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España España · Pamplona
Críticas de Asier Gil
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Críticas 85
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
24 de febrero de 2020
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No se creerá lo que vea. No compartirá la ingenuidad de las personas contaminadas en el exterior mas con espíritus inocentes. Pero qué importa. Cuando una historia conmueve tanto como 'Ghadi' y aporta dosis consistentes de tolerancia y comprensión, merece ser contada, no vaya a llegar el día en el que el mundo no crea en los ángeles. Porque una tierra sin ángeles se convierte en un barrio claustrofóbico, un lugar cobarde en el que la muchedumbre oprime, los secretos culpables se llevan escritos en el rostro y el dolor se ceba en los débiles y en aquellos que son diferentes. Porque en un suburbio con ángeles se siembra la honestidad entre sus vecinos y la compasión se adueña de todos los rincones. Por eso, aunque no se crea lo que está viendo, limpie su mirada y déjese llevar por esta fábula de cien minutos para reencontrarse con esa época de su vida en la que los milagros simplemente sucedían.
En una localidad libanesa, estos milagros acabaron llegando gracias a la acción de un padre que sentía pasión por sus hijos, sobre todo por el más joven, un varón largamente buscado y nacido con una discapacidad psíquica. Sentado siempre en el borde de una ventana, se convirtió en la diana de los demás habitantes del pueblo, cansados de sus gritos y dispuestos a lo que fuera por echar al niño. Sin embargo, su progenitor los convencerá de que es un ángel venido del cielo y de que, si lo desean de corazón, él hará que se cumplan sus anhelos.
El director libanés Amin Dora se estrena en la gran pantalla con una película cargada de buenas intenciones y un mensaje de amor, bondad y respeto. Aunque en un primer momento destila proclamas antiabortistas, la trama se centra en remarcar la importancia de reconocer los derechos de quienes son distintos. Y lo hace sin medias tintas y de un modo en ocasiones exagerado, sin sutilezas ni razonamientos, sino dirigiendo sus dardos directamente al corazón del espectador. Al tratarse de un argumento poco creíble, el público deberá hacer caso omiso de las quejas de su mente y lanzarse al vacío de sus sentimientos. La recompensa lo colmará de bienestar, porque Dora suministra la acción con giros sorprendentes y un ritmo proclive a esbozar una sonrisa y no dejar que se escape durante todo el metraje. Los momentos de humor al retratar a una sociedad costumbrista y a seres humanos enquistados en sus particulares vilezas podrían haber dado mucho más juego y propiciado una crítica más dura contra la intransigencia, pero el filme hubiese perdido su esencia de cuento infantil, un aura que permite que las almas borren sus máculas mientras la voz del narrador se congratula de que la comunidad viva en armonía, dejando atrás pecados como el machismo, el racismo, los malos tratos o la codicia. Gracias a un estilo narrativo sin alardes y al carácter candoroso de los golpes humorísticos, la cinta atrapa y permite pasar por alto la insistencia en el dogma que intenta transmitir.
Al tratarse de un largometraje coral, los focos no se detienen en ningún personaje, sino que se dan breves aunque diestras pinceladas de cada uno de ellos; a excepción del padre, único protagonista en detrimento de una madre desaparecida y un niño con síndrome de Down meramente utilizado como elemento catalizador para propiciar en los vecinos el cambio de mentalidad hacia una sociedad más abierta y solidaria. Aquella en la que los ángeles, además de existir, inundan de esperanza las calles.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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6
24 de febrero de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El camino al intimismo es un viaje que transcurre despacio, por curvas mil veces recorridas pero que siempre acaban revelando algún detalle que demuestra la profundidad de una mirada cuando ya han caído todos los velos desde los que asomarse. Jeanne Moreau, 87 años, una filmografía tan larga como el horizonte y unos ojos en eterna combustión, sabe mejor que nadie cómo provocar el rubor cuando es ella la que acaba de desnudarse. Ante semejante virtud, el director estoniano Ilmar Raag solo tenía que encerrarla en un piso, enfrentarla a una cámara y dejar que la musa de infinitas pasiones lo empujara por ese camino mil veces andado y por el que, falte lo que le reste, jamás se perderá.
