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España España · madrid
Críticas de pela
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Críticas 12
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
5 de marzo de 2014
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es complicado llevar obras de teatro al cine y más si estás no permiten ser aireadas, llevar la acción a espacios abiertos para que el lenguaje cinematográfico pueda desarrollarse con total plenitud. Para cualquier director enfrentarse a la adaptación de una obra de teatro que transcurre en un lugar cerrado con escasos personajes siempre es un desafío. Roman Polanski se ha enfrentado a este tipo de obras de teatro en dos ocasiones: La muerte y la doncella y un dios salvaje, ambas películas mayores en las que dos notables obras de teatro se convierten en sobresalientes películas. Con la Venus de las pieles el director polaco vuelve a adaptar una obra de teatro que trascurre en un lugar cerrado ( una sala de teatro ) y con tan solo dos personajes y el resultado es aún más profundo y perturbador que el de las mencionadas adaptaciones. La estructura de la historia, una película que es una adaptación sobre una adaptación de la novela de Leopold von Sacher-Masoch, La venus de las pieles, funciona como un juego de dos espejos situados uno frente al otro que se devuelven la imagen creándonos una sensación de profundidad infinita. La relación que se va entretejiendo entre los dos protagonistas permite ir retirando capas de cada uno de los personajes hasta llegar a un abismo donde habitan los espacios más inconfesables de la naturaleza humana. Pasamos de la comedia al cine más inquietante de terror en hora y media sin que tan siquiera te entren ganas de pestañear. Que la protagonista sea Enmanuel Seigner, la mujer de Polanski, y el protagonista, Mathieu Almaric, guarde un gran parecido con el Polanski joven ya te pone en guardia y predispone a pensar que el director ha puesto en esta obra algo más que su inmenso talento. La agitada vida de Polanski no tiene porque guardar ningún parecido con la vida burguesa del personaje de Almaric pero su desenlace , su moraleja, podría evocar alguno de los episodios más polémicos de su vida. ¿Nos es posible controlar los instintos que conforman los rincones más oscuros de nuestros deseos inconfesables? Esta pregunta flota en el final de la película como parece flotar en todo el cine y en la propia vida de Polanski. Como en el drama de Eurípides, Dionisio es un dios poderoso que castiga a todos aquellos que reniegan de su poder. Hoy en día, como en la vieja Tebas, nuestros ideales burgueses pueden ser derrumbados por alguna bacante disfrazada de venus.
pela
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6
5 de marzo de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay veces que una película puede estar lastrada porque el director tiene demasiado talento. Para mi el ejemplo más claro de esto es Sonata de otoño, la película de Ingmar Bergman. Su primera media hora es tan buena, tan profunda, tan certera que el resto de la película tiene un aroma a historia ya sabida, todo parece un poco repetitivo después de haber asistido a todas las miradas, frases entrecontardas y desencuentros que acontecen en esta primera media hora. No es que crea que el comienzo del lobo de Wall Street esté a la altura de esto, ni mucho menos, pero no se puede poner en duda la maestría de Scorsese de meterte en el mundo del protagonista de una manera directa y repleta de sabiduría cinematográfica, en media hora ya sabes de su protagonista y la jungla en la que habita casi todo lo que tienes que saber. Después de esto esperas con ansia cualquier cosa que les pueda pasar a este grupo de hombres absolutamente enloquecidos por la codicia. Y el metraje avanza, y sigues viendo lo mismo que has visto antes, asistes a su superficial decadencia envuelta en unas imágenes brillantes que no pueden ocultar la oquedad de la historia, no hay emoción en lo que ves, no hay una evolución en los personajes, todo se reduce a asistir a sus desmanes, a su loca perdición, todo se convierte en una orgía que roza el surrealismo, y todo esto dura la friolera de 2 horas y media. La sucesión de disparates es tan cansina que convierte casi en anecdótica esta historia verdadera, haciendo imposible establecer un paralelismo entre el comportamiento de los protagonistas y la insoportable codicia que partiendo de Wall Street ha llegado a infectar hasta los más recónditos lugares de la tierra. Porque ¿quién puede creer que este descerebrado drogadicto y adicto al sexo puede ser un espejo en el que se miren los lobos actuales de Wall Street? Nadie, y de ahí viene