You must be a loged user to know your affinity with VictorRodrigo
Críticas ordenadas por utilidad
Movie added to list
Movie removed from list
An error occurred

6,1
8.675
6
4 de octubre de 2018
4 de octubre de 2018
56 de 75 usuarios han encontrado esta crítica útil
Suspiria, la nueva película de Luca Guadagnino, ha inaugurado la 51ª edición del Festival de Sitges con un auditorio abarrotado. El director italiano se ha adentrado en un largometraje de más de dos horas y media para brindarnos un remake de una película, también italiana, del año 1977 con el mismo nombre.
Guadagnino reaparece en las salas de cine con un cambio totalmente radical de su registro. Después de deslumbrar a medio mundo con la delicada, romántica y poética "Call me by your name", el director nos traslada al Berlin de 1977 rodeados de tinieblas, sangre y una película que desgasta físicamente.
Susie Bannion (Dakota Johnson) es una bailarina que decide huir de Ohio para entrar en una prestigiosa compañía de danza de Berlín. Una de las profesoras, Madame Blanc (Tilda Swinton), se deslumbra por el talento de la joven y la acepta. A partir de aquí, la ingenuidad de Susie ante un sueño y un mundo nuevo se desploma tanto para el personaje como para los espectadores, que descubren los rincones más oscuros, tenebrosos y diabólicos de la compañía de danza.
La trama también descubre un tercer personaje principal, el doctor Josef Klemperer (también interpretado por Tilda Swinton), un psicólogo que trata una de las bailarinas de la compañía. Es la visión científica, la personificación de la razón, arrastrado por un pasado donde el nazismo y la posguerra alemana son cadenas para un anciano ahogado por la pena de perder a su esposa.
La película es desconcertante y sufre por culpa de un guión demasiado largo para conseguir llegar a ciertos hechos que son previsibles o desencadenantes de por si. Guadagnino pone de manifiesto su talento hacia una simbiosis entre la banda sonora y diversos planos de cámara (que varían de los más estáticos hasta zooms de primer plano) pero no termina de convencer.
Hay ciertas escenas perturbadoras, que cierto tipo de público deberá apartar la vista por el nivel explícito de las imágenes. Sin embargo, "Suspiria" es como una piedrecita que empieza a rodar desde la cima de una montaña esbelta hasta caer, aumentando hacia un ritmo vertiginoso y de golpe detenerse en seco. La pregunta final es ¿eran necesarias tantas vueltas?
La belleza visual es innegable, pero la falta de un guión sólido que no pretenda tocar tantos palos sin acabar de rematar todas las incógnitas hubiera sido un punto mucho más a favor. Un reparto muy femenino, donde las mujeres lideran, manipulan, ríen, lloran, atacan y se defienden, en definitiva: son las protagonistas. Sin embargo, no acaba de cerrarse bien un círculo que se presentaba prometedor.
"Suspiria", en definitiva, es mucho más que un suspiro. Es un grito lánguido y perturbador, un grito empoderador femenino. Un homenaje visual a la danza pero con una capa demasiado fina para aterrizar entre las grandes películas de terror. Los amantes del original no saldrán contentos (aunque Tarantino salió llorando de emoción).
Guadagnino reaparece en las salas de cine con un cambio totalmente radical de su registro. Después de deslumbrar a medio mundo con la delicada, romántica y poética "Call me by your name", el director nos traslada al Berlin de 1977 rodeados de tinieblas, sangre y una película que desgasta físicamente.
Susie Bannion (Dakota Johnson) es una bailarina que decide huir de Ohio para entrar en una prestigiosa compañía de danza de Berlín. Una de las profesoras, Madame Blanc (Tilda Swinton), se deslumbra por el talento de la joven y la acepta. A partir de aquí, la ingenuidad de Susie ante un sueño y un mundo nuevo se desploma tanto para el personaje como para los espectadores, que descubren los rincones más oscuros, tenebrosos y diabólicos de la compañía de danza.
La trama también descubre un tercer personaje principal, el doctor Josef Klemperer (también interpretado por Tilda Swinton), un psicólogo que trata una de las bailarinas de la compañía. Es la visión científica, la personificación de la razón, arrastrado por un pasado donde el nazismo y la posguerra alemana son cadenas para un anciano ahogado por la pena de perder a su esposa.
La película es desconcertante y sufre por culpa de un guión demasiado largo para conseguir llegar a ciertos hechos que son previsibles o desencadenantes de por si. Guadagnino pone de manifiesto su talento hacia una simbiosis entre la banda sonora y diversos planos de cámara (que varían de los más estáticos hasta zooms de primer plano) pero no termina de convencer.
