Esta obra de Cesc Gay podría ser perfectamente una obra de teatro y no habríamos notado mucha diferencia. Me explico:

Es una película basada en la capacidad (magistral) interpretativa de sus actores y basada en el trabajo de la psicología de cada personaje, reflejada perfectamente en sus gestos, sus reacciones, los fenomenales diálogos... pero no hay variedad de secuencias, es una realización monótona, el 80% de los planos son medios, cortos o plano detalle, sinceramente, creo que si hubiéramos puesto una cámara fija en cada episodio de la narración, el contenido habría sido exactamente el mismo.

Por tanto, el espacio diegético pierde importancia, y sin el juego espacial, da igual que demos sensación tridimensional o bidimensional, que haya localización estudiada o no. La simplificación de la realización hace demasiado sencillo el resto del trabajo, desde el mérito de la óptica, hasta la iluminación del plano, hasta llegar a la postproducción, donde colocar plano y contraplano, para pasar a general medio, montaje que lo hace hasta un becario, pues como que resta calidad.

En definitiva, el director traslada un guión para teatro a una obra de cine, eso genera una gran satisfacción con el fondo, pero una decepción con la forma. Además, la evidente falta de un conflicto al que se enfrente un personaje en una única trama, genera que este tipo de películas suelan derivar en falta de clímax emocional. Es como hacer el amor, pero tener que hacer marcha atrás. Los hombres sabrán bien lo que quiero decir.

Con todos sus pros y sus contras, al final, me satisfizo gratamente por el trabajo sensacional del elenco y los diálogos.

La película es bastante plana, tiene problemas con la elección del casting, ya que hay acentos que fallan, pero se agradece siempre una obra que describa las hazañas de este hombre, al que hoy, muchas décadas después, América latina sigue amando. Los hombres mueren, las ideas quedan. Y el ideal de Ernesto era demasiado grande, hermoso y justo como para que unas simples balas lo matasen. Esa será para siempre la maldición del opresor, del tirano y del feroz canalla: siempre la sombra del Ché, estará viva.

Por otra parte, hay canciones que definen mejor la vida de un hombre que mil imágenes juntas:

Siempre que se hace una historia
se habla de un viejo, de un niño o de sí,
pero mi historia es difícil:
no voy a hablarles de un hombre común.
Haré la historia de un ser de otro mundo,
de un animal de galaxia.
Es una historia que tiene que ver
con el curso de la Vía Láctea.
Es una historia enterrada.
Es sobre un ser de la nada.

Nació de una tormenta
en el sol de una noche,
el penúltimo mes.
Fue de planeta en planeta
buscando agua potable,
quizás buscando la vida
o buscando la muerte
—eso nunca se sabe—.
Quizás buscando siluetas
o algo semejante
que fuera adorable,
o por lo menos querible,
besable, amable.

Él descubrió que las minas
del rey Salomón
se hallaban en el cielo
y no en el África ardiente,
como pensaba la gente.
Pero las piedras son frías
y le interesaba
calor y alegrías.
Las joyas no tenían alma,
sólo eran espejos,
colores brillantes.
Y al fin bajo hacia la guerra...
¡perdón! quise decir a la Tierra.

Supo la historia de un golpe,
sintió en su cabeza
cristales molidos
y comprendió que la guerra
era la paz del futuro:
lo más terrible se aprende enseguida
y lo hermoso nos cuesta la vida.
La última vez lo vi irse
entre el humo y metralla,
contento y desnudo:
iba matando canallas
con su cañón de futuro.

Silvio Rodríguez, "La canción del elegido"

Esta película de Werner Herzog, contiene un esfuerzo espectacular en la consecución de los elementos que maneja la producción, como es la ambientación, el maquillaje, vestuario e incluso, la fotografía y las localizaciones. El personaje de Nosferatu es muy acongojante y la atmósfera que rodea a la diégesis es agónica.

Sin embargo, una vez quitado el precioso embalaje, nos queda un discurso pesado, con una torpe realización, con elipsis poco eficaces y un guión que cuenta cosas que ya se saben, no hay nada de cosecha propia y la previsibilidad también asoma con constancia en el metraje, así como la poca profundidad en los diálogos.

En definitiva, una gran obra visual, pero una floja narración, que es en definitiva lo más difícil de crear, pero a mi juicio, lo más importante en una película.

Con un inicio muy prometedor con intensas escenas en Malawi, la historia se convierte, cuando la diégesis se traslada a París, poco a poco, en una ingenua narración llena de torpes escenas con un aire forzoso en ellas, culpa de un guión malogrado.

Para lograr el pretendido clímax en el desenlace, el narrador traiciona al espectador haciendo que muchos personajes actúen de forma incoherente, dando a entender que no le importa un bledo crear una buena historia, sino un final predeterminado al que hay que llegar a todo coste, aunque con ello el nudo de la trama se convierta en una entretenida y, a la vez, vulgar trampa manchada de inverosimilitudes.

Tiene buenos diálogos, un buen inicio y una memorable banda sonora, pero ni tan siquiera en el uso de la música extradiegética está acertado Georges Lautner, introduciéndola en escenas planas a nivel emocional, de forma innecesaria.

Una película con tan buenos personajes debería de haber tenido un desarrollo más pronunciado, ya que, desgraciadamente no consiguió llevarme al clímax emocional. Una pena, porque de verdad que merece la pena ver "Fat city".

Stacy Keach y Susan Tyrrell están absolutamente impresionantes en una historia que se basa en los protagonistas y en sus relaciones personales e internas consigo mismos. El pretendido amor, el paso de la vida, la llegada del fracaso y el ocaso del éxito social son algunos de los temas que trata esta inteligente obra, que carece de más mala leche.

Aún así, hay que verla.