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Críticas de Juanjo Iglesias
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Críticas 94
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
6 de setiembre de 2019
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Andy Muschietti cierra la historia del payaso Pennywise y el Club de los perdedores con ciertas dosis de gore y cantidades ingentes de efectos visuales y CGI, pero mantiene la emotividad y en algunos momentos la épica de la que denominan obra cumbre del maestro del terror.

Han pasado 27 años desde la última aparición de IT el payaso. Mike Hanlon (Isaiah Mustafa), único del grupo que ha permanecido en Derry y que no ha olvidado lo ocurrido en los años 50, reúne en el pueblo a todos los integrantes del Club de los Perdedores. Pennywise (Bill Skarsgård) el payaso bailarín, vuelve a amenazar la ciudad y ha regresado sembrando el pánico y buscando venganza. Bill, Beverly, Richie, Ben, Eddie, Mike y Stanley se enfrentarán de nuevo a la criatura y se pondrán a prueba a la hora de superar los malos recuerdos de la infancia y afrontar la edad adulta.

Decía en una entrevista Roman Polanski, que “sólo el tiempo trae consuelo”, pero no es el tiempo el que cura las heridas, sino plantarles cara y curarlas con la medicina adecuada. A esto se enfrenta El Club de los Perdedores, 27 años después de haber vencido sólo en parte a este icono del terror cósmico nacido de la pluma de Stephen King al albur de la literatura lovecraftiana.

Stephen King dice en uno de sus ensayos que “la película de horror señala hacia el interior, buscando los temores personales más arraigados (los puntos de presión) con los que todos debemos enfrentarnos. Esto aporta un elemento de universalidad al proceso y puede llegar a producir una suerte de arte aún más sincero”. Esa es para mí una de las claves por las que nos sigue apeteciendo que nos asusten delante de la pantalla, para sacar lo que permanece oculto y al mismo tiempo no correr peligro.

Pero es también uno de los primeros defectos de la película de Andy Muschietti (“Mamá”), que ha culminado su mundo diegético basado en la novela “IT”, con una segunda parte que pierde fuelle en comparación con la primera, que no da miedo y que no mantiene las esencias. Estas esencias son una mezcla de lo que expuso Rob Reiner en su película “Cuenta conmigo” (1986), basada también en la novela de King “El cuerpo”(1982) que retrató la amistad adolescente de forma sublime y ese terror ancestral e inefable que representa el arquetipo que une todos los males esenciales, el payaso Pennywise. La primera parte, estrenada en 2017, es una obra más redonda y mejor definida.

Muschietti consiguió emocionarme hace dos años, con sus pactos de sangre, su idealismo sobre la amistad, sus historias de amor de adolescencia y su representación de los males esenciales, pero en esta ocasión y no habiendo hecho un mal film, me deja a veces frío. La melopea de efectos visuales, el culto a las escenas de acción y la adicción innecesaria al CGI, convierten gran parte de la película en una historia de aventuras muy del estilo de clásicos como “En busca del arca perdida” (Steven Spielberg, 1981), que si bien funcionaban en aquella época, ahora se me antojan bastante planas. La película es emotiva, profunda, gore y pretende aterrorizar, pero cubre las carencias de guion con efectos especiales.

A “It. Capítulo 2”, le ocurre lo mismo que a “Historias de miedo para contar en la oscuridad”, que deben ajustarse a los cánones de la reformulación del cine de terror de los años 80, últimamente en boga. El síndrome del terror adolescente de “Pesadilla en Elm Street”, “Viernes 13” y los clásicos slashers de esa época, pulula en el guion y en la dirección, e incluso homenajea a grandes clásicos como “Al final de la escalera” (Peter Medak, 1980) para así, intentar conformar un producto económicamente rentable. No en vano, la primera parte logró ser la cinta de terror más taquillera de todos los tiempos. La diferencia es que sobre la de 2017 no pesaba esa losa económica.

Lo que sí esconde el film, es una serie de sorpresas terriblemente agradables. Dos magníficos cameos han sacado la mejor de mis sonrisas, especialmente uno en el que Stephen King demuestra una incontestable habilidad como guionista, diseñando una de las mejores escenas de la película. Y por otro lado, el contenido gore propuesto por la cinta, crea un contraste que aspira a elogiar a los grandes clásicos del terror. Ese contraste ha sido siempre la esencia del género, desde los primeros trabajos de Segundo de Chomón hasta clásicos más actuales como “La semilla del diablo” (Roman Polanski, 1968). Contraste que se representa también en un magnífico homenaje a “Carrie”, tanto a la novela como a la película.

