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Críticas de Sociotecólogo
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Críticas 19
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
28 de junio de 2014
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
CONFESIÓN A LAURA


Tal vez sea la mejor película colombiana de la historia, algo no tan difícil si tenemos en cuenta la pobreza argumental, la impericia técnica y la falta de ambiciones de la gran mayoría de los largometrajes producidos en nuestro país. La historia es simple pero contundente. Bogotá, 9 de abril de 1948. El magnicidio de Jorge Eliecer Gaitán ha desatado el caos en la ciudad. Santiago, un hombre que supera los cincuenta años, se ve confinado a permanecer en el apartamento de Laura, su vecina solterona, quien se desempeña como profesora. El hombre, un gris empleado público, descubre gracias a Laura un nuevo impulso vital, por medio del cual será capaz de protagonizar un inesperado viraje en búsqueda de algo que vaya más allá de los límites trazados por un matrimonio rutinario, un trabajo mediocre y una vida estancada en las lodosas tierras del conformismo. Contado de esta manera, la película no parece ser la gran cosa. No nos llamemos a engaño. Pese a su contención, es una de las historias de amor más conmovedoras jamás filmada, quizá a la altura de Una jornada particular, de Ettore Scola o Make way for tomorrow, de Leo McCarey. No, no es un exabrupto. Si un meteoro estuviese a punto de caer a la tierra y solicitarán a cada uno de los países salvar sólo una de sus películas para ser transportadas a otro planeta, Confesión a Laura debería ser la escogida, aún por encima de verdaderas joyas como La estrategia del Caracol, La vendedora de Rosas o Tiempo de Morir (películas que con todos sus defectos y fallas, tienen para mí un inmenso significado), u otras evidentemente sobrevaloradas, como Los viajes del viento o El Colombian Dream.

Pese a esto, Confesión a Laura sigue siendo, desafortunadamente, un filme poco conocido, algo que no es tan extraño si tenemos en cuenta que su historia se basa exclusivamente en una larga conversación sobre la vida cotidiana de seres anónimos, en una desencantada reflexión sobre el paso del tiempo y las oportunidades perdidas. No hay escenas de violencia gratuita o sexo desenfrenado. No existe una banda sonora memorable o innovadora. La fotografía es más bien oscura. El trabajo de cámara no se caracteriza por sus arriesgadas tomas sino que al contrario, descansa en enfoques planos y convencionales. En definitiva, es una película que, al igual que gran parte de las obras capitales del cine, confía más en su fondo que en su forma. Tal austeridad habla mejor que nada de la incipiencia de nuestra industria cinematográfica, pero también del desmedido amor que hacía el cine profesaban unos cuantos quijotes, hombres y mujeres que se entregaron en cuerpo y alma a fungir de cineastas en un país y una sociedad que poco interés le prestaba al bellísimo arte de los hermanos Lumiere.

Pero si bien es cierto que los aspectos técnicos de la película son fallidos, otra cosa sucede con las actuaciones, la dirección y el guión. Vicky Hernández, cuya trayectoria es de sobra conocida por cualquier colombiano, le otorga a Laura una dulzura poco habitual en el cine nacional, repleto más de caricaturas que de verdaderos personajes. Su Laura, sutil, natural y atravesada por una profunda humanidad que es posible descubrir en los actos más simples, constituye un hermoso descubrimiento, un soplo de aire fresco en una cinematografía frecuentemente acostumbrada a hacer de la violencia y la deshumanización su mito fundacional, su absoluto, su deber ser.

Gustavo Londoño, un maravilloso actor que marcó un derrotero en la historia de la televisión nacional, realiza el papel de Santiago, un hombre hostigado por su mujer, Josefina (María Cristina Gálvez), quien vive justamente al frente del apartamento de Laura. Josefina ha enviado a Laura un pastel para celebrar su cumpleaños número 45. Pero Santiago, quien ha sido el encargado de llevar este presente, no puede salir del apartamento de Laura debido a que el caos se ha desatado en la ciudad y los francotiradores del gobierno se han situado en los techos de las casas prestos a disparar a todo lo que se mueva. Londoño presta a Santiago la serena tristeza de su rostro, para crear desde allí, un ser aparentemente anodino, un hombre anquilosado por las voluntades ajenas y los formalismos de una época gris. María Cristina Gálvez desarrolla con solvencia un personaje francamente desagradable, una mujer cuya dominancia justifica los más profundos miedos que cualquier persona pueda llegar a tener sobre el matrimonio. Sigue en spoiler sin revelar detalles del argumento.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sociotecólogo
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10
2 de febrero de 2011
18 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace algún tiempo pensaba en lo terrible que sería ser un personaje de las películas de Kieslowski, ser habitante de un mundo que parece estar constantemente regido por las leyes de la incertidumbre y lo inexplicable. Recordaba a Julie y su desgarrador encuentro con la fatalidad, a Piotr y su impotencia para salvaguardar la vida de su protegido, a Karol y su desesperación por caer en las temibles garras del amor no correspondido, pero sobre todo, recordaba al juez y Valentine, aquellos inolvidables personajes golpeados por las experiencias de la vida, el desamor y las oportunidades perdidas.

