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Críticas 44
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
21 de agosto de 2009
613 de 735 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entrar en esta película es enfrentarte con tu propia naturaleza. Es convertirte en testigo de un hecho que revelará algo muy jodido que intuías pero no te atrevías a expresar. Entrar en esta película quizás no tenga vuelta atrás. Como el orondo y ególatra señor Von Trier resulta que es también un virtuoso del cinematógrafo y una persona extremadamente inteligente (y extrañamente desequilibrada, como todo genio) ha sucedido el milagro o el atisbo de magia que consiste en hacer no una película redonda, porque no lo es, pero sí una obra equipada de moralidad ambigua y bien calzada con botas de tacos de madera dispuesta a sacudir una patada en los huevos a aquel que se atreva no a verla, que eso es muy fácil, sino a pensar en ella. Y ojo, que no la considero la cinta más transgresora del danés, por mucho que se esté hablando sobre ello, si acaso la cinta que plantea el tema más espinoso para ciertos sectores del público, que podrán tacharla de misógina y lo harán. Desde luego es la más bella de su director y una de las cintas mejor fotografiadas que haya visto en mi vida. El prólogo en sí mismo es una pequeña obra maestra que forja el equilibrio perfecto entre narración, tono, color, música, ambientación y presentación formal. El caso es que Lars, como no quiere a sus personajes, hace con ellos lo que le sale de la claqueta, y si a eso le añades que suele trabajar con algunos de los actores más valientes y entregados, la mezcla acaba pariendo monstruosidades indeciblemente hermosas, dolorosas y sinceras como esta. ¿Y qué es esto? pues definitivamente es una de las inmersiones más profundas que se hayan practicado jamás en busca del origen de la maldad humana. Y esa maldad, genética y filosóficamente, nace de la madre, como todo ser vivo, como todo en este mundo que pueda circunscribirse a la naturaleza. Poco tiempo después de la tragedia, el marido (¿cuántas personas mencionarían a Dafoe entre los tres mejores actores vivos?) se convierte en el terapeuta de su mujer sin que nadie se lo pida, llevándosela a su casita del bosque para que esta pueda afrontar sus miedos, derivados de un cuadro de duelo patológico. Su duelo, el de él, al parecer es común y acepta la muerte de su bebé con entereza. El concepto del film reside en que esta mujer traumada considera la naturaleza como "la Iglesia de Satán", algo malvado y cruel. Y si la naturaleza es mala, mala será su matriz, su útero, y por ende lo femenino.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El cuerpo femenino no lo rige la mujer, lo gobierna la naturaleza, y la naturaleza utiliza olores y colores para ser fecunda. En la mujer, ese arma de doble filo es su cuerpo y su propio sexo. Por eso, parece que después de la muerte de su hijito, le da miedo la naturaleza y se llega a odiar a sí misma. Durante gran parte del film se nos hace creer que es ella la que teme a la naturaleza, pero finalmente comprenderemos que es la naturaleza la que la repele a ella, quizá por haberse revelado. De hecho, como sabremos justo en el momento en que todo se llene de sangre, desde aquel verano, que sería el último de su bebé, ella comenzó a mutilar a los animales (a los tres mendigos) y a cambiar los zapatos de pie a su niño. Para modificar la naturaleza, para crear un limbo antinatural y combatir (o entregarse a) esa crudeza, esa violencia inherente del bosque. Quizá como rito satánico, para convencerse a sí misma de sus propias creencias, alimentadas por poco recomendables lecturas, como prueba irrefutable de que cualquier tesis puede ser defendida argumentadamente y llevada a cabo. Para cuando él lo descubre, todo se precipita en una ola de gore más o menos explícito que desemboca en el peor de los hallazgos. "Una mujer, cuando llora, está tramando algo", dice la impresionante - y extrañamente bella entre las feas - Charlotte Gainsbourg. Ella permitió la muerte de su hijo, ella utilizó a su marido para darse muerte a ella misma, ella acabó teniendo toda la razón, a pesar de que su marido no la considerara tan lista como él y tachara su tesis de simplista. Al final, el marido se convierte en asesino, y descubre que los síntomas que él mismo diagnosticó de ansiedad, son por el contrario los síntomas de la furia asesina. Él le pedía a ella que se dejara invadir por el verde, que formara parte de la naturaleza, porque él mismo lo era. Y la naturaleza, al fin, acaba siendo tan cruel como ella vaticinó. Acaba siendo la única asesina real, pues muestra la supervivencia como asesinato. Porque los cuadros normales de tristeza no existen, es una infamia el hecho comprobado de que se pueda superar la muerte de un hijo. en un momento dado, ella dice que se quiere morir también, pero él no le deja... ¿acaso existe algo más práctico, realista, doloroso y cruel que este acto? La paradoja reside en que, si todos aceptamos el anverso cruel y malvado de la naturaleza, ¿por qué nos parece tan demoníaco lo antinatural? En el epílogo, todas las mujeres maltratadas por los hombres que las consideraban brujas, salen al encuentro del monte, liberadas por su salvador. El bosque se llena de brazos y piel, no se distingue entre naturaleza humana y naturaleza verde. Por fin entendemos que el mal es mal tanto aquí adentro como allá afuera.
