Dos días, una noche

Votar o botar, he ahí la cuestión.
De premisa brutal, forzada y un tanto diabólica, la película avanza como el tren del infierno, a vida o muerte (esto sí que es ritmo, tensión y agilidad narrativa, lo los ridículos aguachirris de acción; los Dardenne ganan por goleada al cine comercial más ansioso), con muchas paradas y todas decisivas.
La adorable, la maravillosa Marione Cotillard es la maquinista de esta locomotora imparable y hermosa. Deslumbrante y sutil. Rota, como zombi dañada, pero resistiendo. Gracias al Santo Job que la sostiene y empuja.
Historia que peca de bastantes excesos y enormidades, pero no importa. Ya que depara incontables momentos de verdad esencial, despojada, hiriente de tan cruda y real. Cada encuentro con sus compañeros, cada paso del vía crucis de esta mártir acosada por el capitalismo más feroz, es un deleite y un dolor. Escenas terriblemente complejas y sutiles (violentas pero en un contexto lleno de matices; con la constante aparición de familiares que intervienen y adensan el problema con mil ramificaciones inextricables). Retratos que nos retratan; ahí cabe todo, todas las miserias y grandezas de la condición humana; desde los egoísmos más inhumanos hasta las generosidades más sinceras; y sin elevar la voz, con contundencia y exactitud. Momentos conmovedores de tan perfectos y sencillos.
El armazón argumental es puro trampantojo, cogido por los pelos, un poco histérico (la depresión de caballo es utilizada como alerta máxima, punto de no retorno) y extremo. Pero sirve como metáfora perfecta y compendio de los males de nuestras sociedades. ¿Qué es más importante para ti, cuáles son tus verdaderos valores? Es la prueba que pone a cada uno en su sitio. Y de paso, desnuda nuestras mentiras, inseguridades y miedos.

Los Dardenne insisten en el realismo social, género que han dignificado con obras mayores como son "La promesa", "El hijo", "Rosetta" o "El niño de la bicicleta". Esta vez se centran en una mujer a punto de perder su trabajo; la condición para mantenerlo es que sus compañeros renuncien a la paga extra y con ese objetivo, con el de conseguir que renuncien a la extra, se cita consecutivamente con todos ellos.
La indagación moral y psicológica de los personajes, inmersos en la crisis, y de sus respuestas ante el crudo dilema al que se ven abocados es interesante. La frontera entre la dignidad y la miseria moral se difumina cuando la situación económica nos aprieta.
Sin embargo, la premisa inicial se me hace inasumible: ¿cómo es posible que en Bélgica una empresa pueda ofrecer semejante disyuntiva? ¿no existen los sindicatos?;el capitalismo será cruel y torticero, pero también sutil e interesado ¿qué interés puede tener la empresa en crear un conflicto semejante entre sus asalariados? No me lo creo, y la endeblez de la proposición inicial castra el desarrollo posterior de la cinta - es fundamental que el cine de testimonio social sea verosimil-, que además se me hace repetitivo y cansino.
Contrariamente a su costumbre de trabajar con actores desconocidos, esta vez cuentan con la gran Marion Cotillard, extraordinaria en la piel de Sandra, omnipresente en casi todos los planos del drama. Eso sí, mantienen su austeridad de siempre,renunciando a la banda sonora y utilizando el sonido ambiente.
En resumen, un nuevo eslabón en la comprometida carrera de los cineastas, pero sin el brillo de sus obras mayores, en mi opinión.

Aprovechando una de las artes que mejor se maneja en la ficción, la del cine, llegan los Dardenne y se marcan una historia próxima, hiperrealista y que impresiona profundamente. Partiendo de una sencilla idea, el despido de una trabajadora, los hermanos belgas hacen todo un tratado de comportamiento humano y una pericia forense sobre el mundo laboral y sus implicaciones sociales.
Desafortunadamente el acorchamiento de parte de la ciudadanía impide una identificación plena con los problemas de Sandra que, hoy en día, son los nuestros, los de nuestros hijos y vecinos y que desembocarán en el homicidio consentido de la clase trabajadora.