Hay ciertas escenas perturbadoras, que cierto tipo de público deberá apartar la vista por el nivel explícito de las imágenes. Sin embargo, "Suspiria" es como una piedrecita que empieza a rodar desde la cima de una montaña esbelta hasta caer, aumentando hacia un ritmo vertiginoso y de golpe detenerse en seco. La pregunta final es ¿eran necesarias tantas vueltas?
La belleza visual es innegable, pero la falta de un guión sólido que no pretenda tocar tantos palos sin acabar de rematar todas las incógnitas hubiera sido un punto mucho más a favor. Un reparto muy femenino, donde las mujeres lideran, manipulan, ríen, lloran, atacan y se defienden, en definitiva: son las protagonistas. Sin embargo, no acaba de cerrarse bien un círculo que se presentaba prometedor.
"Suspiria", en definitiva, es mucho más que un suspiro. Es un grito lánguido y perturbador, un grito empoderador femenino. Un homenaje visual a la danza pero con una capa demasiado fina para aterrizar entre las grandes películas de terror. Los amantes del original no saldrán contentos (aunque Tarantino salió llorando de emoción).
15 de agosto de 2019
15 de agosto de 2019
70 de 106 usuarios han encontrado esta crítica útil
La década de los años 60 fue una época gloriosa para la industria del cine de Hollywood. El séptimo arte gozaba de un éxtasis de producciones, nuevos géneros, estrellas con un impacto mediático que transgredía fuera de la pantalla y toda una ciudad donde se recogían todos estos ingredientes: Los Ángeles. En 1963 nació Quentin Tarantino en Knoxville, Tennessee. Dos años después, se mudaba con la familia a la ciudad de las estrellas, el escenario que cambiaría la vida del futuro realizador, la del cine y la de millones de personas. La novena y penúltima película de Tarantino ha dicho por activa y por pasiva que una décima sería la última de su carrera- es una carta de amor serena, nostálgica y madura a toda aquella época. El resultado es sólido, bajo una expectativa de magnitudes exageradas, fruto de la icónica figura del director y los actores que le acompañan en esta aventura.
Érase una vez ... en Hollywood disfruta de varios ingredientes de altísima calidad, cocinados a fuego lento, que presentan un plato cinematográfico de nivel pero distinto al que nos tiene acostumbrado Tarantino. Leonardo DiCaprio y Brad Pitt co-protagonizan el viaje entre estudios, decorados y bulevares cargados de pósters de películas. Encarnan un actor venido a menos, Rick Dalton y su doble de acción, Cliff Booth, en el ecosistema de Hollywood, una industria selvática donde sobrevivir después de estar en la cresta de la ola es un esfuerzo titánico. Su relación, actor-doble de acción, es otro apartado nostálgico de un modo de cine que Tarantino quiere rendir homenaje. En este escenario de estrellas, Tarantino nos presenta la actriz -real- Sharon Tate (Margot Robbie), vecina del protagonista, que juega un papel irregular en la trama.
Los dos actores representan el fin de una era, de una manera de hacer cine que todos aquellos que participaron y la disfrutaron miran atrás con nostalgia, cigarrillo en mano y un resoplido de horror para dar paso a los nuevos años 70: hippies, drogas, una moral desenfrenada. En este contexto, Tarantino introduce de una manera irregular a Charles Manson y su "familia", que cometerían varios asesinatos en masa. Con Hollywood de trasfondo, estas dos tramas arrancan paralelas hasta reencontrarse en un final made in Tarantino. Gags, cine dentro del cine, rodajes y vida de estrellas entre vestuarios son otros de los ingredientes con marca de la casa que los espectadores disfrutarán. Las expectativas, sin embargo, son mucho más altas que el resultado real que se encontrará el espectador.
Es por eso mismo que el nuevo film del director de Knoxville es el más sereno, maduro y casi romántico -a una manera de hacer, disfrutar y ver cine- que ha hecho nunca en su carrera. El in crescendo es mucho más lento de lo que nos ha tenido acostumbrados, ciertas escenas se alargan sin recrearse y la ambientación es adictiva. El apartado técnico de la novena obra de Tarantino es sensacional, un trabajo de orfebrería absoluta, elevada al máximo gracias a una persona: DiCaprio. El actor merece, sin lugar a dudas, la nominación a cualquier premio por esta película. Como los buenos vinos y el artista renacentista con quien comparte nombre, Leonardo nos regala una vez más sus dotes interpretativas, como un camaleón, como un monstruo cinematográfico que se come la pantalla cada vez que se pone ante la cámara de Tarantino. Brad Pitt es la pareja perfecta, en buena sintonía, con una química que arrancará sonrisas al público.
