En esencia, una de las misiones del cine es transportarnos a otro lugar y a otro tiempo, hacernos transitar por senderos que nunca hemos recorrido, y hacernos olvidar por unos minutos que, en realidad, nunca nos hemos levantado de la butaca. Al finalizar Bone Tomahawk, este sorprendente western crepuscular, constato para mi regocijo que no he perdido la sonrisa ni uno de los muchos minutos que dura la película, que he viajado junto a estos personajes, dejando atrás mis problemas y haciéndome partícipe de los suyos.

El director y escritor S. Craig Zahler nos trae aquí su ópera prima en forma de cine de género en clave de western. Pero definir Bone Tomahawk es más complejo que eso. El bajo presupuesto no ha impedido a Zahler rodar una cinta libérrima y fresca. Libre en la forma y en el contenido, libre en las temáticas y en el tono. Las piezas del puzle encajan prácticamente en todo momento.

Una de ellas es el ritmo interno al que somete al espectador. El tiempo pasa lentamente, se dilata, el espectador entra en resonancia con esa cadencia temporal y perdemos la noción del tiempo. El resultado es una hipnosis que impide despegar los ojos de la pantalla aunque en apariencia no esté sucediendo nada.

El punto de partida argumental no es demasiado nuevo (un secuestro y el posterior intento de rescate), pero la forma de desarrollarlo sí es original, mezclando de maneras a priori inverosímiles los géneros del western con el del terror. Estructuralmente es bastante arriesgada, pues, como si de una road movie en toda regla se tratara, tres cuartas partes de la película están dedicadas a mostrar a los cuatro protagonistas andando. Lo que importa pues es el viaje en sí. El preámbulo al mismo es más formulario, no por ello menos interesante. Al contrario, resulta totalmente elegante y define perfectamente a los personajes. El tramo final, cuando la temática da un giro más inesperado, aporta gran personalidad al conjunto.

La elección del casting resulta acertadísima. Russell se enfunda el papel de sheriff y le viene como anillo al dedo. El actor está totalmente a gusto y nos lo creemos en todo momento. A él y al resto del elenco. Y no es solo cuestión de verosimilitud, sino también de simpatía con el espectador.

Y aquí entra en juego la siguiente pieza de este bien engrasado engranaje. La escritura es magnífica. Las influencias pueden ser muchas: nos presenta unos personajes muy fordianos (como el de Matthew Fox), otros que podrían perfectamente estar sacados de Río bravo (el sheriff y su ayudante, remedos acertados de Wayne y Brennan en el clásico de Hawks), situaciones y diálogos que nos remiten a Tarantino (es inevitable en algunos momentos la comparación con su Django), y una tribu de indios que tiene más que ver con la de Holocausto Caníbal que con los comanches de siempre.

La música es casi anecdótica, y solo presenta unas pequeñas pinceladas en algunas transiciones entre escenas.

En este su último trabajo, el bueno de Don nos deleita con la que quizá sea su obra más pulida y trabajada. 16 minutos que se pasan volando, en un alucinado viaje de ciencia ficción con los suficientes ingredientes filosóficos como para contentar a los más exigentes.

En World of Tomorrow, Hertzfeldt nos cuenta la historia de una niña pequeña que es contactada por una mujer del futuro. Sin desvelar más detalles del argumento, el corto es un entretenido ensayo metafísico sobre la función que la memoria tiene en la identidad individual y colectiva, algo sobre lo que sólo he visto hablar de manera igual de redonda al mismo Chris Marker en algunos de sus documentales.

Así, ahonda en temas que ya había tratado antes en otros de sus trabajos, desde El sentido de la vida hasta el más reciente Couch Gag que realizaría para Los Simpson, muy interrelacionado con este World of Tomorrow tanto en forma como en fondo. La animación es la más pulida de todas las que ha realizado y de nuevo recuerda mucho a su gag del sofá. La manera de combinar subtramas e insertar microhistorias que dan fuerza al relato principal es trabajada de igual manera que se hacía en su famosa trilogía reunida en el largo It's such a beautiful day, con un cierto humor absurdo muy característico (el contrapunto de la niña pequeña le sirve para introducir notas de humor), aunque con un halo de nostalgia también palpable que lo hace más hondo y de alguna manera satisfactorio (el dolor por la pérdida, el miedo a desaparecer como ente consciente...).

Si bien es cierto que quizá no llegue a las cotas de emoción que conseguía Hertzfeldt en, por ejemplo, ese hermosísimo final de It's such a beautiful day, el resultado global es igualmente disfrutable, y con World of Tomorrow termina el americano por consolidarse como una de las figuras más a tener en cuenta en el panorama de la animación mundial actual.

Una auténtica joyita a la que le deseo la mayor cantidad de premios posibles, y por supuesto recomiendo encarecidamente a todos los fans de Don.

