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Acordes y desacuerdos

Comedia. Drama América, años 30. Emmet Ray es un genio del jazz, un guitarrista magistral que vive obsesionado por el legendario Django Reinhardt. Sin embargo, en cuanto baja del escenario, se convierte en un tipo arrogante, zafio, mujeriego y bebedor. En definitiva, aunque sabe que es un músico con talento, también sabe que su licenciosa vida, su tendencia a meterse en problemas y su incapacidad para comprometerse le impiden alcanzar la cima ... [+]
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Críticas 62
Críticas ordenadas por utilidad
7 de octubre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El film tiene mucho ritmo, pero no posee el encanto mágico y ese toque de poesía neoyorquina de los mejores títulos del genio de Manhattan. Sean Penn es un actor que siempre me resulta cargante, haga lo que haga, y esto no es una excepción; su personaje es un gorgoritos al que no aguanta ni su madre. No me creo que él solo sea capaz de ligarse a la chica. Se supone que fue un músico real, y brillante, pero no sé, para mí el amigo Sean vuelve a pecar de lo mismo de siempre: sobreactúa sin remedio y su jeto parece una máscara de carnaval mal llevada. La verdad es que su personaje resulta antipático.

Aparte de esto, la cinta posee alguna de las virtudes del mejor cine de Woody pero en su conjunto resulta oportunista y superficial, lo cual no significa que sea mala, sólo que no la volvería a ver, a diferencia de Manhattan, Annie Hall, y otras joyas del genio...
dandyboy
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13 de febrero de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Anoche tuve un sueño...", confiesa alegre el bueno de Emmet, "...soñé que todos íbamos a Hollywood y que a mí me convertían en una gran estrella".
"¿Tú?, ¿una gran estrella? ¡Estabas soñando!", le reprocha su batería Bill. Y ahí se acaba el sueño, aplastado por la aspereza de la cruda realidad...

Prácticamente todos los personajes de Woody Allen se han alimentado de grandes ilusiones y esperanzas pero un escollo en el camino les ha impedido alcanzar la felicidad, desde los lejanos Boris Grushenko, muerto antes de tiempo, Sandy Bates o la melancólica Cecilia, que prefería refugiarse en el lado contrario de una pantalla de cine; es la historia de los agradables perdedores existenciales de siempre, si bien la figuración de su Emmet Ray se distancia un poco de otros. Aunque parezca mentira, lo crea a comienzos de los '70, cuando ha firmado su contrato con United Artists y tiene toda la libertad creativa que ansía.
Pero dicha libertad choca con los ejecutivos y el guión, llamado "The Jazz Baby", jamás se rueda, sustituyendo al proyecto la delirante barrabasada de "Bananas"; "quizá quise ser demasiado ambicioso", admite el neoyorkino, quien al igual que su personaje, al cual planeaba interpretar él mismo, ve sus sueños hechos trizas por la negativa de unos productoruchos. Pasarán casi tres décadas para que se haga realidad (como todo lo bueno, se hace esperar...), en un momento en que el hombre tiene ya más de 60 años y ha pasado por el varapalo de su ácida sinfonía en blanco y negro "Celebrity", intento fallido de actualizar "Manhattan" con un puñado de jóvenes estrellas como reclamo.

El caso es que decide irse con la música a otra parte, a los años '30, concretamente, en lo que es uno de sus ejercicios de exiliarse a un pasado soñado en lugar de afrontar la desagradable sociedad actual, que lo tiene crucificado por el asunto Soon-Yi; se concede un momento para sumergirse (y de paso a nosotros) en una nostálgica atmósfera de sonidos cautivadores y realzada por los colores vivos de la fotografía de Zhao Fei. Le da su difícil papel a Sean Penn y cambia el título por "Sweet and Lowdown" en homenaje a Gershwin, aunque es el legendario cantautor Jean "Django" Reindhardt, y con ello el "jazz", quien acapara toda la atención.
Así el director vuelve a acogerse al formato del falso documental (con entrevistas incluidas que cortan de cuando en cuando la acción) para presentar a un hombre al que se puede juzgar desde la primera impresión, ese Ray arrogante, narcisista, repugnante con las mujeres, aficionado al juego, a robar y la bebida y con alguna que otra desviación patológica; el tipo que odiarías sólo con verle entrar en la sala (nada más aparecer practica su afición de proxeneta). La narrativa, alimentada de las historias de los entrevistados, donde está el propio Allen, nos irá desgajando la complicada personalidad del guitarrista, henchido de su propio ego.

