Luces de la ciudad
8,6
33.792
16 de abril de 2008
16 de abril de 2008
69 de 73 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quinto largometraje de Chaplin. El guión se inspira en la protagonista de la canción "La violetera", de José Padilla. Lo escribe Chaplin con la colaboración de Harry Clive y Harry Crocker (no acreditados). Se rueda en exteriores de San Francisco y en los Chaplin Studios, con un presupuesto estimado (Wikipedia) de 1,5 M dólares. Producido por Chaplin para UA, se estrena el 30-I-1931 (L.A., CA).
La acción tiene lugar en una gran ciudad americana en 1930, en los primeros meses de la Gran Depresión, cuando cunden el paro, la miseria, los atracos, los suicidios y la deseperanza. Un joven vagabundo (Chaplin) conoce casualmente a una vendedora ambulante de flores ciega (Cherill), de la que se enamora. Para que la chica se pueda someter a una costosa intervención quirúrgica de la vista, se pone a trabajar en oficios que exigen grandes esfuerzos físicos.
El film suma los géneros de comedia, drama y romance. Chaplin invierte 2 años de trabajo en la tarea de llevar adelante la producción y realización de la cinta. Convencido de que el cine es el arte de la pantomima, opta por realizar un film mudo, cuando el sonoro se hallaba consagrado. Terminado el rodaje, le añade efectos sonoros y la banda de música. Los diálogos se presentan en carteles escritos o se esbozan con el sonido de un silbato de feria (inauguración del monumento). Incorpora una sátira del cine sonoro y una apasionada exaltación del cine mudo. El guión es sobrio, sencillo y directo. El estreno de la obra obtiene un gran éxito de público, posiblemente el mayor de la carrera de Chaplin.
El protagonista es Charlot, el vagabundo marginado, solitario y sin techo, de la imaginería particular de Chaplin. En esta ocasión los dos únicos amigos que tiene, la florista ciega y el millonario excéntrico, no le pueden ver. El millonario sólo lo reconce cuando está bebido. El relato suma slapstick, parodia, sátira y crítica. Construye una historia conmovedora, tierna y enternecedora. Crea una atmósfera de ensueño en la que se dan la mano lo cómico y lo melodramático. Se burla de la vacuidad de los discursos políticos, la escasa fiabilidad del oído (la chica confunde a Charlot con un millonario), la mala calidad del sonido de los primeros films sonoros, la falsa felicidad que da la riqueza, las limitaciones y la fragilidad de la amistad, los deportes violentos, etc.
Son escenas destacadas la comida de espaguetis, el atraco de Charlot por unos ladrones, la errónea detención de la policía y, sobre todo, los emocionantes planos finales.
La música, de Chaplin, ofrece una partitura original romántica, melódica y colorista. El tema principal es el de "La violetera". Añade un fragmento del himno nacional de EEUU. La fotografía, de Roland Totheroh y Gordon Pollock, resalta la comicidad visual, la expresividad del mimo y el lenguaje corporal. Las imágenes destilan sobriedad, atención al detalle y el perfeccionismo de Chaplin. Se cuenta habitualmente entre las 100 mejores películas americanas.
La acción tiene lugar en una gran ciudad americana en 1930, en los primeros meses de la Gran Depresión, cuando cunden el paro, la miseria, los atracos, los suicidios y la deseperanza. Un joven vagabundo (Chaplin) conoce casualmente a una vendedora ambulante de flores ciega (Cherill), de la que se enamora. Para que la chica se pueda someter a una costosa intervención quirúrgica de la vista, se pone a trabajar en oficios que exigen grandes esfuerzos físicos.
El film suma los géneros de comedia, drama y romance. Chaplin invierte 2 años de trabajo en la tarea de llevar adelante la producción y realización de la cinta. Convencido de que el cine es el arte de la pantomima, opta por realizar un film mudo, cuando el sonoro se hallaba consagrado. Terminado el rodaje, le añade efectos sonoros y la banda de música. Los diálogos se presentan en carteles escritos o se esbozan con el sonido de un silbato de feria (inauguración del monumento). Incorpora una sátira del cine sonoro y una apasionada exaltación del cine mudo. El guión es sobrio, sencillo y directo. El estreno de la obra obtiene un gran éxito de público, posiblemente el mayor de la carrera de Chaplin.