parte de la polémica que ha suscitado la película, que ha sido acusada de prácticamente glorificar este tipo de comportamiento. Si no hay un ser humano auténtico al que vemos como lo devora la codicia, si no vemos un mundo corrompido donde no cabe la felicidad si no el devorar para no ser devorado, lo único que tenemos es una caricatura de persona e historia que puede hacer suya la muy española frase de “que le quiten lo bailao”. Este es el gran defecto de la película, un defecto que aplasta sus muchas virtudes. Porque el pulso de Scorsese sigue ahí, se puede ver en el deslumbrante arranque Matthew Mcconaughey, en las escenas donde Di Caprio da auténticas lecciones de como se tiene que vender, en el uso deslumbrante de canciones como parte de la banda sonora y auténticas dinamizadoras del montaje, en la corta pero intensa escena con un maravillosos plano fijo panorámico donde se derrumba el primer matrimonio del protagonista y en las grandiosas escenas donde di Caprio arenga a sus tropas, el único momento verdaderamente profundo de la película donde sientes las pulsiones humanas que motivan al protagonista: el sentirse el líder absoluto, el amo del universo, el auténtico macho dominador de la manada. Sientes como sus acólitos se entregan a él, toda la secta a los pies de su chamán, Scorsese filma sus caras, filma su cubículo elevando la cámara con travellings imposibles, sentimos su sudor, su agresividad, la absoluta perdición a la que se ven arrastrados por su admirado líder. Una pena que todo esto quede sepultado por el excesivo metraje entregado a las excesos disparatados del lobo de Wall Street. Es como si a uno de los nuestros le añadimos una hora de metraje jalonada por todas las barbaridades que pueden hacer un grupo de mafiosos, hundirían la película sin remedio. Ese es el resultado final, la mayoría del metraje te deja esa sensación multiplicada por diez que se siente con Sonata de otoño, todo parece que ya ha sido contado y es por tanto sabido. De todas maneras merece la pena verla, como merece, por supuesto, la pena ver Sonata de otoño, aunque solo sea por la escena de la interpretación del preludio de Chopin por madre e hija. Con dos primeros planos de los rostros de ambas comprendemos todo lo que pasa en su interior. Y todo sin necesidad de voz en off, a ver si toma nota Scorsese
pela
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4
5 de marzo de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con este título y con el buen plano secuencia, al más puro estilo Berlanga, que arranca la película, uno podría esperar una parodia o comedia ácida sobre las relaciones familiares en este país nuestro tan católico y tan devoto de la familia. Pero nada más lejos de la realidad ni de las intenciones de su director guionista que hacer esto, enseguida te das cuenta que lo que vas a ver se escapa de cualquier intento de trazar paralelismos entre los personajes de esta familia y cualquier tipo de familia que se te pueda ocurrir, no hay intención de construir un relato que se pueda extrapolar como crítica o sátira de la familia española, solo la historia de una familia creada en la mente de Daniel Sánchez Arévalo, una familia que carece de cualquier tipo de credibilidad y por tanto no puede tener ninguna referencia social. Creo que este enfoque, esta idea de crear una familia imposible de la nada, no tiene precedentes en el cine español y es, por tanto, bastante original, aunque está libertad creativa parece que se le vaya al autor de las manos y, sobre todo el metraje, flote una sensación de arbitrariedad e incoherencia que unido a un estilo cinematográfico que raya el libertinaje y por momentos con querencia por lo kistch y lo poligonero hacen que la película pierda fuerza y enganche emocional. Rozando la vergüenza ajena son las escenas del pasillo de la boda ( copia de un ¡anuncio de cerveza! ), algunos encuadres de los hermanos que parecen hechos por un alumno de primer año de cinematografía o, algunos de los diálogos de los adolescentes protagonistas, que de tan preocupado que está el guionista/director de querer imitar el habla de los jóvenes se convierten en caricaturas lingüísticas grotescas. Todos estos patinazos conviven con algunos aciertos: el comienzo berlanguiano extensible a la aparición del hermano interpretado por quim gutierrez, algunas escenas del triángulo amoroso protagonizado por dos de los hermanos y Verónica Echenegui que recuerdan al tono duro e intenso de azuloscurocasinegro y la buena dirección de actores que se ve en algún caso, como el de la hermana melliza bien interpretada por Sandra Martín. Hay una escena que define bien esta especie de confrontación entre buen cine y estilo