El adalid de la 'Nouvelle Vague' encarna a una inmigrante estoniana que, en su juventud, huyó de su país buscando un sueño y que ahora, perdida en la ciudad que le iba a abrir todas las puertas, se encuentra aprisionada en una vida solitaria que ya ha jugado todas sus cartas. Pero la protagonista de 'Una dama en París' es otra mujer, también rubia, estoniana igual que ella y que a su vez salió huyendo de una existencia vacía. Contratada para cuidarla y evitar que asalte sin plan de escape el armario de las medicinas, deberá aguantar su temperamento hasta que ambas comprendan que, pese a la diferencia de edad, comparten los mismos anhelos.
El filme no oculta en ningún momento que convirtió la sencillez en su seña de identidad. Tanto en la puesta en escena como en el aspecto narrativo, la película potencia la eficacia de un espacio reducido y de una trama sin sobresaltos, sabedora de que pretende recrearse en la descripción interior de los personajes. Raag lo fía todo a un subrayado emocional con el que lograr que el espectador comulgue con los caracteres de sus dos mujeres: una, ensimismada en un pasado de recogimiento; y la otra, peleada con la humanidad por haber fracasado en sus aspiraciones de una vida plena. El realizador domina el ritmo pausado y la sobriedad estilística en pos de diálogos certeros y una correcta selección de escenas para desarrollar el argumento sin recrearse en los clichés de una historia abordada en multitud de ocasiones. En sus planos, la relación entre la malhumorada anciana que sermonea desde el pedestal de la experiencia a la inocente sirvienta propicia destellos de lucimiento cuando las actrices encaran sus miradas en un duelo de supervivencia. Sin embargo, llama la atención que, al contrario de lo acometido en los primeros compases -cuando se reitera la sensación de soledad y vacío de las protagonistas-, se llegue al final de un modo abrupto y con una acelerada evolución del modo de ser de las dos mujeres, como si parte del metraje se hubiera extraviado en las labores de montaje.
Y huelga decir que la película hubiera perdido un sostén incomparable sin la aportación de Moreau, una actriz que agranda su personaje y que, más allá del sentimiento de abandono que ha de transmitir, sale triunfante del desafío de mostrar una sexualidad adulta aún palpitante. La estoniana Laine Mägi aguanta sus embates en sus duelos dialécticos e irradia la candidez y retraimiento que le exige la fémina a la que interpreta, pero es la estrella francesa la que gana todas las batallas. Moreau domina la escena y se echa el peso del filme a las espaldas para conseguir que una historia sobria y sin ínfulas de ambición eche el vuelo y haga levantar la mirada.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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4
24 de febrero de 2020
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Después de firmar varios largometrajes para televisión, al director de teatro Rupert Goold se le abrieron las puertas hacia las salas de cine. Pero en su debut, el realizador británico demuestra que todavía no está capacitado para superar ese salto hacia adelante. Con un material más que aceptable a su disposición -tanto en la trama como en el reparto-, no supo sacarle jugo y convirtió la cinta en otro telefilme más que olvidar debido al escaso interés que suscita en el espectador. Sin imprimir velocidad, ahondar en los impulsos de los personajes y corregir la falta de intensidad de sus actores, 'Una historia real' dilapida sus posibilidades de triunfo y menoscaba ese dicho tan manido de que la realidad siempre supera a la ficción.
La película se basa en la novela escrita por Michael Finkel, un periodista despedido del 'The New York Times' tras ser descubiertas sus prácticas deshonestas y del que un asesino adopta su nombre al ser capturado por la policía. A partir de entonces, ambos comparten conversaciones y correspondencia mientras este último, Christian Longo, avanza por el corredor de la muerte. En la cinta, el reportero trata de servirse de las revelaciones de su interlocutor para revivir su defenestrada carrera sin percibir el halo de mentiras que envuelve todo lo que sale de la boca de un hombre acusado de matar a su mujer y a sus tres hijos.