Ya no pienso de esa manera. De alguna forma todos somos como esos personajes y nuestro mundo es como ese mundo. Todos hemos enfrentado situaciones difíciles, hemos sido o seremos objeto de lo inesperado, hemos amado y hemos dejado de amar, hemos encontrado a otros seres humanos cuando ya no quedaba para brindarles sino nuestra propia desesperanza y vacío. Y aún así, es un mundo, que como el de Kieslowski, nos sugiere que existen razones y oportunidades que no siempre son comprensibles, pero que están allí, esperando, ocultas pero siempre latentes. Amo las películas de Kieslowski por qué a diferencia de otros cineastas, no nos ofrece respuestas prefabricadas ni conclusiones sencillas. Sabe que el cine no es un manual de recetas o un modelo de costumbres, sino una puerta a experiencias que por más que se asemejen a las nuestras, son completamente distintas, sin que lo anterior signifique que no sean capaces de orientarnos, consolarnos y devolvernos la fe en las posibilidades que brinda la vida. Mi nombre es Nelson, muchas gracias por haber leído mi crítica.
Sociotecólogo
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10
20 de octubre de 2009
17 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tengo una debilidad profundamente arraigada por las películas cuyo argumento gira sobre crisis religiosas o en su defecto, sobre la búsqueda de un sentido que vaya más allá de la estricta y casi siempre tediosa realidad. Siempre he pensado que películas como “El séptimo sello” o “La pasión de Juana de Arco” son filmes que trascienden cualquier tipo de ideología, creencia o imaginario, pese a tratar temáticas propias de la tradición judeocristiana y que en el fondo, no son más que simples excusas. Lo realmente importante en estas historias es la noción de trascendencia, la firme convicción de que existe algo más, algo sublime, profundo y hermoso, algo capaz de transformar completamente nuestra noción del mundo y aún así, dotar de sentido nuestra realidad y el devenir de nuestra existencia.

Es paradójico que me apasionen este tipo de películas, ya que no soy creyente y la idea de un Dios no me convence en lo absoluto. No puedo concebir que pueda existir un Dios tan cruel e injusto como para permitir tanto dolor, tanta falta de respeto por la vida, tanto miedo. Aún así, puedo decir que hace mucho que no lloraba tanto con una película como lloré con Ordet. Me conmueve profundamente pensar que el amor pueda ser capaz de vencer a la muerte, aquella muerte que en mi condición de no creyente es tan absoluta, invencible, irrevocable. Sé que cuando muera perderé para siempre lo que más quiero, se que ese momento llegará y no habrá luces celestiales, tan sólo una infinita y tranquilizadora oscuridad. Pero qué hermoso (e ingenuo), suponer que habrá un nuevo encuentro, una nueva oportunidad, un nuevo comienzo. Mi nombre es Nelson, muchas gracias por haber leído mi crítica.
Sociotecólogo
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7
18 de octubre de 2009
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin ser una obra maestra, "La última nota" logra generar sentimientos encontrados en el espectador. Si bien es cierto que se disfruta la ejecución de la venganza por parte de Melanie, también es cierto que al final tanta devastación resulta innecesaria. Toda venganza termina sobrepasando al vengador, y la historia que nos narra este desconcertante filme no es la excepción a la regla. La bellísima BSO, las formidables actuaciones de Catherine Frot y Déborah François y la lenta pero segura construcción de la historia, hacen de esta película un delicado manjar. Mi nombre es Nelson, muchas gracias por haber leído mi crítica.
Sociotecólogo
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10
18 de octubre de 2009
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocas instituciones sociales son más contrarias a la naturaleza humana que el matrimonio. Pocas iniciativas requieren mayores esfuerzos, sacrificios y renuncias y pocas son tan profundamente dolorosas cuando finalizan. Bergman ya nos lo había demostrado en la desgarradora "Secretos de un matrimonio" o Sam Mendes en la inolvidable "Revolutionary Road". Ahora viene Woody Allen y nos regala una película que no hace más que reafirmar nuestros peores temores frente al compromiso matrimonial. Aquí aparecen de manera diáfana el egoísmo propio de la posesión, la inseguridad generada por los celos, la crueldad como letal arma de defensa, el hastío y el cansancio frente a la rutina, la monotonía y en últimas palabras, la vida misma. Es increíble saber que este filme es casí profético, ya que al poco tiempo de haber finalizado la filmación del mismo, Allen y Mia Farrow comenzarían su proceso de divorcio, en el cual Allen tuvo que soportar dolorosas acusaciones de pederastía y abuso sexual a menores de edad, las cuales casi acaban con su carrera. No recomiendo esta película para personas ingenuas, románticos empedernidos o parejas a punto de casarse. O si, tal vez si; quizá todavía tengan tiempo de arrepentirse. Mi nombre es Nelson, gracias por haber leído mi crítica.
Sociotecólogo
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