Dicho esto, creo que esta película se puede plantear en una sesión doble con Taxi Driver. Diría que hay mucho paralelismo entre ambas películas. En primer lugar por el hecho de compartir el mismo Nueva York decadente, con la misma gente perturbada y machacada, una ciudad muy pesimista. En mi cabeza me imagino que los dos protagonistas podrían ser hermanos perfectamente. Ambos están igual de trastornados, aislados y solitarios, transformando la realidad y viviendo en una fantasía enfermiza. Rupert fantaseando y obsesionándose con ser una gran estrella de la televisión, y Travis obsesionándose por la delincuencia de la ciudad y obsesionándose con ser una especie de vengador callejero. Perfectamente Travis podría haber compartido la misma infancia traumática que relata Rupert en su monólogo (por cierto, muy bueno hacer que la única vez que Rupert es sincero sobre sí mismo sea con ese perturbador monólogo, haciendo muy dramático el contraste de las risas con una realidad tan dura).

Y ambas películas terminan de una forma muy similar, en un clímax en el que ambos protagonistas llegan a materializar su obsesión, ya sea triunfando en directo con un monólogo (tras secuestrar al cómico veterano), o llevando a cabo su sangrienta justicia por la mano. Y un detalle que me gusta de ambas historias es que finalmente los personajes salen victoriosos de sus obsesiones. Travis sigue trabajando de taxista, convertido casi en héroe (¡Matador!), consiguiendo incluso la atención de la chica. Y Rupert, tras cumplir condena, consigue la fama y el reconocimiento deseado (y me imagino que también a la chica). Una locura vamos.

Especial mención de esta película para la escena del secuestro cuando Rita se queda sola con Jerry. Esa escena no tiene desperdicio...

Evidentemente, en los detalles está la diferencia, pero ambas películas se podrían definir de la siguiente manera: "Militar de un cuerpo de élite pierde la noción de la realidad e inicia una pequeña guerra matando a todo el que se le cruza por delante. El único que podrá detenerlo, y lo hace, será su antiguo mentor".

Ladykillers cuenta, además, con el inconveniente añadido de ser un remake de una buena película. De tal forma que aquellos que hayan visto la original, no encontrarán ya ningún asidero donde agarrarse.

No obstante, a su favor se puede decir que, comparándola con comedias anteriores de los Coen, se puede dar por aprobada. Y esto se debe a esas irritantes predecesoras que son Arizona Baby, El Gran Salto y Crueldad Intolerable.

Atentos habrá que estar al inminente estreno de No Es País Para Viejos, que apunta a la vuelta de lo mejor de los hermanos Coen.

El desencanto llega con la primera escena musical, realizada con un gusto chirriante y hortera que no ayuda nada al espectador a meterse en la atmósfera de la película. Lamentablemente, las escenas musicales se suceden durante toda la cinta, todas ellas ridículas, intentando alternan el humor con los sentimientos. Definitivamente un experimento fallido.

Si bien de las escenas musicales uno puede llegar a abstraerse, el principal escollo que sufre la película es la degeneración a la que es sometido el guión hasta llegar a un final que, intentando ofrecer algo poético, lo único que consigue es rallar la mamarrachada.

Y es una pena, porque los personajes y su entorno son atractivos. El ritmo y el ambiente son adecuados para la historia que se cuenta. Y sin duda, la película ofrece unas pocas escenas que hacen que su visión recompense el sufrimiento general.

Referente a los personajes, realmente pocos se salvan. A lo largo de la trilogía, Tobey Maguire pasa de ser un personaje pánfilo (sí, ya lo he mencionado, pero es que es muy pánfilo) a ser profundamente repelente. Y que el héroe caiga mal es justo lo que no puede pasar en estas películas.

A Kirsten Dunst le pasa tres cuartos de lo mismo. Pasa de ser la deseada Mary Jane a ser “esa maldita pesada”.

El tercer personaje que hace presencia durante toda la saga, el amigo bueno, malo, amnésico, otra vez malo, bueno buenísimo y por fin muerto, es el peor de todos. Aún siendo un personaje útil en la primera, se agradece que en la segunda pase a segundo plano. Aunque al final de ésta ya se puede ver que en la tercera va ha tener mayor relevancia. Y efectivamente, la tiene. Por desgracia. Porque si realmente algo sobra en la tercera entrega, es el personaje del Duende Verde junior. Las escenas de acción con éste son aburridas, resulta un personaje muy poco atractivo, y los continuos cambios de bando le quitan credibilidad a la historia.

Y como olvidarnos de la tía May. Esa entrañable abuelita de la primera, casi desaparecida en la segunda, y especialmente plasta y sermoneadora en la tercera. Buen ejemplo de como cargarse un personaje. Cada vez que aparece en pantalla es para soltar un discursito que como poco resulta aburrido.

Los malos. Que decir de los malos. Primero que, efectivamente, hay demasiados. Y sobre todo, con muy poca relación entre ellos. Dejando de lado al Duende Verde JR, tenemos que El Hombre de Arena y Venon, a priori y por separado, pudiera parecer que funcionan bien. Pero el hecho de presentarlos de forma conjunta, e incluso de forma cooperativa, resulta un poco forzado.

Venon, ese escurridizo pegote de crudo, es un buen personaje, y está muy conseguido. Aunque realmente lo mejor de la película resulta ser El Hombre de Arena. Muy buenas sus escenas, y bien acompañadas sonoramente. Pero, cómo no, vuelven a cagarla al intentar relacionarlo con el asesinato del sermoneador tío Ben. Es algo que realmente está cogido por los pelos.

Y la película, como no podía ser de otra forma, acaba en una pelea de todos contra todos, al más puro estilo presin catch, que recuerda a Hulk Hogan, El Último Guerrero, Terremoto Earthquake y los Hermanos Sacamantecas. Con la banderita de barras y estrellas hondeando al fondo. Taquillazo garantizado.

Sam Raimi tampoco es que haya hecho nunca peliculones, pero por lo menos cuando no gozaba de suculentos presupuestos hacía películas con un toque de gamberrismo que las hacía realmente entretenidas. Es una pena, una vez más, la industria se carga la frescura y espontaniedad de un director.