A pesar de sus carencias, Goold exhibe en el metraje su sabiduría acerca de las fuentes de las que ha de beber para construir un 'thriller' consistente e impactante. Los escritos y dibujos de su homicida recuerdan a los del psicópata de 'Seven', pero el filme no proyecta la misma oscuridad ni mantiene la intriga tan adecuadamente como la filmografía de David Fincher. La intención de que los diálogos entre los protagonistas sustenten todo el peso merma la velocidad e impone un ritmo demasiado calmoso para la exigua expectación que provocan las vidas del reportero y el criminal, ya que el director no indaga en el misterio de sus actos ni describe de un modo acertado sus motivaciones. Al no llevar a buen término la relación entre ambos y desaprovechar las virtudes de la historia, Goold se enmaraña en las redes de mentiras desplegadas de igual forma desde los barrotes de una cárcel que desde el teclado de un ordenador. Ese nexo entre Finkel y Longo es lo único que mantiene viva la narración, pues el suspense se aleja a cada minuto, aunque el desenlace no se muestre hasta los últimos compases. Los cara a cara entre dos contendientes que mienten, saben que les mienten y pugnan duramente por conseguir que los focos de la fama los iluminen sembrarían interés si no fuera por el hecho de que al reparto tampoco se le sacó punta.
La pareja formada por los actores Jonah Hill y James Franco, unidos hace dos años en la comedia gamberra 'Juerga hasta el fin', precipita la seriedad del drama hacia una sensación continua de que la carcajada siempre bordea sus miradas y se encuentra al acecho para dinamitar la gravedad de sus entrevistas. Franco maneja mejor sus expresiones faciales, pero ninguno de los dos se muestra a la altura de las pretensiones de la película. Un listón sí superado con holgura por una Felicity Jones que desprende un vigor sensacional, pero que, al igual que los demás aspectos del proyecto, resultó infructuoso.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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2
24 de febrero de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ciento quince minutos. Eso dura la eternidad. Ciento quince minutos largos y tediosos que se sufren como un adolescente castigado sin internet. Aunque el mercurio suba casi a 40 grados, pagar ocho euros por dos horas de siesta en una sala fría y oscura parece excesivo. Pero permanecer despierto ante una recopilación de números de 'strippers' masculinos sin ninguna unión entre ellos es un trabajo hercúleo. Al menos, para cualquier varón heterosexual entre los 13 años y la muerte que no conozca otras tabletas que las de chocolate. Steven Soderbergh se adentró en este mundo en el 2012 para indagar en los riesgos de esta profesión, y su 'Magic Mike' representó lo que significa rodar una película con oficio y sin pasión. Pero contaba en el reparto con un Matthew McConaughey camino ya del paraíso cinematográfico. Tres años después, el cineasta estadounidense se quedó en la producción y la fotografía, y pasó el testigo a su asistente habitual, Gregory Jacobs, a quien desde ahora deberíamos llamar 'El perpetrador' tras firmar la autoría de una tortura con reminiscencias a Guantánamo. Por su parte, Channing Tatum aseguró que era capaz de dividir su tiempo y esfuerzo en perfeccionar sus músculos y colaborar en el guion. Seguro que usted, sabio como es, podrá adivinar a qué se dedicó más. Confío en que no emplee 115 minutos para averiguarlo.
La versión XXL del primer filme se sitúa tres años después de que Mike abandonara la vida de 'stripper'. Sus compañeros -a excepción del personaje que interpretaba McConaughey-, lo reclaman para que participe en una convención con la que poner punto final a sus carreras. En el viaje hasta Myrtle Beach, los Reyes de Tampa se encontrarán con antiguas amistades, que les aconsejarán que dejen atrás el pasado para despedirse a lo grande.
La trama ridículamente vacía no dejaba muchas más opciones que apostar por la espectacularidad de los números de 'striptease', intercalados por infantiles diálogos entre hombres que ya deberían haber llegado a la madurez -aunque en ocasiones no lo demuestren- y la aparición de personajes cuya aportación es nula. Sin embargo, Jacobs tampoco se brega por sacar punta al interior de los protagonistas o a las exhibiciones donde decenas de mujeres que empapelan su sentido del ridículo con billetes de dólar dan rienda suelta a sus instintos primarios. Salvo fugaces episodios cómicos que reverdecen la acción y potencian aspectos secundarios -como la amistad dentro del grupo- que deberían haber contado con más espacio para acelerar, la película se entierra viva desde los primeros compases, y en el extenso metraje jamás se atisba el más mínimo intento de abandonar el purgatorio. Las actuaciones de los 'strippers' se salen de los límites del erotismo y acaban rayando lo soez, pero suponen los únicos instantes en los que la labor de dirección pudo imaginar soñar con el aprobado.