El papel de Margot Robbie en esta película es un misterio. Sin ella, el guión y la trama podrían funcionar perfectamente. La expectativa gira sobre ella en la temática de los Manson pero la interpretación final correrá a cargo del mismo Tarantino y todos aquellos que juzguen la película. No le encuentro otra explicación que la de ser un cebo de un mago que te engaña, haciéndote creer que la trama irá por un lugar y acaba marchando hacia otro. El toque final que nutre esta película para pasar del notable es la banda sonora. Quentin Tarantino es un maestro en el apartado sonoro pero este homenaje a la música de los años 60, a las canciones que sonaban en las radios -que bien vertebra el sonido radiofónico, los coches, los locales-, es sensacional.
Érase una vez ... en Hollywood disfruta de varios ingredientes de altísima calidad, cocinados a fuego lento, que presentan un plato cinematográfico de nivel pero distinto al que nos tiene acostumbrado Tarantino. Leonardo DiCaprio y Brad Pitt co-protagonizan el viaje entre estudios, decorados y bulevares cargados de pósters de películas. Encarnan un actor venido a menos, Rick Dalton y su doble de acción, Cliff Booth, en el ecosistema de Hollywood, una industria selvática donde sobrevivir después de estar en la cresta de la ola es un esfuerzo titánico. Su relación, actor-doble de acción, es otro apartado nostálgico de un modo de cine que Tarantino quiere rendir homenaje. En este escenario de estrellas, Tarantino nos presenta la actriz -real- Sharon Tate (Margot Robbie), vecina del protagonista, que juega un papel irregular en la trama.
Los dos actores representan el fin de una era, de una manera de hacer cine que todos aquellos que participaron y la disfrutaron miran atrás con nostalgia, cigarrillo en mano y un resoplido de horror para dar paso a los nuevos años 70: hippies, drogas, una moral desenfrenada. En este contexto, Tarantino introduce de una manera irregular a Charles Manson y su "familia", que cometerían varios asesinatos en masa. Con Hollywood de trasfondo, estas dos tramas arrancan paralelas hasta reencontrarse en un final made in Tarantino. Gags, cine dentro del cine, rodajes y vida de estrellas entre vestuarios son otros de los ingredientes con marca de la casa que los espectadores disfrutarán. Las expectativas, sin embargo, son mucho más altas que el resultado real que se encontrará el espectador.
Es por eso mismo que el nuevo film del director de Knoxville es el más sereno, maduro y casi romántico -a una manera de hacer, disfrutar y ver cine- que ha hecho nunca en su carrera. El in crescendo es mucho más lento de lo que nos ha tenido acostumbrados, ciertas escenas se alargan sin recrearse y la ambientación es adictiva. El apartado técnico de la novena obra de Tarantino es sensacional, un trabajo de orfebrería absoluta, elevada al máximo gracias a una persona: DiCaprio. El actor merece, sin lugar a dudas, la nominación a cualquier premio por esta película. Como los buenos vinos y el artista renacentista con quien comparte nombre, Leonardo nos regala una vez más sus dotes interpretativas, como un camaleón, como un monstruo cinematográfico que se come la pantalla cada vez que se pone ante la cámara de Tarantino. Brad Pitt es la pareja perfecta, en buena sintonía, con una química que arrancará sonrisas al público.
El papel de Margot Robbie en esta película es un misterio. Sin ella, el guión y la trama podrían funcionar perfectamente. La expectativa gira sobre ella en la temática de los Manson pero la interpretación final correrá a cargo del mismo Tarantino y todos aquellos que juzguen la película. No le encuentro otra explicación que la de ser un cebo de un mago que te engaña, haciéndote creer que la trama irá por un lugar y acaba marchando hacia otro. El toque final que nutre esta película para pasar del notable es la banda sonora. Quentin Tarantino es un maestro en el apartado sonoro pero este homenaje a la música de los años 60, a las canciones que sonaban en las radios -que bien vertebra el sonido radiofónico, los coches, los locales-, es sensacional.
15 de enero de 2019
15 de enero de 2019
36 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
El poder corrompe. Es una máxima inalienable que invade las cúpulas políticas de todos los estados del planeta. Existe un país, sin embargo, donde esta premisa se eleva por encima de todos los demás: los Estados Unidos. En un 2019 donde el país dirigido por Donald Trump sobrevive con un bloqueo federal en la administración, Adam McKay recupera la figura de Dick Cheney (interpretado por un insuperable e irreconocible Christian Bale) uno de los últimos dinosaurios vivos de la vieja política de Washington.