(continúa sin spoilers)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Juanjo Iglesias
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5
21 de agosto de 2019
4 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Santiago Segura continúa el estilo de comedia blanca que propuso en “Sin rodeos” (2018), con una historia familiar que bebe del cine de Fernando Palacios y rinde homenaje a “La gran familia” (1962).

Javier (Santiago Segura) es un informático obsesionado con su trabajo. Es un tipo egoísta y carente de responsabilidad ante los sentimientos que debería mostrar por su familia. Continuamente le espeta a su mujer que se ahoga en un vaso de agua y que pierde los nervios con facilidad. Tiene problemas para reconocer el carácter de sus hijos, sus costumbres y sus obligaciones en el colegio y en sus actividades extraescolares. Ante la imposibilidad de realizar un viaje de aniversario con su mujer, ella decide irse con su cuñada, mientras Javier se enfrenta a la caótica situación de bregar con sus cinco hijos durante una semana. El caos se apodera de la vida de los protagonistas, pero al mismo tiempo los niños logran sacar al padrazo que Javier lleva dentro.

Santiago Segura declaró recientemente que siempre ha sido fan de “La Gran Familia” de Fernando Palacios, y aseguró que “ese ha sido mi referente a la hora de dirigir esta cinta”. No se le puede negar al carabanchelero su habilidad para captar las esencias de ese cine sesentero, envuelto en las penumbras del desarrollismo franquista y actualizarlo a la época de los “influencers”, las videollamadas y el WhatsApp. Si en la de Palacios la llegada de la primera televisión al hogar auguraba el nacimiento de un nuevo niño, en la de Segura queda reflejada la actual sociedad de la tecnología. Pero ese es precisamente el hándicap de esta comedia que divaga entre estereotipos completamente desactualizados y pequeños destellos de genialidad cómica muy al estilo del “slapstick”.

“Padre no hay más que uno” es una comedia costumbrista para toda la familia, protagonizada por Santiago Segura, Toni Acosta, Silvia Abril y Leo Harlem y cuenta con la participación de las propias hijas de Santiago Segura, Calma y Sirena (borda el papel), así como de los otros tres niños protagonistas Carlos, Luna y Martina.

Las raíces de la comedia en la antigua Grecia se caracterizaban por escoger a sus personajes entre el vulgo, para someterlos no a un destino fatal, sino a los rigores del azar. La obra de Segura, como haría su citado referente, toma esa misma tipología de personajes: informáticos y pizzeros, una esposa loca por la fiesta y otra mucho más romántica e inteligente, para urdir una historia que, aunque a simple vista se advierte con poca chispa, sí deja un trasfondo de crítica social muy interesante. Hablamos de un matrimonio sin comunicación, que no se escucha, ni se comprende, ni comparte la supuesta vida que llevan juntos; un sagaz reflejo de nuestra actual sociedad y su desproporcionada pérdida de valores. Es en la influencia de las comedias ligeras españolas de los 60, donde no expresa todo lo que la historia podría ofrecer. Chistes como “la noche me confunde” o playboys untados en crema solar en las playas del caribe que ganan en belleza en función de los mojitos consumidos, dejan mucho que desear.

El actor y director madrileño propone esta comedia familiar para “resetear los roles anticuados y sacar esa imagen de que el padre trabaja y la madre es ama de casa”. Pretende también poner de manifiesto que los padres “deben participar en todo tipo de actividades con los pequeños”. Estas nobles afirmaciones del director quedan patentes durante toda la película; ha logrado su intención de rehacer las ideas de Fernando Palacios y adaptarlas a nuestros tiempos, pero se quedan cortas como sátira. Las pretensiones de la cinta son la risa fácil y el disfrute familiar; una intención muy honrada.

El guion del propio Santiago Segura y de Marta González de Vega es la clásica y simple historia que aspira a ser la comedia del verano. Su narrativa es pobre en cuanto a matices, con una estructura en tres actos clásica y que peca de previsible y obvia, aunque con un interesante clímax que nos regala la parte más fresca y afectuosa en el también clásico y entrañable final feliz. Si los chistes son predecibles y manidos, Segura demuestra su capacidad como realizador en la dirección de los cinco niños que interpretan a los hijos del matrimonio. Los gags y chistes de los niños suenan más frescos y reflejan cierto naturalismo interesante, con preguntas como “¿Qué son las pajas?“ o “Papá, ¿somos del Opus?”, pero sigue siendo un humor bastante burdo que saca una sonrisa más por la ternura de los jóvenes actores, que por su aptitud narrativa.