Lo mismo le ocurre al reparto, incapaz de asumir el vacío interpretativo dejado por McConaughey. Aunque sea obvio que su sacrificio por lucir pectorales y abdominales esculpidos en piedra fue desmesurado, más evidente resulta que esa labor no merece el más simple de los aplausos. No cuando se valora la profesionalidad de un actor, que va más allá de aprender pasos de baile e ignorar que su rostro puede transmitir sentimientos. Habría que conceder a Tatum la misma oportunidad de redimirse que al ganador del Óscar en el 2014, pero cuesta demasiado perdonar este atentado contra el séptimo arte.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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6
24 de febrero de 2020
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El apellido Coixet siempre debería ir acompañado del término contención. La intensidad emocional de sus películas golpea tan fuerte que, en ocasiones -'Mi vida sin mí' es un ejemplo clarísimo-, verse doblegado por historias tan conmovedoras y relatadas con una poesía tan triste y melancólica supone un peaje que se paga a gusto. Sin embargo, esa brillantez en la confección de diálogos y en la profundidad de seres humanos con secretos insondables no siempre salva un estilo cargante y una lenta cadencia al intentar llegar al corazón del público. Por ello, el freno de su sello al gestar a una criatura que no salió de sus entrañas, sino de las palabras de Sarah Kernochan, provoca una sensación agradable. Sigue siendo Coixet, pero sin incitar al suicido, sino aportando luminosidad a una trama sencilla, con una puesta en escena con encanto y personificada en dos actores que, a su vez, se mostraron comedidos en la introspección de sus personajes. ¿El problema? Que en hora y media no sucede nada y que el ritmo agradecería algún salto hacia adelante.
Nueva York completa el trío protagonista, al estilo de las cintas de Woody Allen. En un verano acogedor en la idealizada ciudad, una mujer madura, acomodada e intelectual se queda sola después de que su marido la deje por otra más joven. A modo de liberación, se apunta a clases de conducir impartidas por un profesor exiliado de la India que por las noches trabaja como taxista. Un choque de clases, sociedades y mentalidades que no impedirá que ambos compartan un mismo enfoque sentimental ante las dificultades de la vida en pareja.
Coixet aporta su oficio para multiplicar las bondades de una comedia romántica optimista, que no huye del dolor y la tristeza, pero que presenta un enfoque de ilusión, de segundas oportunidades para rehacerse frente a los embates de decisiones erróneas. Con asomos de ironía y golpes fugaces de humor inocente, la cineasta muestra su buen hacer en el tratamiento de unos individuos con carácter opuesto pero con un objetivo común: triunfar en el ámbito sentimental para proyectar una sensación de seguridad que complete un hogar feliz. 'Aprendiendo a conducir' se sirve de diálogos acertados y de un montaje ágil para no aburrir y evitar que el coche en el que se desarrolla la mayor parte del metraje aprisione. Su apuesta por un guion sencillo, con millas por recorrer en el interior de los personajes aunque sin demasiados acontecimientos externos que sacudan la acción, empobrece su disfrute. No obstante, la buscada falta de vigor dramático en la cámara de una realizadora tan carismática arroja un resultado satisfactorio. Pese a los deseos de una velocidad más acelerada y reacciones más tormentosas, se agradece esa visión luminosa de mirar al horizonte en lugar de al fondo del precipicio.
Tanto Patricia Clarkson como Ben Kingsley participan de esa naturalidad y humildad. Escapan de la ostentosidad y eligen la mesura en sus interpretaciones para transmitir sentimientos sin reacciones exageradas. En la versión doblada, Clarkson gana la partida al hieratismo de su compañero, pero, como siempre, el filme original aporta muchos más matices y no hurta el trabajo del actor británico en la dicción y el acento de un inmigrante indio. La laguna tranquila que supone este título dentro de la filmografía de mares embravecidos de Coixet constituye un respiro de sosiego y esperanza antes de que arrecie de nuevo la tempestad.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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