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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 835
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
21 de abril de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existe un tipo de comedia dramática, o mejor dicho, drama con algún tinte de comedia, que resulta perfecto para contar las cosas más oscuras y complejas del devenir de los terriblemente imperfectos seres humanos. Nadie como Alexander Payne para lograrlo, sobre todo cuando la historia se desarrolla en torno a las relaciones familiares. Su sombra es muy alargada y ha creado escuela. Una de sus mejores discípulas es Tamara Jenkins que en 2007 se graduó en tan noble arte “cum laude” con la prodigiosa “La familia Savages”, un hito del cine indie norteamericano de la primera década del siglo XXI.

Este lúcido, triste, emotivo y divertido film, todo a la vez, gira en torno a la forma de enfrentarse a la fase final de la vida y la consecuente muerte acechando a un anciano y cómo ello afecta a las vidas de sus hijos. El resultado es magistral. Su hija vive en Nueva York intentando abrirse camino en la vida y sobreviviendo a una relación sentimental con un hombre mayor que ella y casado. La interpreta cierta diosa llamada Laura Linney, por cuya forma de afrontar su personaje ya valdría ver esta cinta de rodillas.

Tiene un hermano, un profesor universitario de dramaturgia, intelectual y separado del mundanal ruido, que encarna otro monstruo interpretativo insuperable de la dimensión de Philip Seymour Hoffman. Y, a todo esto, el padre de ambos, aparece por las malas en sus vidas al sufrir una demencia senil que anuncia su cercana muerte y el cambio radical de vida para sus hijos. Ninguno de los dos está preparado para afrontar el cuidado de un padre dependiente y a los dos la nueva situación tiene pinta de destrozarles sus respectivas vidas. Ante ello, cualquier decisión es compleja y seguramente equivocada. Alguna también divertida por el camino. La vida misma.

Morir es difícil. Aunque algunas personas demuestren una facilidad pasmosa para ello, no es lo habitual. El proceso suele ser largo, tedioso, terriblemente extenso en su degeneración paulatina y carente de todo tipo de dignidad. Destroza los horizontes de quien lo ve venir y de todas las personas que lo rodean. Es lo que ocurre con el anciano protagonizado por Philip Bosco. Ante sus hijos, aparece un imponderable del que resulta imposible salir indemne. El anciano tampoco va a ponérselo fácil.

El guión de la propia Tamara Jenkins es absolutamente perfecto, al igual que la partitura de Stephen Trask y la dirección de fotografía de W. Mott Hupfel III, tan del gusto del mejor cine indie de los USA. Una pequeña gran joya de visión ineludible.
Sergio Berbel
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9
19 de abril de 2024
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El cineasta finlandés Aki Kaurismäki se ha convertido ya en un género cinematográfico en sí mismo. Sus personajes, espléndida galería de perdedores tremendamente hieráticos, con horchata en las venas, conforman una forma de entender el cine perfectamente reconocible en cualquiera de sus planos. Con “Fallen leaves”, Kaurismäki eleva la apuesta queriendo alcanzar la cumbre de su particular manera de entender el cine y lo consigue. Sus planos fijos, sus personajes silentes que sólo emiten breves sentencias inapelables, sus fueras de campo, su tristeza innata, su reivindicación del fracaso vital… todas las constantes de Kaurismäki brillan en “Fallen leaves” más que nunca.

Estamos ante una comedia romántica minimalista protagonizada por una pareja de perdedores natos. Ella es explotada en un supermercado como cajera y reponedora, no tiene vida social ni nada que la emocione atrapada en una vida átona y monótona. Él es obrero y bastante alcohólico, está deprimido porque bebe mucho y bebe mucho porque está deprimido, como muy bien indica en una antológica escena del film mientras charla en un bar, su lugar de existencia habitual, con el único amigo que tiene.

Ambas almas solitarias y fracasadas están condenadas a encontrarse y acaba sucediendo. Pero la vida nunca lo pone fácil y mucho menos si se nace sin estrella y convocados al fracaso, como les ocurre a nuestros protagonistas.

El guión del propio Kaurismäki alcanza a contar la esencia de la vida en apenas 84 minutos, lo cual es de agradecer en los tiempos de metrajes innecesarios y exagerados con los que estamos siendo condenados. Nos relata que los perdedores gozan de pocas oportunidades de prosperar y que los fracasados tienen una cierta dignidad que acaba siendo el único de sus patrimonios. O sea, cuenta lo que de siempre pero mejor que nunca.

Las interpretaciones de su pareja protagonista, Alma Pöysti y Jussi Vatanen son totalmente inexpresivas, como corresponde a toda apuesta de Kaurismäki que se precie y resulta bellísima la fotografía de Timo Salminen, así como una BSO compuesta de canciones populares perfectamente encajadas en la trama de tan fantástica película. No por casualidad ganó el Premio del Jurado en el Festival de Cannes de 2023.
Sergio Berbel
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10
19 de abril de 2024
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Blake Edwards, uno de los grandes cineastas especializados en la comedia norteamericana, firmó en 1962 un drama como “rara avis” en el contexto de su filmografía. Prescindiendo casi en su totalidad de la faceta cómica (que sí conservó en cambio en su icónica “Desayuno con diamantes”), se adentra en los terrenos dramáticos a través de una desgarradora historia de alcoholismo y una de las más grandes interpretaciones de toda la historia del cine por parte de un dios llamado Jack Lemmon.

