Carol
7,0
23.118
Romance. Drama
Nueva York, años 50. Therese Belivet (Rooney Mara), una joven dependienta de una tienda de Manhattan que sueña con una vida mejor, conoce un día a Carol Aird (Cate Blanchett), una mujer elegante y sofisticada que se encuentra atrapada en un matrimonio infeliz. Entre ellas surge una atracción inmediata, cada vez más intensa y profunda, que cambiará sus vidas para siempre. (FILMAFFINITY)
14 de abril de 2020
14 de abril de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué buena impresión me ha dejado esta película, sin duda altamente recomendable. Sensacionalmente bella, deslumbrante, tierna, delicada, sutil. Perfecta en el ritmo, la trama, el guión, la fotografía, los papeles principales y secundarios (especial mención al papelón de Cate Blanchett como Carol).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Plantea el dilema moral de una madre que se debate en una lucha interna entre conseguir la custodia de su hija o perderla por ser una "desviada" (así se consideraba en la época a los individuos atraídos por personas de su mismo sexo). Pero lo hace con una fuerza impresionante, con el equilibro perfecto entre silencios y diálogos, con un "baile" entre las protagonistas que desprende muchísima química, y con una síntesis muy equilibrada entre lo explícito y lo sugerente. El papel de Rooney Mara (Therese) parece ser el de una chica sin mucho criterio sobre lo que desea hacer en cada momento, pero creo que no es casual esa representación de su personaje, en tanto que, siendo aún una chica joven e inmadura, se ve en la tesitura de enamorarse de una mujer, algo que sobresale de los cánones impuestos por la sociedad del momento. De hecho su personaje evoluciona de forma muy bonita a lo largo del film, tanto que finalmente es representada como una mujer más madura, que sabe lo que quiere, que apuesta por su pasión, que es la fotografía. Por otro lado, la lucha interna de la protagonista no podía tener un mejor resultado, en el sentido de que Carol, haciendo honor a su fortaleza y su aplomo, aboga por dejarse guiar por su destino y sus principios, sin ceder ante los chantajes y amenazas de su exmarido. Además, creo que la película tiene como coprotagonistas los gestos, las miradas, la complicidad y los silencios: en definitiva, los detalles. Me ha parecido una preciosa oda a la libertad de ser quien quieras ser, sin más.
14 de enero de 2016
14 de enero de 2016
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Elegante, refinada, son palabras que describen con precisión y simpleza esta película, tanto por la magistral actuación de Cate Blanchett ( Carol Aird); la fotografía que se deleita en la estética de los años cincuenta, como en la belleza de la inmortal ciudad de Nueva York; la música de época y el ritmo sutil, poco a poco nos embriagan y nos hace viajar en el tiempo para compartir esta historia de amor, mostrada con tanta dignidad, contención y elegancia. Hecha a la medida de Blanchett, ésta despliega su encanto y distinción naturales, comunicando con una sola mirada los que miles de palabras son incapaces de comunicar. Por su parte Rooney Mara no se queda atrás (Therese Belivet) en contraposición a la distinguida señora Aird, Belivet es la sencillez personificada, una inteligente joven que busca abrirse camino en la gran ciudad y que jamás espera que su vida daría un vuelco tan radical fruto de la simple casualidad de que pase frente a ella esta bella y madura mujer que parece buscar algo, y ese algo está a metros observándola.
Me gustó la contención y la dignidad que está siempre presente en esta historia, que es capaz de hacer atemporal una historia ocurrida tanto tiempo atrás y universal una temática que no siempre es abordada con la sutileza y empatía que despliega este guión.
Disfrutemos de las imágenes del Nueva York de los cincuenta, de la banda sonora, del ritmo, de las secuencias, de las brillantes actuaciones y de una historia que conmueve y emociona.
Me gustó la contención y la dignidad que está siempre presente en esta historia, que es capaz de hacer atemporal una historia ocurrida tanto tiempo atrás y universal una temática que no siempre es abordada con la sutileza y empatía que despliega este guión.
Disfrutemos de las imágenes del Nueva York de los cincuenta, de la banda sonora, del ritmo, de las secuencias, de las brillantes actuaciones y de una historia que conmueve y emociona.
17 de enero de 2016
17 de enero de 2016
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es otra película más sobre la homosexualidad, no. Es una película de amor entre dos personas, donde las miradas dicen más que las palabras. Imposible película de contar sino fuera por la gran interpretación de estas mujeres que transmiten y te transportan a una atmósfera intimista entre tu y sus sentimientos.
