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Relámpago

Comedia Harold Lloyd ayuda al abuelo de su novia en el enfrentamiento que éste tiene con una gran compañía de transportes de Nueva York, a causa de su viejo tranvía de mula. (FILMAFFINITY)
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Críticas 10
Críticas ordenadas por utilidad
5 de mayo de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
97/20(30/04/18) Divertidísimo comedia protagonizada por un espectacular Harold Lloyd, una dinámica e híper-vitalista cinta dirigida por Ted Wilde en (tras la magnífica “El hermanito”, 1927), su segunda (también segunda producción de Lloyd para la Paramount) y última colaboración (murió el realizador dos años después del estreno, a los 40 años de un derrame cerebral) con el mítico actor. Última película muda del actor que entre largos y cortos (15 años) había hecho más de 200 trabajos, y luego haría solo siete películas sonoras durante un período de 18 años antes de retirarse a los 53 años. Este es un film de gran presupuesto que sobresale en las escenas rodadas en Nueva York (todo un documento gráfico espléndido de la época pre-Depresión), todo un alarde de manejo de masas, como de coreografías de persecuciones y peleas por sus calles, así como su delirante tramo en Coney Island, donde el más genuino slapstick se despliega en un tsunami que el paso del tiempo no ha hecho mella en su frescura. El título original es “Speedy”, en realidad el apodo de Harold Lloyd, otorgado por su padre apropiado para el personaje interpreta aquí, pues todo lo hace con dinamismo, agilidad y siempre rápido. El actor siempre ha sido colocado en el pódium de Mitos del humor silente junto a Chaplin y Buster Keaton, pero en el tercer escalón, sus films se caracterizaban por encarnar él al ciudadano medio de la sociedad americana, donde el melodrama era prácticamente inexistente, el sentimentalismo era muy suave, tipo que se enfrentaba al mundo y sus problemas con optimismo y alegría, en esto ejemplo Chaplin era distinto, introduciendo muchos elementos dramáticos sensibles, asistir a una obra de Lloyd es un chute de vitalidad sin fin, de esos que tras finalizar te deja una sonrisa de oreja a oreja. Ted Wilde fue nominado para el Premio de la Academia al Mejor Director de Comedia, una categoría separada de Mejor Director de Film Dramático; las dos designaciones se combinaron al año siguiente como Mejor Director. Para quienes gustan del béisbol, aparece el icónico Babe Ruth representándose a sí mismo en una escena con Lloyd y jugando con los Yankees, en lo que es un homenaje a uno de los grandes pasatiempos USA.

El personaje encarnado por Lloyd es el optimismo personificado, demostrando que ante los problemas no hay más que buscarle una solución, que si se puede trabajar con alegría se hace, para ello el modo “malabarista” en que prepara helados (precursor de lo que hace Tom Cruise en “Cocktail”), que si tiene que transmitir un marcador a sus colegas se inventa un marcador con rosquillas, creando a cada momento un ingenioso recurso ante las dificultades, que te despiden del trabajo pues te vas a pasar un día con tu novia al parque de atracciones de Coney Island. Un film trepidante que no da respiro, siempre desarrollando imaginativos gags, donde se combinan la comedia física con los equívocos, con escapismo, con las persecuciones, con las peleas, donde la técnica está depurada con mimo, donde la risa brota de modo natural en el espectador. El director Wilde capta con viveza los neoyorkinos felices años 20, rodando espectaculares persecuciones, rebosantes de electricidad, con el taxi o con el tranvía, formidable labor, que además destaca en el tramo Coney Island, un película por si solo este metraje.

Nueva York City se convierte en co-protagonista del film, erigiéndose en alegoría de la personalidad intrépida de Lloyd, esto subrayado en los rótulos del inicio ("Nueva York, donde todo el mundo tiene tanta prisa, que se toman el baño del sábado el viernes para hacer la limpieza del lunes al domingo") donde se menciona a la ciudad como vanguardista y mascarón de proa de la sociedad emprendedora estadounidense, una urbe que crece a pasos agigantados, amalgama de culturas (como refleja el barrio protagonista), mostrando a la vez símbolos como el puente de Brooklyn, Times Square, o el majestuoso skyline de los años 20 (sin el Empire State Building, ni el Chrysler, o por supuesto las Torres gemelas), todo ello exhibiendo bullicio y sensación de “locura”.

La cinta ya muestra sus bazas en su arranque en el apretujado metro con el creativo Lloyd desplegando su ingenio para encontrar asiento libre para su “churri”, atando un hilo a un dólar cual cebo lo echa al suelo y un incauto pica y se levanta, dejando lugar para su chica, y recuperado Lloyd su dinero. Es este un film donde prima el gag sobre el argumento, este un mero McGuffin para Lloyd hacer gala de toda su apabullante vis cómica, un conjunto de viñetas cosidas livianamente, pero que en solitario son desternillantes, y todo ello de modo vertiginoso. Aún con su tono desenfadado deja entrever una crítica al capitalismo despiadado, al que anhela aplastar al más débil, al que no le importa la gente, si no los dividendos, esto expuesto en el empresario que quiere comprarle la línea al suegro de Lloyd, esto también enfrentando a los viejos tiempos representados en el tranvía de caballos frente al mundo del motor, la ciudad atestada de coches, motos y el metro (reflejo de los nuevos tiempos); también se hace una loa a la amistad, a la fuerza de la comunidad de trabaja unida en un objetivo, a la solidaridad, ello en una clara y ensalzable oda al multiculturalismo cuando personas de diferentes razas trabajan en equipo.