Mientras tanto éste introduce las sorpresas, como siempre ha hecho, sin alardes ni situaciones forzadas, con una naturalidad pasmosa, haciendo así creíble hasta el último detalle de la historia; la más destacable es la aparición fortuita de Hattie, encarnación de la Gelsomina de Fellini y resorte para que de repente el músico se abra emocionalmente de par en par. Como la adorable chica somos testigos mudos de ese afloramiento, de que debajo de las capas de soberbia, codicia, desfachatez y ego en las que se había refugiado, aparece un hombre amargo, acomplejado, lleno de miedos e inseguridades, con el recuerdo de una familia rota y un pasado trágico a sus espaldas.
El rudo artista es en realidad más débil que las incautas jovencitas de las que se beneficia en clubs y bares; Allen aplica así a todo el humor imperante la acidez de sus biografías más negras (como en "Desmontando a Harry" y "Broadway Danny Rose"), y esta "Sweet and Lowdown" mantiene su equilibrio de manera perfecta entre los aspectos cómicos y dramáticos, al tiempo que se sirve de su amado "jazz" para dar alma y emociones a las situaciones entre los personajes y a la trama, que no así cuenta con ciertos altibajos, como la desaparición repentina de Hattie.

Gracias a ella, a quien da vida Samantha Morton de forma brillante y sin pronunciar una sola palabra, la película estaba amparada por una luminosidad cálida y conmovedora; al reemplazarla Uma Thurman y su pérfida e impulsiva Blanche todo se escora hacia la oscuridad y la sordidez, y reina la tragedia. Pues esta "femme fatale" con pretensiones de Virginia Woolf es la responsable de la intromisión de Torrio, gángster sin escrúpulos y otro personaje lleno de violencia, que da pie no obstante al episodio más delirante (al estar tratado, en la vena "rashomoniana", desde varios puntos de vista, todos ellos geniales, por cierto), pero dotados de gran naturalidad.
Y es que todas las aventuras y desgracias por las que pasa Ray pueden perfectamente estar construidas con los pedazos de cualquier artista, de esos famosos excéntricos y egocéntricos amados por su música pero odiados como personas; como John Ford hizo con Liberty Valance, Allen prefiere que prevalezca el mito y que el guitarrista sea conocido no por su carácter repulsivo ni su convulsa existencia, sino por sus grandes canciones. "¡Me he equivocado!", termina rugiendo éste a pleno pulmón en una última secuencia desgarradora; los sueños se terminan por fin e irrumpe la realidad...

Pero nos quedamos con la incógnita sobre el futuro de este "man on the Moon" (literalmente, como vemos) incapaz de amar y funcionar en la realidad que siempre estuvo a la sombra de Reindhardt, su despreciado ídolo.
Penn logra una de las mejores actuaciones de toda su carrera, la obra es elogiada por los críticos, funciona bastante bien en taquilla y destaca en los Oscar, sobre todo para la nativa de Nottingham. El cineasta termina los '90, por fin, con esta oda en toda regla al "jazz" y al artista fracasado, preparado para empezar otra etapa con la pretenderá rejuvenecer su cine...
Chris Jiménez
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24 de mayo de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con genuina esencia de W. Allen comienza un largometraje que presagia buen jazz, fina perspicacia psicológica y un estupendo sentido del humor original, ácido y corrosivo.
Y no defrauda.
Una atmósfera embriagadora y sugestiva envuelve el film al ritmo de la decadencia del protagonista (S. Penn) en su particular espiral de alcohol y turbulencia existencial.