SENSACIÓN APORTADA: Elegancia, intimidad, naturalidad, comprension
SENSACIÓN APORTADA: Elegancia, intimidad, naturalidad, comprension
31 de enero de 2016
31 de enero de 2016
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es de buen ver una película que estudia y entiende la fuente de la historia y la interpreta en cada uno de los apartados que se muestran en pantalla. Sería injusto denominar a “Carol” como un romance lésbico, cuando hay mucho más por hablar de ella. El amor involucra personas con sentimientos, conflictos y un entorno que responde a lo que sucede. Por eso, se obtiene de esta película un estudio de dos personajes muy bien desarrollado frente al sentimiento mutuo que nace entre ellos.
La película abre con el flirteo entre dos mujeres: Carol Aird (Cate Blanchett) y Therese Belivet (Rooney Mara), dando pistas de todo un historial entre ellas, sea propio o unidas. Sus primeros minutos muestran la clase alta a la que pertenece Carol y la clase media de Therese. La primera, al borde del divorcio por un aparente suceso fuera de lo moral, conoce a la joven, que se enfrenta al sueño de querer surgir en Nueva York de los años 50’s. Con este panorama es que surge el enamoramiento, sin dejar de lado un pasado angustiante, un presente riesgoso y un futuro inseguro… como la mayoría de las relaciones.
Se deben enumerar varios logros que posee el filme. En primer lugar, el trabajo de cámaras para ubicarnos en medio de la conexión entre las involucradas, con acercamientos a miradas, tacto, juegos de palabras; el lenguaje corporal y lo audible hacen un excelente juego de romance, que no va soltando su último elemento hasta pasada la primera mitad de la cinta. Esta labor se aprecia muy bien por la época en la que sucede, con una difícil aceptación de lo que es la homosexualidad como preferencia sexual, y en donde la poca visibilidad era fundamental.
Las actrices Blanchett y Mara presentan un increíble nivel de histrionismo para evocar la química que plantea el guion, además de mantener sus papeles cuando están separadas. Basta con leer lo que exponen sus ojos para darse cuenta de la tensión dramática que inundan sus personajes. También especial atención al resto del reparto con muy buenas actuaciones.
Ante tal guion que vemos en pantalla, era primordial elevarlo al nivel de belleza adecuado, por eso, la estética del filme es vibrante. Iniciando con una ambientación a exactitud de medio siglo XX; pasando por una fotografía con tonalidades fuertes estilizada según la época; y la música dotando de momentos apasionantes y otros más de tensión.
Un filme de gran sutileza, hecho a la medida de lo que representa. Gran trabajo de Haynes como director, donde es mínimo el detalle que se le pueda reprochar. Queda una de las mejores del 2015.
Calificación: 9 (Excelente)
La película abre con el flirteo entre dos mujeres: Carol Aird (Cate Blanchett) y Therese Belivet (Rooney Mara), dando pistas de todo un historial entre ellas, sea propio o unidas. Sus primeros minutos muestran la clase alta a la que pertenece Carol y la clase media de Therese. La primera, al borde del divorcio por un aparente suceso fuera de lo moral, conoce a la joven, que se enfrenta al sueño de querer surgir en Nueva York de los años 50’s. Con este panorama es que surge el enamoramiento, sin dejar de lado un pasado angustiante, un presente riesgoso y un futuro inseguro… como la mayoría de las relaciones.
Se deben enumerar varios logros que posee el filme. En primer lugar, el trabajo de cámaras para ubicarnos en medio de la conexión entre las involucradas, con acercamientos a miradas, tacto, juegos de palabras; el lenguaje corporal y lo audible hacen un excelente juego de romance, que no va soltando su último elemento hasta pasada la primera mitad de la cinta. Esta labor se aprecia muy bien por la época en la que sucede, con una difícil aceptación de lo que es la homosexualidad como preferencia sexual, y en donde la poca visibilidad era fundamental.
Las actrices Blanchett y Mara presentan un increíble nivel de histrionismo para evocar la química que plantea el guion, además de mantener sus papeles cuando están separadas. Basta con leer lo que exponen sus ojos para darse cuenta de la tensión dramática que inundan sus personajes. También especial atención al resto del reparto con muy buenas actuaciones.
Ante tal guion que vemos en pantalla, era primordial elevarlo al nivel de belleza adecuado, por eso, la estética del filme es vibrante. Iniciando con una ambientación a exactitud de medio siglo XX; pasando por una fotografía con tonalidades fuertes estilizada según la época; y la música dotando de momentos apasionantes y otros más de tensión.