El protagonista es Charlot, el vagabundo marginado, solitario y sin techo, de la imaginería particular de Chaplin. En esta ocasión los dos únicos amigos que tiene, la florista ciega y el millonario excéntrico, no le pueden ver. El millonario sólo lo reconce cuando está bebido. El relato suma slapstick, parodia, sátira y crítica. Construye una historia conmovedora, tierna y enternecedora. Crea una atmósfera de ensueño en la que se dan la mano lo cómico y lo melodramático. Se burla de la vacuidad de los discursos políticos, la escasa fiabilidad del oído (la chica confunde a Charlot con un millonario), la mala calidad del sonido de los primeros films sonoros, la falsa felicidad que da la riqueza, las limitaciones y la fragilidad de la amistad, los deportes violentos, etc.
Son escenas destacadas la comida de espaguetis, el atraco de Charlot por unos ladrones, la errónea detención de la policía y, sobre todo, los emocionantes planos finales.
La música, de Chaplin, ofrece una partitura original romántica, melódica y colorista. El tema principal es el de "La violetera". Añade un fragmento del himno nacional de EEUU. La fotografía, de Roland Totheroh y Gordon Pollock, resalta la comicidad visual, la expresividad del mimo y el lenguaje corporal. Las imágenes destilan sobriedad, atención al detalle y el perfeccionismo de Chaplin. Se cuenta habitualmente entre las 100 mejores películas americanas.
26 de abril de 2010
26 de abril de 2010
61 de 66 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si os he de ser franco, el día que decidí abordar “Luces de la ciudad” lo hice porque estaba ya hasta los mismísimos cojones de ver esta peli perpetuamente instalada en los primeros puestos de mis recomendaciones filmafiniteras. Fue, por consiguiente, un visionado casi forzoso. El típico visionado -para que nos entendamos- que muchos cinéfilos del tres al cuarto como yo solemos autoimponernos de vez en cuando para ir reduciendo, de esta manera, esas viejas y numerosas cuentas pendientes que tanto nos sonrojan.
En mi caso debo admitir -además- que fue Charlot y solo Charlot el gran ‘culpable’ de que un servidor hubiera postergado, arrinconado y ninguneado esta peli tantas y tantas veces. Y digo Charlot -y no Chaplin- porque era precisamente este ridículo personaje -y no su autor- el que, a bote pronto, me iba alejando de todas y cada una de las pelis en las que aparecía. Afortunadamente, un buen día decidí dejar esos prejuicios a un lado y hacer caso, de una puñetera vez, a las sabias recomendaciones de mis ‘almas gemelas’. La escogida fue, obviamente, “Luces de la ciudad”.
Quisiera matizar, sin embargo, que cuando me la puse por primera vez no pretendía verla entera. Ni mucho menos. De hecho, eran las doce y media de la noche, pasadas ya, y a esas horas tan sólo estaba dispuesto a concederle al dichoso vagabundo del bastoncillo diez o quince minutos de gracia para constatar si merecía o no la pena ver la peli en otra ocasión más propicia. Como podréis deducir, mis planes fracasaron. Estrepitosamente. Los minutos de gracia transcurrieron en un santiamén y -casi sin darme cuenta- llegó ese instante en el que dejar la peli de Chaplin para otro día iba a resultarme completamente imposible. Máxime cuando ya me sentía absolutamente subyugado ante una obra de arte indiscutible. Ante un inmejorable paradigma de lo que fue y debería seguir siendo el cine para siempre jamás: un vehículo de expresión artística destinado a todos los públicos.
Porque si por algo destaca “Luces de la ciudad” es precisamente por eso. Por ser una obra de arte al alcance de todos. Por ser una película que hace de la simplicidad, de la humildad, de la pureza, su mayor estandarte. Por ser una película capaz de hacerte reír y llorar con una naturalidad insultante. Todo ello, obviamente, sin que esa conmovedora y romántica atmósfera que la envuelve se resienta en ningún momento por esa conexión con el mundo real a la que Chaplin jamás renunció y que lo convirtió, irremisiblemente, en un experto nadando a contracorriente. Como todos los genios.
En mi caso debo admitir -además- que fue Charlot y solo Charlot el gran ‘culpable’ de que un servidor hubiera postergado, arrinconado y ninguneado esta peli tantas y tantas veces. Y digo Charlot -y no Chaplin- porque era precisamente este ridículo personaje -y no su autor- el que, a bote pronto, me iba alejando de todas y cada una de las pelis en las que aparecía. Afortunadamente, un buen día decidí dejar esos prejuicios a un lado y hacer caso, de una puñetera vez, a las sabias recomendaciones de mis ‘almas gemelas’. La escogida fue, obviamente, “Luces de la ciudad”.
