Haz click aquí para copiar la URL
Críticas de Chris Jiménez
Críticas 2.222
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
2
16 de junio de 2024
Sé el primero en valorar esta crítica
Es sabido que una productora ambiciosa no se demora en aprovechar el filón de una obra que ha tenido éxito. El resultado es la creación de una secuela, por lo general mala, y en el peor de los casos incluso se genera una saga.
Pues este siempre ha sido uno de los peores males del cine japonés...y tuvo que tocarle a "Abashiri Bangaichi".

No podía imaginarse Shigeru Okada, productor jefe de Toei, la enorme popularidad que alcanzaría esta película, con unos resultados de taquilla nunca antes vistos para la compañía; la reinterpretación de la novela autobiográfica de Hajime Ito, que ya adaptara Nikkatsu unos años antes de manera más fiel, también significó la consagración de Ken Takakura como héroe de acción del momento. Y entonces se torció la cosa. A Okada se le nubló la vista pensando sólo en nuevos ingresos y no tardó en volver a poner a Teruo Ishii tras la cámara...por desgracia el tiempo de preproducción y rodaje fue demasiado reducido, tanto que no hubo entusiasmo por parte del equipo.
Y se percibe en cada secuencia, en cada plano, en cada segundo de esta maldita secuela llamada simplemente "Zoku Abashiri Bangaichi", cuyo protagonista, Shinichi, disfruta tranquilamente de su libertad preparado para subir a un ferry en Hakodate, después de un prólogo que muestra un atraco que parece no tener nada que ver con nada. Eso distingue los primeros minutos de la trama: la acumulación de situaciones y personajes cuya conexión es prácticamente nula, sobre todo personajes, a los que el guión introduce con una velocidad y falta de interés tales que llega a ser difícil entender quién es quién y cuáles son sus razones para estar aquí.

Shinichi, por cierto, ha perdido toda la profundidad dramática, todo el carisma que poseía, y Takakura lo encarna más bien desde la autoparodia. Las secuencias iniciales en el muelle ya definen los derroteros cómicos a los que apunta esta película, nada que ver con la dureza y amargura de la obra original (para más inri el blanco y negro se sustituye por una colorida fotografía); por su parte Ishii vuelve a uno de sus métodos de escritura favoritos presentando a una maraña de personajes (todos indiscutiblemente desagradables) que, sin saberlo, acabarán relacionados por la casualidad y la mala suerte.
Se repite así la misma situación que en "Osen Chitai", pero cambiando el billete de 100 yenes por la imitación de una bola de marimo que una monja pierde en el ferry...y no hay que ser muy inteligente para saber que las joyas del robo del principio se ocultan en su interior, lo cual no tarda mucho en desvelarse. Y aunque los numerosos personajes separan sus caminos, dicha bola los vuelve a unir: a un matrimonio con un niño enfermo cuya madre (Yoko Mikahara, antigua musa de Ishii) trabaja para un grupo de strippers, a una banda de yakuzas, a un asesino a sueldo y a una sexy carterista, nada menos. Shinichi y su amigo Otsuki sólo son dos piezas impersonales más de este enrevesado argumento.

Mitad aventura criminal llena de violencia, mitad comedia absurda y sórdida al estilo clásico de Shintoho que se desinfla mientras avanza como el interés por Shinichi, quien no sólo ha perdido carisma, es que Takakura no interpreta al mismo personaje (pese a seguir el modelo de héroe de "ninkyo-eiga" recto y honorable); la interacción entre los personajes, que ni están desarrollados como figuras dramáticas ni valen como figuras paródicas (o lo que sea que pretendiera hacer Ishii), es tan torpe como la introducción de otros tantos que pasan de soslayo sólo para no volver a aparecer jamás.
De hecho algunos actores de la obra original (Kunie Tanaka, Toru Abe, Kanjuro Arashi...) retoman sus papeles pero sin explicarse cómo puñetas han llegado aquí si se supone que eran prisioneros en Abashiri; es lógico que con sólo una semana de plazo para escribir el guión y dos de rodaje el resultado sea este desaguisado. Y momentos como la pelea en la casa de apuestas (incluyendo un striptease de Mihara que da vergüenza ajena), el enfrentamiento entre Shinichi y el grupo yakuza al que se une de repente el asesino a sueldo o el descacharrante clímax en el festival (qué conveniente que suceda) son suficientes para comprobar el desinterés general que domina en la película.

