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Críticas de travis braddock
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Críticas 152
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
19 de agosto de 2016
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el año 2009, Steven Soderbergh ("Traffic", "Ocean´s Eleven") estrenaba "The Girlfriend Experience", una aproximación al mundo de la prostitución de lujo ambientada en el inicio de la crisis económica de 2008 y las elecciones presidenciales estadounidenses. El tema de la prostitución ya se había tratado en otras ocasiones, hasta en filmes tan populares como "Pretty Woman", pero lo que tuvo de novedoso la producción de Soderbergh fue estar liderada en su reparto por Sasha Grey, entonces gran estrella del porno, lo que provocó cierta curiosidad y el morbo de unos cuantos que creían que iban a ver a Grey haciendo sus labores habituales en una cinta convencional, pero nada más lejos de la realidad.

Soderbergh no es precisamente Paul Verhoeven ("Instinto básico", "Showgirls") a la hora de enfrentar las bajas pasiones, como ya mostró en su debut Sexo, mentiras y cintas de vídeo, una película en la que de sexo básicamente se hablaba mucho más de lo que se mostraba. En "The Girlfriend Experience" sucedía algo similar, lo que no es malo en sí mismo (el que busque porno tiene toneladas en Internet), pero ese gusto de Soderbergh por intelectualizar y crear atmósferas frías, sumado a la falta de oficio de algunos intérpretes, convertía la experiencia en algo poco apasionante, ya fuera como crónica de un oficio que procura placer a cambio de dinero, ya fuera como retrato de una clase pudiente inquieta por el crecimiento de sus beneficios. Sin embargo, la historia demostraba potencial y el propio Soderbergh ejerce como productor de su adaptación a la televisión, con idéntico título.

Si decía que el enfoque de la historia en su versión cinematográfica era bastante frío y distante, esto se ha mantenido en su adaptación a la pequeña pantalla, que muestra un mundo tan inmaculado como deshumanizado, pero de una forma bastante más acertada. Si Soderbergh acababa incitando al bostezo, los “alma máter” de la serie, guionistas y directores de todos los episodios, Lodge Kerrigan (director de filmes como "Keane" y de episodios de series como "The Americans" o "Bates Motel") y Amy Seimetz (actriz en varias producciones para cine y televisión, como "The Killing", y que aquí interpreta además a la hermana de la protagonista), dejan claro desde el principio que el universo en el que se mueve su protagonista es digno de revista de decoración con gusto por lo más moderno, pero carente de pasión.

Casi toda la acción se desarrolla en interiores lujosamente diseñados, ya sean apartamentos, restaurantes, hoteles u oficinas. Lugares muy parejos entre sí, en los que entra la luz a través de grandes ventanales, pero con unas tonalidades frías que apenas iluminan las estancias y en las que los personajes se mueven en penumbra, como almas en pena en un purgatorio vanguardista, alejados del resto del mundo. Christine es la que introduce al espectador en esos espacios donde el calor apenas tiene cabida, como reflejo de unas relaciones emocionales vacías, donde todo se compra y se vende y la verdadera interacción es casi un síntoma de debilidad. La propia Christine es retratada como alguien a quien le gusta recibir atención, pero con dificultades para crear lazos con el resto de la gente y con unas cuantas dosis de egoísmo bajo su fachada tímida. Ella empieza a ser “novia de pago” por la búsqueda de nuevas experiencias, de encontrarse a sí misma y también por el dinero que es capaz de ganar, para lograr un estado en el que no tenga que depender de nadie.