5 de septiembre de 2007
375 de 434 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida eterna queda desligada del tiempo, huye de su significado y florece dentro de una nebulosa moribunda. La muerte es un acto de creación, y el sentido mismo de la vida no reside en el tiempo que pasamos viviendo, sino en el tiempo que realmente destinamos a ser felices y no buscando esa felicidad. Por eso esta ''Fuente de la Vida'' de Aronofsky no nos habla de ser inmortales, o sí lo hace, pero para corroborar su sentido opuesto o diferenciado de esa utopía, de esa ciencia-ficción. ''The Fountain'' no es opulenta ni pretenciosa como así nos lo querían hacer ver, pues es todo lo pretenciosa que pudiera ser una historia de amor entre un hombre y una mujer. No obstante, tampoco se trata de una historia cualquiera, sino aquella que muestra la verdadera esencia de lo que significa el amor, que nos enfrenta directamente al problema de la escasez del tiempo con el que contamos y de nuestro error existencial al no saber qué hacer con él. Nos habla de un doctor enamorado de una chica que es un ángel en la Tierra, una chica con un tumor mortal cuyo marido pasa más tiempo en el laboratorio intentando encontrar una cura a su enfermedad que pasando con ella sus últimos días. La cruel metáfora de la vida, un espejo roto en el que vemos reflejado cómo se nos escapa el tiempo sin que hagamos nada más con él que intentar alargarlo y ensancharlo inútilmente. Por eso Aronofsky nos dice que la vida eterna no consiste en tener más tiempo, sino en elegir la opción correcta, salir corriendo detrás de esa preciosa mujer hacia el campo nevado y no hacia las probetas y los monos de laboratorio. La vida es un libro inconcluso donde relatamos en tinta negra la odisea de una búsqueda, tinta negra con la que nos tatuamos la idea de un compromiso eterno que se extravió por el camino, señal inequívoca de que no hacíamos lo que realmente deseábamos. Las imágenes de esta obra maestra son tan poderosas, (en su concepción tanto como en su abstracción, en su plano estético y filosófico, o como simple canto a la vida) que volvemos a estar delante de un ser con vida propia que hace suyo el milagro del cine: transmitir a otro nivel por encima del lenguaje, clavarse como un dardo en el hipotálamo y extenderse como un dulce veneno a través del alma. Un alma que vive en una urna de cristal líquido viajando a cientos de miles de kilómetros por hora surcando el universo hacia Xibalba, donde el árbol de la vida volverá a renacer, o donde por fin comprenderemos que ''juntos para siempre'' no es sólo una abstracción brotada de la boca de un corazón enamorado, pues su significado trasciende la esencia mortal de la carne, trasciende el alimento de la madera de la vida, el vello erizado al contacto de unos labios amantes, las pisadas sobre el barro que circunda la presencia arbórea de una vida marchitándose ante un corazón en pena; la conquista de la Nueva España en busca de una utopía que no está más allá que dentro de nosotros mismos.
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Al final, el doctor Creo, en lugar de continuar su búsqueda de la inmortalidad, comprende por fin que la muerte es necesaria porque da sentido a la vida, que el amor y la pasión no tendrían cabida en este mundo si viviéramos para siempre. Por todo esto, ''The Fountain'' constituye una fábula empírica, un experimento del sentir humano, un cuento de hadas desde el otro lado de la imaginación, que nos sugiere que la vida nace de la muerte, es naturaleza, florece y se marchita, pero a su vez crea un alma que levita por encima de las ramas retorcidas y suplicantes, acepta que la eternidad parte de la comprensión de que nuestro sitio no está sólo aquí, que la vida eterna es compromiso, y ese compromiso es un anillo que nunca debemos quitarnos bajo ninguna circunstancia, pues es el amor y el recuerdo, la plenitud de cada momento que hemos vivido entre esa naturaleza verde y exuberante, entre la pureza de una nieve que cae en delicados copos sobre lo que más amamos en vida, que hará de la muerte un mero trámite con el que completaremos un círculo infinito. Muerte, vida, creación, amor, destino y compromiso. Para siempre.
