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Críticas de Don Hantonio Manué
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Críticas 234
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
5
13 de mayo de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una famosa actriz (López Arnaiz) con dudosas intenciones y armada con una escopeta vuelve a su pueblo natal del norte, que tuvo que abandonar después de ciertos sucesos oscuros del pasado.

Thriller de venganzas en torno a los abusos, las heridas del alma y también las físicas y que quedan a perpetuidad. Sobre los depredadores que, revestidos de una aureola artística y de prestigio, logran seducir a personas inocentes, jugar con ellas, para utilizar, dañar y, a la hora de la verdad, desembarazarse de ellas a conveniencia. La relación de hombre adulto y adolescente ingenua y llena de ilusiones pasa por un amor puro, pero nunca es igualitaria, contando además con la impunidad que permite el silencio cómplice de la colectividad.

La película en general lo tiene todo bastante claro y condena sin ambages a este personaje patético y despreciable, pero cuando llegamos al momento de la verdad, a ese estallido de la violencia y de la retribución, parece que le tiembla el pulso (como a la protagonista, vaya) y nos abandona en la incertidumbre y con nuevos interrogantes, de manera circular y conforme a la cita de T. S. Eliot: “en mi fin está mi principio”.

Como propuesta me ha parecido, tengo que decirlo, bastante inane. Genera y dilata un misterio, con una tensión considerable, para resolver algo que, precisamente, carece de mucho misterio y que nunca deja de ser lo que parece; un film de denuncia, sin ahondar en grandes sutilidades que, en el contexto actual, serían inadmisibles... a diferencia de “La mala educación” de Almodóvar, o lo que es lo mismo, algo mucho más provocador, denso y problemático en lo moral.

Y me tomo la libertad de comparar directamente esta Nina con el manchego por la sencilla razón de que estamos ante una copia de su cine al máximo nivel de descaro, más allá de que lo asuma como referente directo (sin alcanzar nunca sus dimensiones). Estética en colores fuertes, música efectista, homenaje al suspense clásico, vestuario, iconografía y referencias cinéfilas, presencia de la literatura… incluso los secundarios entre mágicos y simpaticotes, cierta deconstrucción temporal del relato, ese desgarro con un punto de nostalgia, o las alusiones a un folclore muy castizo en forma de procesiones y religiosidad popular, lo toma todo de Almodóvar.

La leyenda de la virgen, los cazadores furtivos y sus disparos que todos oyen pero ignoran… metáforas muy de chichinabo. Nos queda, pese a todo, una destreza de la directora con el montaje y la puesta en escena, con secuencias hábilmente resueltas, buenas interpretaciones (mayestática Arnaiz y siempre elegante y siniestro Grandinetti) y la esperanza de que Jaurrieta puede hacer cosas interesantes en el futuro, pero suyas propias y sin pretender imitar a nadie.
Don Hantonio Manué
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5
10 de mayo de 2024
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Viene a ser un cruce imposible entre una peli adolescente para plataformas, con muchas canciones, colorines, actores guapetes (aunque el Keoghan desde luego no está entre ellos), todo muy cool, con enredos varios, situaciones morbosas… y una cosa autoral, excesiva, entre la sátira sobre los ricachones y una comedia negra con ansias de provocación y de epatar al burgués, aunque como mucho epatará a las abuelas y sobre todo a sus nietas. La gen-Z también merece su peli-trauma particular y esto bien pudiera ser lo más parecido, pero no creo que llegue a tanto; sería demasiado pedir a estos tiempos de modas efímeras y fenómenos que no perviven más allá de lo viral.

Llama la atención que comience cuestionando a una clase alta por encima del bien y del mal, una gentuza hedonista, decadente y sin escrúpulos que habita su burbuja privilegiada, falsamente caritativos y con turbios asuntos personales que tensan sus relaciones, aunque lo disimulen hasta el grado del absurdo. Sin embargo, acaban por ser ellos las pobres víctimas, las criaturas mágicas, inocentes en el fondo, que son presa fácil para un engañoso y manipulador enemigo externo que, para colmo, es feo y es pobre. Ese prejuicio, ese clasismo galopante con que funciona esta peña no solamente no se condena, sino que queda (no sé si de manera intencionada o no) totalmente reforzado y justificado, a modo de conclusión. Me parece más fuerte esto que cualquiera de los intentos de escatología a lo John Waters que nos ofrece la directora, la verdad sea dicha.

