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Críticas ordenadas por utilidad
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10
25 de noviembre de 2024
25 de noviembre de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En esta película Lawrence Kasdan exhibe un talento extraordinario, y que por cierto no volvió a mostrar en su carrera al menos hasta hoy, para diseccionar la vida cotidiana. Para revelarnos con una puntería desarmante, que bajo cada pequeño gesto late un universo de contradicciones, deseos y miedos. En Grand Canyon, ese bisturí narrativo alcanza una precisión quirúrgica, iluminando con sensibilidad y profundidad las relaciones humanas en un mundo donde la conexión parece más frágil que nunca.
La película se atreve a plantear preguntas incómodas. ¿Qué nos une? ¿Qué nos separa? ¿Qué significa sobrevivir en una ciudad como Los Ángeles ? Los Angeles, es un escenario que no solo observa, sino que participa activamente como un personaje omnipresente. Kasdan retrata una urbe despiadada, agresiva y fragmentada, un mosaico de vidas atrapadas entre la miseria y el glamour, donde el azar puede ser tan cruel como redentor.
Los personajes, construidos con una precisión casi obsesiva, se sienten vivos, palpitantes, como si los conociéramos desde siempre.
Kevin Kline interpreta a un abogado que empieza a cuestionar su cómoda vida tras un encuentro fortuito con un bondadoso conductor de grúa, encarnado por Danny Glover, cuya interpretación es puro humanismo.
Steve Martin, en un papel inusualmente contenido, representa la vacuidad del éxito en una industria que glorifica la violencia.
Y luego están las mujeres, interpretadas con una intensidad emocional desgarradora por Mary McDonnell, Alfre Woodard y Mary-Louise Parker, aportan una mirada dolorosamente lúcida sobre las grietas de las relaciones y las expectativas no cumplidas.
Kasdan no se limita a tejer una narrativa coral; orquesta una sinfonía de emociones y conflictos internos. Cada personaje carga con sus contradicciones, pero lo hace con una honestidad que conmueve. En Grand Canyon, las conversaciones no son simples intercambios de palabras, sino duelos verbales y confesiones veladas que desnudan las almas.
Los Ángeles, en este film, no es solo un telón de fondo. Es un depredador silencioso, una jungla de asfalto que empuja a sus habitantes al borde del abismo, pero también, de forma paradójica, les ofrece momentos fugaces de salvación. La ciudad es tan protagonista como cualquiera de los personajes, una fuerza invisible que define sus trayectorias y decisiones.
La película está impregnada de una melancolía hermosa, pero nunca gratuita. Kasdan encuentra belleza incluso en los rincones más oscuros de la experiencia humana, invitándonos a creer que, pese a todo, aún es posible encontrar algo parecido a la esperanza. En este retrato de la fragilidad y la fortaleza humanas, el director nos entrega una obra que no solo resuena, sino que se incrusta en la memoria.
Si Grand Canyon nos dice algo, es que vivimos rodeados de un caos que a menudo parece insuperable, pero en esos momentos de caos, de desconexión, también se encuentra el germen de algo esencial: la posibilidad de comprendernos unos a otros, aunque sea por un instante.
La película se atreve a plantear preguntas incómodas. ¿Qué nos une? ¿Qué nos separa? ¿Qué significa sobrevivir en una ciudad como Los Ángeles ? Los Angeles, es un escenario que no solo observa, sino que participa activamente como un personaje omnipresente. Kasdan retrata una urbe despiadada, agresiva y fragmentada, un mosaico de vidas atrapadas entre la miseria y el glamour, donde el azar puede ser tan cruel como redentor.
Los personajes, construidos con una precisión casi obsesiva, se sienten vivos, palpitantes, como si los conociéramos desde siempre.
Kevin Kline interpreta a un abogado que empieza a cuestionar su cómoda vida tras un encuentro fortuito con un bondadoso conductor de grúa, encarnado por Danny Glover, cuya interpretación es puro humanismo.
Steve Martin, en un papel inusualmente contenido, representa la vacuidad del éxito en una industria que glorifica la violencia.