Esto último, donde los protagonistas se dan de puñetazos con los yakuzas mientras los asistentes de dicho festival bailan absortos como si con ellos no fuera la cosa, hay que tenerlo en cuenta porque puede estar entre las secuencias más idiotas que el director haya rodado en toda su carrera...
Y además, ¿por qué este título? No hay prisión Abashiri en ningún sitio ni existe conexión con la historia original salvo la repetición (innecesaria y sin sentido) de algunos personajes; y a pesar de ser un confuso desastre con casi ningún instante rescatable, "Zoku Abashiri Bangaichi" logró posicionarse, para alegría de Toei, entre los éxitos de la temporada, abriendo la puerta a una saga que en absoluto captura mi interés.
Chris Jiménez
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
6
15 de junio de 2024
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los concurridos barrios de Tokyo, cuando la noche ya ha caído. Los carteles iluminan unas calles sin embargo ocupadas por monstruos que se esconden en los rincones más oscuros...
Esto es la peligrosa Ginza, y allí nos vamos.

El responsable de meternos en sus tripas es Teruo Ishii, que con 34 años trabaja a destajo y muy feliz en los estudios de Shintoho. Pero, aunque le designaran director de "Supergiant" (la primera película japonesa sobre las aventuras de un superhéroe) y sus numerosas secuelas, se podría considerar a "Jotai (o "Nyotai") Sanbashi" su primera obra de pleno derecho, al estrenarse también como guionista; además en ella destacan dos de las señas de identidad que abarcará todo su cine posterior. La primera es la audacia. Un narrador nos lleva en coche al centro nocturno tokyota poniéndonos sobre aviso de los peligros que vamos a encontrar.
A modo de documental observamos los clubs, salas de fiestas, pubs y, por supuesto, los prostíbulos. Esto, la compra-venta de mujeres, fue el tema estrella de todos los "thrillers" que Ishii dirigió para la productora, aprovechando lo que cada día leía en los periódicos sobre las actividades de dichos negocios desde la prohibición de la prostitución en Japón poco antes. Entonces seguimos a un tipo (Ken Utsui) a una cita en un motel con una chica que, misteriosamente, ha sido asesinada en la bañera; este prólogo, donde él se convierte en un inocente perseguido en la tradición "hitchcockiana", es despachado con mucha rapidez y no tardamos en enterarnos de que se trata de un policía de incógnito...

El escenario se transforma. Esto ya no es la investigación de un asesinato y un hombre huyendo, sino una operación a gran escala para echar el guante a los responsables de una organización que secuestra chicas y usa un club como tapadera. Yoshioka (Utsui) se suponía el protagonista de esta intriga con evidentes influencias de cine negro norteamericano (y un poco a la manera de Nikkatsu, también), pero no es así; en esta historia se cruzan y tropiezan otros tantos personajes, empezando por dos agentes más (Ono y Hayami) que por su cuenta investigan las actividades de dicha organización.
Y esta es precisamente la otra "marca de la casa" de la que el director hace gala (y seguiría haciendo): su torpeza como guionista; a sabiendas del reducido metraje que marcaba Shintoho para las producciones de este género, es incomprensible la cantidad enorme de secundarios que circulan por una trama cuyas bifurcaciones son tantas que llegan a marear. Tenemos a Yoshioka, el héroe, y a una chica, Rumi (la explosiva Yoko Mihara, musa de la compañía), quienes comparten un melancólico pasado y acaban unidos para luchar contra los proxenetas del club Arizona; ellos deberían ser los únicos en quienes se centrara el argumento...

