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Críticas de Guillermo Rico
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Críticas 21
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
24 de enero de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1939, John Steinbeck publicó Las uvas de la ira en la que nos describió, en forma de denuncia y con cierto afán didáctico, las consecuencias de la Gran Depresión y la manera en la que los agricultores se vieron obligados a emigrar a California en busca de una vida mejor. Al año siguiente (1940), John Ford convirtió ese texto en una de las mejores películas de la historia del cine. El impacto social fue de tal calibre que tanto Steinbeck como Ford fueron investigados por el Congreso de la era McCarthy por presuntas inclinaciones procomunistas. Fuera como fuera, libro o película, el poso que dejó la familia Joad fue pasando de generaciones a generaciones, llegando hasta nuestros días, como símbolo de lucha e indignación ante las injusticias sociales.
En el año 2017, Jessica Bruder publicó Nomadland, un retrato humano y honesto sobre las tripas de la economía estadounidense, tras embarcarse, durante tres años, en un viaje de costa a costa de Estados Unidos y desde México a la frontera de Canadá, junto a un grupo de personas, todas ellas de edades avanzadas, que habían perdido todo por culpa de la crisis del 2008 y se vieron obligadas a retomar el viaje de sus antepasados con el mismo objetivo que ellos.

El paralelismo es tan claro como la propia historia. Una vuelta cíclica a las penurias y consecuencias de un capitalismo que todos nosotros hemos abrazado como si formara parte de nuestra propia sangre sin importar las consecuencias.

Tal vez por esta razón, y a diferencia de John Ford, Chloé Zhao, directora de Nomadland, se haya alejado del libro (con el mismo título) en el que basa su película y haya trasladado la reflexión social a un lugar íntimo en el que la crítica o la culpa no parecen tener sitio directo. Para algunos (entre los que me encuentro) el gran acierto y para otros, por las mismas razones, todo lo contrario. Lejos de vocear ante las tropelías de los potentados, la directora china nos propone sentarnos y escuchar a sus personajes mientras recorremos, junto a ellos, el oeste estadounidense. Para ello se apoya en la soberbia fotografía de Joshua James Richards sobre el piano de Ludovico Einaudi y, consciente de la importancia de la verdad, nos rodea solamente de dos actores profesionales: una estupenda Frances McDormand y el siempre convincente David Strathairn. El resto de los personajes, protagonistas también del libro, son tan reales como su propia vida.

Es cierto que bien se podría acusar a Chloé Zhao de idealizar la necesidad causada por una colectividad feroz, pero también es verdad que, hoy en día, dar pie a una lectura política podría no solo deformar, sino también anublar cada uno de los paisajes y notas que nos acompañan en el viaje. Estoy seguro de que, si se acercan a Nomadland, no les costara mucho imaginarse esa otra película en su cabeza. Y sí, sería tan soporífera como irrisoria. Es decir, algo muy parecido a la política.

No es fácil en los tiempos que corren encontrarse con una cinta que mire a los ojos del espectador y opte por apartar piedras, inútiles y números. Tal vez sea esa la razón por la que Zhao nos haya regalado 110 minutos en los que sin olvidar nunca a Steinbeck también nos haya recordado en todo momento a Kerouac. Los premios y aplausos serán en el futuro una anécdota, algunos recordaremos Nomadland como ejemplo de que a veces ser inteligente es algo tan fácil como susurrarnos y dejarnos pensar por nosotros mismos.
Guillermo Rico
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4
14 de diciembre de 2016
52 de 87 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es costumbre en esto de las artes confundir lo digno con lo sensacional o el empaque formal con la entereza visual. Si nos situamos en el momento actual, en el que la mayor parte de los productos que se nos presentan no alcanzan el suficiente, no es de extrañar llegar a ese malentendido. Si el paquete viene desde la izquierda del mapa, la muestra ya se pude definir como sintomática.

Desde el comienzo del nuevo siglo, la publicidad, los nuevos medios y la pomposidad han convertido obras humillantes o, cuanto menos, mediocres, en utensilios recaudadores de público y en los peores casos de premios lujosos.

El bueno de Tom Ford debe saber mucho de esto. El mundo del que viene es, tal vez, el mejor ejemplo para definir la mezcla de estilo y engaño.

Por eso, no es de extrañar que ‘Animales nocturnos’ sea la mejor muestra de ese su planeta. Partiendo de una premisa conscientemente autocrítica, el reconvertido director nos regala una primera media hora lo suficientemente atractiva como para comprar el total. Pero, como el bien sabe, el resto se lo quedará la marca una vez vendido el avance. Y, por ello, la película en nuestro cuerpo quedará muy lejana de lo que esperábamos tras ver la pasarela.

Podríamos considerar la jugada sublime si nos olvidáramos de hablar de cine. Como no lo hacemos, solo nos queda la crítica hacia dos historias que se desinflan sin apenas tocar el techo y se reducen a una conversación y al arranque de una supuesta ficción que bien podría haber formado parte de una franquicia de acción. ¿Se acuerdan de aquella película protagonizada por Gerard Butler? Su principio era infinitamente más cruel y, quizás, su fondo más honesto. Sin embargo, en teoría, el juego no va de eso y por ello asistimos a una multitud de flashbacks, actores desaprovechados, imperdonablemente, en ninguna parte, personajes secundarios convertidos a terciarios (salvo un Michael Shannon que, a pesar de todo, también se muestra perdido) e historias entrecruzadas que nunca se cruzan.

