La gran sorpresa que me llevé con esta gran reunión de estrellas de Hollywood es que no hubo nada que realmente me sorprendiera, y es que uno sigue guardando la esperanza (por terquedad talvez) de encontrarse con esa vitalidad y talento que hizo grandes a esos actores, pero desgraciadamente no seguimos encontrando con flojos productos de consumo que lo máximo que pueden ofrecer, se queda en la etapa de promoción y mercadeo. Queda en deuda el joven productor Bill Holderman en su incursión como director, porque lo poco que se puede rescatar de su opera prima, no es ni desde esa dirección plana, ni tampoco desde un guion flojo y poco profundo.
La diferencia entre esta producción y tantas del montón, tristemente solo está en los rostros del elenco sin importar su interpretación.

Contrario a lo expresado en las diferentes reseñas y críticas de los respetados profesionales del medio, me atrevo a opinar que el último trabajo del director colombiano Ciro Guerra, codirigido por Cristina Gallego, no es una historia ni de drogas, ni narcotráfico, ni mafia; si bien es cierto que esos elementos hacen parte del relato, lo hacen más como un marco para retratar la perdida de la identidad de nuestros pueblos y culturas aborígenes.
La narrativa lineal del metraje que difiere del anterior trabajo de Guerra (El Abrazo de la Serpiente – 2015), secuencia a través de 5 cantos (o títulos) explicativos, la perdida y transformación de los valores indígenas hacia una modernización, motivada y empujada por los deseos propios del humano común en su afán de querer, tener y poder.
Por primera vez en una película Colombiana puedo sentir un esquema claro perteneciente a un género cinematográfico específico, son muchos los elementos visuales, técnicos y narrativos que me hicieron transportar a los polvorientos caminos del western clásico, aquel donde la ley se percibe colgada en un cinturón y en donde después de tantos disparos se pierde la conciencia de entender quien es el villano, quien desencadeno la tormenta de violencia o quien es quien merece cobrar venganza.
Bien por ese trabajo investigativo de los realizadores para poder acercar al espectador a sus propias culturas aborígenes, para alejarlos de las historias repetitivas, pero sobre todo, para saber utilizar los flagelos socio-culturales de nuestro país como herramienta o escenario para narrar una historia y no como el conflicto, la razón o la columna vertebral de la misma.

Existe una larga lista de películas dedicadas a los esfuerzos de particulares educadores en su lucha por sacar lo mejor de sus alumnos, quizá es una de las razones por las que este título no llamaría mucho la atención ante otros; sin embargo, la preocupación del realizador LaGravenese, de una comprometida Hilary Swank y un competitivo grupo de actores jóvenes por darle alma a sus personajes alejados de los convencionales estereotipos, hacen que este relato sea agradablemente disfrutable sin necesidad de subrayar en que sea basado en hechos reales. Desgraciadamente no todos los personajes corren con la misma suerte y en el caso del trabajo desarrollado por Imelda Staunton y Patrick Dempsey, no cuentan con el suficiente desarrollo como para generar un ritmo narrativo más trepidante.

Hay varias razones por las cuales no puedo evitar ver un “blockbuster”, porque hace parte de una franquicia que alguna vez empecé a ver, que tenga muy buena crítica (eso rara vez ocurre) o porque haya en su equipo de producción alguien que realmente atraiga mi interés y esa última razón fue la que realmente me movió a la sala de cine.
Esperaba con mucho entusiasmo lo que un buen director como J.A. Bayona podría aportarle al desgastado universo de los dinosaurios creado por Spielberg hace más de dos décadas, y aunque se sienten las pinceladas narrativas de Bayona al estilo “El Orfanato (2007)” o “A Monster Calls (2016)” y esta es quizá la mejor de la franquicia después del insuperable primer capítulo (Jurassic Park), el “reino caído” no termina aportando mucho a la saga, más que la expectativa de lo que podrá venir después.

Y volvemos como ya es costumbre a hablar de MARVEL (por no decir Disney), y digo costumbre porque uno de los objetivos que se trazó el maestro titiritero de comics al lanzar un universo cinematográfico me imagino que fue el hacer que todo aquel que caiga en sus dominios, se vea obligado a no perderse ninguna dimensión de ese universo.

Partiendo de esa premisa, es entendible que a menos de 11 semanas de guardar luto por la devastación que dejó el desenlace de la guerra infinita, pues necesitemos una pequeña dosis de tranquilidad y paz para tomar con más calma la espera por lo que está por venir; si, así es, esta fase alterna del universo marveliano, es como un equipo B, como la segunda formación del plantel o como dice despectivamente un amigo, el “Marvel pobre” (que tiene poco de pobre por cierto), que se encarga de apaciguar la marea y de paso no permitir que cese la adicción por querer más.

Ahora, hablando directamente de este capítulo transitorio que debería titularse “Wasp and the Ant-Man” y no al revés, nos encontramos con una secuela de un ritmo vertiginoso, cargada de buenas y coreográficas secuencias de acción, pero limitadas con el rótulo de “familiar” y ya sabemos que Disney bajo ese rotulo ha terminado en muchas ocasiones echando por la borda muy buenas y prometedoras historias. Por momentos, el relato de Peyton Reed me teletransporta a fábulas familiares como “Honey, I Shrunk the Kids (1989)” con la diferencia de que en esta ocasión no parece realmente haber peligros por enfrentar; así es, como ya lo he expuesto en otros pasajes del universo marvelita, los villanos escasean, y no es que quiera que se multipliquen los Thanos, para nada, pero muchas de las cruzadas de los héroes de Marvel carecen de un peligro palpable o sufrible, cosa que quizá sea a causa del exceso de comicidad, tanto “humor” en chistes continuos termina sobrecargando de extravagancia la narrativa y se pierde el sentido de la verdad, de ahí, que el personaje de Scott Lang en la trama que nos ocupa, termine siendo en ocasiones y no solo para sus compañeros de escena, alguien no apto para cargar con la responsabilidad de salvar al mundo.

En realidad, ésta es la película de “The Wasp”, gracias a una sólida y carismática Evangeline Lilly con una respetable contribución de Michael Douglas y una gustosa bienvenida a Michelle Pfeiffer, adornados por la pasada tontería de Paul Rudd, Michael Peña, Randall Park y la casi nula maldad de un Walton Goggins que al igual que en “Tomb Raider (2018)”, de villano no tiene ni el nombre.

En conclusión, Ant-Man and the Wasp cumple como entretenimiento y transición, que de no ser por la escena post-créditos sería un producto netamente usable y desechable