Y luego están las mujeres, interpretadas con una intensidad emocional desgarradora por Mary McDonnell, Alfre Woodard y Mary-Louise Parker, aportan una mirada dolorosamente lúcida sobre las grietas de las relaciones y las expectativas no cumplidas.
Kasdan no se limita a tejer una narrativa coral; orquesta una sinfonía de emociones y conflictos internos. Cada personaje carga con sus contradicciones, pero lo hace con una honestidad que conmueve. En Grand Canyon, las conversaciones no son simples intercambios de palabras, sino duelos verbales y confesiones veladas que desnudan las almas.
Los Ángeles, en este film, no es solo un telón de fondo. Es un depredador silencioso, una jungla de asfalto que empuja a sus habitantes al borde del abismo, pero también, de forma paradójica, les ofrece momentos fugaces de salvación. La ciudad es tan protagonista como cualquiera de los personajes, una fuerza invisible que define sus trayectorias y decisiones.
La película está impregnada de una melancolía hermosa, pero nunca gratuita. Kasdan encuentra belleza incluso en los rincones más oscuros de la experiencia humana, invitándonos a creer que, pese a todo, aún es posible encontrar algo parecido a la esperanza. En este retrato de la fragilidad y la fortaleza humanas, el director nos entrega una obra que no solo resuena, sino que se incrusta en la memoria.
Si Grand Canyon nos dice algo, es que vivimos rodeados de un caos que a menudo parece insuperable, pero en esos momentos de caos, de desconexión, también se encuentra el germen de algo esencial: la posibilidad de comprendernos unos a otros, aunque sea por un instante.

7,2
17.160
10
24 de noviembre de 2024
24 de noviembre de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hablar de Descalzos por el parque es adentrarse en una de esas comedias románticas que, aunque parezcan sencillas, esconden una química casi mágica.
Bajo una magnífica dirección de Gene Saks y con un guion afilado y lleno de gracia, cortesía de Neil Simon, esta película logra un equilibrio perfecto. Lo que podría haber sido una comedia de situación más, se transforma en una joya gracias a la chispa de sus intérpretes y el contraste teatral de sus personalidades.
Jane Fonda brilla como Corie Bratter, una mujer que parece encapsular la energía de la vida misma. Su optimismo, desbordante hasta el punto de la exasperación, y su empeño en buscar la felicidad en cada esquina —incluso en un destartalado apartamento sin calefacción— la convierten en una fuerza de la naturaleza. Corie ese tipo de persona que baila bajo la lluvia, que ve el mundo como un parque interminable por recorrer descalza. Y Jane Fonda lo interpreta con una frescura y un carisma que resultan hipnóticos. Uno no puede evitar sonreír con su actitud, incluso cuando sus arrebatos parecen rozar la exageración cómica .
En el polo opuesto está Robert Redford, que da vida a Paul Bratter, un joven abogado obsesionado con el control, el orden y la previsibilidad. Redford, con su encanto sobrio y su aspecto impecable, encarna a la perfección a ese hombre que parece haber nacido con un traje y un portafolio en la mano. Paul es un contraste fascinante con Corie: donde ella ve un mundo lleno de posibilidades, él percibe riesgos; donde ella encuentra aventura, él identifica caos. Redford, con su mirada contenida y su impecable habilidad para decir tanto con un gesto como con una palabra, consigue que la rigidez de Paul no resulte tediosa, sino encantadoramente humana.
La magia de la película radica en contarnos con maestría, humor e ironía ese choque entre estos dos mundos.
Corie y Paul son como fuego y hielo, y ese enfrentamiento constante de personalidades provoca situaciones tan cómicas como entrañables. Pero lo que podría ser un simple desfile de clichés se convierte en algo más profundo gracias a la humanidad que ambos actores insuflan a sus personajes.
Fonda y Redford no solo muestran las diferencias de sus personajes, sino también cómo esas diferencias pueden ser la clave de una relación vibrante y llena de amor.
En un mundo donde la comedia romántica suele caer en fórmulas predecibles, Descalzos por el parque destaca por su agilidad, su ingenio y su elegancia.
No es solo una película para reír, es un recordatorio de que las relaciones humanas están hechas de opuestos, de acuerdos y desacuerdos, y que a veces ser capaces de tener los pies en el suelo y al mismo tiempo caminar descalzos por la vida es la única manera de encontrar el verdadero equilibrio de la felicidad de una pareja.