El animador británico Phil Mulloy nos presenta aquí su segundo largometraje y primero de una trilogía dedicada a la familia Christie. El realizador, otrora cortometrajista, continúa desarrollando aquí sus corrosivas críticas a los vicios, hipocresías y comportamientos, en general, de la sociedad (sobre todo, de la británica). Es interesante entonces para entender esta película, conocer los antecedentes.
Los trabajos previos de Mulloy destacaban por su humor negro, absurdo y surrealista en ocasiones, su crítica ácida a la sociedad y un estilo gráfico sencillo, con figuras humanas recurrentes en sus cortometrajes, similares a esqueletos (representa una humanidad muerta, podrida, de dientes afilados). Esto lo culminará en su excelente trilogía sobre la intolerancia, antecesora clara de esta que nos atañe.
Realizará así pues, en 2006, un cambio significativo: presentará su primer largometraje, basado en una familia ficticia en cuyos miembros encarna las críticas más inmisericordes a su sociedad, realizándolo a modo de película de episodios, como una serie de cuadros inconexos aunque, eso sí, divertidísimos.
Con Goodbye, Mister Christie, Mulloy decide comenzar una trilogía de largometrajes basada en esta familia. Encontramos el mismo estilo de dibujo que en su anterior film The Christies (estilo muy minimalista, más sencillo aún que en sus cortometrajes, empleando la técnica de animación por ordenador, usando apenas un puñado de fotogramas por personaje, aunque con un resultado muy inmersivo y subversivo), pero en esta ocasión dota a la historia de una trama más o menos convencional. Los personajes, muy bien definidos ya en The Christies, adquieren aquí más complicidad con el espectador.
Cómo no, el realizador vuelve a sus temas preferidos, algunos tratados de forma similar en su anterior film: la intolerancia, el deseo de fama a toda costa, el poder y la corrupción derivada de él, las religiones, los fanatismos, los vicios de la nación...
Efectivamente, el estilo gráfico minimalista sumerge al espectador en una historia con toques absurdos y nigérrimos en la que se da enorme importancia al diálogo, muy ágil, prácticamente constante (declamado por unas voces sin apenas matices, casi robóticas).
Adquieren aquí más importancia que en The Christies los personajes secundarios (algunos ya aparecían allí incluso), uno de los cuales presenta una evolución especialmente poderosa desde el punto de vista dramático, llevando consigo gran cantidad del interés durante la mayor parte del film, incluso siendo protagonista de los momentos visuales más interesantes.
Comparada con su antecesora, resulta algo menos graciosa (se añaden elementos dramáticos claros, por lo que en realidad pretende ser algo más "seria"), pero de un nivel de entretenimiento similar. Si bien resulta menos novedosa, y peca de sensación de final alargado, lo que lastra en parte el resultado final, la película no deja de ser un bombón, desde luego no apto para todos los públicos, se beneficia de un argumento interesante y perturbador, y asegurará a los amantes de la animación para adultos un rato muy ameno con la familia Christie.
Por mi parte, deseando conocer lo que deparará a la familia en las siguientes entregas, que, por desgracia, tienen una difusión demasiado limitada.