La película gira en torno a la obra política de Cheney, quien sirvió a las órdenes de varios presidentes. Sus inicios políticos se remontan a Richard Nixon, evolucionan con Gerald Ford, se consolidan con George H. Bush (el padre) y su poder alcanza el éxtasis haciendo ticket con George W. Bush (hijo) durante sus dos mandatos. Ejerció como secretario de Defensa, jefe de gabinete del presidente y de vicepresidente.
"El vicio del poder" es un puñetazo, seco, directo y en la garganta contra una forma de hacer política en Estados Unidos. McKay presenta un metraje muy ágil, cargado de ironía, humor ácido e inteligente, además de contextualizaciones históricas que nos situan en la trama. Al principio de la película explican que intentaron documentarlo todo, pero Cheney es una de las personas más herméticas que pisaron la Casa Blanca (con el permiso de Henry Kissinger, quien también sale en la película) y por tanto, partes del metraje son "ficción". Sin embargo, al final, el filme ironiza con un gag que la película está bien protegida, ya que han consultado antes con abogados.
El reparto es de lujo. Steve Carrell interpreta a Donald Rumsfeld, político adicto al poder, que introduce a Cheney en la política de la Casa Blanca. Sam Rockwell, ganador del Oscar a mejor actor secundario el año pasado, interpreta magistralmente a George Bush hijo. Otros secundarios destacados son personajes de la política estadounidense, como Colin Powell (Tyler Perry), secretario de Estado de Bush.
Amy Adams, pero, come en un plato aparte. Su papel de Lynne Cheney, esposa del ex vicepresidente, es la segunda pata principal de la película, coprotagonista de un filme marcado por la presencia de Bale pero que el guión no se sustentaria ni entienderia sin la vida de Lynne. Conservadora hasta la médula, es la verdadera mano que mueve los hilos de un mediocre político como era Dick al iniciarse en política. Ella lo acompañó en cada momento, decisión y bifurcación importante.
"Vice" (título en inglés) es una película difícil de visionar si no se tiene unos mínimos conocimientos que situen en contexto. Peca de simplista, ya que pretende aglutinar décadas de vida política alrededor de Cheney, además de ir construyendo una crítica muy ácida desde una posición muy de izquierdas. Es una crítica, sí, pero con argumentos y hechos contrastables: a la guerra de Irak, a la gestión de los atentados del 11-S y al concepto del poder que abanderaban hombres en la sombra como Cheney, Rumsfeld , Nixon, Bush o Reagan.
La crítica no sólo es política, también es social. Los gags / palos que recibe la sociedad de los Estados Unidos en esta película se necesitan contar con más de dos manos, centrándose en Donald Trump y la polarización radical de la opinión general, cada vez más arisca, escéptica y vendida al marketing o al periodismo mediocre y tergiversado (palo directo a Fox, con referencia literal).
"El vicio del poder", además, rompe la cuarta barrera e interpela directamente al espectador, lo hace cómplice y le cuenta la historia al oído. McKay juega con la trama, con la producción y la narrativa audiovisual, mezclando sketchs, fotografías, imágenes que ocurrieron realmente pero simuladas con los actores, vídeos y momentos reales, además de bromas fuera de contexto.
El poder, en manos de mediocres silenciosos que permanecen a la sombra como Cheney, provocan guerras, cientos de miles de muertos y escriben la historia con sangre. Películas como las de McKay, sin embargo, recuperan la dignidad, vuelven la verdad a la luz y encima, son buenas.
La película gira en torno a la obra política de Cheney, quien sirvió a las órdenes de varios presidentes. Sus inicios políticos se remontan a Richard Nixon, evolucionan con Gerald Ford, se consolidan con George H. Bush (el padre) y su poder alcanza el éxtasis haciendo ticket con George W. Bush (hijo) durante sus dos mandatos. Ejerció como secretario de Defensa, jefe de gabinete del presidente y de vicepresidente.
"El vicio del poder" es un puñetazo, seco, directo y en la garganta contra una forma de hacer política en Estados Unidos. McKay presenta un metraje muy ágil, cargado de ironía, humor ácido e inteligente, además de contextualizaciones históricas que nos situan en la trama. Al principio de la película explican que intentaron documentarlo todo, pero Cheney es una de las personas más herméticas que pisaron la Casa Blanca (con el permiso de Henry Kissinger, quien también sale en la película) y por tanto, partes del metraje son "ficción". Sin embargo, al final, el filme ironiza con un gag que la película está bien protegida, ya que han consultado antes con abogados.