A lo largo de los 13 capítulos de la primera temporada Christine se irá citando con diversos clientes, todos ellos adinerados, algunos majos y comprensivos y otros que la ven como una esclava que debe seguir sus órdenes por haber cobrado su dinero. Tras el desconocimiento inicial, ella irá aprendiendo el mejor modo de tratar con cada uno de ellos, para servirles de descanso o desahogo de sus miserias, para comprobar que bajo esas fortunas hay hombres quebrados, con problemas que no puede resolver el dinero. La única relación en la que no medie el dinero será la que mantenga con David (Paul Sparks, el escritor inquieto de "House of Cards"), su jefe en el bufete de abogados en el que hace sus prácticas. Una relación que también acabará viéndose afectada por el dinero, en este caso por unos oscuros intereses en un caso de la empresa que ella investigará, en la que es la subtrama más floja de la temporada, donde parece que la serie se pierde del objetivo inicial. Y es que lo verdaderamente interesante es observar a Christine haciendo su trabajo como prostituta de lujo, sus sentimientos ante ello y las reacciones de sus clientes y de sus seres cercanos. Afortunadamente, parece que Kerrigan y Seimetz se dan cuenta de ello y en los últimos episodios recuperan el buen pulso de los iniciales, siendo los dos últimos sensacionales, con Christine comprobando de primera mano cómo sienta en su familia su dedicación y con un cliente que quiere reproducir una curiosa fantasía.

Todos los actores cumplen muy bien en sus papeles, pero hay que destacar a una espléndida Riley Keough (hija de Lisa Marie Presley y nieta de Elvis, vista en cintas como "Magic Mike" o "Mad Max: Furia en la carretera"), que dota del adecuado aire perturbador a Christine. Una vez vista la temporada nos queda una sensación contradictoria con ella, de no estar seguros de si es alguien que complica la vida de aquellos a los que se acerca o si es una mujer que hace lo que puede en un mundo de hombres para conseguir su independencia. Un aire perturbador que amplía la fría puesta en escena de Kerrigan y Seimetz y la música de Shane Carruth ("Primer"), a veces más propia de una producción de suspense que de un drama, que es donde mejor funciona "The Girlfriend Experience". Una serie recomendable, que no pretende excitar muchas libidos y que dibuja un panorama muy gris en cuanto a lo que somos: seres solitarios esperando encontrar una conexión, aunque sea pagando, como pagamos hoy día por tantas otras cosas.
travis braddock
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Love (Serie de TV)
Serie
Estados Unidos2016
6,9
4.500
Paul Rust (Creador), Judd Apatow (Creador) ...
7
15 de mayo de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algunos han acusado a Apatow de dar una visión estereotipada e incluso machista del sexo femenino y una apuesta decidida por el conservadurismo social a pesar de las vicisitudes o las gamberradas que sus personajes hayan experimentado previamente, lo cual recuerda a las críticas que en su día recibió John Hughes por ver su obra como una muestra del inmovilismo de la era Reagan. Los chavales de Hughes se oponían al sistema antes de abrazarlo decididamente y los “adultescentes” de Apatow hacen lo propio en una serie de finales redentores, lo que hace rabiar mucho a aquellos que arrugan el gesto cuando no ven en pantalla lo que dé razón a sus ideas, en lugar de observar las contradicciones de las que ninguno escapamos.

Porque si miramos más allá de esta rápida calificación vemos que los jóvenes de Hughes y los no tan jóvenes de Apatow suelen ser hombres y mujeres corrientes, con sus grandezas y sus miserias, honorables y patéticos, que buscan su momento de gloria en un mundo que los condena a ser uno más entre la masa; el mundo en el que vivimos y en el que Hughes y Apatow se permiten al menos dejarles hacer el tonto un poco más y no castigarlos al final, como un apunte optimista que no es frecuente en una realidad en la que nuestros actos no son pespunteados por canciones de pop y rock, sino por el silencio o el ruido de los que nos rodean. De hecho, ahora mismo me siento como un personaje de algunas de estas ficciones, escribiendo estas líneas del que pretende ser un buen artículo en un baqueteado portátil, en una noche en la que de banda sonora tengo la tos y la televisión de mi vecino a través de las delgadas paredes del pequeño piso en el que vivo, esperando a un mañana más soleado. Será por eso que me gustan las historias de Apatow y por eso he disfrutado bastante con "Love".