Un filme de gran sutileza, hecho a la medida de lo que representa. Gran trabajo de Haynes como director, donde es mínimo el detalle que se le pueda reprochar. Queda una de las mejores del 2015.
Calificación: 9 (Excelente)
4 de febrero de 2016
4 de febrero de 2016
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El mayor logro que jamás conquistó el Diablo no fue el de convencer a la humanidad de que no existía, sino el de hacerle creer que tras haber sido aplastantemente derrotada, tendría posibilidades reales de conquistar la victoria en una futura partida. Digamos que el tipo se aburre a más no poder... y más aún lo haría si su rival dejara de jugar por aquello de perder la fe. Aplicado al fútbol, ¿se fue Mourinho de la Liga porque Tito no le seguía el juego? Pues en parte sí. Aplicado a Cannes, que sin duda es un festival diseñado por el mismísimo Belcebú: los miembros acreditados de la prensa (los de menor rango, sobre todo) se despiertan cada día preguntándose cómo van a gestionar las pocas horas de sueño que han logrado juntar durante la noche anterior; cómo van a lograr cuadrar en un solo horario todas las películas que quieren ver y también qué tipo de putaditas preparadas por la organización van a tener que tragarse. Cada día la oferta cambia. La creatividad es ilimitada. La frustración, también. Y aun así, sigues con ganas de volver al Palais. Porque el certamen lo vale, y porque en el fondo, eres lo suficientemente insensato para pensar que mañana segurísimo que ya no te pillan; que el corte de mangas se lo dedicarás tú a ellos. Y luego, simplemente... no.
A base de lecciones como ésta se curtió, y de qué manera, un tal Todd Haynes, allá por la década de los 90, cuando la generación indie pasaba de ser otra anomalía del mundillo, a un fenómeno de talla mundial, cada vez más incontenible. Para que dicho crecimiento llegara a materializarse, se requirió mucho talento, muchas esperanzas, mucha voluntad... y algún que otro pacto con los Weisntein. Hablando del Diablo... Y claro, no hay luz sin oscuridad. De esto último se empapó el mencionado director, hace unos meses, gran reclamo en Cannes; en su día, gran abanderado de los independientes estadounidenses... cuyos métodos de rodaje y, en general, de producción, chocaron frontalmente primero con los grandes estudios y después, como no podía ser de otra forma, con los del Productor de Productores. Lo realmente jodido del asunto es que Harvey Weinstein tuvo siempre por costumbre el reservarse todos los derechos a la última palabra, lo cual en su caso acostumbraba a traducirse en el último golpe de tijera (perdón, de destral... perdón de sierra mecánica) en la sala de montaje. Los resultados de la simulación seguramente no les engañen: Ganó el malo.
Joder si lo hizo. De tal manera que a Haynes, sumido en una depresión de campeonato, por poco no se le quitan, para siempre, las ganas de volver a ponerse detrás de las cámaras. De esto, por suerte, hará ya casi veinte años. Tiempo suficiente para que hayan sanado las heridas, para que se hayan recuperados los ánimos, y para que el Diablo haya vuelto a cobrarse las mieles de las más dulce de sus conquistas. Es 16 de mayo de 2015. Por los pelos entramos en el segundo pase de prensa de 'Carol', película a Competición por la Palma de Oro, dirigida por Todd Haynes, ocho años después de 'I'm Not There', su último largometraje... y presidida por el logo de The Weinstein Company. Ante tal imagen, se oye un tímido silbido en la sala Bazin. Botón de Pausa. ¿Qué está pasando aquí? ¿Cómo se han vuelto a juntar estas dos fuerzas de la naturaleza? ¿No le quedaba otro remedio al pobre director para levantar su película? ¿Será que pasado todo este tiempo, el hombre se ha autoconvencido de que podía ganar al Diablo en la revancha? Una vez más en aquella extraña 68ª edición del Festival de Cine de Cannes, tragamos la saliva y contuvimos la respiración. Soltamos el aire, esto sí, cuando apareció en pantalla el nombre de Christine Vachon, Guerrera de Guerreras, incansable defensora de las buenas causas autorales. Las balanza parecía un poco más nivelada.
