Si se le ve desde el punto de vista de la psicología, la fe y la esperanza funcionan como dos elementos de anclaje emocional para preservar la salud mental del ser humano ante la impotencia de no controlar el medio que le rodea. Fe y esperanza mueven montañas y es la materia prima de las religiones del mundo. Y es también el tema principal de esta segunda entrega cinematográfica del fantástico mundo de Narnia. Esta vez todo ha cambiado. El pasado glorioso de Narnia ha quedado como algo mítico, así como también sus fantásticos pobladores, pues en esta ocasión el ser humano ha llegado a ese mundo, y, como su naturaleza más primitiva lo ordena, ha exterminado a todos aquellos que no son de los suyos. Estos son los telmarinos, quien ahora son los pobladores de Narnia y hacen y deshacen a sus anchas en un mundo que consideran totalmente suyo y que no están dispuestos a compartir, o al menos no de buena gana. Y esta vez los antiguos reyes y reinas serán llamados para resolver un nuevo conflicto en un mundo tan diferente al que dejaron que resulta a todas luces desconcertante por esa pérdida del control del que antaño alguna vez gozaron.

Estética y visualmente la película continúa en la línea de su predecesora. Mejora incluso en cuestiones técnicas como la fotografía. La banda sonora de Harry Gregson-Williams sigue siendo excelente, más épica si cabe que en la cinta anterior, que era más etérea y mística. La dirección de Adamson es bastante buena, con una primera mitad bastante lenta por cuestiones de edición, pero que trasmite muy bien ese desconcierto y esa sensación de soledad en la que ahora se encuentran inmersos nuestros personajes. Las actuaciones de los chicos mejoran evidentemente con respecto a la primera cinta, un rubro en donde observaremos actores de varios países, algo que particularmente me ha encantado (ver a Damián Alcázar en una película de este género era antes para mí algo casi inimaginable). El nuevo protagonista, Ben Barnes también hace lo suyo y entrega una actuación sobria pero eficiente. Es una película mucho más oscura que su predecesora, pero aún sigue siendo un entretenimiento asegurado de calidad. Pierde en lo mítico, gana en lo épico. Una digna y excelente continuación.

Al revisar la saga de Las Crónicas de Narnia es inevitable observar la evidente alegoría al cristianismo que C.S. Lewis plasmó en ella. Se puede hasta comparar cada una de sus obras con algún tema en específico de la doctrina cristiana. Esta primera cinta basada en su homónima obra literaria tiene como línea argumental la caída y la redención del ser humano, representados en este mundo fantástico por los hermanos Pevensie. Narnia, un mundo congelado por un poder maligno que tiene prisioneros a los seres que ahí habitan. Un mundo en donde los humanos son la especie rara, aquella de la que solo se escucha en las leyendas y en la mitología. Humanos a los que en este mundo se les designan como “hijos de Adán” e “hijas de Eva” y que según las leyendas acudirán para auxiliar en la liberación del lugar, liderados por Aslan, “el gran León” en clara representación de Jesucristo. Por supuesto el enemigo quien mantiene cautivo a este mundo y que representa al demonio es Jadis, la Bruja Blanca, descendiente de gigantes y de Lilith, aquella mujer de las leyendas bíblicas y apócrifas y primera esposa de Adán.

Sorprende ver el esmero con el cual se ha realizado esta cinta. Una cinta destinada al consumo familiar, pero como se pude ver, con un trasfondo mucho más profundo. La Disney echó un buen trozo de carne al asador y salió airosa con un excelente producto (y también con la taquilla, algo que infortunadamente no se repitió de la misma manera en la siguiente cinta y abandonó el barco para dejarlo a la Fox). El mundo de Narnia es bellamente recreado a la vista del espectador, con todas sus criaturas. La dirección de Adamson es bastante buena, con una edición en algunos momentos quizás algo lenta, pero que a mi parecer le da el tiempo necesario para disfrutar de este mundo fantástico. La actuación recae en cuatro jóvenes hasta esos momentos desconocidos, algo similar a Harry Potter, en los que por fortuna salen bien parados de la situación (hasta la pequeña Georgie Henley, quien con esa tacita de té se ve demasiado tierna como para despotricar contra ella, je je je). Obviamente, en este tipo de películas se tiene que echar mano de actores reconocidos para el elenco adulto con la finalidad de hacer viable y sostener el proyecto, y es entonces que ahí tenemos nombres como Broadbent, McAvoy y Neeson, pero sin embargo es a Tilda Swinton a quien hay que reconocer la espectacular interpretación de la fría Jadis, quien dejará extasiado a más de uno. No olvidar tampoco los magníficos efectos especiales, cinematografía espectacular y una grandiosa banda sonora a cargo de Harry Gregson-Williams, con su mítico y representativo tema de Narnia. Una película recomendable para la familia, de esas para soñar y reflexionar, y recuperar lo que con el paso de los años se ha ido perdiendo: la inocencia de ser niño.