Por desgracia la atención se desvía hacia Ono y Hayami, a éste se le da una subtrama que involucra a otra chica (también con su propia historia trágica y tópica que contar), y por si fuera poco se introduce a una periodista (Haruko) que llega de no se sabe dónde a meter las narices en los tejemanejes del club y a un chico (Teruo) enamorado de Rumi que toca allí el piano...y, cómo no, también gozan de su momento dramático en este embrollo de estilizadas atmósferas. Pero la película es tan corta que Ishii no tiene tiempo de desarrollar a tal maraña de personajes como es debido, así que algunos llegan, se van, aparecen otros, vuelven a irse, regresan los de antes y nos quedamos preguntándonos si van a esfumarse de nuevo o no...
Y la pareja principal, Yoshioka y Rumi, termina tristemente desaprovechada. Lo más destacado sigue siendo el riesgo que toma Ishii, exponiendo a actrices semidesnudas o realizando bailes de un erotismo que desafiaba los límites de la censura de la época, y tratando un tema candente en ese momento como eran las leyes anti-prostitución y los casos reales de organizaciones clandestinas dedicadas al secuestro, la extorsión y la esclavitud. Que aquí un gángster norteamericano sea el jefe de toda la operación no sorprende en absoluto.

Las muestras de violencia verbal y física también son una pista para saber hacia qué caminos se movería el cineasta en años venideros; el clímax elegido, sin embargo, en el astillero y con el clásico enfrentamiento a tiros, no sale del estereotipo del policíaco, y su planteamiento es tan absurdo que pareciera una parodia (¿quién apostaría a que un policía ganara contra una veintena de enemigos?, yo no, desde luego...).
Curiosamente el momento más poderoso de la película se lo lleva Ono (el veterano Shigeru Ogura) y se basa en un simple pero profundo discurso para dar fuerzas al joven Hayami para continuar con su ingrato trabajo, siendo asimismo uno de los mejores momentos que filmó Ishii en toda su carrera.
Chris Jiménez
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
3
14 de junio de 2024
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En los Ocho Infiernos los condenados se retuercen en una piscina de sangre, otros son cubiertos de gusanos y luego devorados por un dragón. Nadie escapa al juicio de Teruo Ishii y sus demonios, que arrancan lenguas y despedazan a quienes cometieron pecados imperdonables...

Él, en realidad, no estaba ya para muchos juicios. Preparado a entrar en el nuevo milenio con 75 años, debió haberse retirado, gozar del estatus de cineasta de culto que le había sido otorgado y limitarse a observar sus fuertes influencias en los directores jóvenes. Pero no, en su lugar siguió haciendo gala de su infatigable voluntad al lanzarse de cabeza a un proyecto muy personal de nuevo financiado con su propio dinero; tan personal que sólo él, como de costumbre, demostró verdadero entusiasmo, al contrario que muchos miembros de su equipo, quienes le abandonaron durante el rodaje y la posproducción...
Tal vez el tema a debatir no era el adecuado en aquel momento, o que el guión no convenció a nadie. La estructura de "Jigoku" es incoherente y errática, y empieza sin introducciones en las mismas tripas del Infierno, recreadas con una serie de decorados de cartón-piedra y efectos especiales un tanto vergonzosos, quedando más o menos como la versión de "todo a cien" del clásico homónimo de Nobuo Nakagawa; algo de la esencia de Shintoho se respira en este escenario chapucero y de cierto atractivo grotesco.

La legendaria Michiko Maeda encarna a una especie de reina del Averno (Enma) que, harta de todos los pecados del mundo humano (ojo, los de los hombres sólo, las mujeres no) decide "invitar" a una persona para que contemple de cerca los castigos a los condenados y vuelva a La Tierra para intentar llevar su vida y la de otros por el buen camino. Entre retazos de humor negro, desnudos gratuitos y violencia a un tiempo brutal y extremadamente cutre, la joven Kinako Sato en el papel de Rika adopta la mirada del espectador y nos guía por las instalaciones infernales antes de ser obligada a observar a algunos criminales que acabarán soportando el juicio de los demonios por sus horribles actos.
Este prólogo, veloz, lleno de interrogantes (por ejemplo, ¿por qué esta chica es la elegida y no otra persona?, ¿hay algún motivo?) y nada satisfactorio en general, sufre dos interrupciones en forma de "flashbacks", una corta y una larga. La primera se dedica a repasar los homicidios de Tsutomu Miyazaki, quien a finales de los '80 secuestró, torturó y asesinó de manera indescriptible a varias niñas pequeñas, desatando una oleada de pánico en la sociedad japonesa; hemos pasado de una película de horror/fantasía barata pero agradablemente descarada a una especie de drama semidocumental de atmósfera inquietante e incómoda y con una intención muy clara en su discurso.