En este marasmo de estereotipos no falta tampoco la clásica tonadillera, que más que crear estilo, bien recuerda a infames largometrajes como “¡Ay, Carmela!” y me recuerda esa parte del cine español que no es capaz de dejar de mirarse el ombligo. Los tiempos cambian y el lenguaje cinematográfico debe cambiar con ellos. A pesar de incluir youtuberos, concursos de canto para niños o redes sociales, esta historia rezuma lugares comunes y la tradición más casposa de nuestro país.

Como contrapartida a sus carencias, la dirección me hace pensar que la rapidez mental y la habilidad cinematográfica de Santiago Segura, salvaría con eficiencia una comedia mucho más compleja y alejada de fórmulas comerciales veraniegas. Su valor como director estriba en la sensibilidad de un mensaje más humano, más empático y esperanzado, que también es necesario en nuestros tiempos. Sus mejores aliados son una fotografía sobria y elegante que realza cada gag y ofrece una empática complicidad con el espectador y la propia interpretación del personaje principal. Con Torrente utilizó la sátira y con sus dos últimos largometrajes ha sabido poner de manifiesto esos aspectos de la vida en los que nos deberíamos parar a pensar mucho más a menudo.
Juanjo Iglesias
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5
21 de agosto de 2019
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para mi asombro personal una cinta terriblemente entretenida y a pesar de ser un poco larga y de perder fuelle en la parte final sorprende por el despliegue de efectos visuales y una fotografía publicitaria de alta calidad.

Un ciborg genéticamente mejorado llamado Brixton (Idris Elba) se hace con el control de un arma biológica con la que pretende dominar el mundo a través de las élites. Mientras, el agente Hobbs (Johnson), leal y honesto miembro de los servicios de Seguridad del Cuerpo Diplomático estadounidense y un solitario mercenario llamado Shaw (Statham), ex miembro de un cuerpo de élite del ejército británico, se reúnen por mediación de la CIA. Juntos deberán acabar con la amenaza de estas élites. La hermana de Shaw, una brillante, hábil e intrépida agente secreta del MI6 (Kirby), es derrotada y capturada por Brixton, así que los dos protagonistas deberán enfrentarse al villano para salvar a Hattie y al mundo en una única misión.

El primer éxito que le podemos atribuir al trabajo de David Leitch es saber aguantar el tipo a una saga de acción que lleva nueve títulos, dos cortometrajes y está a la espera de dos nuevas películas entre 2020 y 2021 protagonizados en ese caso por Vin Diesel. Pero eso es otra historia. La que nos ocupa es el Spin-Off que se introduce en las vidas de Shaw y Hobbs, cuyas familias aportan el tono romántico propio de su género. Empiezo por esta idea ya que el cine de acción, Blockbuster o cautivo de la tecnología, como lo queramos llamar, aún tiene algo que decir a nivel cinematográfico. Valores como la honestidad, la amistad, la familia o incluso el amor hacen el contrapunto a la esencia de este cine, que es un guion muy básico, con una historia simple, lineal y clara: aquí están los buenos y por allí van los malos. Agradezco bastante el tratamiento de estos valores ya que en el cine más culto, complejo e interesante suelen darse por olvidados.

Hay tramos de la película (muchos) en los que sólo tengo tiempo de marearme a base de primeros planos de patadas, puñetazos, disparos, saltos y mamporrazos de los protagonistas frente a otro manido ejército de ninjas tecnológicos. Todos esos momentos me evocan las películas de Terence Hill y Bud Spencer o las cintas chinas de Kung-Fu que veía con mis padres en un cine de pueblo cuando tenía 10 años. En el mismo sentido la película ofrece lo que promete, ni más ni menos, pero los grandes tiroteos ya los rodaron genios como Sam Peckinpah o Sergio Leone.

El film aporta una evolución de ese clasicismo del western actualizado a una sociedad tecnológica, en la que el Macguffin es un virus de alta destrucción, envasado en una probeta y por la que pasea estereotipos como la masculinidad, los héroes, los villanos (un “Batman negro” que molestaría a Christopher Nolan) o la clásica rubia, que me evoca a la Jessica Lange de “King Kong” (John Guillermin, 1976) o a la Naomi Watts de “Lo imposible” (J.A. Bayona, 2012).