La tesitura es de difícil arreglo. El vestido se queda en el armario. Tom Ford se queda el dinero. Él lo sabe mejor que nadie: los dos por uno nunca fueron rentables.

Y, por favor, dejen descansar a David Lynch hasta el año siguiente. Él sí tiene algo para regalarnos.
Guillermo Rico
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10
2 de diciembre de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Echar la vista atrás. Volver a encontrarse de frente con dos películas que lloran. Rememorar escenas, momentos, personajes, luces, actitudes, melodías, humo.

Hace algo más de diez años, Wong Kar-Wai decidió darle forma al amor y a la nostalgia. ‘In the mood for love’ junto a ‘2046’, para crear, en conjunto, las dos más grandes películas de nuestro siglo. Antes de hacerlo, ‘Days of being wild’ nos había puesto en aviso sobre la capacidad del asiático para traspasar emociones. Sería injusto tratarlas por separado.

El genio hongkonés nos mostró miradas perdidas, tímidas, apasionadas, delicadas, ralentizadas. Cuatro años después, la necesidad de volver, le hizo montarse en ese tren hacia ninguna parte con nombre de melancolía para hacernos partícipes del dolor de haber perdido esos ojos.

Con él, Tony Leung amó, se escondió, recordó, fumó, sufrió y escribió a través del tiempo. Su elegancia, en ambas obras, entre uno de los mejores papeles de la historia del cine contemporáneo. Maggie Cheung embelesó a cámara lenta dejando el relevo a Zhang Ziyi y Faye Wong que convirtieron al séptimo arte en sensualidad. Un adagio para la estantería del arte junto al deslumbrante visual de Christopher Doyle les acompañaron en busca de lo irrecuperable.

Es curioso como cuesta escribir sobre las películas que de verdad están dentro. Debe ser el miedo a mostrar un poco de nosotros mientras lo hacemos. Wong Kar-Wai se descubrió a través de aquello que se esfuma cuando uno sufre, el alma de los que han amado.

El cine como poesía imperecedera. Una obra maestra total.

Algunos siguen en ese tren hacia ninguna parte.
Guillermo Rico
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7
2 de diciembre de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ahora que termina el ciclo anual y echamos la vista atrás, a pocos extrañará ver en algunas de las listas más prestigiosas del cine actual a la última película de Pedro Almodovar encabezando puestos altos.

Si en los últimos años la moda en nuestro país era tirar de chaparrón ante las propuestas del ciudadrealeño (y, por defecto, de cualquiera que haya hecho del cine de este país algo digno), en este no quedó otro remedio que callarse y decir en voz baja que nos había gustado la película, aunque, desde luego, no lo hiciéramos con alardes.

Pensada en un primer momento como 'Silencio', Pedro se apoya en los tres relatos de “Escapada” de Alice Munro (ya referenciada en aquel cuadro que el cuerpo de Elena Anaya formaba en la irregular “La piel que habito”) trasladando su acción a otros lugares para construir una historia sensible, honesta y con la justa dosis de frescura para gustar a casi todo el que la vea hoy en día. El director acierta al tratar el material con el suficiente respeto como para dejar en suspenso su propio terreno y entregárselo al de la escritora canadiense. La capacidad de regalar momentos.

La película se reparte entre Adriana Gil y una mejor Emma Suarez, los secundarios no la engrandecen, pero la mantienen y la historia es lo suficientemente atractiva como para hacernos pedir más al final.

Alice Munro puede estar orgullosa. Nosotros también. Eso sí, no lo diremos muy alto...

Un gran Almodovar.
Guillermo Rico
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8
18 de noviembre de 2016
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tres años después de rodar y, de paso, dar una clase magistral de cine con su primera película en Estados Unidos (‘Stoker’), vuelve Park Chan-wook. Lo hace adaptando, en todas las formas, una novela de Sarah Waters. No en vano, la historia se traslada de la época victoriana al dominio que durante treinta y cinco años tuvo el Imperio de Japón sobre Corea en la primera mitad del silgo XX.

Y con, tal vez, la premisa más clásica de todas sus anteriores obras, el surcoreano hace lo que quiere. Park Chan-wook se homenajea a sí mismo con piruetas de cámara que nos balancean de escena en escena junto a la música, mira hacia Francia en una escena de sexo portentosa, planifica cada escena como partida de ajedrez y finaliza con la más grande de todas sus venganzas: el hombre ridiculizado por sus propios impulsos frente a la pureza de lo femenino. La ineptitud del poder frente a los sentimientos humanos. La provocación final de un genio, convertido en pulpo omnipresente, que habla con cada giro y grita a la historia más reciente.

Sin condición, estará entre lo mejor del año. Dentro de su filmografía será otro diamante para todos aquellos que en el futuro dejen de lado los prejuicios y echen una mirada hacia el cada vez más cercano Oriente. Ese que, año tras año, nos demuestra estar por encima de la media en esto del celuloide y seguro que en millones de cosas más.

La provocación pocas veces fue tan sutil. Tan letal.

Portentosa.
Guillermo Rico
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