Intención que se reafirma en ese segundo "flashback" donde Rika toma parte como un personaje más siguiendo los pasos de Chizuo Matsumoto (aquí bajo el pseudónimo Kasahara), el líder de la secta Omu Shin-rikyo que, tras una serie de delitos que incluyeron extorsión, secuestro y asesinato, fue declarada organización terrorista cuando el 20 de Marzo de 1.995 llevaron a cabo el conocido ataque con gas sarín en varias estaciones de metro de Tokyo. Si a algo se dispone Ishii en estas historias inconexas es, simple y llanamente, a mostrar su indignación sin concesiones.
En el año en que realizó la película ni Miyazaki ni Matsumoto habían sido ejecutados todavía (se necesitaría más tiempo pero al final sucedió, gracias a Dios...), así que, furioso al ver cómo el sistema penal alargaba innecesariamente sus condenas, eligió su propio sistema de justicia a través del cine; es fácil simpatizar con esta transparente idea, la de un castigo eterno perfectamente justificado ya que de ningún modo se podría estar de parte de los culpables. Todo esto está muy bien, pero la manera de desarrollarlo el guión es pésima, sin una verdadera profundización dramática, sin hacer de Sato la protagonista, porque ella sólo se limita a observar igual que nosotros.

Observar una serie de situaciones horribles llevadas a cabo por personajes desagradables que ni sienten ni padecen un mínimo de culpa; lo peor es que, si bien lo que se cuenta sucedió de verdad, no existe una auténtica atmósfera de suspense e intriga, pesa un tono televisivo esta vez nada atractivo, no existe esa emoción visceral que brotaba en las obras clásicas del director, y el aspecto tan barato convierte escenas supuestamente dramáticas en paródicas. Pasada esta larguísima y tediosa trama sólo nos queda regresar al mismo punto, es decir, al Inframundo.
Claro, Ishii apela a la voz de la justicia interior del público, esperando que eso sea suficiente para poder disfrutar de la sádica fantasía infernal que conlleva el castigo a tan repelentes individuos. Pero no. Lo que podría haber sido una orgía de horror con la esencia de Suehiro Maruo o Kazuo Umezu no pasa de ser un circo de disfraces, sangre falsa y decorados pobres sin mucha sofisticación ni diversión y momentos que no se sabe por qué suceden con personajes que no se sabe quiénes son (la de un envejecido Tetsuro Tanba de samurái-fantasma regalándonos una horrorosa secuencia de lucha como mejor ejemplo de ello).

Y además un mensaje muy confuso, porque al ser testigo de las torturas que esperan a los pecadores, Rika debe predicar la palabra y las acciones "correctas"...dando a entender que ahora es ella la que creará otro culto religioso.
Por lo tanto no se resuelve nada, ni se aprende nada y todo lo sucedido no ha valido para absolutamente nada.
Chris Jiménez
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
6
13 de junio de 2024
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una isla donde se ocultan secretos terribles, sueños imposibles y deseos capaces de destruir cualquier cosa por cumplirse.
El audaz imaginario de Ranpo Edogawa, con sus sombras, monstruos, misterios y sorpresas cobra vida de la manera más curiosa gracias a Teruo Ishii...

...Y de nuevo por cuenta del productor Shigeru Okada, quien pensó que había llegado la hora de dar carpetazo a su larga saga de obras centradas en el erotismo y la violencia extrema antes de que la crítica endureciera aún más sus ataques contra Toei. Este canto del cisne se planificó con una costosa obra de terror que, por desgracia, nunca llegó a filmarse; en su lugar, gracias a la libertad que le concedían, Ishii prefirió crear una historia donde se unieran varios relatos de Edogawa, su autor favorito. Sin embargo el gran entusiasmo del que hacía gala no fue compartido de igual modo por su equipo durante el difícil rodaje, ubicado en la península de Noto.
Pero "Kyofu kike Ningen" se inicia, casi como un presagio, con una mirada de absoluta locura, la de esa joven que esgrime un puñal en el interior de una celda donde otras mujeres son presas inconscientes de su enfermedad ante el alucinado Hirosuke; comienza así esta extrañísima epopeya dividida en dos actos a su vez, se podría decir, divididos en dos partes. Y todo el 1.er acto se centra en el gran misterio de la identidad de este hombre y del motivo que le ha llevado a estar en un manicomio; alrededor de él operan una serie de pistas indescifrables, recuerdos de tal vez una vida pasada, una isla remota que perturba sus sueños y una especie de aterrador hombre-criatura que la domina...