Maestría demuestran los artífices de este drama al conseguir que acompañemos, de casa en casa, a una víctima del sistema; una miguita en las fauces de la productividad y que sonriamos ante la pírrica victoria de la dignidad sobre la cuenta de resultados.

Marion Cotillard brilla, tal vez de manera excesiva, acostumbrados como nos tienen los autores a que las creíbles interpretaciones salgan de actores más desconocidos, con la graduación de soldados rasos. Destacar el mínimo papel que reservan para uno de sus fetiches, el "sargento", en este caso capataz, Olivier Gourmet; y por supuesto el bien resuelto, grisáceo y desafectado protagonismo del marido (Fabrizio Rongione).

LO MEJOR:
- Marion Cotillard, lleva el peso de toda la película.
- Que mucha gente se pueda sentir identificada tanto con la protagonista como con alguno de sus compañeros.
- Que te hace plantearte qué habrías hecho tú en cualquiera de los bandos.

LO PEOR:
- Las expectativas que te han creado crítica y premios (o nominaciones).
- Resulta repetitiva hasta el punto de aburrir. El argumento obliga a esta repetición pero creo que se podría haber intentado llevar de otra manera.
- El personaje del marido podría aportar algo más de fuerza.

No hace falta recurrir a los periódicos. La sencilla trama de una empleada que busca mantener su trabajo convenciendo a sus compañeros para que renuncien a una prima es el reflejo perfecto de una situación económica que desangra a los más necesitados y, por extensión, el retrato más fiel de un sistema social perverso donde el bien común es el menos común de los bienes.

Este viaje puerta a puerta de Sandra es en realidad una dolorosa ruta hacia nuestra conciencia, o para ser más exactos, hacia nuestra ausencia de ella. Porque aunque desde la butaca del cine contemplemos con estupor los argumentos que van esgrimiendo sus compañeros para amarrarse a los ansiados 1000 euros, todos sabemos que el altruismo se diluye en cuanto pica al timbre e invade nuestro territorio. De ahí que Dos días, una noche sea tan jodidamente paradójica, enfrenta a nuestra vertiente solidaria con nuestro lado más profundamente miserable.

Las diferentes reacciones ante el ruego de Sandra, que se siente mendiga, son fácilmente reconocibles, desde el que reclama su pleno derecho a la prima hasta el que le echa en cara su osadía, pasando por la que directamente se esconde tras la puerta. Respuestas ingratas, cobardes, despreciables, que la protagonista va encajando con sorprendente educación. El espectador espera que en algún momento su estado inestable, comprensible, la lleve en algún momento a estallar. Pero los hermanos Dardenne mantienen casi todo el tiempo la contención, el respeto y la coherencia hacia un personaje que para colmo padece depresión.

Marion Cotillard asimila con pavorosa verosimilitud el estado de tristeza y decaimiento de una madre recién salida del precipicio y abocada de nuevo al borde por culpa de una maquiavélica crisis económica. La misma que coloca a los trabajadores de una pequeña empresa entre la espada y la pared. La que deja el futuro de una empleada en manos de sus compañeros y la sitúa en el punto de mira, juzgando sus facultades mentales y su capacidad laboral a cambio de una renuncia que nunca será gratuita.

Por suerte, la cinta no es lo suficientemente pesimista (o realista) y abre un resquicio para la esperanza. La reacción de uno de los trabajadores cuando recibe la visita de Sandra pidiendo clemencia es de las que pone los pelos de punta y devuelve en cierta manera la confianza en el género humano. El desenlace, sin desvelar spoilers, es otro ejemplo de hasta qué punto los Dardenne han preferido ser misericordiosos con sus congéneres.

Dos días, una noche realiza un recorrido por momentos frío y aséptico en torno al compromiso social, ese concepto hueco plagado de intereses individuales y falsa condescendencia. Todo un azote a nuestra dudosa ética que nos sitúa ante una gran disyuntiva moral, contemplar la obra desde el escepticismo o lanzarse a los brazos de la fe en la humanidad. Para ambas posturas la película será igualmente una auténtica genialidad.