6 de septiembre de 2007
289 de 314 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde Terciopelo Azul, nadie había conseguido captar en la gran pantalla de una manera tan excepcional la vida cotidiana de un típico barrio americano. Sam Mendes lo hace a base de imágenes atemporales grabadas para siempre en el limbo de nuestra memoria colectiva. American Beauty es tan hermosa y posee a su vez un mensaje tan abrumadoramente doloroso y cotidiano que casi podemos sentirla como algo vivo. Son las tinieblas agazapadas en las miserias apáticas de una familia como otra cualquiera, tan normal como hubiera cabido esperar en una urbanización de clase media alta de ese sueño americano que tanto se empeñan en demostrarnos que aún sigue vivo. Pero la realidad es que su mensaje de monotonía e infelicidad es tan universal que no podemos considerarla como algo lejano y ajeno a nosotros. Trata una realidad que nos concierne y nos empapa por completo cada día: la vida en matrimonio, cada vez más impersonal, sin rastro de pasión sexual, abocada a los tonos grises de la apatía y la ausencia de sueños y de ilusión; la relación entre padres e hijos, incomunicativa y violenta, casi como extraños que viviesen bajo el mismo techo...
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durante el metraje, asistimos a un progresivo ejercicio de salvamento individual, en el que cada uno intenta aferrase a algo fuera de lo normal para demostrarse a sí mismo que sigue vivo: la ambiciosa mujer se lía con un vendedor de casas de la competencia; su marido comienza a fumar marihuana y a hacer ejercicio con la esperanza de poder tirarse a la mejor amiga de su hija; la propia hija se enamora de su nuevo vecino, un chico extraño e introvertido que se refugia en su cámara de vídeo para escapar de la férrea disciplina de su padre e intentar ver la belleza de este mundo a través de su objetivo, nunca directamente con sus ojos. Quizá sea el padre del chico, el marine retirado, el personaje más inquietante de esta soberbia película, pues parece estar encarcelado por sus propios pensamientos homófobos y evidentemente nazis, cortando de raíz todo intento por parte de su propia alma de ser feliz y poder expresar su homosexualidad libremente. La película está sabiamente montada y dirigida, revelándonos desde el principio que el protagonista va a morir inminentemente, y no por ello provocando que decaiga el interés. También es interesante el uso que hace Mendes de los pétalos de rosa y del color rojo en general, símbolo de la pasión y de la lujuria... pero también de peligro (la puerta de la casa, el vestido de su mujer, las flores...). Se trata de una bella representación de la vida y de la muerte, sustentada en unas brillantes interpretaciones, en unos ágiles y cínicos diálogos, y en un humor tan mordaz y espontáneo como las ganas de vivir que les entran a todos cuando por fin comienzan a oler en el aire ese tufo de mortal monotonía. Sólo al final, segundos antes de que el personaje encarnado por Spacey reciba un tiro en la nuca, descubren que lo que importa es realmente lo que daban por perdido, y la solución es tan evidente que siempre se les escapaba por completo. La sensación final es de que quizás ya no tengamos tiempo para la redención, pero también la de que al fin y al cabo, sólo nos daremos cuenta de lo bella que es nuestra miserable e insignificante vida hasta que la perdamos. Y entonces ya sí que será demasiado tarde. Para todos.