El reparto es de lujo. Steve Carrell interpreta a Donald Rumsfeld, político adicto al poder, que introduce a Cheney en la política de la Casa Blanca. Sam Rockwell, ganador del Oscar a mejor actor secundario el año pasado, interpreta magistralmente a George Bush hijo. Otros secundarios destacados son personajes de la política estadounidense, como Colin Powell (Tyler Perry), secretario de Estado de Bush.
Amy Adams, pero, come en un plato aparte. Su papel de Lynne Cheney, esposa del ex vicepresidente, es la segunda pata principal de la película, coprotagonista de un filme marcado por la presencia de Bale pero que el guión no se sustentaria ni entienderia sin la vida de Lynne. Conservadora hasta la médula, es la verdadera mano que mueve los hilos de un mediocre político como era Dick al iniciarse en política. Ella lo acompañó en cada momento, decisión y bifurcación importante.
"Vice" (título en inglés) es una película difícil de visionar si no se tiene unos mínimos conocimientos que situen en contexto. Peca de simplista, ya que pretende aglutinar décadas de vida política alrededor de Cheney, además de ir construyendo una crítica muy ácida desde una posición muy de izquierdas. Es una crítica, sí, pero con argumentos y hechos contrastables: a la guerra de Irak, a la gestión de los atentados del 11-S y al concepto del poder que abanderaban hombres en la sombra como Cheney, Rumsfeld , Nixon, Bush o Reagan.
La crítica no sólo es política, también es social. Los gags / palos que recibe la sociedad de los Estados Unidos en esta película se necesitan contar con más de dos manos, centrándose en Donald Trump y la polarización radical de la opinión general, cada vez más arisca, escéptica y vendida al marketing o al periodismo mediocre y tergiversado (palo directo a Fox, con referencia literal).
"El vicio del poder", además, rompe la cuarta barrera e interpela directamente al espectador, lo hace cómplice y le cuenta la historia al oído. McKay juega con la trama, con la producción y la narrativa audiovisual, mezclando sketchs, fotografías, imágenes que ocurrieron realmente pero simuladas con los actores, vídeos y momentos reales, además de bromas fuera de contexto.
El poder, en manos de mediocres silenciosos que permanecen a la sombra como Cheney, provocan guerras, cientos de miles de muertos y escriben la historia con sangre. Películas como las de McKay, sin embargo, recuperan la dignidad, vuelven la verdad a la luz y encima, son buenas.
7
17 de septiembre de 2019
17 de septiembre de 2019
30 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera frase pronunciada por la Marie (Kaitlyn Deve) es un susurro cargado de espanto, confusión y temblor. Son las palabras para abrir las puertas del infierno después de haberlo vivido en carne viva, y dan paso a una crónica frustrante, gris y sinuosa donde deberá demostrar, por activa y por pasiva, que sí, que ha sido violada y que no se lo está inventando. Netflix produce y distribuye esta miniserie basada en hechos reales, en la historia ganadora de un premio Pulitzer llamada An Unbelievable Story of Rape.
"Unvelievable (Creedme)" profundiza en todo lo que que una chica debe afrontar después de haber sido violada. No sólo las secuelas emocionales, plasmadas en sus relaciones con amistades o las familias de acogida, sino también las policiales, uno de los aspectos más desconocidos por la sociedad. Cuántas preguntas debe responder una chica después de informar a las autoridades que ha sido violada? Cuántos juicios de valor tiene que aguantar? Cuántos hombres la han de intimidar porque "diga la verdad"?
Un drama criminal con tono y esencia feminista sin edulcorantes, con una reivindicación silenciosa de la aparición de mujeres detectives y el grito sofocado de una realidad enfermiza como son las violaciones mal investigadas (o directamente sin investigar) a chicas jóvenes. La trama no pretende ser un común denominador de las agresiones sexuales pero sitúa al espectador en los hombros de la Marie, sufriendo casi con los sentidos como las circunstancias la van absorbiendo y la frustración, decisiones tomadas bajo presión o pequeños detalles pueden marcar una joven de por vida.
La crítica contra el sistema está presente en toda la miniserie, de ocho capítulos. El caso es de 2008 y está situado en Estados Unidos y sigue los hechos de manera cronológica: el sufrimiento de la violación por parte de la Marie, la primera investigación policial, los constantes prejuicios contra la chica y la posterior investigación de las dos detectives que giran la perspectiva con la que se veían los hechos. Merritt Wever y Toni Collette transpiran aire fresco en este mundo de series policiales protagonizadas por hombres. La narrativa audiovisual es ágil, aunque se podrían haber recortado un par de capítulos. El primero, sin embargo, ya te pone en situación y te tensa para un viaje incómodo pero real, frustrante pero necesario.