Película hecha desde las alturas del dominio absoluto de las técnicas instrumentales con un preciosismo formal y una capacidad de fabulación sin límites.
Insinuante, creativa, convincente y muy rica en detalles de gran calidad cinematográfica.
ABSENTA
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9 de julio de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me acuerdo que cuando era chico miraba "Dulce y Meláncólico" ví solo la parte cuando Sean Penn toca la guitarra solo esa parte.
Luego hoy no sabía qué ver y quería mirar "Dulce y Melancólico" cuando la dieron en "La TV Pública" y no pensaba que fuera tan buena. Me encantó.
La actuación de Sean Penn es genial y de sus mejores actuaciones. La actuación de Uma Thurman magistral.
Los musicales de Jazz de 10 puntos y Woody Allen contando sobre el cantante el personaje de Sean Penn espectacular.
Para mí es una obra maestra de Woody Allen.
Una de las mejores actuaciones de Sean Penn. Tiene todos los géneros que me encanta de una película. Es muy entretenida, divertida y se deja ver.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
cripta
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9 de agosto de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un grupo de sesudos críticos, fans y analistas sobre el swing, el jazz y los años treinta, opinan y pasan por el cedazo a nuestro oscuro personaje Emmet Ray: el fan Woody Allen, el disc-jockey Ben Duncan, el autor de una publicación sobre el swing A.J. Pickman, el historiador de jazz Nat Hentoff, el cineasta Douglas McGrath y la autora sobre los reyes de la guitarra Sally Jillian. Juntos, desbrozan la intermitente y descontrolada vida del genio que pudo serlo, de la guitarra, y que decidió dedicar su tiempo, además de tocar como su admirado Django Reinhardt, a matar ratas en el vertedero, ver pasar trenes, jugar al billar, colocarse y no perderse todas las fiestas a las que era invitado y no enamorarse jamás, su verdadero amor era su libertad.

Acordes y desacuerdos (1999), nos coloca al inquieto Emmet Ray (Sean Penn), genio a fogonazos, autocomplaciente, virtualmente seguro de sus acciones, artista convencido como el mejor guitarrista del mundo…bueno… el segundo mejor después de Django, por el cual tiene tan grande admiración que le supera. Proclama a los cuatro vientos su individualidad, no quiere compromisos, solo quiere libertad para hacer lo que más desea, divertirse a su manera, lo otro, tocar la guitarra, es un don que tiene por lo que no le da la suficiente importancia; así es la radiografía de urgencia de un perdedor con duende escorado al fracaso y al olvido.

Hattie (Samantha Morton) y su amiga Gracie McRae (Kaili Vernoff) entran en escena, el azar como en tantas ocasiones entra en juego. En La idílica Coney Island entran en juego el flirteo, la aventura y la conquista donde se cruzan en el camino de Emmet y su amigo y batería Bill Shields (Brian Markinson). Los acontecimientos se disparan, nuestros personajes intimidan. La historia narrada por nuestros analistas guían la atención del espectador hacia las complicaciones sentimentales, sociales y profesionales que se interponen finalmente entre Hattie y Emmet. Una serie de desafortunadas decisiones y los miedos congénitos de nuestro guitarrista por compartir su vida con la preciosa Hattie, abocan las expectativas de uno y de otra, a más que predecibles destinos.

Los estupendos resultados en las ficciones que Woody Allen nos cuenta tienen casi siempre el precio del perdedor y/o del resignado: Fielding Mellis en Bananas (1971), Allan Felix en Sueños de un seductor (1972), Boris Grushenko en La última noche de… (1975) o Alvy Singer en Annie Hall (1977), el de los huevos; pero, como en todas las cosas hay excepciones: un final esperanzado (solo hay que esperar seis meses) lo tenemos en la magnífica Manhattan (1979). Emmet Ray forma parte del grupo perdedor, todas las virtudes musicales, la vitalidad interpretativa, o el torrente de creatividad en la interpretación, no le valieron para enderezar su vida. Si pensamos por un momento en las debacles personales producidas a lo largo de la historia de la música (todos tenemos presente en nuestra memoria algunos nombres), comprobaremos que lo que nos cuenta Woody Allen en Acordes y desacuerdos no está demasiado lejos de la realidad reflejada.

No podemos pasar por alto la magnífica banda sonora compuesta por, entre otros temas: “Whe Days Is Done”: escrito por Buddy De Silva y Robert Katscher, “Mystery Pacific”: escrito por Django Reinhardt y el siempre recordado Stephane Grappelli, o el precioso y alegre tema “Shine” interpretado por el Dick Himan Group, y que tantas veces hemos podido escuchar en la interpretación del grupo The Eddy Davis New Orleans Jazz Band (Wild man blues (1998). Escuchar la banda sonora es un placer, acompañarla con Acordes y desacuerdos un placer doble, a pesar de las insuperables disonancias entre Emmet y Hattie.
avanti
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