hortera: la escena de la playa del trío de adolescentes contiene unas buenas elipses, con sentido y muy aclaratorias, dentro de unas imágenes ñoñas, propias de un videoclip para adolescentes extrahormonados. Así va transcurriendo la película, manteniéndose en el alambre, siempre al borde del sonrojo pero con un buen pulso narrativo que hace que la película no te resulte aburrida. Y entonces llegamos al desenlace, al grandísimamente original desenlace. Original y también imposible y ridículo. Un final que, acompañado por el tono dramático que le da Daniel Sánchez Arévalo, hace caer a la historia en lo estrambótico y risible dada que la imposibilidad biológica y sentimental del mismo confieren al personaje clave de la madre ausente la calidad artística de los chistes soezes sobre matrimonios y cuernos tan propios de nuestro país. Cualquier espectador con un poquito de profundidad analítica se dará cuenta de que el desenlace es caprichoso y de una superficialidad irritante. La mala noticia referente a esta película es que está muy lejos de ser la mejor de Daniel Sánchez Arévalo, la buena es que también intuimos que vamos a ver películas suyas mucho mejor que esta.
pela
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9
7 de enero de 2014
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un ejercicio didáctico para comprender la importancia del montaje cinematográfico Hitchcock nos ponía un sencillo ejemplo, mostraba un plano suyo son una ligera sonrisa y tras ese plano se montaban dos distintos: primero uno de un bebé y luego, tras mostrar el plano de Hitchcock de nuevo, se mostraba un plano de una adolescente en bikini. Evidentemente en el primer ejemplo la sensación que trasmitía Hitchcock era bondadosa y afable y en el segundo caso, un viejo verde. El primer plano de la sonrisa era el mismo pero el montaje lo convertía en algo totalmente distinto en cada caso. Esta poderosa demostración incluye una segunda lectura y es ¿Dónde queda entonces la importancia de la interpretación en el arte cinematográfico?. Hitchcock nos dio su respuesta en una de sus más célebres frases: “ los actores son ganado”. Pues bien, en esta hermosa y durísima película tenemos dos ejemplos de lo equivocado de este razonamiento y como dos grandes actores pueden trasmitir los más complejos y profundos sentimientos si tienen un director que les ponga en bandeja la oportunidad de hacerlo. Tanto Michael Fassbender como Chiwetel Ejiofor nos regalan una actuación profunda y sincera, que estalla en el último tramo de la película desnudando la podredumbre de la esclavitud, su miseria, como destroza la vida de los esclavos pero también como hunde en el desconcierto y la desesperación a los esclavistas. Y eso es lo verdaderamente emocionante de esta película que es capaz de bucear dentro de las tinieblas que supuso la esclavitud y no solo quedarse en la evidente injusticia de esta. Por un lado tenemos una recreación detallada, casi minuciosa, de lo que suponía ser esclavo, de como se les despojaba de su humanidad, de la violencia que sufrían y, por otro lado, asistimos al viaje a los infiernos de un hombre libre al que la esclavitud le roba todo y que nos dibuja el horror más profundo que puede sentir un hombre: la imposibilidad de estar con aquellas personas que amas, la terrible sensación que es tener que sentirte traidor para recuperar la libertad, saber que no estás haciendo nada malo pero que el dolor y la vergüenza no te dejen echar la mirada hacia atrás. Y del lado de los esclavistas hay profundidad también en la ciénaga moral que vislumbramos tras el rostro de Fassbender y de otros personajes y comprendemos que ninguna ley puede protegernos del destrozo moral que supone negar la condición humana a un semejante. La dirección de Steve McQueen es deslumbrante y utiliza sabiamente un lenguaje cinematográfico comedido para profundizar en el horror vivido por Solomon Northup y el resto de esclavos. Lo mismo asistimos a un plano fijo que sabe mezclar la angustia de un ahorcamiento con la crueldad de la indiferencia, como asistimos a la violencia más inhumana filmada con respeto y sin ningún efectismo. La puesta en escena es sobria y precisa, incluso cuando McQueen se permite alguna licencia con la fotografía esta funciona perfectamente, arropando la escena sin atisbo alguno de pretenciosidad. Mostrar que la esclavitud fue algo detestable es muy fácil de conseguir, pero 12 años de esclavitud va más allá, logra que comprendas que fue algo tan cruel que destrozaba el alma de todas aquellas personas que la padecían o infligían y la hace tan cercana que entendemos que, aunque sucedió hace 150 años, su negrura moral infecta todavía la conciencia de EEUU.