25 de enero de 2010
281 de 335 usuarios han encontrado esta crítica útil
La broma judía de los Coen tiene esa cualidad mágica que habita en la azotea del cine actual y rasca con los dedos estirados el concepto de maestría, provocando que les perdonemos al instante, como tantas otras veces, las tonterías que asiduamente vienen realizando desde los albores de su carrera. Este Serious Man es el anverso de la moneda que hace tiempo lanzaron al aire los hermanos, y que primero cayó del lado de Barton Fink. Si aquel era un judío altivo que escribía para confirmar su estátus de superhombre que miraba por encima del hombro al vulgo social, este que ahora nos ocupa es un judío reprimido que forma parte de ese vulgo y ni intenta ni desea estar por encima de nadie. Si al primero lo pisaban por querer asomar la cabeza y le dejaban claro que su lugar estaba entre la gente sin talento reconocido, a este le pisan (y retuercen el tacón sobre su cadáver) por ser un pusilánime amante del nonadismo, amparado en la Ley de un Dios judío que está demasiado ocupado no existiendo. En esta ocasión, la cinta, que comienza con un cortometraje que es una píldora del carácter lúdico, enigmático y absurdo de lo que vendrá a continuación, se fundamenta en el humor, la exasperación y la exageración de todos los elementos que la configuran (situaciones, caracteres y actuaciones). Todo esto, que no es más que la definición del cine de los Coen, sublima en el momento en que estos deciden ir un paso más allá y dejar claro que se trata de una obra mayor, una obra de calado. Y la fundamentan en la broma y en la sobreinterpretación, una perfecta simbiosis que puede hacer de nosotros, como espectadores, unos estúpidos pedantes que no sepamos encajar bromas, o unos cachondos sin cerebro que no sepamos leer entre líneas. No hay término medio. Pedes ver un mensaje oculto entre las filas engarzadas de números y letras que doblan el cuadernito del hermano patizambo, o en las muelas yiddish del gentil que acude a la consulta del dentista, así como un lema sagrado en la letra de la canción de los Airplane. Pero no hay nada. Es una broma. Como también parece una broma que los fieles se puedan creer esas palabras vacías de los rabinos sobre aparcamientos y perspectivas. En ellas no hay más encriptación divina de la que pudiera sugerirnos la desorientación de un burro en un garaje. Todos estamos perdidos, y si no hacemos nada más que aceptar las cosas como vienen y achacarlo indefectiblemente a la voluntad de Dios, acabaremos siendo recompensados con un montón de la misma mierda. Suprimir la propia voluntad es la mejor manera de afrontar las calamidades si uno vive en una parcela sin vallar. Por no hacer nada es por lo que se nos castiga, aunque no lo sepamos ni lo podamos entender. Son designios de la Voluntad de Dios y no hay nada que podamos hacer al respecto. ¿O quizá es que no hacer nada es lo más fácil?
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Sea como fuere, nuestro héroe busca el porqué de todo lo que le ocurre, y se extraña ante la ausencia de respuestas. Pero no se atreve a actuar. Nunca hace nada que haya nacido de su propio entusiasmo por vivir. Salvo al final. Y es ese final el que acaba por engrandecer una película destinada a replegarse sobre sí misma y repetirse. El final hace trascender la broma, y nos arroja de lleno en el terreno de la sobreinterpretación. Nuestro Larry acepta el soborno de su alumno coreano, y de inmediato surgen dos consecuencias letales. Habla Dios por primera vez en la película. Algunos pensarán que está enfadado porque su corderito sin alma ha tomado una decisión descarriada. Y que le castiga con la muerte, anunciada por su médico al aparato telefónico, que le cita en su consulta; y con un tornado que arrasará y levantará todo el pueblo por los aires. Dios sólo existe cuando queremos/buscamos un castigo, y ese Dios lo crea nuestra propia voluntad, anulada hasta el mismo momento en que lo creamos. O no. Recuerden que esto es una broma, y que nosotros no podemos hacer más que sobreinterpretar. Por eso, creo que el final no nos cuenta un castigo, sino más bien todo lo contrario. Así, la llamada telefónica del médico, que curiosamente parece bastante animado, es para decirle a su paciente que en las pruebas que le practicaron aparecen una serie de extraños mensajes labrados en sus intestinos hebreos, y que traducidos vienen a decir algo como: "voy a calzarme a la guarra de la vecina de al lado mientras nos mira la zorra de mi mujer, porque como no lo haga, me va a salir una úlcera en el estómago". ¿Y el tornado? Bueno, el tornado quizá sólo se lleve por delante al gordo que no hace más que perseguir a su hijo por dinero, pues está mirando hacia el ombligo de viento con una torrija importante. O quizá se los lleve a los dos, porque, si algo sabemos, es que el chaval, allí donde esté, necesitará a alguien a quien amar. Pero no hay castigo divino. Si Dios ha hablado, es para premiar la acción. Definitivamente, la vida es para los valientes. O puede que sea yo, que estoy sobreinterpretando...
