Inicialmente esta película iba a ser una secuela de ‘The Quatermass Xperiment’, pero como el escritor Nigel Kneale no dejó usar al personaje de Quatermass, el argumento se modificó para que fuese una historia independiente. Se nota, pues la estructura es la misma que seguía la película del año anterior, afianzando a la Hammer como productora de terror y ciencia ficción de bajo presupuesto.

La historia sorprende por su capacidad para generar interés. Es una ciencia ficción seria que contrarresta su aspecto barato con una historia sobria, cargada de misterio, que consigue dejarte pensando en su contenido. Un reparto coral encabezado por Dean Jagger nos presenta a varios científicos, investigadores y soldados que deberán hacer frente a una desconocida forma de vida cuya existencia supone una amenaza para la nuestra. Las armas a utilizar: ciencia, estudio, experimentación y teorías elaboradas a partir de los pocos hechos observables.

Si te gusta el estilo resulta bastante interesante. Tiene escenas que impactan por su crudeza, también ciertas dosis de horror corporal en las cuales los efectos especiales se defienden mejor de lo que cabría esperar. Lo peor de lejos es la edición de sonido, a veces ni se escuchan los diálogos por culpa de la banda sonora, al menos en la versión original. La naturaleza y forma de la criatura se esconden casi hasta el final, mostrando hasta entonces las escenas de sus “antojos” mediante el plano subjetivo, una medida que sirve para crear suspense y ahorrar en gastos.

La recomiendo a la gente fascinada con imaginativas historias de ciencia ficción que fantasean con los enigmas que encierra el universo, incluso dentro de nuestro propio planeta.

Cuando estás en lo más alto todo son risas y sonrisas. El mundo te adora, te quiere, te ayuda. Los vecinos te respetan, los compañeros te idolatran, la familia te cuida. A tu alrededor solo existen los amigos. Pero cuando te caes de la cima, la cosa es muy distinta. Todo son risas y sonrisas, pero de desdén. El mundo adora que te vaya mal, quiere que te vaya peor, y te ayuda en el descenso hacia el fondo. Los vecinos se mofan de tu desgracia, los compañeros te dan la espalda y la familia se avergüenza de ti. A tu alrededor solo existe el vacío.

La lección que da Murnau con esta historia es tan dura como realista, pero le falla el remate, pues el epílogo sobra. Da igual que te diga que es una fantasía suya para contentar al público que necesita una alegría a través de una falsa ilusión, o que intentes buscarle lecturas del tipo «El que ríe último, ríe mejor», para mí esos minutos se cargan en gran medida los logros anteriores, que iban mucho más allá de la crudeza de la propia historia, pues la técnica visual era digna de elogio.

Murnau crea una atmósfera psicológica agobiante mediante el uso de dos técnicas atípicas para el momento: la ausencia de intertítulos y la cámara móvil. De esta forma imprime una gran intensidad narrativa, transmitiendo una constante sensación de dinamismo. La cámara se aleja, se acerca y sigue al personaje principal en corto, mostrando su angustia y desmoronamiento interior de primera mano, exhibiendo lo que él percibe. Somos testigos del sufrimiento real, físico, a través de sus expresiones (gran interpretación de Emil Jannings) y también del sufrimiento psíquico, de la degradación mental, a través de escenas distorsionadas. Es el mundo real, pero al mismo tiempo, no lo es.

Maestría visual y narrativa degradada por un epílogo naíf largo y anticlimático, probablemente pensado para contentar al deprimido público alemán de la época. Aún así merece la pena.

Chaplin consigue sacar una sonrisa y tal vez una lágrima con esta historia cómica con tintes de drama que dispara, sin mucho disimulo, dardos recriminatorios hacia el funcionamiento de la sociedad. Impagables los intertítulos que más que explicativos son comentarios sarcásticos que ironizan sobre la generosidad del estado, la policía o la gente adinerada cuando intervienen para mejorar la vida de los más necesitados.

La historia sigue a un vagabundo que se encuentra con un bebé abandonado y se encariña con él. Juntos vivirán pobres pero libres y felices, al menos hasta que los diablos de las normas sociales irrumpan en su pequeño paraíso para imponer su corrección. Entre idas y venidas ambos lucharán por mantenerse unidos, poniendo buena cara al mal tiempo y resolviendo los problemas con diversión.