"Creedme" estremece, abarca las mujeres desde su perspectiva (y sin hacer ningún escarnio o exageración) e interpela a los hombres, a todos los integrantes de la sociedad, que miran hacia otro lado o sólo comentan las noticias a la televisión: "mira, otra violación".
"Unvelievable (Creedme)" profundiza en todo lo que que una chica debe afrontar después de haber sido violada. No sólo las secuelas emocionales, plasmadas en sus relaciones con amistades o las familias de acogida, sino también las policiales, uno de los aspectos más desconocidos por la sociedad. Cuántas preguntas debe responder una chica después de informar a las autoridades que ha sido violada? Cuántos juicios de valor tiene que aguantar? Cuántos hombres la han de intimidar porque "diga la verdad"?
Un drama criminal con tono y esencia feminista sin edulcorantes, con una reivindicación silenciosa de la aparición de mujeres detectives y el grito sofocado de una realidad enfermiza como son las violaciones mal investigadas (o directamente sin investigar) a chicas jóvenes. La trama no pretende ser un común denominador de las agresiones sexuales pero sitúa al espectador en los hombros de la Marie, sufriendo casi con los sentidos como las circunstancias la van absorbiendo y la frustración, decisiones tomadas bajo presión o pequeños detalles pueden marcar una joven de por vida.
La crítica contra el sistema está presente en toda la miniserie, de ocho capítulos. El caso es de 2008 y está situado en Estados Unidos y sigue los hechos de manera cronológica: el sufrimiento de la violación por parte de la Marie, la primera investigación policial, los constantes prejuicios contra la chica y la posterior investigación de las dos detectives que giran la perspectiva con la que se veían los hechos. Merritt Wever y Toni Collette transpiran aire fresco en este mundo de series policiales protagonizadas por hombres. La narrativa audiovisual es ágil, aunque se podrían haber recortado un par de capítulos. El primero, sin embargo, ya te pone en situación y te tensa para un viaje incómodo pero real, frustrante pero necesario.
"Creedme" estremece, abarca las mujeres desde su perspectiva (y sin hacer ningún escarnio o exageración) e interpela a los hombres, a todos los integrantes de la sociedad, que miran hacia otro lado o sólo comentan las noticias a la televisión: "mira, otra violación".
9
20 de diciembre de 2024
20 de diciembre de 2024
30 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera vez que escuché a C. Tangana entonar una melodía -de rap, en ese caso- tenía 14 años (servidor tiene 29 actualmente). Ni siquiera era su nombre artístico. Era Crema, un hiphoper madrileño que destacaba por encima de la mayoría de los artistas underground del panorama español. Aquellos fueron tiempos oscuros, pero cargados de talento. Se hacía la transición al mundo de YouTube, de las maquetas al SoundCloud o al ya más que podrido MySpace. Los raperos todavía querían destacar por ser quien robaba más bolsas a las abuelas o el que conseguía beberse más cubatas en una sola noche en un descampado mientras se improvisaban las peores frases que jamás habrá escuchado a Dios en la Tierra. Y, entre todos ellos, este Crema, hechizó un estado entero.
Todos estos recuerdos de adolescencia me cayeron como una cascada en el cerebro después de salir de ver La guitarra flamenca de Yerai Cortés, el documental de Antón Álvarez, conocido como C. Tangana. Antón es tanto Crema como C. Tangana. Pero ahora, después de esta película, sólo puedo sentir una fascinación por preguntarme en qué se convertirá. Al menos, en el heredero que Carlos Saura hubiera querido tener si el legendario director de cine español todavía estuviera entre nosotros. No es posible que aquel joven lleno de acné, hierros en los dientes y una dicción que haría temblar a Josep Maria Bartomeu me haga vibrar con solo un minuto de metraje en su ópera prima cinematográfica. No puede ser tan bueno. Y, sin embargo, lo es. Hostia, que es bueno.