Al más puro estilo de Kill Bill la Warner decide presentarnos una película dividida en dos partes a causa de la complejidad del argumento (eufemismo de “hay que exprimir al máximo la gallina de los huevos de oro”) y es así como nos llega la penúltima entrega de nuestro joven mago favorito quien ahora decidió irse de pinta con sus amigotes para según dizque destruir unos horrocruxes (nomás analicen hasta dónde llegan las excusas con las que salen los jóvenes actuales). Y los fans de alto nivel de frikismo encantados de que así sea, pues tendrán otros siete meses o lo que decidan hacernos esperar para seguir con charlas interminables en foros aún más frikis en lo que esperan pacientemente que de una vez por todas terminen ya con esta bendita saga y nos dejen continuar en paz con nuestras vidas. Ésta vez las cosas se pusieron color de hormiga en el mundo de la magia, pues todo se vino abajo con la partida de nuestro director favorito quien era el único que estaba conteniendo el avance de Voldemort que al parecer nunca pudo superar su complejo de inferioridad ante Dumbledore y por eso no se había animado antes a perseguir tan descaradamente a Potter. Y es que le trae tantas ganas al pobre chico que no ha escatimado en utilizar masivamente los medios de comunicación y recursos humanos con tal de acabar con él, más o menos igual de sucio que en una elección a la presidencia de la República. Ya no estamos en Hogwarts donde seguido habían oportunidades para los tranquilos arrimones y morreos. Estamos ahora ante una road movie de Potter en donde como bien canta el slogan, no hay ningún lugar seguro para nuestro trío favorito que tiene que huir y esconderse por todos lados de brujos y más brujos dementes al más puro estilo de Jason Bourne. SI AÚN TIENEN GANAS DE SEGUIR LEYENDO, SIGUE ABAJO POR FALTA DE ESPACIO. NO HAY SPOILERS…

El buen Voldemort decidió tomarse unas merecidas vacaciones en esa cinta dejando al mando a su mortífaga estrella Bellatrix para que se encargue de fastidiarles la vida a nuestros queridos personajes en lo que él regresa. Y además le deja una delicada misión muy fácil de cumplir por cierto a nuestro amable y rubio amigo Draco, algo así como un castigo hacia su padre quien ya le había colmado la paciencia al fallarle en dos cruciales ocasiones. La suerte que Malfoy junior es lo bastante estúpido y manejable como para caer en la trampa, por lo que cuando después se da cuenta del gigantesco embrollo en el que se metió lo veremos con la cola entre las patas llorando desconsoladamente. Mientras tanto nuestro buen amigo Harry se va familiarizando cada vez más con la idea de que a final del ciclo escolar alguien muy querido o admirado se le tiene que morir en sus narices, así que la muerte de su padrino ya no le afectó demasiado y lo vemos coqueteando con camareras, con Ginny, con alguna que otra compañera de clases o incluso con su Saeta de Fuego a la que le pone faldas y baila con ella ¿?. Esta vez el Ministerio de Magia tuvo más sentido común y decide mandar a vigilar el colegio con aurores en lugar de los sádicos dementores para resguardar a los pequeñines. Y ya en los interiores de Hogwarts nuestros amigos dan rienda suelta a sus hormonas y se besuquean en cada rincón del castillo y todo toma un tonito de comedia romántica teen pero (y para mi sorpresa) sin la pena ajena que me embargó en El Cáliz de Fuego. Dumbledore aprovecha mientras tanto en jalar y manipular todos los hilos manejando a cada uno de los personajes con maestría envidiable para cumplir sus maquiavélicos propósitos, en la que por supuesto Harry es su pieza maestra (en Las Reliquias se verán los sucios propósitos de nuestro director favorito). Y aunque el buen Voldy ande de vacaciones, sigue estando presente en los recuerdos y clases privadas con las que Dumbledore atosiga seguido a nuestro joven mago para que se vaya armando de conocimientos, pues ultimadamente Harry y sus amigos realizarán solos el trabajo sucio que nadie quiere hacer. No, de que es un capo nuestro director favorito, si que lo es… Ah, y la historia también habla de un tal Príncipe Mestizo, se me estaba pasando por alto… SIGUE ABAJO POR FALTA DE ESPACIO...

Siempre me he preguntado por qué los magos siguen utilizando las obsoletas lechuzas en lugar de un buen teléfono celular o el correo electrónico. De aquí a que llega la pobre lechuza a la que se le obliga a volar larguísimas distancias ya me hice viejo. Y al parecer no son infalibles, pues como se explica en la película también las pueden interceptar así que me sigo inclinando por la muggle tecnología actual, que aunque no puede detener a los chismosos que entrarán en las conversaciones privadas, por lo menos es más veloz. Por eso Rowling se dio cuenta de ello y se sacó de la manga posteriormente que el Patronus también se utiliza para los mensajes rápidos con televisión incluida. En cuanto al transporte el mundo mágico ofrece servicios mucho más cómodos que los actuales del mundo muggle. El hecho de meterse a una chimenea y salir en otro lugar a kilómetros de distancia, o tocar una bota vieja y transportarse inmediatamente a una copa mundial nos haría las delicias a todos los que nos atascamos diariamente en el tráfico. Propongo entonces solemnemente que los muggles y los magos hagan una alianza y un intercambio de tecnologías y artes con el objetivo de eliminar los prejuicios para así mejorar el mundo. Oh, Dios mío, pero si entre ellos también se muerden y matan y además andan con sus guerras, lo que sólo me confirma que siguen siendo humanos inmaduros y que en cuanto a cultura y civilización van a la par nuestra. Ya entrando a nuestra escuela favorita, y con la finalidad de ir derribando prejuicios, ahora serán recibidos magos de otros países para participar en un torneo estudiantil y las hormonas llegaron con ellos. Hormonas teen y romances cursis en medio de sádicas pruebas y un gobierno incapaz. ¿Es que no podían decirle a Potter: “tu no participas y punto, porque yo lo digo”, así como se maneja en el justo mundo muggle? No, porque si no no habría película... SIGUE POR FALTA DE ESPACIO...