El planteamiento argumental es magistral por sencillo; la apuesta formal es apabullante por compleja. La mezcla de ambos elementos consigue hacer levitar al cinéfilo más exigente. Edwards plasma en magistrales imágenes un guión de J.P Miller sobre una joven pareja que se conocen, se enamoran de forma imprevista, se casan y caen en el alcoholismo como forma de evasión de una realidad adulta que no son capaces de asimilar. A él (Jack Lemmon) se le veía venir, porque trabajar en una gran empresa como relaciones públicas empuja al ser humano, lo quiera o no, a una forma de vida y ésta a su vez al consumo social de alcohol, que acaba degenerando en privado también cuando la náusea vital toma posesión de su vida.

Ella (maravillosa Lee Remick) se va deslizando también por la misma pendiente, ante la soledad y el aburrimiento del ama de casa y por la presión de acompañar a su marido en el consumo alcohólico. También tiene mucho de lo que escapar y el alcohol es una salida fácil. Todo va degenerando a su alrededor y el mismo sistema capitalista que los empujó a beber los va expulsando y convirtiendo en seres marginales conforme su adicción se desarrolla.

Desde el punto de vista formal, el film es absolutamente perfecto. La prodigiosa fotografía en blanco y negro de Philip H. Lathrop acompasa el clasicismo preciosista de Blake Edwards tras la cámara conformando una serie de planos que resultan icónicos por definición (el plano final del film es uno de los más bellos que se hayan rodado).

De la música se encargó a un tal Henry Mancini, compositor de cabecera de Edwards, que supo entregar una partitura a la altura magistral de las circunstancias, alcanzando incluso el Oscar a la Mejor Canción en la edición de 1962 con la que acompaña a los créditos iniciales del film.
Sergio Berbel
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10
18 de abril de 2024
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Arthur Penn es un nombre imprescindible de la historia del cine. El creador de obras maestras de la dimensión de “La jauría humana” o “Bonnie & Clyde” deslumbró al mundo en 1962 con “El milagro de Ana Sullivan”, uno de los grandes filmes de la década. Cruda y sin edulcorar, la película pone al espectador ante una tesitura durísima que afronta sin piedad para que el viaje fílmico deje una huella indeleble a través de tres elementos fundamentales:

1 La portentosa historia que se narra, con un guión de William Gibson adaptando al cine su propia obra teatral, sobre una maestra con problemas de visión que es contratada para intentar educar de alguna forma mínima a una joven ciega, sorda y muda, lo cual tendrá que alcanzar con una paciencia infinita y basándose en el sentido del tacto. La menor tampoco es fácil de instruir, por cuanto su situación “asalvajada” ante una familia que la dio por imposible, la ha convertido en un ser caprichoso e irascible. Los diálogos que contiene la cinta son de una calidad y profundidad poco habitual y siempre resultan oportunos. Pero cuando no comparecen, como en la escena de la mesa que dura unos diez minutos sin que se emita una sola palabra, el resultado sigue siendo una obra maestra atemporal.

2 La impresionante fotografía de Ernesto Caparros en uno de los films en blanco y negro más hermosos que se hayan conocido. La fuerza y el carisma los pone el genial Arthur Penn que sabe dónde, cómo y para qué poner la cámara en todo momento haciendo brillar la historia a través de sus personajes. La fuerza visual de sus escenas iniciales marcan de por vida a quienes tienen la suerte de contemplarlas en un espectáculo estético que no decae en ningún momento.

3 Sus dos actrices protagonistas, regalándonos ambas uno de los mayores festivales interpretativos de la historia del cine. Si Anne Bancroft como la maestra resulta épica, todo palidece ante la volcánica y violenta interpretación de la joven actriz Patty Duke como Hellen, la niña discapacitada, capaz de conformar un personaje que marca al espectador de forma indeleble. Ambas actrices fueron premiadas justamente con sendos Oscars en la ceremonia de 1962.

Su metraje de 107 minutos vuela ante nuestros ojos como un suspiro, dejando ganas de mucho más, de conocer los antecedentes y las consecuencias de la magistral historia que se relata. Al igual que resulta muy funcional y adecuada la partitura musical de Laurence Rosenthal.
Sergio Berbel
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10
16 de abril de 2024
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Antes de cambiar el rumbo del cine con sus obras maestras (“La hija de Ryan”, “Doctor Zhivago”, “Lawrence de Arabia”, “El puente sobre el río Kwai”), en 1948, ese dios llamado David Lean estrenó la que sigue siendo a día de hoy la mejor versión filmada de “Oliver Twist”. El cálido clasicismo de sus movimientos de cámara y sus magistrales planos secuencia se mezclan en esta ocasión con unos encuadres abiertamente expresionistas, donde la luz pasa a ser la protagonista narrativa del film, a través de una portentosa e insuperable dirección de fotografía de Guy Green. El espectáculo visual es de una magnitud histórica.

En cuanto al contenido, poco tenemos que añadir al hecho de que se trata de una versión profundamente ortodoxa de la inmortal novela de Charles Dickens, un relato cargado de misantropía que nos muestra la parte oscura del ser humano, la que domina y marca el camino de la humanidad. Un niño cuya madre muere en el parto (la escena inicial de la cinta es una de las más grandes escenas de la historia del cine) que va rebotando de mal en peor, del orfanato a ser esclavizado en una funeraria y de ahí a la delincuencia callejera. No hay piedad para el proletariado, ni oportunidad alguna. El sistema está diseñado para que el opresor asfixie al oprimido en progresión geométrica y “Oliver Twist” nos lo muestra crudamente.

Entre su magnífico elenco actoral, propio de toda producción británica, destaca la recreación de Alec Guinness interpretando a Fagin bajo kilos de maquillaje y prótesis, un malo antológico de la historia del cine.
Sergio Berbel
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