Transcurre en 2006 (nostalgia dosmilera que ha llegado por fin), ni rastro de lo digital, pero los problemas que afronta son actuales. Narcisismo terminal, el de un tipo que aspira como bien supremo a una vida profundamente falsaria en ese Saltburn que parece una fantasía surgida de Instagram, un laberinto de espejismos y ficciones con los fantasmas shakespearianos de Ricardo III y de una soñada noche de verano, simulacro de ambientes góticos y criados con librea que se alternan sin rubor con mega-fiestas surrealistas junto a un millón de amigos falsos.

Ahora ser pobre no es lo peor que te pueda pasar, pues incluso la desgracia es capital social, con su pátina romántica. Lo peor para el protagonista es ser normal, anodino y de clase media, quizá con más suerte que sus predecesores: Tom Ripley, Julien Sorel y demás farsantes con ganas de medrar, deseosos de formar parte de aquello que más desprecian, tanto como desprecian cierta parte de sí mismos, aunque sea lo único que tienen en la vida… tales son las paradojas de unos individuos que siempre han tenido algo de inescrutables.

La película juega razonablemente bien la baza adolescente, la identificación con un héroe desvalido conforme se adentra en un mundo fantástico y de aprendizaje, engañándonos al meternos en ese pellejo y compartiendo su deseo. Visualmente logra sacar partido de los espacios, bastante imponentes, esa geografía tanto interna como exterior del lugar del título. Lamentablemente, aquí acaban las virtudes y la cosa deriva en un despropósito, para rematar el asunto pasándonos, de manera literal, la chorra por la cara.

Lo malo es que todo está machacado y explicado para que nadie se pierda (el vampiro, la araña, la polilla… lo pillamos, gracias). Se opta por lo fácil, y peor aún, por lo barato (secundarios de chiste con la Mulligan haciendo bulto).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Don Hantonio Manué
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7
6 de mayo de 2024
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Considerada a veces una especie de hermana menor de “Laura”, aunque no tengan mucho en común salvo el género y la misma pareja de actores, un pétreo Dana Andrews y una Gene Tierney en su rol angelical, es un nuevo ejercicio de cine negro que escarba en la podredumbre urbana, ya desde el momento en que arranca con el título escrito sobre el asfalto y la imagen de una cloaca.

Preminger, cineasta tachado a menudo de analítico y distante, nos pone ante un individuo que se mueve en la cuerda floja de la legalidad y el crimen, un policía amargado y de tendencias violentas que un día se excede con el sospechoso de un crimen cometido en un local de apuestas dudosamente limpias. No hay, por lo tanto, intriga sobre quién mata a quién, pues en todo momento vemos lo que ocurre sin trampa ni cartón. Descubrimos la frustración del tal Dixon, el engranaje sucio que le mueve en secreto; el pasado criminal de un padre a quien no vemos el pelo en todo el metraje, pero que actúa como estigma, la herencia emponzoñada de la que el hijo intenta librarse pasándose al otro lado. Pero cuanto más empeño pone en no ser como él, menos lo logra. Se plantea un incómodo paralelismo con el malo malísimo (amanerado y con pintas, cómo no), que le obsesiona y denota esa personalidad escindida y torturada. Al otro lado, ella, sin ambigüedades esta vez de ningún tipo y la única que le puede redimir, rescatar de su propio mundo de oscuridad y soledad asfixiante.

