El nombre de Roger Corman se asocia al cine de serie b de los cincuenta y sesenta, especialmente al género de terror pero también cultivó otros en títulos como La matanza del día de San Valentín o El intruso, en los que demostró que su talento e inquietudes iban más allá del cine fantástico y de terror.

Aquí tenemos un drama racial de argumento similar al de Matar a un ruiseñor, sobre un encantador de serpientes que llega a un pequeño pueblo del sur a comienzos de los sesenta en el momento en el que se revoca la segregación racial. Con su verbo fácil y demagogia consigue embaucar a los lugareños y alimentar su odio hacia los negros hasta el punto de desencadenar unos violentos acontecimientos que escapan a su control.

Un jovencísimo William Shatner, antes de convertirse en el capitán Kirk, interpreta convincentemente al agitador que busca fama y notoriedad a cualquier precio.

Picnic en Hanging Rock fue el segundo trabajo de Peter Weir como director y uno de los primeros éxitos del cine australiano.

Basada supuestamente en un hecho real, Weir adapta la novela homónima de Joan Lindsay, sobre la historia de la misteriosa desaparición de un grupo de chicas durante una excursión campestre. La acción transcurre en la Australia de comienzos del siglo XX, concretamente en el día de San Valentín.

Más que la trama en sí lo que destaca de la película es su misteriosa atmósfera, realzada por la emocionante banda sonora, esa flauta hipnótica, la belleza del paisaje hermosamente retratada por el camarógrafo habitual de su director Russel Boyd, y la maestría de Weir al narrar historias con delicadeza y buen gusto.

Otro magnífico título del cine negro de los cincuenta, en un film compuesto por varias historias entremezcladas entre sí con distintos personajes y sus tramas particulares, que narra el atraco a un banco de un pequeño pueblo en el que varios de sus ciudadanos acaban siendo víctimas del robo.

Protagonizada por un elenco de interesantes actores entre los que destacan Ernest Borgnine, en el papel de un pacifista amish, papel que repetiría años después en Bendición mortal de Wes Craven, y un joven Lee Marvin en los inicios de su carrera cuando aún no lucía canas.

El film es otro de los numerosos aciertos en la filmografía de su competente director, que en tan solo hora y media firma una pequeña joya del subgénero sobre el heroísmo, la no violencia y el muchas veces incomprensible azar de la vida.

Con el oscar a Oppenheimer la Academia de Hollywood recupera la credibilidad perdida en la edición anterior cuando se lo otorgó a la penosa Todo a la vez en todas partes. En una época como la actual en el que se habla abiertamente de una inminente guerra nuclear a raíz del conflicto en Ucrania, una película como ésta viene muy bien para recordar lo que supone la amenaza nuclear.

Se trata de un biopic sobre la vida del padre de la bomba atómica, Robert J. Oppenheimer, un brillante físico encargado de dirigir el Proyecto Manhattan para la fabricación de la famosa bomba, con la que se puso punto y final a la Segunda Guerra Mundial.

La historia se adentra en los aspectos más destacados en la vida del afamado físico, como la rivalidad que mantuvo con Lewis Strauss, un alto miembro de la comisión para la energía atómica estadounidense, un tipo ambicioso y resentido que no perdonará al físico el haberle dejado en ridículo. Las dudas morales y remordimientos del protagonista acerca de su creación y su poder devastador cuando se lanzan las bombas en Hiroshima y Nagasaki, su turbulenta vida amorosa y los problemas políticos que tuvo durante la paranoia anticomunista americana por sus sólidos principios y carácter comprometido.

Cillian Murphy, actor fetiche de su director Christopher Nolan, realiza una excelente composición del carácter inestable del genio judío a lo largo de distintas épocas, desde su juventud en la universidad como alumno, hasta su vejez como científico desacreditado y posteriormente rehabilitado, pasando por los momentos más importantes durante la fabricación de la bomba atómica en el desierto de Los Álamos en Nuevo México. El oscar lo ganó con todo merecimiento.

Le acompaña un reparto de ilustres actores entre los que destaca Robert Downey Jr, caracterizado para la ocasión en el papel de Lewis Strauss, un hombre acomplejado y hecho a sí mismo, que trata de hundir la reputación de Oppenheimer a toda costa. Otro óscar concedido con toda justicia.

La película tiene un argumento que a priori puede parecer denso y complejo o directamente poco estimulante, pero Nolan se las apaña para que resulte interesante dotando a la historia de ritmo y un guion meridianamente claro con diálogos inteligentes que mitigan la excesiva duración de la cinta.

Lo que se le puede exigir a Nolan, es una mayor simplificación de la trama, es decir, más concreción y resumen en lo que expone. Tres horas me parecen demasiado para esta historia que no da tanto de sí. Toda la parte del interrogatorio a Oppenheimer se me hizo algo pesada y a veces me pierdo con los paralelismos entre pasado y presente cuando se juzga a Strauss sobre la idoneidad para el puesto al que aspira, con ráfagas de extensos diálogos a los que hay que prestar especial atención para no despistarse.

Por lo demás, nada que objetar al premio de mejor película del año.

Otra de esas películas que en mi caso tienes que ir a ver obligado y mira tú por donde que no me ha desagradado. Es más, me parece bastante mejor que la primera. Sus creadores se han esforzado en parir algo digno hasta el punto de mejorar la original.

Tiene una trama más llevadera y amena, marcada por un potente ritmo, con una historia en la que pasan cosas interesantes con frecuencia, regadas con divertidas pinceladas de humor y efectos visuales notables.

Aunque en los últimos años se hayan filmado numerosas películas sobre King Kong y Godzilla juntos o por separado, todavía quedan cosas por decir, y esta propuesta me ha parecido de las mejores.

También me ha gustado la banda sonora y un par de temas de Kiss y de Golden earring que suenan en los momentos más apropiados.