Judd Apatow es productor y ocasional guionista de una serie creada junto a Paul Rust ("Comedy Bang! Bang!", "Arrested Development") y Lesley Arfin ("Girls" y "Brooklyn Nine-Nine"). Gus (el propio Paul Rust) trabaja como maestro del joven reparto de una serie vampírica de éxito, aunque su ilusión es poder llegar a ser guionista de la producción. Mickey (Gillian Jacobs) trabaja como productora para un consultorio radiofónico y recurre al alcohol, las drogas y el sexo ocasional como un modo de evadirse de su sensación de miseria moral. Los dos dejan la relación con sus respectivas parejas, al ver que no satisfacen sus necesidades y se encuentran al final de ese primer episodio. En los siguientes nueve somos testigos de sus evoluciones, sobre todo por separado, mostrando a ambos en sus respectivos ambientes, sin juntarse demasiado, a veces por la casualidad y a veces por un deseo no satisfecho de alguno de los dos. Y es que tanto Gus como Mickey están lejos de ser peritas en dulce. Ambos son inmaduros, tienen dificultades para negociar sus sentimientos y relacionarse apropiadamente con los demás; parecen estar fuera de lugar y a la vez ser parte de un mundo ridículamente imperfecto, donde cada uno va a lo suyo y trata de conseguir cosas de los demás de manera ruin.

Hay un momento en el segundo capítulo en el que Gus va a recoger sus pertenencias, acompañado de Mickey, al apartamento que compartía con su novia. En una de las cajas se hallan varios Blu-Ray de comedias románticas de Hollywood, como "Pretty Woman", "Sweet Home Alabama", "¿En qué piensan las mujeres?" o "Cuando Harry encontró a Sally", que empiezan a ser criticadas por Gus por su concepto ñoño y poco realista de lo que es el amor, para finalmente arrojarlas por la ventana del coche. Es el corte de mangas de alguien que, sin éxito, ha querido alcanzar el amor ideal de ese tipo de películas, y también podría leerse como el manifiesto de la serie a la hora de querer mostrar una mayor honestidad con lo que pasa en el mundo real.

Sin embargo, cuando vemos "Love" no podemos dejar de pensar en que repite algunos de los clichés del género, quizá con afán de deconstruirlo. Los dos protagonistas se encuentran cuando están pasando por un mal momento y en el otro ven a alguien que podría ser el camino de redención, la media naranja que están buscando y que dé sentido a su existencia. Aun así, tienen desencuentros entre ellos por su diferencia de caracteres, ella tiene a una pizpireta compañera de piso (Claudia O´Doherty, una auténtica robaescenas) que es la clásica secundaria que proporciona alivios cómicos y finalmente ambos parecen darse cuenta de que se necesitan más de lo que creían, provocando esa ansia en el espectador de desear que acaben juntos. Es decir, una comedia romántica de manual que se ríe del manual pero que tampoco lo destruye, aunque sea por dar un poco de luz a unos personajes atrapados en su propia mediocridad, algo que entronca con el espíritu de la filmografía de su productor. Y tampoco faltan otros detalles marca de la casa, como las referencias a la cultura pop o la inclusión de algún miembro de su familia en el reparto, pues si en otras de sus producciones es común que aparezcan su mujer (la actriz Leslie Mann) o sus hijas, en "Love" tenemos a su hija Iris Apatow, que interpreta a la joven estrella de una serie vampírica, alumna de Gus y que solo quiere hacer las cosas que corresponden a su edad.