En su haber hay que anotar que mejora como entretenimiento a muchas cintas de la saga y el salvaje despliegue de efectos visuales consigue que no me surjan bostezos, como me suele ocurrir al ver películas de acción. La fotografía es un formidable ejercicio técnico siempre muy cercano al lenguaje publicitario. El presupuesto ha sido bien empleado en planos imposibles para situaciones imposibles. Funcionan muy bien los planos cenitales en las peleas y las persecuciones típicas de la saga logran con los efectos especiales una gran sensación de velocidad y de peligro que encantará a los aficionados al género y a al automovilismo y que dan una vuelta de tuerca más a la saga; el uso del Split Screen, que aporta mucho dinamismo y de un Stop Motion digital que bien recuerda a “Matrix” ( Lilly y Lana Watchowsky, 1999), son más ejemplos de esta marabunta tecnológica. Es cine de acción extrema, adrenalina directa a las venas.

Los personajes son terriblemente estereotipados, hecho que no tiene que ser explícitamente erróneo; (la narrativa de Tolkien enfrenta al bien con el mal), pero en este caso funcionan bien sólo a nivel de acción o de comedia. Una buscada intención cómica enfrenta a los dos personajes principales en algo que me recuerda a la Roast Comedy. Duelos humorísticos al estilo de Broncano y Berto Romero, pero con peculiaridades más simples y con amenazas físicas, que por otro lado han logrado sacarme varias risas.

A todo este tierno, febril y sobre hormonado blockbuster de narrativa veraniega, le podemos buscar las vueltas en un guion que promete mucho y ofrece poco. No profundiza ni lo más mínimo en ciertas ideas que presenta, pero sí las propone y son muy interesantes. El personaje de Idris Elba introduce la idea de la eugenesia, técnica dedicada aplicar leyes biológicas para el perfeccionamiento de la especie humana, o en su defecto la modificación biológica para ese mismo perfeccionamiento. Es interesante porque las élites que él lidera, pretenden crear un ser humano superior que domine el mundo (no puedo evitar pensar en los totalitarismos históricos del siglo XX) y tampoco en avances científicos tan en boga en la actualidad como la robótica (que trataron de forma magnífica cintas como “Blade Runner 2049″ (Denis Villeneuve, 2017)). Temas que producirán cautivadores dilemas éticos a muy próximas generaciones si no a la nuestra. Es en estos temas de guion en los que Leitch juega una vez más a los superhéroes como ya hiciera en anteriores films como “John Wick” (2014) o “Deadpool 2” (2018).
Juanjo Iglesias
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6
21 de agosto de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es 1968 en Estados Unidos. La guerra de Vietnam, los disturbios y los movimientos sociales de cambio invaden el ambiente. También en la pequeña ciudad de Mill Valley, donde la alargada sombra de la familia Bellows ha aterrado a sus ciudadanos durante generaciones. Su mansión, ya abandonada en las afueras de la ciudad, ha creado el mito de casa encantada. Sarah, la más joven de la familia ha transformado su martirizada vida en historias de horror escritas en un libro maldito, que pueden convertirse en historias reales si alguien abre el libro. Stella (Zoe Margaret Colleti), Ramón (Michael Garza), Auggie (Gabriel Rush) y Chuck (Austin Zajur) son cuatro jóvenes aventureros que investigarán la dramática historia de Sarah.

Stephen King ha presentado esta película como horror visceral para competir con `Alien´ y un prematuro Cronenberg: “Ve a verla, pero no vayas solo”. La producción y la colaboración en el guion del oscarizado Guillermo del Toro es otra mágica llave comercial para la promoción de esta interesante obra de terror que se estrenará el próximo 9 de Agosto en cines.

André Ovredal es un joven director de cine noruego que ya venía pisando fuerte con películas como “Troll Hunter” (2010), una cinta de género “found footage” (metraje encontrado) que mezclaba el estilo de “El proyecto de la Bruja de Blair” (Myrick, Daniel y Eduardo Sánchez,1999), con la tradición y la mitología nórdicas. Seis años después sorprendió a los amantes del género con una joya de terror sobrenatural con tintes de thriller titulada “La autopsia de Jane Doe”. Su mezcla de terror truculento con el mejor suspense al estilo Hitchcock le proporcionó numerosos premios en prestigiosos festivales como Sitges, Toronto o el Fantastic Fest.

