No sé si este título ha llegado a distribuirse en España o lo va a hacer en algún momento pero desde luego es recomendable. Aplaudo que, sin perder el sentido cómico en ningún momento, el protagonista evolucione de un modo creíble, con un dramatismo inteligente y sin concesiones a la ligereza emocional o al edulcorante fácil. Además, todo lo estrambótico que hay en la historia es embellecedor pero con miga y no sólo chocarrero.
Supongo que esto va a gustos pero para el mío el equilibrio es digno de elogio. Tiene la dosis necesaria de mala leche, de fracaso, de esperanza, de absurdo, de incongruencia humana y de lirismo mundano que hacen falta para congraciarse con el mundo durante dos horas.

Al término uno no sabe a que atenerse. Kaufman riza el rizo y a mi me vienen a la mente expresiones como charlatanería y altisonancia, pero también sutileza, progresión y lucidez. ¿Qué puedo decir? Esa riqueza es mi primer motivo de celebración.

Quien mucho abarca poco aprieta. Es cierto. Las miras del creador son muy anchas. El tema central de esta obra es “La Vida”, así, en mayúsculas. Sin escapar demasiado de la narración de unos hechos, pero en perspectiva existencial.

El empeño puede parecer pedante o puede parecer, por qué no, sincero y profundo. Alguien se ha roto los sesos en la labor de despedazar, diseccionar, recalibrar y redescubrir la vida, en clave de frustración, en intensidad ascendente, pagando el debido peaje al descontrol y haciendo honores a la abstracción, sin perder nunca del todo el norte narrativo.

Uno puede vibrar o puede dormirse. Al final este es un viaje extremadamente personal y personalmente celebro esta implosión kaufmaniana. Y que vengan más, que de lo otro ya tenemos a toneladas.

En primer plano se trata de otra propuesta de personajes que buscan su sitio, su nueva vida, el camino en mayúsculas. Un tema tan fácil de plantear como improbable de resolver y que sólo se puede verdaderamente conquistar si uno se aproxima a él con tanta honradez y tan magistralmente como lo hace Werner Herzog.

Que la acción se centre en Estados Unidos nos dispone también hacia otra lectura básica: la del falso paraíso en el mundo de la ilusión de oportunidad, donde basta respirar para que emerja el esperpento.

Pero, por encima de todo, Werner Herzog está tratando de encontrar el pulso a la propia vida, poniendo todas sus virtudes al servicio de una historia que consigue arrojar una sensación de enormidad reprimida, de gigantesca jaula llena de majestuosos destellos.

El director es fiel a su estilo: recto, natural y crudo, aunque sosegado. Se mueve a ras de suelo pero en constante elevación metafórica y su mirada está llena de paz en el conflicto. Es la mirada apaciguada que jamás puede despojarse del exceso primitivo del hombre.

Como seña de identidad irrenunciable, Herzog está siempre dispuesto a mostrar la rareza, la singularidad y las excepciones del paisaje y de sus personajes, lo que puede parecer mera extravagancia, pero que es el firme pedestal de su liberación.

En esta ocasión, además de varias escenas memorables, acierta a culminar y atar perfectamente su historia, alcanzando un desenlace que es el súmmum de intensidad visual y física pero también la cúspide de significado.

Quintaesencia del cine de mafiosos. Por su profundidad de campo, la mejor. La más compleja y también la más incómoda de un género que por definición es ombliguista y redundante. Ésta, a diferencia de las otras, se deshace de buena parte del peso y de la vocación de entretenimiento y se dedica a ahondar en las actitudes y en el tormento, obstaculizando la simple acción.

Es cruda, repulsiva, indigesta y seguramente poco apreciada por los puristas, amantes de los estándares. Los mafiosos son lo que son; seres deplorables, volubles y monocordes. No hay nada de romántico en ellos. Habitan un mundo estrecho, por opresivo, y son personajes extremos, que viven un desenlace constante, de tensión, de metáfora apocalíptica.

La cinta recoge esa imponente intensidad emocional y no la malbarata. Hace exégesis y no da tregua. Tan buena es la caracterización de los actores como la recreación de las pocas horas en que tiene lugar la acción, así como la conducción de la historia, con pulso, e incluso con intriga, hacia un final que realza la metáfora y quizá resbala un poco por ser demasiado redondo.

La historia saca provecho de los complejos y vicios violentos de Abel Ferrara, que si algo sabe hacer bien es tensar la cuerda y causar estragos. Un director menor que tiene, en ésta, su gran obra.

Acertadísima ridiculización del género musical que engendra una sátira muy afilada sobre las metas personales, el éxito social y la tontería ciudadana en general.

En forma de falso documental, la acción se centra en un grupo de personajes de una pequeña comunidad en el estado de Missouri que monta un espectáculo teatral sobre la historia del pueblo, a imagen y semejanza de los musicales de Broadway.

El humor nace del empeño que ponen los protagonistas en tan irrisoria empresa. El director, Christopher Guest (que repetirá el mismo esquema de sátira social en Very Important perros) encuentra el equilibrio perfecto con un desarrollo ligero que utiliza el esperpento con mesura y el ingenio en la puesta en escena, además del buen trabajo de los actores (muy recomendable evitar cualquier versión doblada).