Sólo que en esta ocasión, los platos se decantaron descaradamente a favor del director. Vive Dios. 'Carol', adaptación a la gran pantalla de la novela de Patricia Highsmith, 'The Price of Salt', nos sitúa en la América de los años 50, ese escenario que el imaginario colectivo, mayormente, ha convertido en el terreno de juego ideal para el cineasta californiano (véanse, por ejemplo, 'Poison' o 'Lejos del cielo'). Ahí, se produce un flechazo. Carol ve a Therese, y Therese ve a Carol. La conexión surge al instante. Saltan las chispas. Barrido de colores y... ha empezado el cuento. El envoltorio de éste es claramente navideño. El frío se ha instaurado en la calle, las guirnaldas presiden las puertas y el ambiente viene cargado con esa paz y armonía tan típicas como, a fin de cuentas, falsas. El espíritu, va mucho más abajo. Poniendo el campamento base en una técnica y una ambientación de la época simplemente impecable (genial fotografía Edward Lachman; igualmente sublime partitura de Carter Burwell), Haynes va escalando, poco a poco, hasta levantar una auténtica clase magistral. De cómo acercarse al melodrama y de, básicamente, cómo hay que dirigir una película.
A base de lecciones como ésta se curtió, y de qué manera, un tal Todd Haynes, allá por la década de los 90, cuando la generación indie pasaba de ser otra anomalía del mundillo, a un fenómeno de talla mundial, cada vez más incontenible. Para que dicho crecimiento llegara a materializarse, se requirió mucho talento, muchas esperanzas, mucha voluntad... y algún que otro pacto con los Weisntein. Hablando del Diablo... Y claro, no hay luz sin oscuridad. De esto último se empapó el mencionado director, hace unos meses, gran reclamo en Cannes; en su día, gran abanderado de los independientes estadounidenses... cuyos métodos de rodaje y, en general, de producción, chocaron frontalmente primero con los grandes estudios y después, como no podía ser de otra forma, con los del Productor de Productores. Lo realmente jodido del asunto es que Harvey Weinstein tuvo siempre por costumbre el reservarse todos los derechos a la última palabra, lo cual en su caso acostumbraba a traducirse en el último golpe de tijera (perdón, de destral... perdón de sierra mecánica) en la sala de montaje. Los resultados de la simulación seguramente no les engañen: Ganó el malo.
Joder si lo hizo. De tal manera que a Haynes, sumido en una depresión de campeonato, por poco no se le quitan, para siempre, las ganas de volver a ponerse detrás de las cámaras. De esto, por suerte, hará ya casi veinte años. Tiempo suficiente para que hayan sanado las heridas, para que se hayan recuperados los ánimos, y para que el Diablo haya vuelto a cobrarse las mieles de las más dulce de sus conquistas. Es 16 de mayo de 2015. Por los pelos entramos en el segundo pase de prensa de 'Carol', película a Competición por la Palma de Oro, dirigida por Todd Haynes, ocho años después de 'I'm Not There', su último largometraje... y presidida por el logo de The Weinstein Company. Ante tal imagen, se oye un tímido silbido en la sala Bazin. Botón de Pausa. ¿Qué está pasando aquí? ¿Cómo se han vuelto a juntar estas dos fuerzas de la naturaleza? ¿No le quedaba otro remedio al pobre director para levantar su película? ¿Será que pasado todo este tiempo, el hombre se ha autoconvencido de que podía ganar al Diablo en la revancha? Una vez más en aquella extraña 68ª edición del Festival de Cine de Cannes, tragamos la saliva y contuvimos la respiración. Soltamos el aire, esto sí, cuando apareció en pantalla el nombre de Christine Vachon, Guerrera de Guerreras, incansable defensora de las buenas causas autorales. Las balanza parecía un poco más nivelada.