Quisiera matizar, sin embargo, que cuando me la puse por primera vez no pretendía verla entera. Ni mucho menos. De hecho, eran las doce y media de la noche, pasadas ya, y a esas horas tan sólo estaba dispuesto a concederle al dichoso vagabundo del bastoncillo diez o quince minutos de gracia para constatar si merecía o no la pena ver la peli en otra ocasión más propicia. Como podréis deducir, mis planes fracasaron. Estrepitosamente. Los minutos de gracia transcurrieron en un santiamén y -casi sin darme cuenta- llegó ese instante en el que dejar la peli de Chaplin para otro día iba a resultarme completamente imposible. Máxime cuando ya me sentía absolutamente subyugado ante una obra de arte indiscutible. Ante un inmejorable paradigma de lo que fue y debería seguir siendo el cine para siempre jamás: un vehículo de expresión artística destinado a todos los públicos.
Porque si por algo destaca “Luces de la ciudad” es precisamente por eso. Por ser una obra de arte al alcance de todos. Por ser una película que hace de la simplicidad, de la humildad, de la pureza, su mayor estandarte. Por ser una película capaz de hacerte reír y llorar con una naturalidad insultante. Todo ello, obviamente, sin que esa conmovedora y romántica atmósfera que la envuelve se resienta en ningún momento por esa conexión con el mundo real a la que Chaplin jamás renunció y que lo convirtió, irremisiblemente, en un experto nadando a contracorriente. Como todos los genios.
26 de octubre de 2012
26 de octubre de 2012
38 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay muchas formas de contar la historia del Cine y la más usual es la peor de todas, la que se encuentra en las escuelas y facultades: ver el cine como una sucesión de hallazgos técnicos que se encadenan cronológicamente hasta llegar a la actualidad. Lo único que alabo del Godard cineasta es que narrara su historia del cine a partir de una progresión poética y personal, y que lo hiciera en imágenes.
La memoria del cine no está ordenada, eso es una ficción que aparece en los libros puesto que estamos en la era de la razón y la razón exige causas y efectos. No existe una memoria, existen muchas. Hay que aventurarse en ellas para remontar su cauce y encontrar el origen de este misterio prodigioso llamado cine. Contar la historia del cine debería ser viajar hacia lo más profundo, donde está la pasión y la capacidad para fascinar y dejarse fascinar.
La memoria del cine no está ordenada, eso es una ficción que aparece en los libros puesto que estamos en la era de la razón y la razón exige causas y efectos. No existe una memoria, existen muchas. Hay que aventurarse en ellas para remontar su cauce y encontrar el origen de este misterio prodigioso llamado cine. Contar la historia del cine debería ser viajar hacia lo más profundo, donde está la pasión y la capacidad para fascinar y dejarse fascinar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Cuando ya no tengamos más explicaciones y se llegue a la fuente de donde arranca todo, allí encontraremos la unidad indivisible del sentimiento, el núcleo de la emoción que nos proporciona la imagen: allí está el rostro humano captado por la cámara. No hay nada igual en el siglo XX. El semblante de la desconocida Lisa cuando Stefan Brand le levanta el velo y vuelve a ser una niña; el Amanecer de la esposa que resucita a nuestra mirada; la sonrisa de Apu; la joven de la playa mirándonos directamente a los ojos al final de “La dolce vita”.
Y en el principio de todo estará siempre el final de “Luces de la Ciudad”, la forma más sencilla y trasparente que ha tenido el Cine de mostrar la sencillez y transparencia de los sentimientos. Allí está todo: en el velo final que se levanta, en el primer rayo del sol que contiene la última sonrisa, en la mirada directa de una persona tímida de la que emana toda la fuerza de su pudor vencido; sabemos que hemos llegado al final y que ya no hay nada más, porque la última resistencia cede en nuestro interior, se rompe, y nadie nos librará de que brote salvaje y pacífico el manantial de la emoción.
Y en el principio de todo estará siempre el final de “Luces de la Ciudad”, la forma más sencilla y trasparente que ha tenido el Cine de mostrar la sencillez y transparencia de los sentimientos. Allí está todo: en el velo final que se levanta, en el primer rayo del sol que contiene la última sonrisa, en la mirada directa de una persona tímida de la que emana toda la fuerza de su pudor vencido; sabemos que hemos llegado al final y que ya no hay nada más, porque la última resistencia cede en nuestro interior, se rompe, y nadie nos librará de que brote salvaje y pacífico el manantial de la emoción.
17 de febrero de 2008
17 de febrero de 2008
35 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué puedo yo decir ya sobre el más grande icono romántico, tierno, pícaro, vapuleado, alegre y, ante todo, sensible que ha encandilado al público durante casi noventa años?
Verdaderas joyas de la industria de Hollywood nos dejó aquel mago de la ilusión, reliquias que figuran entre las más valiosas que se han filmado.
Ese hombre de corazón inmenso, de espíritu inmortalizado a través de sus creaciones, dotado de una sensibilidad artística fuera de lo común, nos legó para siempre uno de los personajes más queridos y aclamados de la historia del cine: Charlot. Paradigma del vagabundo eterno, del sin techo cuya casa está en todas partes y en ninguna, hombrecillo de apariencia frágil y humilde, pillo redomado que usa sus inofensivas tretas para ir tirando a remolque de una sociedad acelerada e industrializada en la que no encaja. Como un ángel caído a la tierra que haya adoptado la forma de un hombrecillo insignificante, rezuma una dignidad inquebrantable pese a su aspecto casi siempre lastimoso, una bondad que es su bandera, una habilidad especial para meterse en líos, embrollos y malentendidos, y sobre todo, un corazón sensible que sueña con el amor verdadero.
Pequeño héroe urbano que, con un discreto, modesto y casi imperceptible gesto es capaz de realizar la mayor hazaña de todas: darlo todo por otro ser humano. Pequeño antihéroe zarandeado pero que nunca pierde la sonrisa. Y que está dispuesto a dar todo lo que no tiene si el premio es la felicidad de esa mujer a la que ama en silencio.
Este largometraje mudo es uno de los más bellos melodramas cómicos románticos que se puedan encontrar en las videotecas. Una de las más sublimes historias de amor que alguien haya tenido el acierto de rodar.
Con una delicadeza inigualable, Charlot se inmortalizó como el galán romántico por excelencia, capaz de ganarse el amor de su amada sin poseer belleza física, ni dinero, ni posición social. Simplemente con la sinceridad de sus sentimientos, con su amabilidad innata, sus tiernos modales, su alegría contagiosa y la certeza de que, pese a las dificultades, siempre va a ganar la batalla a las miserias cotidianas, remontándose por encima de ellas porque posee una luz especial que lo eleva. Así, al final de cada día el héroe anónimo que hay en él habrá ganado, una vez más, la partida, si en ese día ha logrado poner un poco más de amor en su vida gris.
El pobretón callejero que quiere ayudar a la bella y también pobre florista invidente a recobrar la luz de sus ojos... Nunca se ha vuelto, ni se volverá a crear, una maravilla semejante.
Verdaderas joyas de la industria de Hollywood nos dejó aquel mago de la ilusión, reliquias que figuran entre las más valiosas que se han filmado.
Ese hombre de corazón inmenso, de espíritu inmortalizado a través de sus creaciones, dotado de una sensibilidad artística fuera de lo común, nos legó para siempre uno de los personajes más queridos y aclamados de la historia del cine: Charlot. Paradigma del vagabundo eterno, del sin techo cuya casa está en todas partes y en ninguna, hombrecillo de apariencia frágil y humilde, pillo redomado que usa sus inofensivas tretas para ir tirando a remolque de una sociedad acelerada e industrializada en la que no encaja. Como un ángel caído a la tierra que haya adoptado la forma de un hombrecillo insignificante, rezuma una dignidad inquebrantable pese a su aspecto casi siempre lastimoso, una bondad que es su bandera, una habilidad especial para meterse en líos, embrollos y malentendidos, y sobre todo, un corazón sensible que sueña con el amor verdadero.
Pequeño héroe urbano que, con un discreto, modesto y casi imperceptible gesto es capaz de realizar la mayor hazaña de todas: darlo todo por otro ser humano. Pequeño antihéroe zarandeado pero que nunca pierde la sonrisa. Y que está dispuesto a dar todo lo que no tiene si el premio es la felicidad de esa mujer a la que ama en silencio.
Este largometraje mudo es uno de los más bellos melodramas cómicos románticos que se puedan encontrar en las videotecas. Una de las más sublimes historias de amor que alguien haya tenido el acierto de rodar.
Con una delicadeza inigualable, Charlot se inmortalizó como el galán romántico por excelencia, capaz de ganarse el amor de su amada sin poseer belleza física, ni dinero, ni posición social. Simplemente con la sinceridad de sus sentimientos, con su amabilidad innata, sus tiernos modales, su alegría contagiosa y la certeza de que, pese a las dificultades, siempre va a ganar la batalla a las miserias cotidianas, remontándose por encima de ellas porque posee una luz especial que lo eleva. Así, al final de cada día el héroe anónimo que hay en él habrá ganado, una vez más, la partida, si en ese día ha logrado poner un poco más de amor en su vida gris.