Con todo ello, "Love" destaca por su equilibrio entre comedia y drama y el buen hacer de su pareja protagonista, especialmente de una estupenda Gillian Jacobs, muy cómoda dando vida a una Mickey que parece una degeneración de la Britta Perry que interpretó en "Community". Una propuesta que reforzará en sus odios a aquellos que denostan el modelo de Judd Apatow y que hará las delicias de aquellos que lo aprecien. Y que al fin y al cabo, no hay nada más digno de una producción de Apatow que discutir sobre el sentido y el mensaje que quiere darnos Apatow. Algo con lo que podemos enredarnos con otros en redes sociales o blogs a falta de algo mejor en que ocupar el tiempo.
travis braddock
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7
23 de abril de 2016
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un día le escuché a alguien decir que, pase lo que pase, siempre somos los mismos que éramos en el patio del colegio. Una frase que le he escuchado a otra gente a lo largo de los años y que me produce tanta curiosidad como inquietud, por comprobar cómo a veces es totalmente cierto y por ello perturbador, por lo que implica de que hayamos crecido más física que mentalmente. Al llegar a la edad adulta, los recuerdos del colegio pueden invitar a la nostalgia o al resentimiento, según haya sido nuestra experiencia, pero siempre vistos desde el prisma de que aquello ya quedó atrás y de que ya somos otra gente diferente. Sin embargo, los comportamientos tienen puntos en común: cuando llegamos a un sitio buscamos integrarnos en algún grupo de personas con los que podamos estar a gusto y que nos hagan sentir parte del mundo; los grupos se caracterizan por las relaciones de poder, de modo que alguien es el líder espiritual, muchas veces por simple carisma, y otros acatan sus órdenes y deseos; surgen rencillas y riñas con los extraños, a veces por motivos tan simples como la apariencia externa, un mal gesto o una mala palabra; sintiéndose a salvo en el grupo de los importantes, sus miembros ironizan o se burlan de los más “raritos”, que no se atienen a sus reglas y que desean formar parte de ese grupo más “normal” y también les odian por hacerles objeto de bromas. Todos hemos formado parte de este tipo de relación con nuestros semejantes, en ámbitos laborales o en reuniones sociales y hemos estado en el grupo de los “normales” o nos han metido en el saco de los “raritos”. Todo ello con edades ya alejadas de la época escolar y que nos han hecho sentirnos de nuevo en ese patio de colegio en el que jugábamos a la pelota, tratábamos torpemente de seducir a la persona que nos gustaba y buscábamos nuestro espacio para desarrollarnos mientras otros nos miraban con gesto de superioridad para demostrarnos que no éramos iguales. La vida como una repetición de patrones de conducta, que quizá explique porque siempre entran tan bien las películas sobre las experiencias de los chavales en los institutos, aunque se ambienten en latitudes muy lejanas a la nuestra. Y no muy lejana en lo geográfico, de la vecina Francia, es "El novato".

"El novato" es el debut en el largometraje del galo Rudi Rosenberg, cuyos primeros pasos en el cortometraje ya versaron sobre la vida a los 13 años de edad. El director ha confesado sentir un vivo interés por una etapa de la vida en la que los jóvenes están a medio camino de la infancia y la adolescencia, ese momento terrible en el que en pocos años se experimenta una evolución tremenda del cuerpo y la mente, a veces difícil de soportar. A lo largo de la edad adulta seguimos cambiando de forma gradual, pero ningún momento se parece a esa concentración de metamorfosis corporal y alteración de los sentimientos en tan corto espacio de tiempo. La llamada “edad del pavo” es todo un reto que hay que gestionar adecuadamente para no perder la cabeza y todos conocemos casos de felices niños que se convirtieron en adolescentes torturados y recelosos con su cuerpo y de chavalitos estudiosos que abandonaron los libros y coquetearon con todas las sustancias que se les pusieron al alcance. No obstante, El novato no se inscribe en la categoría de los dramas de instituto y apunta más al terreno de la naturalidad, de la comedia y el drama que tiene la vida misma. Rosenberg se muestra más cercano al estilo de John Hughes ("El club de los cinco", "La chica de rosa", "Todo en un día") en la plasmación de los claroscuros de la adolescencia, pero alejado del sentimentalismo en la que a veces caía Hughes.

Benoit (Réphaël Ghrenassia) es un chico de los “normales”, pues no lleva gafas ni viste de forma extravagante ni tiene una personalidad tímida o excéntrica. Recién llegado a París busca integrarse en el grupo de los “normales”, pero estos no están por la labor de admitirlo y los que se le acaban aproximando son Joshua (emocionalmente sin desarrollar, aficionado a las bromas extravagantes, a vestir siempre con la misma ropa, a hacer listas de la gente que le cae bien y mal y que, seguramente por identificación con lo estrafalario, decora su cuarto con un poster de Torrente), Constantin (un nerd de manual, con sus gafas torcidas, su aparato dental, su gusto por cantar en el coro y su aspiración a ser delegado de clase), Aglaée (la más madura, pero apartada del resto por una discapacidad física) y Johanna, una chica sueca que no tiene amigos al no poder comunicarse correctamente en francés, de la que Benoit se enamorará perdidamente. Y aunque asuma con cierto fastidio las amistades que tiene que tomar, Benoit se dará cuenta de que sus inquietudes están más cercanas a las del grupo de los “raritos”.

Rosenberg (ganador del premio Nuevos Directores en el último Festival de San Sebastián por este trabajo) plantea un mundo en que los adultos apenas tienen protagonismo, a excepción del tío de Benoit, un pobre diablo sin oficio ni beneficio que presume de su pasado como DJ y que mentalmente no está muy lejos del grupo de chavales. En busca de un mayor realismo, se sirve de un estupendo elenco de jóvenes intérpretes sin experiencia en el cine (a excepción de Géraldine Martineau como la sensible Aglaée), que se mueven en pantalla con una sorprendente naturalidad. Con El novato, su realizador habla con honestidad y sin manipulaciones ni golpes de efecto de esos años en los que uno está empezando a construirse una personalidad y una imagen de cara al mundo y empieza a encontrarse con las primeras contradicciones entre los deseos y la realidad. Una realidad que por lo visto está destinada a repetirse.
travis braddock
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7
23 de abril de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Zazie en el metro" puede parecer una rareza en la carrera del francés Louis Malle, cuyo cine se movió mayoritariamente en terrenos dramáticos, pero no tanto si atendemos a las circunstancias de la persona. De orígenes acomodados, siempre despreció las convenciones burguesas y a pesar de iniciar sus pasos tras la cámara en un momento en el que lo hacían compatriotas como François Truffaut, Jean-Luc Godard, Jacques Rivette, Alain Resnais o Claude Chabrol, él nunca se sintió parte de la Nouvelle Vague y quiso seguir sus propios intereses, ya fuera en Francia o en Estados Unidos, con filmes como "Los amantes", "Ascensor para el cadalso", "El soplo al corazón", "La pequeña", "Adiós muchachos" o "Herida", antes de su temprana muerte por un linfoma a mediados de los 90. De este ansia de libertad hace gala en "Zazie en el metro", un filme que fue un sonoro fracaso comercial en su estreno en 1960 para acabar convirtiéndose en pieza de culto.

"Zazie en el metro" es la adaptación de la novela homónima de Raymond Queneau, que se burlaba de muchas convenciones literarias, jugaba con el lenguaje y desafiaba el concepto de realismo. Con un material de partida de ese calado no podía salir la clásica historia de iniciación a la vida de una muchacha, aunque ese sea el fondo de la trama. Para su traslación a la pantalla, Malle y su coguionista Jean-Paul Rappeneau (luego director de películas como el "Cyrano de Bergerac" protagonizado por Gerard Depardieu) quiso homenajear al humor mudo y a Charles Chaplin y desde el principio nos deja claras sus intenciones, con una cámara que adopta el punto de vista del tren para mostrarnos la llegada a París de Zazie (la encantadora Catherine Demongeot), una niña de 12 años que viene acompañada de su madre. En el andén se encuentra su tío Gabriel (un no menos inspirado Philippe Noiret), haciendo una disertación sobre la higiene de los franceses y la madre de Zazie tarda escasos segundos en dejarle al cuidado de su hija mientras es llevada literalmente en volandas por su amante. A partir de ahí comenzará el peregrinar de la pequeña, en compañía de su tío (que se dedica a vestirse de flamenca para actuar en un cabaré) y de otros personajes no menos curiosos, siempre con las calles de la capital gala como escenario. Unas calles atestadas de coches debido a la huelga en el servicio de metro, lo que apena mucho a Zazie, que venía a la capital con ganas de montarse en el suburbano.

Malle se muestra más interesado en el cómo que en el qué y su puesta en escena da buena fe de ello, dando prevalencia a la imagen sobre el argumento, que no deja de ser un “mcguffin” que le permite juguetear con los colores, las texturas de la imagen y las posibilidades de la composición cinematográfica para crear una realidad alternativa. De la mano de los personajes paseamos por varios rincones parisinos, siendo testigos de cómo estos deambulan o se persiguen a pie o en coche por el Pasaje Brady, el Mercado de las Pulgas, la Plaza de la Concordia o lo más alto de la Torre Eiffel. Sin embargo, no todo es fachada y el filme desgrana algunas cargas de profundidad sobre la edad infantil y el paso a la madurez, permitiéndose incluso algunas bromas políticamente incorrectas a costa del despertar sexual de la joven y lo que esto afecta a los que la rodean. Zazie es un espíritu libre, una niña algo revoltosa a la que le gusta ir a lo suyo y a pesar de su corta edad tiene claro que el mundo de los adultos es un lugar complicado para vivir, lleno de contradicciones y de gente que no puede hacer lo que quiere. Un lugar en el que para lograr su propia independencia no podrá librarse de ser perseguida.

Zazie en el metro es hija de su tiempo, de un momento en el que muchos creadores buscaban reinventar el cine, deconstruyendo lo que se había visto hasta ese momento. En la película está muy presente el cine mudo en las alocadas persecuciones, que también parecen un homenaje a la animación de Tex Avery, sumados a la idea de extrañeza de Jacques Tati a la hora de mostrar los avances del mundo contemporáneo. Y también uno reconoce algunas de las soluciones visuales que propone Malle, plasmadas después en diversas cintas, ya fueran de compañeros de generación (los saltos de eje, los fallos intencionados de raccord o los cortes arbitrarios de las escenas que tanto practicó Godard) o de carácter cómico. Ver a los personajes hablando con total seriedad de algo ridículo o los gags en segundo plano, las hemos visto en el cine de los ZAZ ("Aterriza como puedas" y similares), las carreras a cámara rápida con música ad hoc nos pueden recordar a las de Benny Hill y el uso de la cámara, la ciudad de París y la falta de prejuicios de su protagonista trae a la cabeza a Jean-Pierre Jeunet, especialmente en "Amelie".

La peripecia de Zazie puede pasar por un dibujo animado o un cómic en imagen real, pero también por un manifiesto surrealista y dadaísta en toda regla, a la hora de exponer el absurdo de las convenciones, artísticas (en una escena los actores acaban destrozando el decorado del lugar donde se está produciendo la acción) o humanas (lo único que Zazie acaba sacando en claro de su estancia en París es que ha envejecido). Zazie en el metro es una bizarrada (tanto en el sentido anglófono como en el francófono de la palabra) tan curiosa como osada, brillante y tontorrona, que se disfruta con una sonrisa y que ayuda a que apreciemos un poco más a este bendito arte que con tanto acierto puede hablar de lo que somos, en nuestras grandezas y nuestras miserias.
travis braddock
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Hitchcock/Truffaut
Documental
Estados Unidos2015
7,0
2.858
Documental, Intervenciones de: David Fincher, Martin Scorsese, Wes Anderson, Richard Linklater ...
7
23 de abril de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el verano de 1962 tuvo lugar en los estudios Universal de Hollywood un encuentro entre dos directores de cine. Uno, francés, tenía 30 años y el otro, inglés, alcanzaba ya los 63. Uno había dado ya muestras de su talento con tres películas y el otro se encontraba en plena madurez, con varios éxitos a sus espaldas y terminando el montaje de la que sería otra obra para recordar, sobre unos pájaros que atemorizaban a una población californiana. Aquel encuentro se prolongó todos los días de una semana en jornadas de varias horas y fue el origen de una amistad que se prolongaría hasta la muerte de ambos y el de un libro que se publicaría en 1966 y que se convertiría en una referencia inmediata para los aficionados al cine del director inglés y un canto de amor al llamado séptimo arte. El libro se llamó El cine según Hitchcock, en homenaje al realizador de Rebeca (Rebecca; 1940), La ventana indiscreta (Rear Window; 1954), Vértigo. De entre los muertos (Vertigo; 1958), Psicosis (Psycho; 1960) o Los pájaros (The Birds; 1963), entre muchas otras. Un realizador al que le decían “el mago del suspense”, que por el carácter comercial de sus filmes era poco valorado como autor de primera categoría y cuyo prestigio fue puesto en valor por un puñado de críticos franceses que pasaron a la acción tras la cámara, especialmente por uno que venía de hacer Los 400 golpes (Les quatre cents coupes; 1959), Tirad sobre el pianista (Tirez sur le pianiste; 1960) y Jules y Jim (Jules et Jim; 1962), François Truffaut. Su cine, enmarcado en el estilo de la Nouvelle Vague, dando prioridad al plano que respira con naturalidad, con la imperfección de la vida misma, no parece concordar mucho con el de alguien que predicaba que todo lo que se veía en pantalla se ajustara a una idea preconcebida muy concreta, más cinematográfica que realista. Sin embargo, Truffaut siempre admiró la voz propia de Hitchcock y de ese choque de sensibilidades se nutre el documental Hitchcock/Truffaut (íd.; Kent Jones, 2015).

Hitchcock/Truffaut está dirigido por el escritor y crítico Kent Jones, mano derecha de Martin Scorsese en documentales dedicados a las figuras de Val Lewton y Elia Kazan y guionista de la película Jimmy P (íd.; Arnaud Desplechin, 2013). Precisamente, Scorsese y Desplechin son dos de los directores que aparecen en Hitchcock/Truffaut para glosar la figura de los protagonistas y su encuentro en los años 60, en una nómina que también incluye a David Fincher, Wes Anderson, Richard Linklater, James Gray, Olivier Assayas, Peter Bogdanovich, Paul Schrader y Kiyoshi Kurosawa. Ellos dan testimonio de lo que les influyó la lectura de El cine según Hitchcock y lo que encuentran más relevante del legado que ha dejado la obra de ambos. Asimismo, Jones nos ofrece algunos momentos del audio de la entrevista entre Truffaut y Hitchcock, en la que el primero se muestra con el tímido respeto del joven que va a visitar a un prestigioso profesor y el segundo habla con la seguridad del que las ha visto de todos los colores, haciendo gala de la ironía con la que tantas veces impregnó sus películas. Jones parece adoptar el mismo punto de vista que Truffaut en su momento y es especialmente en Hitchcock en quien centra su atención, para hacer un rápido repaso a su filmografía y detenerse en desgranar Vértigo, Psicosis y Los pájaros, en la planificación y el montaje de algunas secuencias que han quedado en la memoria del público, aficionado o no.

Es lugar común decir que a la mayoría de las películas les sobra metraje, que se podría haber acortado tal o cual escena o que cierta subtrama está más alargada de lo que debería. Sin embargo, hay ocasiones en las que se echa en falta un mayor desarrollo de algunos aspectos y ese es el caso de este documental, que se hace corto en sus 80 minutos y le deja a uno con ganas de que se hubieran explorado unos cuantos detalles. Sin ir más lejos, que se hubiera hablado un poco más de otras películas de Hitchcock por las que aquí se pasa de puntillas, como Rebeca, La ventana indiscreta, La soga (Rope; 1948), Crimen perfecto (Dial M for Murder; 1954), Frenesí (Frenzy; 1972), así como de otras de las similitudes entre el realizador británico y el francés. Se comenta la influencia de la infancia de ambos en su obra, del miedo a la policía de Hitchcock y la búsqueda de una figura paterna en Truffaut, pero se pasa por alto un tema interesante como es el paralelismo en su relación con las actrices. Mientras Hitchcock las deseó y tuvo que conformarse con la observación de Grace Kelly, Kim Novak o Tippi Hedren, construyendo una imagen a tono con sus fantasías (rubias de aspecto gélido y apasionado interior), Truffaut las concedió un carácter más abierto y más intrépido en el ámbito amoroso y mantuvo relaciones con varias de ellas (caso de Jeanne Moreau, Catherine Deneuve o Fanny Ardant). Si Vértigo podría leerse como la cinta más autobiográfica de Hitchcock, con ese protagonista obsesionado con crear una mujer que responda a sus deseos, la equivalencia en Truffaut estaría en El amante del amor (L’homme qui aimait les femmes; 1977), en ese hombre que deseó y amó a todas las mujeres que pasaron por su lado. Dice Kent Jones que Hitchcock/Truffaut no pretende complacer a los cinéfilos y este tono, más divulgativo que erudito, se trasluce en estas exploraciones apenas abordadas y que podrían haber dado lugar a un documental mucho más jugoso. A pesar de ello, el producto final es de un indudable interés y pone su granito de arena para que las nuevas generaciones se sientan interesadas en saber un poco más sobre ese director del que quizá han oído hablar por la escena de la ducha y la música de Psicosis, tantas veces imitadas y parodiadas. Un granito de arena como el que en su día quiso poner François Truffaut cuando se decidió a hablar en profundidad con (y de) un creador que tantas carreras fílmicas y tantas cinefilias y cinefagias ha estimulado.
travis braddock
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