya le ha pasado a Risi en otros filmes, donde parece arrepentirse del inaudito vitriolo con que lo envenena todo y se pone a plantar arbolitos en el paisaje que ha arrasado. Al fin y al cabo, sus personajes son de la misma clase que el cineasta, así que ¡cómo no va a quererlos aunque los conozca bien!!
También les querremos nosotros si tenemos esa edad que nos hace reconocerlos; entonces nos serán menos patéticos. La pandilla de locos puretas del film es vomitiva y maravillosa al mismo tiempo; aunque interesa básicamente como un conjunto universal, cada miembro individual recibe una certera pincelada, no por breve menos certera. Quizá se han cargado demasiado las tintas en la capacidad de esta gente para no agotarse programando fiestas y actividades y viendo amanecer; pero bueno, ello da lugar a escenas muy divertidas, a la cabeza la magistral secuencia de la fiesta en el yate, con la señora espatarrada gritando ebria rodeada de viscosos pescados, y la posterior amanecida en la playa, como si de una nueva Dolce Vita arrabalera se tratara.
La cámara de Risi no descansa, buscando un hueco en el abigarrado y abarrotado espectáculo del turismo de masas, vulgar y sucio, sin el menor resquicio para el glamour que sí tenían los antiguos nobles que descansaban en el mar, sin rastro de belleza, de palacios romanos como los que aún, en su putridez, tenían la cinta de Fellini y la más reciente de Sorrentino, "La grande bellezza". Aquí solo hay decadencia paleta y gritona, chumba chumba como el del actual Benidorm, sudor en horribles discotecas. Y todo se engarza con un ritmo notabilísimo y bullicioso, perfecto para este Benidorm hortera italiano del que el director quiere huir pero no puede, porque allí están sus personajes. Uno de ellos, por cierto, muy bien creado por Enrico Maria Salerno, precisamente un hombre en decadencia física y sin nada especial que destacar.
Una buena película, tristísima y muy recomendable. Qué grande era la cinematografía italiana en épocas en que aquí andábamos con "Sor citroén". A falta de una mirada crítica nacional, el cine de Risi puede ser un veraz espejo para mirarnos y comprender algunas cosas sobre nosotros mismos, tan parecidos a los trasalpinos.

8,6
33.800
3
2 de enero de 2014
2 de enero de 2014
30 de 55 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mi abuela, (quien, por cierto, también canturreaba "La violetera"), tenía un joyero lleno de pedrería falsa, rosarios, y esas cositas de abuelas. Todo era mimo en la manera cómo trataba mi abuela sus cosas, hasta el punto que esas mismas cosas trascendían ese cariño, volviéndose objetos venerables. Acordándome del joyero, me acuerdo del amor de mi abuela. Pero no dejaba de ser pedrería falsa.
Veo "Luces de la ciudad" tras muchísimos años sin hacerlo, y me recuerda a ese joyero. Siendo de 1931, a mí me lleva a los años setenta, que es cuando la veíamos en casa, no una vez, sino varias y nos hacía gracia, como tantas pelis de Chaplin que aún ponían a menudo, incluso en el cine. Una cinta tan empalagosa se ha convertido, también, en un objeto venerable. Ayudada, además, por el icono mundial Chaplin, que a ver quién tiene cojones de menear, (y más si recordamos otras películas suyas que sí son buenas). Si nos ponemos benévolos, tiene un final bonito y buenas actuaciones. Algún apunte social interesante. Uno o dos gags que te pueden mover aún, ligerísimamente, la comisura del labio... pero el resto está totalmente caducado. Terriblemente envejecido. Basta con ver el gag del intento de suicidio en el agua: lo peor no es que adivines quién va a caer al agua, sino que lo hagas las tres veces. Y así siempre. La parte sentimental está tan manida y rancia que da risa... Abrigazo de astracán devorado sin misericordia por la polilla.
En fin, no lo toméis a mal y compadecedme, ya que tengo el corazón helado. Siempre aparece algún amargado para estropear la fiesta.
Tras 186 críticas que son montañas de adjetivos elogiosos, pero la mayoría sin explicar por qué, me acojo al mismo sistema de criticar, pero a la inversa. El que quiera,esta vez sí, una magnífica crítica negativa, que lea la de Jorge Luis Borges.
Veo "Luces de la ciudad" tras muchísimos años sin hacerlo, y me recuerda a ese joyero. Siendo de 1931, a mí me lleva a los años setenta, que es cuando la veíamos en casa, no una vez, sino varias y nos hacía gracia, como tantas pelis de Chaplin que aún ponían a menudo, incluso en el cine. Una cinta tan empalagosa se ha convertido, también, en un objeto venerable. Ayudada, además, por el icono mundial Chaplin, que a ver quién tiene cojones de menear, (y más si recordamos otras películas suyas que sí son buenas). Si nos ponemos benévolos, tiene un final bonito y buenas actuaciones. Algún apunte social interesante. Uno o dos gags que te pueden mover aún, ligerísimamente, la comisura del labio... pero el resto está totalmente caducado. Terriblemente envejecido. Basta con ver el gag del intento de suicidio en el agua: lo peor no es que adivines quién va a caer al agua, sino que lo hagas las tres veces. Y así siempre. La parte sentimental está tan manida y rancia que da risa... Abrigazo de astracán devorado sin misericordia por la polilla.
En fin, no lo toméis a mal y compadecedme, ya que tengo el corazón helado. Siempre aparece algún amargado para estropear la fiesta.
Tras 186 críticas que son montañas de adjetivos elogiosos, pero la mayoría sin explicar por qué, me acojo al mismo sistema de criticar, pero a la inversa. El que quiera,esta vez sí, una magnífica crítica negativa, que lea la de Jorge Luis Borges.
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