Bajo una magnífica dirección de Gene Saks y con un guion afilado y lleno de gracia, cortesía de Neil Simon, esta película logra un equilibrio perfecto. Lo que podría haber sido una comedia de situación más, se transforma en una joya gracias a la chispa de sus intérpretes y el contraste teatral de sus personalidades.
Jane Fonda brilla como Corie Bratter, una mujer que parece encapsular la energía de la vida misma. Su optimismo, desbordante hasta el punto de la exasperación, y su empeño en buscar la felicidad en cada esquina —incluso en un destartalado apartamento sin calefacción— la convierten en una fuerza de la naturaleza. Corie ese tipo de persona que baila bajo la lluvia, que ve el mundo como un parque interminable por recorrer descalza. Y Jane Fonda lo interpreta con una frescura y un carisma que resultan hipnóticos. Uno no puede evitar sonreír con su actitud, incluso cuando sus arrebatos parecen rozar la exageración cómica .
En el polo opuesto está Robert Redford, que da vida a Paul Bratter, un joven abogado obsesionado con el control, el orden y la previsibilidad. Redford, con su encanto sobrio y su aspecto impecable, encarna a la perfección a ese hombre que parece haber nacido con un traje y un portafolio en la mano. Paul es un contraste fascinante con Corie: donde ella ve un mundo lleno de posibilidades, él percibe riesgos; donde ella encuentra aventura, él identifica caos. Redford, con su mirada contenida y su impecable habilidad para decir tanto con un gesto como con una palabra, consigue que la rigidez de Paul no resulte tediosa, sino encantadoramente humana.
La magia de la película radica en contarnos con maestría, humor e ironía ese choque entre estos dos mundos.
Corie y Paul son como fuego y hielo, y ese enfrentamiento constante de personalidades provoca situaciones tan cómicas como entrañables. Pero lo que podría ser un simple desfile de clichés se convierte en algo más profundo gracias a la humanidad que ambos actores insuflan a sus personajes.
Fonda y Redford no solo muestran las diferencias de sus personajes, sino también cómo esas diferencias pueden ser la clave de una relación vibrante y llena de amor.
En un mundo donde la comedia romántica suele caer en fórmulas predecibles, Descalzos por el parque destaca por su agilidad, su ingenio y su elegancia.
No es solo una película para reír, es un recordatorio de que las relaciones humanas están hechas de opuestos, de acuerdos y desacuerdos, y que a veces ser capaces de tener los pies en el suelo y al mismo tiempo caminar descalzos por la vida es la única manera de encontrar el verdadero equilibrio de la felicidad de una pareja.

8,3
24.484
10
24 de octubre de 2017
24 de octubre de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Voy a ver esta película. A ver.......
Película americana de la Twentieth Century-Fox. Uy.., que pelígro. De la industria americana de cine,.. y de 1940
Produce un tal Darryl F. Zanuck. Debe ser un magnate ricachón de la industria americana.
Dirigida por John Ford. Fijo, la típica exaltación del héroe americano.
2 horas después.
Sin palabras.
Película americana de la Twentieth Century-Fox. Uy.., que pelígro. De la industria americana de cine,.. y de 1940
Produce un tal Darryl F. Zanuck. Debe ser un magnate ricachón de la industria americana.
Dirigida por John Ford. Fijo, la típica exaltación del héroe americano.
2 horas después.
Sin palabras.

5,2
223
10
21 de abril de 2025
21 de abril de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Oscar Ladoire es Félix, un director de cine entre apático, cínico y distante que se encuentra en una gasolinera, de viaje de Madrid a Galicia, con Clara ( Mercedes Resino ), una espontánea adolescente que se ha escapado de su casa. La química está servida. Adulto en busca de inspiración y en estado melancólico frente la chica joven, alegre y despreocupada.
El mundo de Félix es el de la pantalla de cine. La película que ha rodado o la que tiene que imaginar le elevan de la monotonía de la vida real.