En realidad todo esto es referencia directa a "Panorama-to Kitan", pero se reimagina en un contexto distinto del texto original, donde también Hirosuke suplantaba la identidad del fallecido Genzaburo, heredero de la adinerada familia Komoda; el guión toma a este personaje y sigue su plan pero complica hasta lo indecible las cuestiones del gran parecido físico, añadiendo Ishii de por medio las pesadillas, las intrigas y esa atmósfera de opresión que roza la grima sórdida y desesperante. La 2.ª parte del 1.er acto tiene lugar en la residencia Komoda, y Teruo Yoshida, lejos de ser el impulsor de la acción, adopta la mirada del espectador y queda atrapado en un laberinto de secretos sin aparente solución.
Los repelentes individuos que pivotan a su alrededor, desde sirvientes a familiares, se mueven en la sospecha continua; entonces, la aparición de dos seres entre bestias y humanos lleva la historia a un universo distinto. Literalmente, salimos del decorado interior para viajar a otro mundo. El 2.º acto tiene lugar en esa isla que desde hace tiempo se nombra y es objeto de la obsesión de Hirosuke; el mayor cambio con respecto a "Panorama-to Kitan" es que a éste se le quita el sueño que su álter-ego quería hacer realidad en dicha isla, un paraíso utópico donde crear arte por medio de la acción humana transgrediendo las reglas de la naturaleza.

Este deseo de expresión extrema de la belleza pierde por completo su significado pues pasa a ser el sueño de otro, concretamente del que se podría decir era el villano de "Koto no Oni"; esta otra historia de Edogawa cruza su argumento con "Panorama-to Kitan", perfecto, ya que las segundas partes de ambas están ambientadas en islas. Pero la de "Koto no Oni" era una isla de maldades ocupada por un demonio, que aquí, gracias a las ocurrencias de Ishii, se convierte en un personaje de pleno derecho (encarnado por el rompedor artista de danza y coreógrafo Tatsumi Hijikata).
Éste, Jogoro, pasa a ser un hombre deformado que se ha visto consumido por la locura y ha decidido, cual dr. Moreau (la influencia es obvia) usar ese apartado lugar para crear seres mitad humanos, mitad monstruos (mitad lo que quiera que sea). Esta parte es realmente poderosa y el director logra algunas de las imágenes más impactantes del cine japonés, una visita guiada por los deseos de una mente enferma extrapolados a la realidad en un indescriptible espectáculo de cuerpos que se contonean, retuercen, gimen y rugen; la expresión de la belleza de "Panorama-to Kitan" se tergiversa por formas de ataque a la naturaleza sin ningún propósito salvo el dolor...

No hay otra intención, ni siquiera la científica como predicaba el chiflado personaje de la novela de Wells. Pero para que todo no quede en mera exposición de mal gusto y en secuencias aberrantes, el guión se sale por la tangente del "thriller" psicológico e inventa un elaborado pasado para el repelente Jogoro, además de concederle un lazo familiar absolutamente increíble con Hirosuke (increíble no por ingenioso, sino por absurdo). Todo esto es lo que define la historia, que ya no es tanto un cuento de terror sino de locura originada por el dolor, la tristeza, el rechazo y la infidelidad.
Lo malo es que Ishii no acierta en el desarrollo de la enorme cantidad de argumento que el guión ha insertado con calzador en los estertores de la película (detallado en la Zona Spoiler). No es de extrañar, claro, que "Kyofu kike Ningen" fuera un absoluto fracaso de taquilla (y de crítica, por supuesto) en su momento; ni siquiera estoy seguro de que merezca el estatus de culto que ha acabado ganando con el tiempo...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
4
9 de junio de 2024
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si bien la estrella Shinichi Chiba ya era bastante conocido gracias a varias sagas de acción y sobre todo a la reciente "Street Fighter", el presidente de Toei, Shigeru Okada, pidió a su protegido Teruo Ishii crear para él una aventura más enfocada hacia una acción colorida y cómica.