Después de numerosos mediometrajes, este sería el primer largometraje de Chaplin, que dirigió, escribió, produjo, editó y protagonizó, aparte de componer la música más adelante. Un joven Jackie Coogan realiza una de las más memorables actuaciones infantiles que se recuerdan. La gran puesta en escena redondea esta innovadora forma de mostrar la complicada tragedia a través de la simple comedia.

Una de las imprescindibles de Chaplin, del cine mudo y del cine en general.

El cine de terror mudo tiene un aura de pesadilla que le sienta de lujo.

Robert Wiene presenta un misterio embaucador, repleto de suspense, que nos mantiene pegados al asiento durante todo el visionado. Visualmente carece de artificios, incluso se podría tildar de monótona la puesta en escena, de rasgos expresionistas pero simplista y apegada a la realidad. La historia sigue el mismo concepto, una fantasía onírica que se resiste a dejar de lado la explicación racional. La rocambolesca resolución hacia la que se inclina finalmente nos dejará ojipláticos por su improbable credibilidad, pero tampoco es que importe demasiado, pues por el camino nos hemos divertido de lo lindo descifrando el enigma.

Las interpretaciones son las propias de este cine, exageradas, mímicas, muy gestuales e imprescindibles para entender a los personajes. Conrad Veidt está un poco acartonado pero aceptable en su descenso hacia la locura, incapaz de hacer frente al miedo que lo invade. Alexandra Sorina está totalmente entregada, con miradas incluso más dementes que las de Veidt. El villano recae en la piel de un intrigante Fritz Kortner.

Los más filosóficamente inquietos podrán encontrar varias interpretaciones de su interés, desde la lucha existencialista por descubrir el significado del “yo”, hasta una metáfora sobre la necesidad de que el Gobierno (la mente) se entienda con los obreros (las manos). Los más cinéfilos, por su parte, notaran rasgos anticipados del cine negro.

Un oscuro sueño de crimen y misterio que se acerca al terror detectivesco en un ambiente turbador. No es una grandísima obra pero sí resulta una parada recomendable para quien navegue por los años mudos del terror.

Violencia, erotismo, drogas, bajo presupuesto, temática truculenta… Lo que viene a ser cine de explotación. Una muestra significativa de hecho, con lo mejor y lo peor.

El estilo se come en gran medida al contenido. La puesta en escena destila un aspecto retro que evoca la década de 1970, se bañan las escenas en diferentes colores (o se sustraen) para enfatizar sensaciones, se retuerce el significado de míticas canciones, se buscan planos preciosistas sin descanso y se usa el truco de la narración no lineal para desconcertar. Por si fuera poco, nuestra mirada también se verá maravillada por la volcada interpretación de Willa Fitzgerald, una montaña rusa de expresión corporal.

El contenido, por su parte, oculta sus carencias tras el apartado visual; unas carencias que resultan, en retrospectiva, demasiado obvias. Hay que darle mucha manga ancha a los sucesos para llegar a creérselos, especialmente todo lo relacionado con los policías, que parecen simples aficionados sin capacidad de raciocinio. El comportamiento del Demonio y la Chica aún puede ser justificable en cierta medida, porque hay estupefacientes de por medio y su mente no es precisamente un ejemplo de lucidez, pero de todos modos dicho comportamiento también está cogido con pinzas, o mejor dicho, está deliberadamente escrito de esa forma para engañar al público.

Eso me lleva al principal aspecto negativo de la cinta, su nada disimulada forma de tergiversar lo que cuenta para desorientar. El desorden narrativo atiende a una única razón: esconder información para sorprender con un giro argumental que, por otra parte, resulta evidente pese a los intentos por ocultarlo. Luego, cuando ves el conjunto, te das cuenta de las argucias utilizadas por un director más preocupado de asombrar a su audiencia que de diseñar un juego coherente. Dicho de otra forma, el guion es tramposo, falto de naturalidad.

El tono es el de un thriller de terror con toques de humor. Visualmente fascinante pero argumentalmente endeble. Si llega a preocuparse de los detalles de la historia tanto como de los fotográficos le iría mejor. Los temas que trata son interesantes, reflexiona sobre estereotipos e ideas preconcebidas, dejando un mensaje sobre la ceguera padecida por las personas cuando se enfrentan a escenarios que no coinciden con su cuadriculada visión del mundo.

Edgar Allan Poe escribió «No creas nada de lo que escuches y solo la mitad de lo que ves». Esa es la idea central de la película, la mejor forma de abordarla y también una manera inteligente de enfrentarse a la realidad. La prudencia es una virtud infravalorada.