Bajo esa apariencia fría de receloso director él vive la pasión en las historias que lleva al cine. Y de repente, sin buscarlo, en el mundo real de una gasolinera se encuentra con una adolescente precoz que será su contrapunto cervantino. Ella le captará, le hipnotizará con su provocador carácter y su imaginación entre infantil tardía y adulta precoz para prácticamente para sumirlo en un mar de contradicciones inesperadas, de acercamientos y distanciamientos, de encuentros y desencuentros de dos mundos de dos seres que únicamente podían coincidir en ese puro azar del viaje inesperado en común y que en definitiva, intuyes que después de ese viaje nunca más volverán a ser los mismos de antes porque cada uno ha aportado al otro algo que aunque sin saberlo necesitaban para seguir a salvo cada uno en su viaje por la vida.
Es una película evocadora, de contrastes, por momentos reflexiva y por momentos divertida, por momentos desconcertante, de una apariencia engañosa muy simple que si se sabe valorar merece ser vista.
Nota : La película debió ser un fracaso monumental porque ni Oscar Ladoire ni Mercedes Resino volvieron a hacer, como director él o como actriz ella, algo semejante. Una verdadera pena.
El mundo de Félix es el de la pantalla de cine. La película que ha rodado o la que tiene que imaginar le elevan de la monotonía de la vida real.
Bajo esa apariencia fría de receloso director él vive la pasión en las historias que lleva al cine. Y de repente, sin buscarlo, en el mundo real de una gasolinera se encuentra con una adolescente precoz que será su contrapunto cervantino. Ella le captará, le hipnotizará con su provocador carácter y su imaginación entre infantil tardía y adulta precoz para prácticamente para sumirlo en un mar de contradicciones inesperadas, de acercamientos y distanciamientos, de encuentros y desencuentros de dos mundos de dos seres que únicamente podían coincidir en ese puro azar del viaje inesperado en común y que en definitiva, intuyes que después de ese viaje nunca más volverán a ser los mismos de antes porque cada uno ha aportado al otro algo que aunque sin saberlo necesitaban para seguir a salvo cada uno en su viaje por la vida.
Es una película evocadora, de contrastes, por momentos reflexiva y por momentos divertida, por momentos desconcertante, de una apariencia engañosa muy simple que si se sabe valorar merece ser vista.
Nota : La película debió ser un fracaso monumental porque ni Oscar Ladoire ni Mercedes Resino volvieron a hacer, como director él o como actriz ella, algo semejante. Una verdadera pena.

6,6
12.601
9
2 de enero de 2025
2 de enero de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas que, desde la primera escena, dejan claro que no pertenecen a este mundo, que definen su genero transmitiendo que que han sido creadas en un universo paralelo donde el cine no tiene miedo de ser excesivo, ambicioso y, en ocasiones, absolutamente delirante.
El Gran Salto de Joel Coen es una de esas joyas. Su puesta en escena es impactante, escenarios monumentales, casi operísticos, donde lo extravagante se convierte en arte. La primera escena, un magnífico plano general de un Nueva York imaginado, nos promete que estamos a punto de presenciar algo fuera de lo común. Y los hermanos Coen, fieles a su reputación, no decepcionan. La película tiene un arranque prodigioso, ese tipo de inicio que te atrapa y no te suelta. Y de ahí en adelante, es un despliegue constante de brillantez cinematográfica. Los Coen juegan con el montaje, no hay una escena que se detenga más de lo necesario, pero tampoco una que no tenga algo que aportar. Es cine moderno en su ritmo, pero profundamente clásico en espíritu, como un homenaje cariñoso a las grandes comedias de los años 40. Hay más que ecos del cine de Frank Capra o Howard Hawks.
La historia en sí es una genialidad. ¿Cómo no quedarse fascinado por una trama que absolutamente brillante? Un joven ingenuo, interpretado de manera magistral por Tim Robbins, pasa de trabajar en la sala de correos a ser el presidente de Hudsucker Industries en un solo día. Todo esto, por supuesto, como parte de una conspiración siniestra de la junta directiva que ante la inesperada desaparición del Presidente deciden hundir a propósito el valor de las acciones para comprarlas y hacerse con el control de la sociedad. Robbins encarna a ese soñador tonto, alto y torpón, que parece fácil de manipular pero tiene más ambiciones de las que se puede suponer.