En un mundo artístico contemporáneo en el que es muy difícil encontrar personas multidisciplinares, Álvarez se corona, otra vez, como alguien por encima de la mayoría. La película sigue, en una mezcla entre mística, costumbrismo y musical, la vida personal del guitarrista Yerai Cortés, uno de esos talentos generacionales que surgen muy de vez en cuando. La pantalla muestra el talento agrupado en torno a C. Tangana y su productora, Little Spain, a través de unas imágenes que sacuden sentimientos y emociones. Desde una escena en la que solamente seguimos una conversación de sobremesa hasta la representación de una soleá escrita por Cortés. Viendo el documental, Álvarez consigue transportarme a los videoclips que en sus orígenes como C. Tangana rodó con la prestigiosa productora CANADÁ, pero también me traslada al estilo de Saura, Fernando León de Aranoa o Jonás Trueba. Reconocimiento inmenso a los responsables de la fotografía: Oriol Barcelona, Nauzet Gaspar, Àlvar Riu, Diego Trenas, Arnau Valls Colomer.
Sin entrar en la trama del documental, un hilo conductor que hay que descubrir para no estropear la magia que plantea Álvarez en su obra, la reflexión que irradia todo el metraje gira en torno a la identidad. De quiénes somos, pero sobre todo de cómo hemos llegado a ser quienes somos a través de nuestro pasado, de las personas que forman parte de nuestras vidas y del arraigo que tenemos en los espacios donde hemos crecido. El artista demuestra una brillante habilidad al poner sobre la mesa el flamenco en un estilo contemporáneo pero cargado de tradición. En serio, un Carlos Saura del siglo XXI (no podía dejar de pensar en la adaptación que hizo el cineasta en 1981 de Bodas de Sangre de Federico García Lorca). El Madrileño, que tiene raíces andaluzas y gallegas, es capaz de radiografiar la cultura gitana, andaluza y flamenca sin una brizna de condescendencia. Tampoco de una fascinación romántica enfermiza. Solo se exuda habilidad para plasmar una retahíla de ideas y sentimientos que se retratan de manera diferente en escenas, escenarios y personas (especialmente los familiares directos de Yerai Cortés) de un denominador común que, al final, tiene todo el sentido del mundo.
Es un viaje espacial a lo largo de 90 minutos que, de forma obligada, me hace pensar en el viaje artístico que ha realizado C. Tangana durante su carrera. Tiene solo 34 años y se ha pasado el juego varias veces. Pienso en cómo desquició el submundo del rap con su mutación musical, dejando atrás el Crema y creando el nombre por el que se le conoce mundialmente. Recuerdo todas sus polémicas, su capacidad para ser un "enfant terrible" castizo que podría perfectamente convertirse en un personaje malvado de un filme de Pedro Almodóvar. En esa discusión de 2018 durante la presentación del Primavera Sound en la que protagonizó una discusión de una hora con Yung Beef y Bad Gyal. Las tres Españas (que no dos) chocaban frontalmente en un cambio de paradigma cultural que todavía no hemos analizado lo suficiente.
El mismo impresentable que vomitaba arrogancia en sus palabras (es crucial su etapa en la que mantuvo una relación con Rosalía y como salió de escaldado en comparación con la catalana) es el mismo que firma un Tiny Desk para la historia de la música en internet. El mismo que es capaz de autodefinirse como transexual para promocionar una canción, es el mismo que agrupa a una colección de artistas inigualables para hacer un disco cargado de diferentes géneros. Un rapero que ha acabado odiando al rap y un músico que admite que no sabe cantar. Trap, hip hop, rumbas, pop, electrónica, reggaeton, afrobeats... En el bolero (¡un bolero!) "Un veneno", lo admite: "Me pregunta la prensa, Puchito, ¿Cuál es la maña? Sin cantar ni afinar, pa 'que me escuche to'a España".
El cerebro me centrifugaba dentro del cráneo después de disfrutar de La guitarra flamenca de Yerai Cortés, porque pese a los infinitos debates, críticas o valoraciones que podamos hacer, el resultado final es indiscutible: las lágrimas me brotaron sin cesar porque lo que estaba viendo era excelente. Y en eso no hay nadie que lo pueda conseguir como Crema, C. Tangana, Antón Álvarez. Larga vida al rey. Sin embargo, todavía nos falta saber en qué reino gobierna.
Todos estos recuerdos de adolescencia me cayeron como una cascada en el cerebro después de salir de ver La guitarra flamenca de Yerai Cortés, el documental de Antón Álvarez, conocido como C. Tangana. Antón es tanto Crema como C. Tangana. Pero ahora, después de esta película, sólo puedo sentir una fascinación por preguntarme en qué se convertirá. Al menos, en el heredero que Carlos Saura hubiera querido tener si el legendario director de cine español todavía estuviera entre nosotros. No es posible que aquel joven lleno de acné, hierros en los dientes y una dicción que haría temblar a Josep Maria Bartomeu me haga vibrar con solo un minuto de metraje en su ópera prima cinematográfica. No puede ser tan bueno. Y, sin embargo, lo es. Hostia, que es bueno.