“Historias de miedo para contar en la oscuridad” continúa la fórmula presentada en su anterior trabajo. Terror visceral y salvaje, que también emplea algún susto que me encogió el alma, muy al estilo del J-Horror, mezclado con un elaborado guion hábilmente diseñado para mantener el suspense. Por él desfilan multitud de los iconos del cine de género desde los años 70 hasta nuestros días. El punto de ternura y belleza crea un interesante contrapunto en este trabajo de Ovredal.

La narrativa destila el clasicismo de las películas del neoterror de los años 70 y 80. Los homenajes se suceden uno tras otro rememorando el horror más académico y mainstream de la última época. “La matanza de Texas”, “Pesadilla en Elm Street” (hay un sueño, en el que es muy obvia la referencia) o “Viernes 13” se advierten claramente como influencias, aunque no comparto la opinión de la ascendencia de Cronenberg o “Alien” (Scott Ridley, 1979), ya que la cinta es más ligera que el estilo de “Cromosoma 3” (1979), “Videodrome” (1983) o “La mosca” (1986), todas ellas firmadas por el maestro canadiense David Cronenberg. Ovredal ha realizado una divertida e interesante evolución del Slasher de los 80, que había quedado muy denostado con series como la homónima “Slasher” (Marin Aaron y Craig David Wallace, 2016). Al fin y al cabo, la intriga principal de este celuloide está más que inspirada en el clásico de Sam Raimi “Evil Dead” (1981), al menos en todo lo referente al libro.

Durante toda la historia del cine de terror, la infancia ha tenido un papel primordial en las narrativas. La relación terror-infancia, por su innegable contrariedad y oposición han dado siempre un juego espectacular. Desde “¿Quién puede matar a un niño?” (1976) del maestro Chicho hasta “El sexto sentido” (1999), la relación entre el miedo y la niñez han sido el material perfecto para la narrativa del miedo. En el caso que nos ocupa es el libro de cuentos para niños de Alvin Schwartz “Historias de miedo para contar en la oscuridad” (1981), el que abre las puertas del horror en el pueblo de Mill Valley. (¿Tendrá relación con Chester´s Mill?).

En esta tesitura, el trabajo de Zoe Margaret Colletti (Stella) se convierte en una machada al soportar todo el peso de la narrativa. Su papel protagonista es tan convincente, tan noble y cautivador que te mantiene pegado al asiento y consigue que empatices con su valentía y buen hacer interpretativo. Pero hay otro personaje que me ha interesado mucho; no es otro que Sarah, la antagonista de Stella, la niña atrapada en la tragedia. Dicen los expertos en espiritismo y los médiums, que cuando alguien muere y deja algo pendiente en esta vida, tendrá que resolverlo antes de hacer el viaje eterno. Ellos, son los fantasmas… Y Sarah es uno de ellos, un personaje basado a todas luces en Louise, protagonista de “Ojos sin rostro” (George Franju, 1960). Este personaje le sirve a Ovredal para crear la moraleja de la película: no por mucho repetir una mentira, esta se convierte en realidad.

El estilo del director noruego siempre ha sido muy personal. La película se ha atrevido a innovar en el sentido de introducir la política y los movimientos sociales de revolución en una cinta de terror. La Guerra de Vietnam, Mayo del 68, la presidencia de Nixon y el comienzo de la retirada de las tropas de Vietnam, conforman un entramado social que hace más creíble la historia. Esto es muy importante a la hora de otorgar empaque a una cinta de un género que tan fácilmente se da al “susto fácil” y a la comedia estúpida. Ovredal sigue haciendo, como desde el principio de su carrera un terror serio y emocionante. Esta mezcla me recuerda a uno de los grandes y olvidados hitos del terror: “Al final de la escalera” (Peter Medak, 1980).

(continúa sin spoilers)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Juanjo Iglesias
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6
29 de junio de 2019
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lars Klevberg realiza en su primer largometraje un sugestivo y por momentos brutal reboot del mítico Chucky. Supera a sus predecesoras en la franquicia con una mezcla del clásico e irónico humor, un guion más complejo y con más capas narrativas y escenas gore que rinden tributo a clásicos como “La matanza de Texas 2”. No ofrece nada inédito, pero los guionistas han logrado mezclar este icónico personaje con una historia francamente interesante sobre inteligencia artificial.