2 de septiembre de 2008
237 de 281 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ahora sé que no estoy sólo en este mundo, que ya hubo alguien antes que yo creciendo en los brazos del ensueño y mamando de las cenizas que caían como polvo desde el tejado de su locura. Que cagaba versos infinitamente bellos del color de las tiras de carne desgarrada que le servían viscosas para el más romántico onanismo. Que dejó de vivir el día que dejó de amar, que nunca se atrevió a amar por un miedo que le volvía loco, que en más de una ocasión pudo verse a sí mismo actuando demasiado mal y forzado en la eterna, lúcida, brumosa, plastificada y tenebrosa película de la vida. Ya nunca dejaré de temer la vida ni me ahogaré yo solo con mis sábanas. El tesoro seguirá allí abajo, brillando encostrado entre las encías picadas del mismo río sucio que me devora a cada instante... pero ya no nadaré solo, nunca más volveré a hacerlo solo, ya no. Me bajé de los hombros de mi hermano y nunca más volví a patear las montañas mirando a los demás con desprecio. Seguí escribiendo esperando a que mi amor, mi dulce amor, mi único y verdadero amor, saliese del armario con su luz resplandeciente y me susurrara al oído aquella retahíla de palabras engarzadas. Aquella que guardaba el pueril secreto que Léolo y yo compartimos, pero que nunca podremos contar a nadie más. Porque, después de todo, hemos acabado en la misma sala común del hospital, esa que cercena nuestro ramillete de venas verdes por la esperanza de ser distintos, la sala común que hemos de compartir con nuestra familia, con el resto de los locos. Léolo se rindió y ya nunca más pudo ni quiso volver a soñar. Yo sé que algún día me rendiré y acabaré bañado en su mismo hielo. Sé que la vida acaba con uno mucho antes de que uno encuentre la muerte. Jamás aprendí a vivir en este mundo y ahora sé que no soy el único. Sé que hay personas que sufren, pero la droga del alma es indeciblemente más devastadora que cualquier laxante de pecados en forma de polvo, de pastilla o de alcohol. En contadas ocasiones me había quedado sin palabras ante una película, pero sólo esta he sido capaz de comprender hasta con las uñas de los dedos de los pies. No me queda más que agradecer a Jean-Claude Lauzon que muriera artísticamente delante de nosotros y pintara con su sangre el más bello cuadro en verso que se haya pintado jamás. Poco después murió su carne de forma trágica, pero él ya se había vaciado por entre estos fotogramas. Léolo es Lauzon, y sé que yo soy Léolo. Cualquiera que sea Léolo al ser vomitado encima por esta cinta será Lauzon, y yo seré esa persona.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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En este pedazo de alma hay mucho más que un montón de imágenes toscas y cálidas regadas con música sensual y cebadas con palabras que evocan imágenes sensuales regadas de música tosca y cálida. En este pedazo de alma colectiva presenciamos la muerte del artista en detrimento del alimento de la vida. Barton Fink era el creador que nos mostraba la vida de la mente, que guardaba celoso el fruto de sus meninges y le arrebataba a Dios lo que no era de nadie porque nadie se atrevía a solicitarlo para él. Barton lo hacía. Léolo, en cambio, arranca y arruga cada pedazo de papel después de haberlo garabateado. No guarda nada porque su celo no tiene sentido en ese mundo. En ese mundo uno sólo puede permanecer flotando entre la mierda durante un breve periodo de tiempo en el que sueña que ama y escribe para recordarse que aún sigue vivo. Pero si Barton Fink suicidaba su talento al descubrir que no tenía talento - porque no se le reconocía ningún talento -, Léolo arroja bien lejos, fuera de sí, su talento para sobrevivir y se entrega a la locura de una vida normal en la que no necesita ningún reconocimiento por parte de nadie y el talento además le hace llorar. Es la otra cara de una moneda que nos hemos tragado y después habremos de cagar, no sin antes apretar bien fuerte. Gracias Lauzon por haberme mostrado que no estoy solo, que tú también anduviste a gatas tras los finos tobillos de aquella morena de luz de luna. Y que ahora no nos queda más que la pena punzante de ese pecho henchido de orgullo en el que creímos, pero que no nos dejó más que la pena de haber vivido una mentira que, de cualquier forma, siempre fue mejor que la realidad de ser uno más.
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