Sólo que en esta ocasión, los platos se decantaron descaradamente a favor del director. Vive Dios. 'Carol', adaptación a la gran pantalla de la novela de Patricia Highsmith, 'The Price of Salt', nos sitúa en la América de los años 50, ese escenario que el imaginario colectivo, mayormente, ha convertido en el terreno de juego ideal para el cineasta californiano (véanse, por ejemplo, 'Poison' o 'Lejos del cielo'). Ahí, se produce un flechazo. Carol ve a Therese, y Therese ve a Carol. La conexión surge al instante. Saltan las chispas. Barrido de colores y... ha empezado el cuento. El envoltorio de éste es claramente navideño. El frío se ha instaurado en la calle, las guirnaldas presiden las puertas y el ambiente viene cargado con esa paz y armonía tan típicas como, a fin de cuentas, falsas. El espíritu, va mucho más abajo. Poniendo el campamento base en una técnica y una ambientación de la época simplemente impecable (genial fotografía Edward Lachman; igualmente sublime partitura de Carter Burwell), Haynes va escalando, poco a poco, hasta levantar una auténtica clase magistral. De cómo acercarse al melodrama y de, básicamente, cómo hay que dirigir una película.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Para ello, es primordial conectar con la historia que va a contarse; con las bases definitorias que ésta requiere. El mundo femenino en el que tan a gusto se siente el director toma la forma de un juguete con el que Todd disfruta tanto, que es como si volviera a sentirse niño. Como si volviera a ese tiempo perdido en el que todavía no había pactado con el Diablo. El mocoso de marras, eso sí, tiene una sensibilidad e inteligencia desarrolladísimas. La consciencia de época a la hora de filmar cada gesto, cada frase y cada beso atrapado en el limbo, es tan descomunal, que no nos queda sino apiadarnos del próximo infeliz que se atreva a seguir la estela marcada por Haynes en el género. Porque obviamente no sólo se trata de preparar los decorados y divertirse viendo qué vestido queda mejor para cada ocasión, sino más bien de tener un control absoluto de todo lo que el espectador acabará viendo. En este sentido, 'Carol' es un monumento a la puesta en escena. Durante las dos horas que dura la película, salta a la vista que quien mueve los hilos tiene clarísimo todo lo que contiene cada plano, todo lo que pasa en él (incluso lo que queda fuera del encuadre, algo igualmente revelador)... en definitiva, todo lo que él nos cuenta.
A partir de ahí, la sinfonía de emociones no podía sonar más afinada. El domino del lenguaje fílmico es tan absoluto, que casi pasa inadvertido. ¿Quién necesita voces en off cuando sabe dónde poner, y cómo mover la cámara? ¿Quién precisa de recursos sensibleros cuando trabaja tan bien con una pareja (Cate Blanchett & Rooney Mara) tan en estado de gracia? ¿Quién necesita estridencias en el discurso cuando la exposición de los hechos, nítida y cristalina donde las haya, ya plasma, de la mejor de las maneras, esa represión socio-sistemática cuyas secuelas siguen, hoy en día, casi igual de visibles? Imposible que Harvey haya puesto mano en esto. Con ello, gana Haynes, sin duda. Y los Weinstein. Y lo más importante, el cine. Y ya que con preguntas estamos, ¿quién no desea que ningún hombre (o mujer) pueda separar lo que la Vachon y los Weinstein han unido? Bienvenido (de nuevo), Mr. Haynes. A partir de ahí, poco importa que aquella Palma de Oro se escapara para homenajear a la carrera de Jacques Audiard, menos importa aún el que el #OscarsSoWhite no sea el escándalo más gordo que nos haya dejado este año la Academia... sólo vale 'Carol', redonda en la sensibilidad, sutileza y pasión tanto en el retrato sentimental como en su correspondiente mapa circunstancial. Hablamos, definitivamente de la obra maestra de un maestro, consagración (una más) de la mirada, pero sobre todo la caligrafía de Todd Haynes, patrimonio universal del cine.
A partir de ahí, la sinfonía de emociones no podía sonar más afinada. El domino del lenguaje fílmico es tan absoluto, que casi pasa inadvertido. ¿Quién necesita voces en off cuando sabe dónde poner, y cómo mover la cámara? ¿Quién precisa de recursos sensibleros cuando trabaja tan bien con una pareja (Cate Blanchett & Rooney Mara) tan en estado de gracia? ¿Quién necesita estridencias en el discurso cuando la exposición de los hechos, nítida y cristalina donde las haya, ya plasma, de la mejor de las maneras, esa represión socio-sistemática cuyas secuelas siguen, hoy en día, casi igual de visibles? Imposible que Harvey haya puesto mano en esto. Con ello, gana Haynes, sin duda. Y los Weinstein. Y lo más importante, el cine. Y ya que con preguntas estamos, ¿quién no desea que ningún hombre (o mujer) pueda separar lo que la Vachon y los Weinstein han unido? Bienvenido (de nuevo), Mr. Haynes. A partir de ahí, poco importa que aquella Palma de Oro se escapara para homenajear a la carrera de Jacques Audiard, menos importa aún el que el #OscarsSoWhite no sea el escándalo más gordo que nos haya dejado este año la Academia... sólo vale 'Carol', redonda en la sensibilidad, sutileza y pasión tanto en el retrato sentimental como en su correspondiente mapa circunstancial. Hablamos, definitivamente de la obra maestra de un maestro, consagración (una más) de la mirada, pero sobre todo la caligrafía de Todd Haynes, patrimonio universal del cine.
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