Un taxista, una vieja que lo ve todo, gente común y corriente que se ve involucrada sin pretenderlo, con su propia versión de los hechos. Un compañero que es objeto de desprecio y, sin embargo, no puede evitar volver a ayudar a quien es su amigo, mal que le pese. Un héroe de guerra cuya conducta inestable muestra lo hecho polvo que está, mas una cuestión espinosa como la del maltrato… personajes, en fin, todo ellos en conflicto. Se puede achacar, sobre todo, un final bastante precipitado y que parece sacado de la manga, que desluce un poco el conjunto. La decisión de nuestro hombre tiene tanto de acto moral, de vencer esos demonios, como de acción impulsiva propia de su carácter; parece que la dulce Tierney lo tiene muy claro en su bondad cristalina, pero no tanto nosotros, mientras la puerta se nos cierra definitivamente.

El aparente estilo sin estilo de Otto apenas contiene algún detalle elocuente: esa elipsis noche-amanecer para mostrar el insomnio y la culpa, socorridos elementos a modo de rejas que aprisionan. Un tren que pasa en el instante justo, el puente de Brooklyn remoto, pero presente a través de la ventana… y una cámara muy al servicio del guion de Ben Hetch que busca ante todo la precisión a la hora de moverse, a veces con tomas largas, y de filmar a los actores; en este apartado, no pierde ocasión en capturar en primeros planos ese rostro... el que podría ser el rostro con mayúsculas de la historia del cine.
Don Hantonio Manué
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7
5 de mayo de 2024
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Grande Victor McLaglen con su Gypo Nolan, un completo bruto que roza la idiotez y que se mueve por impulsos, más que por motivaciones claras, un completo descerebrado que sin embargo se alza con el protagonismo de un film en torno a la traición y al perdón, con el conflicto irlandés de fondo aún reciente. Traiciona a su mejor amigo, buscado por las autoridades británicas, con tal de obtener la exigua recompensa de veinte libras que ofrecen por su cabeza; la culpa la tiene el hambre, la necesidad y unas vagas ilusiones de una vida mejor en América con su pseudo-novia abocada a la prostitución.

Pronto sentiremos tanta compasión como ganas de espabilarle de un sopapo en cuanto comienza a actuar arbitrariamente, víctima de los remordimientos y del consumo cada vez más prolongado de alcohol (increíble la manera de beber del tipo) que le arrastra a las malas compañías, creyéndose el rey y siendo tan sólo el bufón. Gypo es puro lumpen, desarraigado, vagabundo prácticamente y sin empleo ni intención de tenerlo, considerado un paria por todos. Recurre a la agresividad, al autoengaño, a excusas poco creíbles y como de niño, pues guarda un fondo inocente, incluso tierno en su rudeza (cómo intenta patéticamente echarle el muerto a uno que le cae mal por haberle intentado robar a la chica). Se obtiene así un retrato meticuloso del calvario psicológico de un hombre, aun siendo un hombre más próximo a la bestia que otra cosa.

El entorno es miserable, de pobreza, frío y necesidad; tabernas, burdeles, calles sombrías que patrullan incansables las brigadas de “black and tans” y donde para ser el amo no hace falta más que tener cuatro cuartos en el bolsillo. Sombras, las de un conflicto que se ha cobrado demasiadas vidas y que nadie es capaz de parar. La mirada con que se contempla la resistencia irlandesa es positiva y recaen en ella las simpatías; son valientes, patriotas, íntegros, cuentan hasta con sus propias instituciones para impartir justicia, pero incluso ellos están atrapados en una lógica de violencia y retribución, de no ceder un palmo al enemigo (que aparece deshumanizado), pues el mayor peligro es el de la delación, ya que puede dar al traste con todo.

Son las mujeres fordianas, sean madres, putas, o bien la frágil prometida del héroe, quienes encarnan la sensatez, la piedad, la comprensión, y son quienes más sufren… por otra parte, la subtrama romántica del líder es bastante anémica y en general la cosa pierde cuando no está McLaglen en pantalla. El trasfondo religioso y en concreto católico es indisimulado, pues la película se abre con una cita bíblica, el amigo muerto es literalmente Cristo, nuestro hombre es Judas y “no sabía lo que hacía”, en una historia sobre la redención y el perdón de los pecados para poner fin a tanto mal. Que no salvará nuestros cuerpos quebrantados, pero sí nuestras almas.