El tramo del parque de atracciones de Coney Island es un film en sí mismo, prescindible orgánicamente en el desarrollo de la trama, pero maravilloso en sus diez minutos, donde el vendaval de gags se encadena uno tras otro en lo que parece una hemorragia de imaginación puesta al servicio del humor más blanco e ingenioso, donde caben globos-salchicha, manchas en chaqueta, espejos deformadores, cangrejos juguetones, un metraje que nos teletransporta a nuestra más cándida infancia. El rodaje en el parque de Coney Island costó aproximadamente $ 150,000.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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12 de julio de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pues en contra de los que opinan muchos, esta comedia de Lloyd me ha parecido flojita. Sí que es verdad que no para de hacer cosas, pero creo que se ha montado unos gags y luego se ha buscado un hilo conductor. Por ejemplo, las escenas del parque de atracciones es larguísima!! Y simplemente hay una sucesión de gags y nada más, porque no hay argumento en ese trozo.

En otras películas Lloyd me encanta, porque es más gracioso y más divertido. Aquí no me lo ha parecido tanto. Quizás sea el día que no era el adecuado para verla (viendo otros comentarios de esta película), pero no puedo aprobarla, porque no le he encontrado el gancho.
edugrn
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24 de enero de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las dos últimas películas que ví de Harold Lloyd, posteriores a los años 30, fueron un jarro de agua fría para lo que tenía acostumbrado ver de este gran actor. El cine sonoro no le sentó nada bien, la verdad, perdiendo buena parte de la gracia que tenían sus primeras películas.

Ahora me he visto esta, de 1928, que tenía pendiente, y me reafirmo totalmente en mis palabras. Su última película de cine mudo, y me lo he pasado genial viéndola.

Con una historia de lo más curiosa, montones de sketches divertidísimos, al más puro estilo de los que nos tiene acostumbrados este hombre (las dos escenas con vehículos, tanto la del taxi como la del tranvía son impresionantes e imposibles de grabar hoy día con los medios que tenían en esa época), todo esto mezclado con una historia de unión y resistencia contra el poder de las grandes compañías, hacen de esta película algo realmente digno de verse.
TANOMUERTO
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11 de octubre de 2011
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
A pesar de que Harold Lloyd forme el "triunvirato" de grandes cómicos del cine mudo junto con los genios Charles Chaplin y Buster Keaton, siempre ha estado injustamente relegado al ostracismo. Salvo 'El hombre mosca' (1923), poca gente, incluso asiduos cinéfilos, conoce más obras protagonizadas por él. Sin tirarme el pisto, pero después de haber visto alrededor de más de 15 largometrajes de cada uno de estos tres virtuosos de la comedia muda, puedo decir que sus respectivos filmes guardan una estrecha línea de calidad suprema. Con esto, mis palabras no pretenden ser injustas con "cara de piedra" Keaton ni -en especial- Charles Chaplin, porque para mí este último está situado en lo más alto por sus comedias dramáticas, importante esta última palabra. Así que, y con esto voy acabado la presentación de Lloyd, a los tres les tengo mucho cariño y si me obligasen escoger a uno, pues no podría, sería como elegir entre papá o mamá.

El filme que nos atañe es 'Speedy', mi favorita de "El chico de las gafas", que así es como algunos se refieren a él cariñosamente, por delante de la mencionada anteriormente 'El hombre mosca' (1923), 'El tenorio tímido' (1924), '¡Ay, que me caigo!' (1930) o 'Cinemanía' (1932) -entre otras-. Peculiarmente, 'Speedy', de 1928, es su último largometraje mudo y el más divertido, trepidante, fugaz e ingenioso. Todo gracias a la no escatimación en gastos de la productora Paramount Pictures, que apostó por el proyecto justamente un año después de hacerlo por 'Alas' (1927), teniendo ésta el honor de ser el primer título en ganar el Oscar a la Mejor Película. Por último apuntar que la cinta que nos acontece está firmada por el neoyorquino Ted Wilde, especialista en el género de la comedia. Y precisamente en Nueva York es donde se rodó y trascurre nuestra alocada historia...

Años veinte, Nueva York. La ciudad crece a un ritmo vertiginoso. No hay ni un minuto que perder, es todo celeridad, y así nos avisan de ello los cómicos primeros intertítulos, que rezan tal que así: "Nueva York, donde todo el mundo tiene tanta prisa, que se toman el baño del sábado el viernes para hacer la limpieza del lunes al domingo". Tras esta -algo cochina- declaración de intenciones, se nos presenta una hermosa estampa con el puente de Brooklyn y el skyline de la ciudad para más adelante dejarnos con la baba cayendo al ver el corazón de Manhattan: Times Square en movimiento. La cuestión es que la ciudad evoluciona a un ritmo frenético y la tecnología absoleta ya es cosa del pasado. Pop Dillon, es el dueño del último tranvía de tracción animal que queda en la ciudad, por lo que los magnates del tranvía eléctrico harán todo lo posible por licenciarle, ya sea sobornando al viejo señor Dillon o... y aquí llega lo divertido de la película. Harold Lloyd, conocido como Speedy, novio de la nieta del viejo, intentará por todos los medios evitar tal negligencia o al menos rascar una buena tajada como indemnización.

(continúa sin spoilers)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Condosco Jones
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22 de octubre de 2011
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Divertidísima comedia rodada de forma magistral que no tiene ni un minuto de descanso, yo particularmente me he reído muchísimo, sobre todo en la parte de la feria, buenísima. Harold Llyd ha estado muy divertido, es que hasta el perrito me ha gustado bastante.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
aprendizdeharry
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