En un mundo artístico contemporáneo en el que es muy difícil encontrar personas multidisciplinares, Álvarez se corona, otra vez, como alguien por encima de la mayoría. La película sigue, en una mezcla entre mística, costumbrismo y musical, la vida personal del guitarrista Yerai Cortés, uno de esos talentos generacionales que surgen muy de vez en cuando. La pantalla muestra el talento agrupado en torno a C. Tangana y su productora, Little Spain, a través de unas imágenes que sacuden sentimientos y emociones. Desde una escena en la que solamente seguimos una conversación de sobremesa hasta la representación de una soleá escrita por Cortés. Viendo el documental, Álvarez consigue transportarme a los videoclips que en sus orígenes como C. Tangana rodó con la prestigiosa productora CANADÁ, pero también me traslada al estilo de Saura, Fernando León de Aranoa o Jonás Trueba. Reconocimiento inmenso a los responsables de la fotografía: Oriol Barcelona, Nauzet Gaspar, Àlvar Riu, Diego Trenas, Arnau Valls Colomer.
Sin entrar en la trama del documental, un hilo conductor que hay que descubrir para no estropear la magia que plantea Álvarez en su obra, la reflexión que irradia todo el metraje gira en torno a la identidad. De quiénes somos, pero sobre todo de cómo hemos llegado a ser quienes somos a través de nuestro pasado, de las personas que forman parte de nuestras vidas y del arraigo que tenemos en los espacios donde hemos crecido. El artista demuestra una brillante habilidad al poner sobre la mesa el flamenco en un estilo contemporáneo pero cargado de tradición. En serio, un Carlos Saura del siglo XXI (no podía dejar de pensar en la adaptación que hizo el cineasta en 1981 de Bodas de Sangre de Federico García Lorca). El Madrileño, que tiene raíces andaluzas y gallegas, es capaz de radiografiar la cultura gitana, andaluza y flamenca sin una brizna de condescendencia. Tampoco de una fascinación romántica enfermiza. Solo se exuda habilidad para plasmar una retahíla de ideas y sentimientos que se retratan de manera diferente en escenas, escenarios y personas (especialmente los familiares directos de Yerai Cortés) de un denominador común que, al final, tiene todo el sentido del mundo.
Es un viaje espacial a lo largo de 90 minutos que, de forma obligada, me hace pensar en el viaje artístico que ha realizado C. Tangana durante su carrera. Tiene solo 34 años y se ha pasado el juego varias veces. Pienso en cómo desquició el submundo del rap con su mutación musical, dejando atrás el Crema y creando el nombre por el que se le conoce mundialmente. Recuerdo todas sus polémicas, su capacidad para ser un "enfant terrible" castizo que podría perfectamente convertirse en un personaje malvado de un filme de Pedro Almodóvar. En esa discusión de 2018 durante la presentación del Primavera Sound en la que protagonizó una discusión de una hora con Yung Beef y Bad Gyal. Las tres Españas (que no dos) chocaban frontalmente en un cambio de paradigma cultural que todavía no hemos analizado lo suficiente.
El mismo impresentable que vomitaba arrogancia en sus palabras (es crucial su etapa en la que mantuvo una relación con Rosalía y como salió de escaldado en comparación con la catalana) es el mismo que firma un Tiny Desk para la historia de la música en internet. El mismo que es capaz de autodefinirse como transexual para promocionar una canción, es el mismo que agrupa a una colección de artistas inigualables para hacer un disco cargado de diferentes géneros. Un rapero que ha acabado odiando al rap y un músico que admite que no sabe cantar. Trap, hip hop, rumbas, pop, electrónica, reggaeton, afrobeats... En el bolero (¡un bolero!) "Un veneno", lo admite: "Me pregunta la prensa, Puchito, ¿Cuál es la maña? Sin cantar ni afinar, pa 'que me escuche to'a España".
El cerebro me centrifugaba dentro del cráneo después de disfrutar de La guitarra flamenca de Yerai Cortés, porque pese a los infinitos debates, críticas o valoraciones que podamos hacer, el resultado final es indiscutible: las lágrimas me brotaron sin cesar porque lo que estaba viendo era excelente. Y en eso no hay nadie que lo pueda conseguir como Crema, C. Tangana, Antón Álvarez. Larga vida al rey. Sin embargo, todavía nos falta saber en qué reino gobierna.
Más sobre VictorRodrigo
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here