pela
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8
26 de diciembre de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es divertido hacer un ejercicio de comparaciones entre las distintas películas de un mismo director cuando este tiene una carrera tan larga, prolija y brillante como Woody Allen. Las comparaciones que me saltan a la cabeza con Blue Jasmine tienen todas como eje central al personaje encarnado por Cate Blanchett, que es el protagonista casi absoluto de la película. Este personaje, Jasmine, está emparentado con un tipo de personaje femenino muy utilizado por Woody Allen, “la pija neoyorkina”. Los ejemplos son tan numerosos que sería imposible citarlos todos pero yo me quedo con dos que me han venido a la cabeza, Alice y Melinda. De hecho se puede cometer la osadía, que la voy a cometer, de querer ver una evolución de la mirada hacia este tipo de mujer ( o debería decir estereotipo ). En Alice tenemos a una mujer desnortada en plena crisis vital pero con todas las posibilidades de redención abiertas, la mirada de Woody Allen hacia ella es una mirada con fe en la trasformación de alguien que se ha equivocado buscando la felicidad en el sitio inadecuado. En Melinda, y me estoy refiriendo a la Melinda trágica, la crisis ya le ha estallado en las narices y no hay posibilidad de redención, pero hay algo de destino inmerecido en todo lo que le pasa que hace que el espectador se identifique con ella. Con Jasmine parece que la mirada de Woody Allen se ha vuelto más severa, no hay asideros emocionales para el espectador y todo en ella genera rechazo y reprobación. No hay ningún personaje en esta película que nos permita sentir empatía, lo cual, dificulta la generación de emociones. Creo que ese es el problema que ha tenido la película, que no ha provocado una gran aceptación en el público, ni siquiera en muchos componentes de la nutrida legión de fervientes admiradores del genio de New York. Pero creo que todos ellos se equivocan y que Blue Jasmine es una muy buena película. A través de la poderosa interpretación de Cate Blanchett asistimos al derrumbamiento de un mundo lleno de riquezas, ostentación y mentiras, un mundo que está empezando a mostrar todos los días en los periódicos su lado oscuro, su insoportable inmoralidad y que es puesto patas arriba en la película de Allen con un estilo que se mueve entre la tragedia clásica y la parodia corrosiva. Nuestra anti heroína despierta rechazo y piedad a partes iguales y toda la galería de personajes que la secundan nos provocan sentimientos parecidos, parece que en esta historia los personajes se mueven entre la imbecilidad y el llanto. Incluso a la hora de parodiar a la clase baja americana, Woody Allen se muestra despiadado y no queda ni rastro de personajes como los que creó para Granujas de medio pelo. Esta mala uva puede servir para abrir una excesiva distancia entre el espectador y la historia, pero esto no ocurre. Estilísticamente es una película brillante, lejana a los experimentos de cámaras en movimiento o planos fijos dentro de las casas que han caracterizado alguna de sus películas anteriores, la mano del director permanece prácticamente oculta a lo largo del film y solo algunas licencias en la fotografía nos recuerdan que hay un director detrás de la historia. Narrativamente se percibe el magisterio de Woody Allen haciendo avanzar dos historias temporalmente separadas a través de flasbacks perfectamente integrados, unos flashbacks que harán que el personaje de Jasmine vaya creciendo ante nosotros y que irán dando una nueva dimensión a la historia que ocurre en tiempo presente. El estallido trágico final no nos deja indiferentes, comprendemos que detrás de la miseria de la corrupción económica hay seres humanos cuyas motivaciones no son distintas de las de cualquiera de nosotros.
pela
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