El animador ganador de la Palma de Oro Marcell Jankovics nos trae esta magna obra en la que, durante casi tres horas, nos sumerge en un relato épico sobre el destino del hombre. El punto de partida es el mismo Génesis, el origen bíblico de todo. Será en el mismo Jardín del Edén donde, Lucifer, oponiéndose al creador, guíe al hombre a través de su propio destino, un viaje por la historia conocida (y también la que se está por conocer) que nos llevará de época en época, de hombre a hombre y de sociedad en sociedad.
Formalmente, la cinta es una auténtica delicia visual y un portento de lo imaginativo. Para cada época determinada, Jankovics emplea un estilo diferente de animación, en la mayoría de ocasiones basándose en el propio arte del periodo relatado. Pero lejos de poder resultar un batiburrillo inconexo, la película encuentra su propia lógica y unicidad, ayudada tanto por el tipo de animación (figuras inciertas, cambiantes, moldeables) como por el empleo de la música, presente casi constantemente, como una especie de hilo conductor que acaba siendo inseparable de la narración y acompaña a la perfección al viaje (en ningún momento se siente cansada, pese a que muchos motivos se repiten constantemente, sobre todo los del Lacrimosa y el Dies Irae de Mozart). También la estructura narrativa es novedosa; a mí mismo me extraña aún que hayan conseguido unificación, identificación e interés (tal vez lo más importante) en la historia siguiendo una narración tan amorfa.
El relato contiene una fuerte carga filosófica, y nos plantea una cantidad inmensa de cuestiones, la mayoría de ellas en torno a las ideas de la soledad espiritual, la muerte y la justicia. El punto negativo es que quizá peque de ser algo farragoso en algunas ocasiones. También demasiado teatral en forma y texto. Pero en su mayor parte, acaba siendo subyugante. El resultado final, en su conjunto, apabulla.
Resulta ser una cinta profundamente humanista. Curioso cuando se está poniendo sobre la mesa constantemente la presencia de un dios supremo, y casi todo en esta cinta trabaja en apariencia para ensalzar esa idea y mantenerla constantemente presente. Mas Jankovics siente la necesidad de una redención para el hombre, su mirada es humanista, se conmueve con la vicisitud, la muestra con cierta pena, la narra con la voz cansada del que echa la vista atrás en el crepúsculo de sus días y reza una última plegaria ante la oscuridad. Las últimas sentencias resumen bien el mensaje de la película, también subrayado frecuentemente por la letra de la famosa secuencia gregoriana ya mentada, que además sirve de excusa para tratar temas adyacentes (y que al fin y al cabo son inseparables al hombre mismo y su idiosincrasia como ser social).
Algunas partes me resultan más interesantes que otras. En concreto, el principio me parece lo mejor, incluyendo los recorridos por Egipto, Roma y la Edad Media. Algunas partes como la del Renacimiento o las de épocas más actuales creo que bajan el listón, aunque gozan de determinados destellos de genialidad que hacen que el barco no naufrague en ningún momento (esa transformación de la justicia en un payaso, esas dos cabezas guillotinadas besándose...). Pero termina siendo emocionante y, en última instancia, triste.
Más adulta, madura y perfilada (el director húngaro ha estado trabajando en ella durante 23 años) que su película más famosa Fehérlófia (aunque tal vez también menos fresca), The Tragedy of Man es una impresionante cinta de animación, única, complejísima, tal vez no demasiado accesible para el público en general pero que seguro acabará encontrando un hueco en los gustos de los más cinéfilos del lugar. Para servidor, ya es una de las mejores películas de animación de la historia.

Es evidente que nos encontramos ante un producto cuyo único objetivo era sacar partido de la popularidad de la saga que adapta. Y es que se trata ni más ni menos que de una de las mejores y más míticas sagas de videojuegos de la historia (junto quizá a la saga Mario y a la saga Final Fantasy). Por aquel entonces solo estaban en el mercado los dos primeros juegos, pero era suficiente para que fans del mundo entero se vieran completamente enganchados al universo creado por el señor Miyamoto, allá por 1986.
Se decide así crear esta serie que se emitiría en el popular Show de Super Mario Bros, junto a otras producciones similares (como la serie de animación de Mario Bros). Lo curioso de esta serie es que los personajes principales de la saga cuentan por vez primera con una psicología propia, bien definida. Lo decepcionante es que la mayoría son odiosos, los diálogos entre sí son estúpidos, y las tramas de los (pocos) capítulos no se quedan atrás.
Link se torna en una especie de chulillo-calzonazos-patán-hiperbaboso, que está más pendiente de besar a la princesa Zelda que de defender la trifuerza. Zelda en cambio se presenta como una mujer bastante más guerrera que lo que suele verse en los juegos (es decir, casi nada), aunque un tanto insoportable, pija, y su relación con Link es un tanto extraña, aunque a decir verdad este punto es de lo poco atractivo de la serie. En más de una ocasión acaba siendo Zelda la que le salva el culo a Link (para mayor excitación del susodicho), pero sin embargo se hace la estrecha casi siempre ante los atosigamientos constantes de Babolink. Ganon por contra es bastante patético. Y el Hada de Link es un calco del personaje de Campanilla de Peter Pan. Mismo aspecto, poderes mágicos acompañados de polvillos, mismo enamoramiento hacia su dueño, el cual no le corresponde por culpa de su baja estatura y de otra fémina de más de 10 centímetros, mismos celos hacia esa fémina...
Además, el mundo de Hyrule está más o menos bien recreado, con apariciones de enemigos populares de la saga como los octorok o los moblins, y con una banda sonora que emplea temas de los juegos, lo cual es bastante de agradecer.
Como ya he dicho, lo peor es lo estúpido que es todo, en general, con un aire y unas tramas demasiado infantiles que la hace insoportable para casi cualquiera. Dudo que ni un niño pequeño durase mucho viéndola.
No obstante, sería un tanto injusto ser demasiado duro con ella. Tomémosla como un producto curioso, inocentemente tontorrón, al que se visiona incluso con cierto cariño, con cierta capacidad para retrotraer a más de uno a la infancia, y una ocasión más para adentrarnos en el fabuloso universo de The Legend of Zelda, aquel revolucionario RPG de aventuras con batería interna que acabó haciéndonos amar a toda una generación el mundo de los videojuegos. O al menos contribuyó enormemente. Y yo nunca podré agradecérselo lo suficiente a Nintendo.