El reparto está a la altura del ingenio de la historia. Jennifer Jason Leigh deslumbra como la periodista audaz y desencantada, cuya evolución de la burla al amor hacia Robbins es tan convincente como divertida. Y luego está Paul Newman, ese villano digno de las obras de Capra: frío, manipulador, con una falta total de escrúpulos y una presencia que llena la pantalla. Incluso los personajes secundarios —el ascensorista, el conserje siniestro, los miembros caricaturescos de la junta directiva— están interpretados con un desparpajo que raya en lo sublime.
Y aunque es una comedia que no se toma a sí misma demasiado en serio, no es difícil ver el mordaz comentario social bajo la superficie. La codicia, la deshumanización de los trabajadores, la lucha de clases y el capitalismo salvaje están aquí tratados con humor cáustico e ironía burlesca. Es una crítica que, lejos de caer en el panfleto, utiliza la caricatura inteligente para desnudar lo absurdo de esas dinámicas del poder mercantil.
El Gran Salto no es una película que simplemente se ve; se experimenta. Es entretenida, ingeniosa, y tan surrealista que por momentos parece un sueño. Pero, como todo gran arte, nunca pierde su conexión con la humanidad que la inspira. Es una obra que merece ser vista, y para quienes estén dispuestos a dejarse llevar por su peculiaridad, también merece ser celebrada
El Gran Salto de Joel Coen es una de esas joyas. Su puesta en escena es impactante, escenarios monumentales, casi operísticos, donde lo extravagante se convierte en arte. La primera escena, un magnífico plano general de un Nueva York imaginado, nos promete que estamos a punto de presenciar algo fuera de lo común. Y los hermanos Coen, fieles a su reputación, no decepcionan. La película tiene un arranque prodigioso, ese tipo de inicio que te atrapa y no te suelta. Y de ahí en adelante, es un despliegue constante de brillantez cinematográfica. Los Coen juegan con el montaje, no hay una escena que se detenga más de lo necesario, pero tampoco una que no tenga algo que aportar. Es cine moderno en su ritmo, pero profundamente clásico en espíritu, como un homenaje cariñoso a las grandes comedias de los años 40. Hay más que ecos del cine de Frank Capra o Howard Hawks.
La historia en sí es una genialidad. ¿Cómo no quedarse fascinado por una trama que absolutamente brillante? Un joven ingenuo, interpretado de manera magistral por Tim Robbins, pasa de trabajar en la sala de correos a ser el presidente de Hudsucker Industries en un solo día. Todo esto, por supuesto, como parte de una conspiración siniestra de la junta directiva que ante la inesperada desaparición del Presidente deciden hundir a propósito el valor de las acciones para comprarlas y hacerse con el control de la sociedad. Robbins encarna a ese soñador tonto, alto y torpón, que parece fácil de manipular pero tiene más ambiciones de las que se puede suponer.
El reparto está a la altura del ingenio de la historia. Jennifer Jason Leigh deslumbra como la periodista audaz y desencantada, cuya evolución de la burla al amor hacia Robbins es tan convincente como divertida. Y luego está Paul Newman, ese villano digno de las obras de Capra: frío, manipulador, con una falta total de escrúpulos y una presencia que llena la pantalla. Incluso los personajes secundarios —el ascensorista, el conserje siniestro, los miembros caricaturescos de la junta directiva— están interpretados con un desparpajo que raya en lo sublime.
Y aunque es una comedia que no se toma a sí misma demasiado en serio, no es difícil ver el mordaz comentario social bajo la superficie. La codicia, la deshumanización de los trabajadores, la lucha de clases y el capitalismo salvaje están aquí tratados con humor cáustico e ironía burlesca. Es una crítica que, lejos de caer en el panfleto, utiliza la caricatura inteligente para desnudar lo absurdo de esas dinámicas del poder mercantil.
El Gran Salto no es una película que simplemente se ve; se experimenta. Es entretenida, ingeniosa, y tan surrealista que por momentos parece un sueño. Pero, como todo gran arte, nunca pierde su conexión con la humanidad que la inspira. Es una obra que merece ser vista, y para quienes estén dispuestos a dejarse llevar por su peculiaridad, también merece ser celebrada
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