Un trabajador de la corporación de juguetes Kaslan decide modificar el comportamiento de uno de sus muñecos ´Buddy`, como venganza contra su jefe. Al poco tiempo, Karen, vendedora de unos grandes almacenes, consigue regalarle a su hijo Andy uno de esos muñecos tan deseados por los niños. El mal funcionamiento de Chucky comienza siendo divertido, pero con el paso del tiempo se convertirá en una terrible pesadilla.

Stephen King, en su crónica sobre el género de terror popular titulado “Danza Macabra”, explica las tres figuras de la novela posromántica que resumen todos los personajes literarios y cinematográficos de la cultura del género en el siglo XX: “El Doctor Jeckyl y Mr. Hyde”, “Frankenstein” y “Drácula”. Chucky no es ni más ni menos, que una nueva versión del macabro doctor al que, por las noches, sus instintos convertían en bestia. Un tierno y amable muñeco que se convierte en alimaña asesina y cuyo nombre completo es Charles Lee Ray; tomado de la mezcla de tres de los asesinos americanos más icónicos de la historia: Lee Harvey Oswald, James Earl Ray y cómo no, Charles Manson.

La estética visual de la película bebe de uno de los últimos éxitos del género de terror, la versión de Andy Muschietti del payaso Pennywise en “It”. De la mano de sus mismos productores nos ofrece una tenue fotografía capaz de crear ambiente y con algunas escenas interesantes, pero que no está a la altura de la versión de la obra de King. Y la fotografía no es lo único que toma del filme sobre terrorífico payaso. Su ambientación es muy similar, pero también lo hace a nivel de personajes, con una pandilla de chavales que no tienen el romanticismo y la palpitante emoción de la de Muschietti, pero sí juega con los mismos patrones narrativos, herencia de películas como “Los Goonies”, o “Cuenta conmigo”. El final de la película evoca claramente y diría que llega a plagiar las alcantarillas de Derry que diseñó Muschietti en su obra.

A nivel actoral la propuesta deja la brillante firma del joven Gabriel Bateman, en el papel de Andy, el chaval dueño del muñeco. Consigue emocionarme y se presenta en pantalla con una fuerte personalidad, contrastada con la inocencia del personaje y dejándose llevar con pericia por los suspenses creados por el guion. Aubrey Plaza, es convincente como Karen y Brian Tyree Henry, conforma un tierno detective ya manido en la saga que analizamos.

A pesar de haber mejorado la saga, hecho que no era difícil ,Lars Klevberg adolece de falta de experiencia y algo de esa magia que tienen los grandes directores. Si seguimos la comparativa con Muschietti queda en evidencia ya que se ha buscado la misma fórmula y se ha logrado sólo a medias. A falta de un mejor director, la película se queda a medias entre el buen cine y el producto de mercado para salas, Blueray´s y plataformas en streaming.

Donde sí funciona de verdad la película es en la transformación de un personaje lúdico y frívolo en una interesante reflexión sobre inteligencia artificial. Por primera vez en la saga, se ha conseguido que el diabólico Chucky transforme el gore barato, la violencia insustancial y un humor adolescente y estúpido, en un personaje que se asoma a las míticas y críticas preguntas que se hacía Roy Batty en “Blade Runner”. Viendo la película me venían a la mente los planteamientos de Stanley Kubrick y Arthur C. Clark en “2001: una odisea del espacio” o las afirmaciones de prestigiosos neurólogos que auguran que internet, llegado el momento, cobrará voluntad e inteligencia por sí mismo. Todas estas ideas, están de vez en cuando aderezadas con un muy correcto gore, que se reivindica de forma perspicaz, a pesar de la mala prensa del género.

Es cierto que toda esta fascinante predicción científica y las preguntas que plantea están envueltas en un marasmo de cine comercial para adolescentes, pero sabiendo mirar, propone una grata sorpresa que reivindica el denostado y vulgarizado género de terror. El terror y el humor siempre han tenido mala mezcolanza, pero Klevberg y su guionista Tyler Burton Smith han sabido renovar y dar aire limpio al, ya carbonizado a base de remakes, personaje de Don Mancini.

Ya he citado varios homenajes, en algunos casos plagios, de clásicos del cine de ciencia ficción o el gore. Podríamos añadir una humorística evocación de “El cortador de césped” de Brett Leonard y con ello volvemos a King, o el mejor toque humorístico de la película que es el tributo al tema “The end”, de The Doors, para el deleite de los más melómanos.
Juanjo Iglesias
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