Y así, entre la 2.ª y la 3.ª entrega de la mencionada saga, se realizó "Choku-geki! Jigoku Ken", que significó la reunión del actor y el cineasta en una misma producción después de más de una década; producción extraña y muy a tener en cuenta dentro del subgénero de las artes marciales, pero no se podía esperar otra cosa de quien está tras la cámara, que establece rápido la premisa, exactamente la misma que la de un "thriller" suyo muy anterior llamado "Gang vs. Gang", donde una especie de organización secreta y de lo más extravagante se dedicaba a acabar con la venta de droga en Tokyo.
Pero esta vez, en lugar de a Koji Tsuruta, enrolan en sus filas a Chiba, quien desempeña un rol un tanto autoparódico: aquí es el heredero de un clan ancestral de ninjas que detestaba las enseñanzas de su despiadado abuelo (esto lo vemos a lo largo de un "flashback" tan divertido como innecesario) y acabó mudándose a la ciudad para reciclarse en un detective privado lleno de deudas. La situación se repite: un comisario de la policía retirado y su subordinado Hayato, ahora asesino a sueldo (Makoto Sato, al que también se le da de maravilla destrozar a la gente con los puños) crean este grupo para aniquilar el imperio de la droga de Mario Mizuhara.

Éste se aprovecha de la inmunidad diplomática de su novia por ser la hija del embajador de un país que tiene tratos con Japón. Y hasta aquí el argumento, señores. Lo que se irá sucediendo son los golpes de estos peculiares mercenarios-justicieros contra Mizuhara y sus esbirros para frustrar sus planes; en realidad "Jigoku Ken" sólo vuelve a la típica película de artes marciales, las que poco antes hacía Bruce Lee, siguiendo ese patrón donde un héroe común y experto luchador acababa enredado en los tejemanejes de un poderoso gángster que tenía bajo su mando, qué conveniente, a un puñado de imbéciles también con buenos nudillos para repartir leña.
Aquí también sucede eso, no hay armas de fuego, las cosas se resuelven a ostias, todo sea para deleitarnos con las increíbles habilidades de Chiba. Ishii, por su parte, mete sus descacharrantes ideas con calzador y lleva la burla que pretende hacer de este cine al paroxismo, empezando por la exagerada representación de la violencia, cercana al cómic: costillas arrancadas, ojos que vuelan de las cuencas, cabezas partidas por la mitad, brazos rotos e ingentes cantidades de sangre se esparcen por la pantalla en un espectáculo tan grotesco como alucinante.

Pero para alucinante, además de los varios desnudos gratuitos que incluye, es el diálogo y la interacción entre los personajes, y es que habría que nominar a los actores a un premio por ser capaces de decir sus frases sin sucumbir a la carcajada. Las depravadas ocurrencias de Ichiro (Eiji Go), las bromas pesadas de Hayato y por supuesto las divertidas salidas de tono de Chiba, quien además copia a Lee durante las peleas de una manera harto irrisoria (los gestos, los gritos, los movimientos...ni los cientos de imitadores del actor chino que surgieron en aquellos años lo hicieron tan bien), deja claro lo poco que la película se toma en serio a sí misma.
Pero Ishii no atina igual en la trama, que, habitual de estas producciones, es un mejunje incomprensible; básicamente luchas violentas aquí y allá y momentos sin demasiada lógica que derivan en situaciones conocidas, siendo la mayor de todas el que el villano reclute a feroces luchadores para derrotar a quienes le están fastidiando el negocio (en lugar de contratar a gángsters para liquidarlos a golpe de metralleta, que sería lo lógico), y que todos acaben dándose de palos en el clásico y larguísimo clímax donde uno ya no sabe quién está recibiendo y si es de los malos o de los buenos...

De no amenizarla las exageradas dosis de violencia y los detalles paródicos, "Jigoku Ken" no pasaría de ser otro título más de la acción con artes marciales típico de los '70 y que tan horrorosamente mal han envejecido incluso como meros productos de entretenimiento.
Lejos de ser un fracaso la película se colocó entre los puestos más taquilleros del año...y Okada no perdió ni un minuto en pedirle al director que preparara la secuela.
Chris Jiménez
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow