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Amor

Drama Georges y Anne, dos ancianos de ochenta años, son profesores de música clásica jubilados que viven en París. Su hija, que también se dedica a la música, vive en Londres con su marido. Cuando, un día, Anne sufre un infarto que le paraliza un costado, el amor que ha unido a la pareja durante tantos años se verá puesto a prueba. (FILMAFFINITY)
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Críticas 300
Críticas ordenadas por utilidad
25 de enero de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Y no, no lloré, pero quedé al borde de un ataque. Haneke lo ha logrado, me ha ablandado, ha mostrado la realidad de la vida y la muerte en ese lazo pequeño que los une y ha sabido sacar provecho con una historia llena de realismo duro y crudo. Excelente guión y magnífica puesta en escena. Maravillosas interpretaciones. Una película dramática pero que en realidad transmite el horror, el terror de cada uno de nosotros por lo que se viene...

En fin, que se lleve todos los premios del mundo que es la mejor película del año.

¡Cojones! Haneke lo ha logrado... ¡Maldición!
ELHACHERO
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7 de febrero de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin estridencias, con sobriedad, con mucho oficio y con una crudeza que estruja el corazón, el austríaco Haneke consigue revelar, de manera demoledora, uno de los trasfondos dramáticos que puede traer en su mochila la indeseada vejez.

La pareja de octogenarios que componen Riva y Trintignant no pasará desapercibida en la historia del cine y, mucho menos, ante nuestros sentimientos.

Una obra que acaricia y lastima el alma por igual.
Nostradamus
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10 de febrero de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace aproximadamente año y medio, fui testigo directo del proceso de enfermedad y abatimiento que finalmente llevó a su deceso a mi abuela materna. La madre de mi madre sufrió por años de un cuadro delicado de diabetes con dificultades cardiovasculares, por lo que en mi familia, particularmente por parte de dos tías que vivían con ella, se extremaban precauciones en su cuidado médico. Así, pudo vivir plácida y hasta felizmente (no sin uno que otro sobresalto) a lo largo de los últimos lustros. Pero las complicaciones que surgieron de una gripe descuidada, a mediados del 2010, la postraron literalmente en cama a lo largo de cuatro meses, al final de los cuales tuvo que ser hospitalizada dos veces de emergencia, la última de estas ocasiones ya no salió con vida del nosocomio.
A lo largo de estos meses de agonía, pude seguir de cerca la desfavorable evolución de su malestar, o involución de su calidad de vida. A cada día que pasaba, mal que bien, el influjo de Tánatos superaba a Eros en su cuerpo, y atestigué el continuo desgaste de su ritmo vital. Era como observar el triste marchitar de una flor y caer rendido ante la lenta caída de sus pétalos, como el inexpugnable extinguir de una flama. Por supuesto, aún en su estado, mi abuela tuvo destellos maravillosos hacia mi persona en particular, y hay pocas cosas que agradezco tanto en la vida como haber compartido algunas de sus últimas horas. Pero, por encima de todo lo anterior, hubo un hecho particular que me conmovió con una fuerza tan poderosa que aún hoy día me estremezco al recordarlo: el tesón con el que mi abuelo David, su compañero de vida, siguió al paso de su sufrimiento. Una simple imagen de aquellos días me acompaña en la memoria como recordatorio del significado de su relación: el día que transportamos a mi abuela al hospital por segunda ocasión hubo que pasarla de su lecho a la silla de ruedas y de ahí al asiento del coche. Mi abuelo, por su edad, no podía ayudar en tal proceso, pero se mantuvo a mi lado estoico, llorando con una dulzura indescriptible, llorando por su Marina, que se le marchitaba. Ésa es para mi la verdadera y única imagen del amor conyugal.

He recordado y decidido expresar esto a raíz de la serie de emociones que me ha despertado ver la última obra maestra del director austríaco Michael Haneke, Amour. Una cinta desgarradora, potente como pocas, respetuosa hasta el límite del valor del buen cine y congruente consigo misma desde el primer cuadro hasta el último, digna heredera del mejor cine europeo del que uno tenga memoria, desde Ingmar Bergman hasta Kryztoff Kiezlowzsky, pasando por Theo Angelopoulos.

Amour es un viaje difícil, complejo. Es de esas cintas con las que nunca estás cómodo, sientes que la butaca te cala a lo largo del metraje. Esto queda de manifiesto desde la brillante escena inicial. Abre con un fade in, y enseguida vemos a un grupo de espectadores en lo que suponemos es una suerte de teatro, acomodándose en sus lugares. Una voz anuncia la tercera llamada y que el espectáculo está a punto de comenzar. Haneke deja la toma abierta en plano general casi dos minutos. A los espectadores más comodinos y palomiteros esta espera les parecerá eterna, a los verdaderos amantes del cine les fascinará. En los rostros de quienes están frente a nosotros, nos descubrimos a nosotros mismos. Confieso haber pensado: “curioso, somos un grupo de espectadores observando a otro grupo de espectadores” y estoy seguro de no haber sido el único en la sala en pensar esto. Pasado el reconocimiento, comienza la música… y el filme.
La historia es simple: Georges y Anne son una pareja de septuagenarios que viven plácidamente en Paris. De la trama inferimos que ambos se dedicaron alguna vez a la música, pero ahora viven retirados. Todo parece ir normal hasta que un hecho inesperado quebranta la salud de Anne (una secuencia que no tiene desperdicio, por cierto), y luego de sufrir la parálisis de la mitad de su cuerpo, la cinta se entrega por entero a nunca salir de ese asfixiante departamento, donde observamos el peculiar tipo de “Amor” que Haneke quiere mostrarnos: un crudo retrato sobre la vejez y la enfermedad. La ausencia de banda sonora, más allá de dos o tres piezas que la pareja recuerda o eventualmente interpreta al piano, es una cachetada con guante blanco más. Haneke nos aferra a la silla y nos dice: “aquí yo no juego a Hollywood y a sus tecnicismos, bébete esta copa de cine puro”. Y así, a través de un pausado pero inteligente montaje, observamos como la situación de la enferma y su marido los lleva al paroxismo. Mención especial a ambos intérpretes. Enormes.
Me sorprende que en todos los círculos Emmanuela Riva (hasta la Academia del Óscar la ha reconocido con una nominación) haya sido ensalzada por todo lo alto y no se reconozca el impresionante calado interpretativo de Jean-Louis Trintignant (si cabe, su Georges es tan o igualmente tenebroso que aquel papel del juez jubilado de “Rojo” de Kieslowszki).Dos personajes aparecen en la trama como metáforas o guiños: la hija, que representa la racionalidad del mundo exterior frente a los designios de una pasión humana interior, y , curiosamente, la paloma, que creo, funge como un símbolo del viaje que se disponen a hacer ambos ancianos. El final es un auténtico martillazo, un balde de agua fría para las buenas conciencias, un pretexto perfecto para discutir los límites entre lo moral y lo justo. Amor, locura y muerte, los tres temas más grandes de la literatura, según Horacio Quiroga, se subliman y se confirman aquí como los tres temas más importantes del cine. Por todo ello, Haneke y su “Amour” se merecen un sentido gracias, de mi parte. Porque, en la fría expresión de la visión desquiciada de desesperación de Georges veo, finalmente, las lágrimas de mi abuelo aquella tarde de octubre de 2010, veo el amor en persona.
Sergio Espinoza
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16 de febrero de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película algo lenta pero con interpretaciones majestuosas llevadas a cabo por los veteranos Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva al cual mejor, lo bueno o malo de estos films es que te puedes ver reflejado en su historia o conocer gente cercana que sufre lo que este pobre hombre que tiene que pasar sus últimos días de vida con su amada enferma y empeorando por momento, no hay nada peor que la degeneración corporal del ser humano por medio de una enfermedad, malo para él, e igual o peor para quien lo mantiene, aquí se ensalza la actuación de la perfecta actriz, pero poco o nada se menciona de la gran actuación de su marido ficticio que hace un papelón y es olvidado por los Oscar’s, donde premia ser enfermo más que cuidador, con excepción de las sesiones, donde el enfermo que es el que mejor lo hace es el olvidado, los Oscar son así un camelo capitalista que seguimos un montón de gente.
La historia es una de tantos y tantos dramas que nos abordan con el paso del tiempo, cuando la vida se nos resbala y que nos queda el último suspiro, cuando nuestro cuerpo dice basta ya y enferma debido a esa avanzada edad que es imposible poner freno, solo el tío de la guadaña puede.
Se la puede criticar por lenta, se puede meter con ella por estar las dos horas del film metidos en la casa, únicos decorados que tiene, pero todo eso es disculpable después de ver las interpretaciones de sus dos principales actores, no te llama la atención los escasos decorados (en Náufragos están en una barca y es un peliculón), ni su metraje, pues hoy día parece que si dura menos de 2 horas no es una película , aunque ya sea porque me toca de cerca, con un familiar con una enfermedad degenerativa o porque me absorbieron los actores se me pasó el tiempo volado, pero es verdad que con 20 minutos menos hubiese sido esplendida.
max
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2 de marzo de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Haneke vuelve a hacer una obra maestra, durísima y perturbadora. Dos temas: el amor y la vejez tratados de una manera directa. Dos actores inmensos Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva.

Amour es una película en apariencia sencilla, transcurre en un piso y el peso de la película lo lleva el matrimonio, pero Haneke consigue ponernos cara a cara con la cruda realidad. Nos enseña con un ritmo pausado, muy pausado como el cuerpo y la mente se destruyen, y con esa perdida de facultades, se desdibuja el ser humano que fuimos y no volveremos a ser.

La música clásica y los momentos de complicidad y ternura del matrimonio no hacen mas que remarcar la dura situación a la que se enfrentan.
trocko
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