El pobretón callejero que quiere ayudar a la bella y también pobre florista invidente a recobrar la luz de sus ojos... Nunca se ha vuelto, ni se volverá a crear, una maravilla semejante.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Simplemente, disfrutar de cada escena en Nueva York, en una época en la que Estados Unidos está sumida en la Gran Depresión tras el crack del 29. El mismo año en que el Empire State Building neoyorquino se elevó a los cielos para la posteridad, época en que la ciudad creció verticalmente de forma espectacular, y la jungla de asfalto ya comenzaba a colapsar calles y avenidas con riadas de tráfico y tribus urbanas, dotando a la ciudad de ese pulso característico.
Contemplar aquella época concreta, los modelos de automóviles en boga, las modas en el vestir y en los peinados, magnates que trataban de salir a flote pese a la depresión y una economía que comenzaba a recuperarse lentamente.
Contraste entre señores y damas elegantes y golfillos y vagabundos callejeros, empleados de banca y abogados de firmas importantes y vendedores ambulantes que recorren las calles para tratar de obtener unas míseras monedas... Noches etílicas de periplos por casas elegantes, restaurantes y fiestas, y mañanas de resaca de crudo regreso a la realidad.
Impecable ambientación, sin duda, inmortalizada por la mejor fotografía que pudiera estilarse por aquel entonces, y las melodías omnipresentes de una orquesta que Chaplin sabía dirigir como un consumado director. Nunca el tema de "La violetera" se ha interpretado con tanta emotividad.
Estas luces nunca se apagarán, y relucirán como recuerdo de unos años dorados que se fueron y no volverán.
Contemplar aquella época concreta, los modelos de automóviles en boga, las modas en el vestir y en los peinados, magnates que trataban de salir a flote pese a la depresión y una economía que comenzaba a recuperarse lentamente.
Contraste entre señores y damas elegantes y golfillos y vagabundos callejeros, empleados de banca y abogados de firmas importantes y vendedores ambulantes que recorren las calles para tratar de obtener unas míseras monedas... Noches etílicas de periplos por casas elegantes, restaurantes y fiestas, y mañanas de resaca de crudo regreso a la realidad.
Impecable ambientación, sin duda, inmortalizada por la mejor fotografía que pudiera estilarse por aquel entonces, y las melodías omnipresentes de una orquesta que Chaplin sabía dirigir como un consumado director. Nunca el tema de "La violetera" se ha interpretado con tanta emotividad.
Estas luces nunca se apagarán, y relucirán como recuerdo de unos años dorados que se fueron y no volverán.
9 de mayo de 2007
9 de mayo de 2007
44 de 61 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un miércoles por la noche después de un día intenso de trabajo llegué a mi casa dispuesto a descansar y ver una buena película, entre cientos de películas que tenía guardadas aun sin ver se encontraba Luces de la Ciudad, supé la calificación otorgada por FilmAffinity y decidí verla con muy poca expectación después de 12 años de tenerla arrumbada en mi cajonera.
Aproximadamente 2 horas después, con aplausos y lágrimas en los ojos terminé de ver la película, y así mi día rutinario se convirtió en un día muy especial , disfruté la mejor película de la historia del cine ¿Por qué?, sencillamente porque te hace reír a carcajadas y llorar de tristeza y emoción, un personaje que llega hasta lo más profundo del corazón, por mucho la mejor película de Charlie Chaplin. Nunca he visto un final tan conmovedor. “No se necesitan palabras para decir tantas cosas”.
Aproximadamente 2 horas después, con aplausos y lágrimas en los ojos terminé de ver la película, y así mi día rutinario se convirtió en un día muy especial , disfruté la mejor película de la historia del cine ¿Por qué?, sencillamente porque te hace reír a carcajadas y llorar de tristeza y emoción, un personaje que llega hasta lo más profundo del corazón, por mucho la mejor película de Charlie Chaplin. Nunca he visto un final tan conmovedor. “No se necesitan palabras para decir tantas cosas”.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Mi escena favorita de la historia del cine: es sin lugar a dudas el final. Un auténtica obra maestra de Charles Chaplin.
También a destacar la actuación de Virginia Cherill como la inovidable cieguita.
También a destacar la actuación de Virginia Cherill como la inovidable cieguita.
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