La herencia visual muda es descarada, en especial unos primeros minutos en que se nos presenta la situación y a sus implicados, con uso de sobreimpresiones. Es también expresionista y sombría, en una película nocturna, con presencia de un ciego siniestro como los de Lang y de un tribunal que dicta sentencia en una especie de catacumbas, nada casual. Las actuaciones pueden ser tirando a histriónicas y, aunque no abundan, tampoco faltan unos puntos de humor borrachuzo y picaresca callejera, con porrazos varios de exagerado efecto. Pocos planos amplios, más bien cerrados, opresivos, aún con numerosas figuras dentro del encuadre a veces, y algún que otro detalle visual propio del cineasta; la repugnancia con que el villano acerca, con la punta del bastón, ese dinero maldito, o la secuencia del tiroteo con el prófugo, el momento en que este es abatido y se aferra desesperadamente con la mano al marco de la ventana antes de caer.
Don Hantonio Manué
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8
3 de mayo de 2024
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Lo más llamativo es que no es una película… sino al menos tres, y lo es sin apenas disimulo, en una época en la que el cine está todavía por inventar en buena medida.

La primera, una pantomima cómica con herencia del teatro y del vodevil donde el mundo de los pioneros buscadores de oro en Alaska es poco menos que excusa para encadenar gags y explotar las disparatadas interacciones de tres tipos, atrapados en el escenario único de una cabaña a causa de un temporal de nieve, con el pobre vagabundo desubicado cual héroe inverosímil que para nada nos esperaríamos en semejante gesta épica.

Después puede decirse que empieza la película propiamente dicha y se convierte en una especie de western, o de comedia romántica y dramática en un pueblo de mala muerte, entre prostitutas y facinerosos varios; una comedia cruel basada en el escarnio hacia un ser inocente por parte de unos desalmados sin escrúpulos, con una trama de enamoramiento fingido.

La propuesta aquí evoluciona en algo mucho más sutil, matizada en cuanto a psicologías, cambiando las motivaciones en un contexto de soledad, de ausencia de amor y de desarraigo, de supervivientes y de personas que buscan más que oro pero aún no lo saben, y donde él no es la única alma perdida. Ahora ese vagabundo no sólo está desubicado en el espacio sino que es un extranjero, alguien ignorado e insignificante, y no sólo por su aspecto desastrado, sino porque su bondad innata le hace contrastar intensamente con el muestrario de individuos poco recomendables del lugar.

El último tercio es nada menos que un espectáculo visual propio de un moderno blockbuster, que le da la vuelta en el sentido literal al escenario ya conocido del principio para colocarlo al borde del precipicio, en una peripecia extrema que parece propia de un cuento. Todo lo que hemos visto tiene a Chaplin y a su personaje como elemento unificador y está a su servicio. Icono del cine que encarna al hombre común y corriente, a un perdedor muy pardillo, perseguido por el infortunio, objeto de escarnio y de mofa para el espectador por sus torpezas pero a la vez objeto de su simpatía; el triunfo de lo humilde, de un tipo cuyos únicos recursos se los da cierta picaresca que sólo utiliza para salir de las situaciones complicadas… pues en el fondo se trata de un ser puro como el idiota de Dostoievski, cuya sencillez infantil le permite comerse los cordones de una bota como si fueran espaguetis mientras su compañero delira de hambre. O bien organizar una cena de nochevieja con absoluta devoción pese a sus medios exiguos y pese a que esté condenada al fracaso.

La gallina gigante, el bailecito de los panecillos, instantáneas muy recordadas, pero a las que habría que añadir otros momentos, en forma de planos concretos, igualmente cargados de fuerza y significado; la entrada de él en el saloon, como figura marginal y distante del resto, la alegría y a la vez honda tristeza de la celebración de año nuevo, canción a coro incluida… o la irrupción de una pura felicidad contagiosa que hace estallar una habitación en un mar de plumas.
Don Hantonio Manué
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